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La Arqueologia y la Antropologia cultural entrelaz

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TRABAJOS DE PREHISTORIA
74, N.º 2, julio-diciembre 2017, pp. 211-224, ISSN: 0082-5638
doi: 10.3989/tp.2017.12191
La Arqueología y la Antropología cultural: entrelazamientos
pretéritos y presentes*
Archaeology and Cultural Anthropology: past and present entanglements
Araceli González Vázqueza
A Alberto Gómez Castanedo y a Lydia Zapata
Peña. In memoriam.
RESUMEN
Este artículo explora los entrelazamientos pretéritos y
presentes de la Arqueología y la Antropología cultural. Se
centra en cuestiones de naturaleza teórica, epistemológica
y metodológica. En particular, examina debates recientes
ligados al llamado giro ontológico de las Ciencias Sociales y las Humanidades.
ABSTRACT
This paper explores past and present entanglements
of Archaeology and Cultural Anthropology. It focuses on
issues of theoretical, epistemological and methodological
nature. In particular, it examines recent debates linked
to the so-called ontological turn of the Social Sciences
and Humanities.
Palabras clave: Arqueología; Antropología; Interdisciplinariedad; Giro ontológico.
Key words: Archaeology; Anthropology; Interdisciplinarity; Ontological turn.
1. INTRODUCCIÓN
La Arqueología y la Antropología son en la
actualidad dos áreas de conocimiento muy próximas y notablemente plurales, por un lado, por las
circunstancias de su desarrollo teórico y metodológico en el tiempo (su historia disciplinar), y por
otro lado, por la diversidad interna que presentan,
al encontrarse en un momento en el que proliferan las “subdisciplinas” y las “líneas de investigación”; en el que ambas parecen oscilar entre su
convergencia y su divergencia; y en el que las dos
parecen caminar hacia una hiperespecialización, a
la vez que hacia una considerable fragmentación.
Entre las acciones que posibilitan una cierta
convergencia de ambas áreas de conocimiento se
encuentran algunas tendencias generales, si bien
no generalizadas, como el énfasis actual en la
interdisciplinariedad, en la multidisciplinariedad,
en la cross-disciplinariedad 1 y en la transdisciplinariedad; el interés creciente de los arqueólogos
por la teoría antropológica y por los trabajos de
los antropólogos; la importancia actual de los estudios sobre la materialidad en el ámbito de la
Antropología; pero también la relevancia que han
ido adquiriendo subdisciplinas como la Etnoar-
* Trabajo financiado por un contrato Juan de la Cierva-Incorporación del Ministerio de Economía, Industria y Competitividad
del Gobierno de España, y co-financiado por el Anneliese Maier Research Award de la Alexander Von Humboldt Stiftung/Foundation
recibido (A. G. V. julio-marzo 2017) por Maribel Fierro (ILC-CCHS, CSIC) para el proyecto titulado “Practising Knowledge in
Islamic societies and their neighbours”.
a
Dpto. de Arqueología y Antropología. Institución Milà i Fontanals (IMF), Consejo Superior de Investigaciones Científicas
(CSIC). Carrer de les Egipcíaques 15. 08001 Barcelona. Correo e.: araceli.gonzalez@imf.csic.es http://orcid.org/0000-0003-4241-9347.
Recibido 7-II-2017; aceptado 16-5-2017.
1
Traduzco así, sólo parcialmente, el término inglés cross-disciplinarity, que resulta útil en la medida en que permite aludir a la
interacción de dos o más disciplinas, haciendo referencia expresa a los cruzamientos entre ellas.
Copyright: © 2017 CSIC. Este es un artículo de acceso abierto distribuido bajo los términos de una licencia de uso
y distribución Creative Commons Attribution (CC-by) España 3.0.
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queología, que grosso modo, sitúa a los arqueólogos en las sociedades del presente, o la Antropología histórica y la Etnohistoria, que sitúan a
los etnógrafos, etnólogos y antropólogos en las
sociedades del pasado.
¿En qué aspectos resulta evidente un entrelazamiento pretérito y presente de la Arqueología y la
Antropología cultural? ¿Cuál es el presente de los
espacios teórico-epistemológicos en que ambas
disciplinas convergen? ¿En qué estado se hallan
las reflexiones de corte teórico (y metodológico)
y las pulsiones críticas?
2. ¿ENTRE LA HISTORIA
Y LA ANTROPOLOGÍA?
De la expansión y consolidación histórica de
ambas áreas de conocimiento, Arqueología y Antropología, emerge una diferencia básica en el
modo en que se concibe la relación entre ellas, que
es distinta en las tres tradiciones de investigación
que mayor influencia han tenido y tienen sobre la
investigación que se desarrolla en España actualmente. Tal y como es bien sabido, en la tradición
francesa, y en la de muchos otros países de la
Europa continental (entre ellos, también España),
la Antropología –tradicionalmente denominada
“Etnología”– no se formalizó en conexión con el
imperialismo y con el colonialismo, como en el
Reino Unido, sino con los movimientos nacionalistas de la segunda mitad del siglo XIX, como
discurso y práctica sobre los orígenes, y sobre la
identidad cultural de los pueblos y de las naciones 2. La institucionalización de la Ciencia generó
dos disciplinas de conocimiento separadas. Tanto
es así que los arqueólogos de la Europa continental
se forman primordialmente como prehistoriadores
o historiadores, y la Arqueología es una disciplina
histórica. En Estados Unidos y Canadá, los arqueólogos se forman como antropólogos, ya que
la Arqueología se desarrolló en conexión con la
Antropología, en particular, como estudio sobre
los pueblos indígenas del continente americano,
y sobre las intensas transformaciones culturales
que experimentaban en la época. Mientras que la
2
En relación con la emergencia de la Antropología, y el
papel del imperialismo y el colonialismo europeos, puede consultarse: Lévi-Strauss (1960) y Bonte (1974).
Araceli González Vázquez
tradición norteamericana y canadiense distingue
cuatro áreas al interior de la Antropología: Arqueología, Antropología física, Antropología cultural y
Antropología lingüística, en la tradición británica
se reducen a tres: Arqueología, Antropología física
y Antropología social. En el caso de esta última,
se prefiere además este término, “social”, al término “cultural”, empleado con mayor frecuencia
en Estados Unidos y en Canadá (Trigger 1989;
Ingold 1994; Barnard 2000; Díaz-Andreu 2007;
Bahn 2014). En España se suele enfatizar una vía
media, también visible en otros países, que incide
en la combinación de las dos ópticas, la social
y la cultural, reflejada, por ejemplo, en el hecho
de que los antiguos estudios de licenciatura, hoy
de grado, lleven la denominación “Antropología
social y cultural” en muchas universidades.
En la tradición de investigación estadounidense y canadiense, aunque la Arqueología se haya
entendido tradicionalmente como parte de la Antropología (y haya sido considerada una de sus
subáreas disciplinares o subdisciplinas), la relación
entre ambas no siempre ha estado ni está exenta
de tensiones. Basten algunos leitmotiv relevantes
y bien conocidos para indicar que ha existido
una necesidad de reafirmar posicionamientos, a
la que se ha cedido con más urgencia en unos
momentos que en otros. Podemos invocar una temprana afirmación de Philip Phillips (1900-1994):
“New World archaeology is anthropology or it is
nothing” (Phillips 1955), que luego precisa, junto a Gordon R. Willey (1913-2002), señalando lo
siguiente: “American archaeology is anthropology
or it is nothing” (Phillips y Willey 1958: 2), una
suerte de declaración de principios enmarcada en
el procesualismo. Podemos recordar el igualmente procesual “Archaeology as Anthropology” del
título del conocido artículo de Lewis R. Binford
(1962); así como el “Archaeology, is archaeology, is archaeology”, que resume la propuesta del
procesual británico David L. Clarke (1968: 13);
y también un relativamente reciente “Is Archaeology Anthropology?”, la certera pregunta que da
título a una reflexión de Deborah L. Nichols, Rosemary A. Joyce y Susan D. Gillespie (2003), en
la obra editada por Gillespie y Nichols titulada
Archaeology is Anthropology, que precisamente
aborda el estudio de la evolución temporal de las
tensiones expresadas, bien analizadas previamente
en la monografía Anthropology and Archaeology:
a changing relationship de Chris Gosden (1999).
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La Arqueología y la Antropología cultural: entrelazamientos pretéritos y presentes*
Es bien conocido que Lewis R. Binford (1962:
224) afirmaba muy significativamente, en el citado artículo que para muchos disocia la Arqueología de la Historia y de las Humanidades, y la
vincula con la Antropología y con las Ciencias
Naturales, que la Arqueología debe plantearse la
posibilidad de hacer avanzar el campo general
de la Antropología: Archaeology must accept a
greater responsibility in the furtherance of the
aims of anthropology. Por su parte, la propuesta
de David L. Clarke (1968: 12) enfatizaba que la
Arqueología no es Historia: Archaeological data
are not historical data and consequently, archaeology is not history.
Evidentemente, ni en esta época ni posteriormente, la relación de la Arqueología con la Historia se entiende de forma anómica. Tanto es así,
que en parte por el efecto de las tensiones mencionadas, encuadrables en el procesualismo, se
llega a proponer concebir a la Arqueología como
una disciplina de conocimiento completamente
independiente, de ninguna manera supeditada a
la Historia ni a la Antropología social y cultural.
Esta propuesta, que no es mayoritaria, y que se
afirma sin ambages, por ejemplo, en la obra de
David L. Clarke, ha planteado y plantea oposiciones, particularmente entre quienes estiman
que ello le restaría pulso a la Arqueología, al
menguar los réditos de la interdisciplinariedad
y del fértil diálogo que mantienen las Ciencias
Humanas y Sociales. En cierto modo, se trata
de una propuesta también derivada de la intensa
aproximación metodológica de la Arqueología a
las Ciencias Naturales (Química, Física, Geología, Mineralogía, Zoología, Botánica, entre
otras), notable en dos momentos: el de la Nueva Arqueología de los años 1960 y 1970, en el
que se enmarcan los postulados de Clarke; y el
momento actual.
La plena identificación de la Arqueología con
la Antropología también se ha estimado problemática, como refleja el particularismo por el que
aboga Ian Hodder (1986) en Reading the past,
reafirmando lo expuesto por Clarke y reeditado
en la nueva edición de la obra: …archaeology is
neither history not anthropology, but just archaeology (Hodder y Hutson 2003: 243).
Los debates que evidencian las tensiones
entre las disciplinas ayudan a comprender que
la Arqueología tiene muy poco hoy en día de
subgénero/subdisciplina de la Antropología o de
213
la Historia, en particular si se tiene en cuenta lo
que aporta a su propio avance y al avance de las
otras dos disciplinas mencionadas, y la existencia de una agenda propia, no supeditada a los
debates externos, sino desarrollada a través de
interesantes formas de entrelazamiento con ellos
(véase una reciente e interesante reflexión sobre
Arqueología e Historia en Herschend 2015).
Es cierto que aún muchos investigadores
piensan a los arqueólogos como antropólogos
culturales o historiadores centrados en el pasado, a la vez que piensan a los etnógrafos y
antropólogos sociales o culturales como investigadores centrados únicamente en el presente. A
este respecto hay que señalar que la cuestión de
la temporalidad (pasado vs. presente) va dejando
de ser, progresivamente, la cuestión esencial para
señalar los centros de interés de las dos disciplinas de conocimiento y de los investigadores
(véase, sobre la relación entre la Antropología y
la Historia, el libro de Mateo Dieste y Coello de
la Rosa 2016). Tradicionalmente, la Arqueología
ha sido considerada una disciplina centrada en
el estudio de la humanidad en el pasado, pero
cada vez con mayor insistencia, los arqueólogos se formulan preguntas sobre el presente y
el futuro de la humanidad, y tratan de ofrecer
respuestas a cuestiones que son relevantes para
las sociedades actuales y para su futuro en la
Tierra. También, cada vez con mayor frecuencia,
los arqueólogos se interesan por las sociedades
del presente. Antes que el estudio del pasado,
la Arqueología es el estudio de la materialidad,
de los restos generados por los seres humanos
en los procesos de producción de la vida material y social, particularmente a partir de sus
interacciones intraespecíficas e interespecíficas
y extraespecíficas: consigo mismos, con otros
seres y con el entorno, a lo largo de la Historia
(y en la Prehistoria, como tiempo histórico) y
en el presente. Las dos áreas de conocimiento,
la Arqueología y la Antropología cultural, estudian el pasado y el presente de la humanidad
(la Arqueología quizá con mayor énfasis en el
pasado y en la materialidad, y la Antropología
quizá con mayor énfasis en el presente y en la
relacionalidad), pero fundamentalmente abordan hoy en día lo que supone ser o llegar a ser
humano, y las relaciones que conciernen a los
humanos, a los no-humanos (animales, vegetales,
y muchos otros) y al entorno físico en el que se
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desenvuelven todos ellos 3. Ambas áreas de conocimiento fijan su atención, de forma holística y
hermenéutica, en la diversidad de la experiencia
humana, aportando conocimientos críticos sobre
ella. Así las cosas, no cabe limitar la Arqueología
a la producción de lecturas sobre el pasado, sino
a la generación de discursos y prácticas aptas
para abordar el pasado y el presente.
La cuestión de la alteridad es de una enorme
relevancia y aparece en el centro de las reflexiones
sobre las dos áreas de conocimiento, particularmente de las vinculadas con la forma en que ambas permiten avanzar en la comprensión de las formas de
ser, ontológicas o existenciales, y de las formas de
conocer, epistemológicas. O, dicho de otro modo,
profundizar en lógicas ónticas y epistémicas.
Tanto la Arqueología como la Antropología
cultural se encuentran actualmente en un momento de (re)orientación teórica y metodológica. En
lo básico, las dos disciplinas han generado en su
seno múltiples críticas del eurocentrismo (o de la
hegemonía occidental y el colonialismo), del androcentrismo y, en especial en el último lustro, del
antropocentrismo inherente a ellas, con posiciones
a favor de un descentramiento del anthropos (y,
especificamente, de un intenso cuestionamiento de
la concepción androcéntrica del anthropos) y de
una suerte de “repoblamiento” del foco de interés.
Este “repoblamiento” hace referencia a una mayor
toma de conciencia sobre las agencias de los seres
no-humanos y de los materiales, pero también –y
con singular énfasis– habla a favor de una presentación más compleja de las realidades humanas y
no-humanas, incluyendo en las narrativas sobre
el pasado o sobre lo material a individuos y colectivos antes ignorados. Un ejemplo clave es el
de las mujeres y la Antropología/Arqueología del
Género y la Antropología/Arqueología Feminista;
otro elocuente es el de la Antropología/Arqueología del cuerpo, que sitúa su centro de interés en la
fisicalidad (fundamentalmente, pero no sólo, en la
humana) y que analiza la inscripción corporal de
los procesos sociales y culturales; y, finalmente,
otro de certera pujanza es el ejemplo de los animales y la animalidad, una cuestión que emerge
Muy significativamente, en la ruptura con las constricciones temporales llegan a definirse áreas de investigación, al
interior de la Arqueología, como la “arqueología del pasado
contemporáneo” (Archaeology of contemporary past) o la “arqueología del pasado reciente” (Archaeology of the recent past).
3
con fuerza y es considerada desde puntos de vista
plurales, tanto por arqueólogos como por antropólogos e historiadores. En parte, esto es así por una
implosión de estudios realizados al hilo de aquello
que se propone como “giro animal” (ing. animal
turn, fr. tournant animaliste), pero no únicamente.
La época actual, considerada postpositivista y
posthumanista, es una época de establecimiento
de nuevas sinergias entre las dos áreas de conocimiento, Arqueología y Antropología cultural. A
su vez, es una época en que la emergencia del capitalismo neoliberal, especialmente a partir de los
años 1980, ha tenido un impacto muy profundo
en las Ciencias Humanas y Sociales. En lo que
son, pero también en lo que pueden devenir en
un futuro que parece sombrío. En las perspectivas
teóricas desde las que se trabaja, pero también
en la propia práctica laboral. Es particularmente
interesante, en el contexto de intensa crisis actual,
el hecho de que el neoliberalismo se constituya
como objeto de investigación de las dos disciplinas, y que a la vez sea el marco en el que
tiene lugar la propia producción y la transmisión
del conocimiento arqueológico y antropológico
(Comaroff y Comaroff 2001; Bauman 2007; Hamilakis y Duke 2007).
Por otro lado, en ambas disciplinas, Arqueología y Antropología cultural, existen proyectos
epistemológicos y políticos que cuestionan intensamente las propuestas hegemónicas y dominantes. Ejemplos significativos son los de las Antropologías “del sur” y las Antropologías “segundas”
(Krotz 1997, 2015); las Antropologías “otras” y
de “otro modo” (del ing. otherwise) (Restrepo y
Escobar 2005); y las Antropologías “del mundo”
(Ribeiro y Escobar 2008), entre algunas otras,
como las Antropologías y Arqueologías “periféricas” y “decoloniales”.
3. DE “GIROS” E INFLUENCIAS MUTUAS
La Antropología es una de las ciencias sociales
que mayor influencia ejercen sobre las disciplinas
de conocimiento próximas a ella, particularmente
sobre la Arqueología. A su vez, es una de las
ciencias sociales más conectadas con la Filosofía,
un área disciplinar que ha nutrido hasta la fecha,
con diferente insistencia, buena parte de sus problemáticas y de sus lógicas.
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La Arqueología y la Antropología cultural: entrelazamientos pretéritos y presentes*
Desde la segunda mitad del siglo XIX, y a lo
largo del siglo XX y de lo que va del siglo XXI,
desde un punto de vista teórico, pero también con
una clara influencia sobre aspectos de la praxis,
sobresalen los aportes del evolucionismo (Morgan,
Tylor, Frazer), del difusionismo (Kroeber, Wissler,
Smith, Perry, Rivers) y particularismo histórico
(Boas), del funcionalismo (Malinowski, EvansPritchard), del estructuro-funcionalismo (Radcliffe-Brown, Leach, Firth, Fortes), del culturalismo
(Mead, Benedict), del marxismo y del neomarxismo (Meillassoux, Godelier, Terray, Rey, Bonte), de
la antropología dinámica (Bastide, Balandier), del
materialismo cultural (Harris, Sahlins) y la ecología cultural (Steward, White), del estructuralismo
(Lévi-Strauss, Bourdieu, Dumont, Needham, De
Heusch, Héritier), del interpretativismo-simbolismo (Schneider, Geertz, Douglas, Turner), del
feminismo (Irigaray, Butler, Braidotti, Haraway,
Kristeva, Strathern, Moore), del postcolonialismo,
del postestructuralismo y del posthumanismo.
En la última década se ha ampliado notablemente la reflexión teórica y epistemológica generada en conexión con aquello que se ha dado en
denominar el “giro ontológico” (ing. ontological
turn, fr. tournant ontologique) de la Antropología contemporánea y, en general, de las Ciencias
Sociales y de las Humanidades (Viveiros de Castro 2003; Henare et al. 2007; Alberti et al. 2011;
véanse, las múltiples reflexiones sobre el “giro”,
entre otros, en Course 2010; Laidlaw 2012; Pedersen 2012; Ramos 2012; Laidlaw y Heywood
2013; Woolgar y Lezaun 2013, 2015; Bessire y
Bond 2014; Vigh y Sausdal 2014; Kohn 2015; una
amplia reflexión en castellano sobre el “giro ontológico” en González Abrisketa y Carro-Ripalda
2016, y una revisión en profundidad en inglés en
la reciente monografía de Holbraad y Pedersen
2017). Tal y como trataré de explicar, la Arqueología, dada su íntima relación con la Antropología
cultural, no permanece al margen de tales reflexiones, ni de los debates de los que emergen actualmente nuevas maneras de pensar y de trabajar,
en particular de superar la oposición dicotómica
entre naturaleza y cultura y cualesquiera otros dualismos desde los que se trabajara en el pasado
(cuerpo/mente, sujeto/objeto, entre muchos otros).
En buena medida, este llamado giro ontológico
engloba reacciones acusadamente heterogéneas
frente al “giro lingüístico”, el “giro reflexivo o
interpretativo” y la Postmodernidad, y aunque en
215
cierta medida, y en algunos casos, se autopostule como ruptura, viene posibilitado (y generado)
por avances previos, anticipados, por ejemplo, en
las obras de Roy Wagner (1978, 1981), Donna J.
Haraway (1991, 2003, 2007) y Marilyn Strathern
(1988, 1991, 1995), que cuajan, con diferente entidad, y que dialogan, en diferente medida, con
los trabajos de investigadores como Bruno Latour
(Latour y Woolgar 1979; Latour 1987, 1988, 1991,
1996, 1999a, 1999b, 2005, 2012, 2013a, 2013b),
Philippe Descola (1992, 1996, 2005; Descola y
Pálsson 1996), Tim Ingold (2000, 2007, 2011,
2012, 2013; Ingold y Pálsson 2013), Eduardo
Viveiros de Castro (1998, 2003, 2009, 2011) y
Martin Holbraad (2012), entre otros y entre otras
de sus obras. También por la influencia que ejercen
las obras filosóficas de Martin Heidegger, Gilles
Deleuze, Félix Guattari y Alfred North Whitehead.
En cualquier caso, el grado de adhesión de estos y otros investigadores a las propuestas nodales
o nucleares del proyecto es muy variable. En torno a este proyecto, en caso de que fuera unívoco
y podamos hablar de él en singular, cosa harto
dudosa, surgen algunos otros proyectos concretos
interesantes, como la “etnografía multiespecífica”
de S. Eben Kirksey y Stefan Helmreich (2010),
y la “antropología de la vida” de Eduardo Kohn
(2013). Todos ellos contribuyen a consolidar la
crítica postestructuralista, postconstructivista y
posthumanista de la investigación antropológica.
En primera instancia, ponen de relieve que la historia de la disciplina antropológica se ha constituido
sobre una oposición, la distinción naturaleza/cultura, que estructura el mundo de la “modernidad”,
en particular el de la “modernidad occidental”, y
que constriñe decididamente la forma en que los
antropólogos comprendemos la diversidad de la
experiencia humana. Una de las principales contribuciones del giro ontológico se halla en la forma
en que intensifica o radicaliza ciertos potenciales
existentes previamente, pero que en buena parte
permanecían dormidos en el proyecto antropológico. También, como veremos, en el arqueológico.
En buena medida, el así llamado giro ontológico ha contribuido a “repoblar las Ciencias
Sociales” (Thiéry y Houdart 2011) o a “(re)
animar el mundo” (Blaser 2014), intensificando
la atención en los seres no-humanos, y situando
en su seno otros movimientos intelectuales desarrollados en el marco de las Ciencias Sociales y las Humanidades, como el llamado giro
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social (ing. social turn), el epistemológico (ing.
epistemological turn), el material (ing. material
turn), el animalista (ing. animal turn, fr. tournant
animaliste), y el giro (hacia lo) no-humano (ing.
non-human turn). Todos ellos forman parte de lo
que el arqueólogo Christopher Witmore (2015:
38) considera, no sin vis crítica, una “letanía” de
giros. Una crítica muy explícita se manifiesta en
los títulos de los trabajos de otros arqueólogos y
antropólogos, y por supuesto, en las reflexiones
que aportan, como en “One more turn and you´re
there” de James Laidlaw y Paolo Heywood (2013)
y en “Ontology, ‘hauntology’, and the ‘turn’ that
keeps anthropology turning” de Vassos Argyrou
(2017). En el ámbito de los estudios feministas
también han emergido voces críticas con la “inflación” de “giros”, que proponen analizar el tipo
de labor discursiva que está detrás del uso de la
metáfora del “giro”, y que proponen evaluar las
consecuencias epistemológicas y políticas de este
uso. A este respecto el editorial de Kathy Davis
(2015: 125-128) “The politics of the ‘turn’” en la
revista European Journal of Women´s Studies señala en qué medida es pernicioso que los “giros”
contribuyan a clasificar la producción de conocimiento en un “antes” y un “después”. Igualmente,
se han formulado críticas hacia la metáfora del
“giro” desde los estudios de ciencia y tecnología
(STS, ing. Science and Technology Studies), por
ejemplo, las de Bistra Vasileva (2015) en su artículo “Stuck with/in a “turn”: Can we metaphorize
better in Science and Technology Studies?”
La Arqueología de las últimas décadas también ha registrado un fuerte impacto de los que
el arqueólogo Christopher Witmore (2014) ha denominado “nuevos materialismos”, no marxistas o
neomarxistas, sino enraizados-en y enlazados-con
el “giro ontológico” y con otros nódulos teóricoepistemológicos. En este marco, algunos arqueólogos proponen que la Arqueología no es el estudio del pasado humano a través de los restos
materiales, sino una verdadera “disciplina de las
cosas” (Olsen et al. 2012), una suerte de ecología
material de las prácticas humanas y no-humanas.
Aquí resulta de gran influencia la publicación del
volumen Thinking through things (Henare et al.
2007), pero también la llamada “teoría del ensamblaje” (assemblage theory), vía Gilles Deleuze y
Félix Guattari (1980) y Manuel DeLanda (2006)
(Fowler 2013; Hamilakis 2013; Lucas 2012; Jones
y Alberti 2013). Una buena parte de los nuevos ma-
Araceli González Vázquez
terialismos están vinculados con la práctica de una
“arqueología simétrica”, definida bajo la influencia
de los planteamientos del sociólogo francés Bruno
Latour (Shanks 2007; Witmore 2007, Olsen 2012b;
Olsen y Witmore 2015; Preucel 2016).
Una serie de conceptos se sitúan como ejes de
trabajo. O la “cosa” o el “ensamblaje” devienen,
en estas orientaciones teóricas, conceptos centrales en la reflexión de los arqueólogos. No menos importante resulta el concepto de “agencia”
(Gell 1998). A través de la práctica arqueológica,
se procuraría explorar y reconocer el grado de
agencia de las materias y los materiales, de los
objetos/cosas/artefactos, y de los espacios/lugares/paisajes/entornos. Igualmente se constata una
influencia reciente del “nuevo realismo ontológico” (Gabriel 2015; Alberti 2016). Los nuevos
entrelazamientos y entrecruzamientos son explícitos en numerosos trabajos publicados en la última
década en el ámbito de la Arqueología, en trabajos
que, desde distintos planteamientos, sitúan en los
“objetos”, en las “cosas”, o en los “ensamblajes”,
su foco de interés (Webmoor y Witmore 2008;
Olsen 2003, 2010; Alberti 2014, Alberti y Marshall 2009, Marshall y Alberti 2014; Fowler 2013,
Fowler y Harris 2015). En muchos estudios que
emplean el concepto de “agencia” se deja sentir
con fuerza la influencia del “realismo agencial”
que plantea Karen Barad (2003, 2007).
La influencia de los STS (ing. Science and
Technology Studies) y de la OOO (ing. Object
Oriented Ontology) es notable. Hay, no obstante,
una diferencia fundamental entre esta última propuesta y las de arqueólogos como Bjørnar Olsen y
Christopher Witmore, más centradas en la idea de
materialidad, y no en la cuestión de la forma, que
es una cuestión que trata la OOO (Bryant 2011,
Bryant et al. 2011; Edgeworth 2016; Harman 2005,
2009), en parte por influencia del pensamiento del
filósofo francés Gilbert Simondon (1964), autor de
L´individu et sa génèse physico-biologique. En los
últimos dos años, Ian Hodder, icono de la Arqueología postprocesual, desarrolla además la idea del
entanglement (entrelazamiento), principalmente
frente a los postulados de la teoría del actor-red
(ing. actor-network theory, ANT) de Bruno Latour,
que permea los trabajos de Witmore (2007) y otros.
En su libro Entangled: an Archaeology of the relationships between humans and things, Hodder
(2012) asume las influencias de la antropóloga Marilyn Strathern y su énfasis en la relacionalidad
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La Arqueología y la Antropología cultural: entrelazamientos pretéritos y presentes*
del sociólogo Bruno Latour y del filósofo Pierre
Lemonnier. La obra es un ejemplo de la ausencia
de un paradigma sólido que sustituya a los previos,
al encontrarnos en un momento en el que se formulan propuestas que son suplementarias. Hodder
(2016) también profundiza en su conceptualización
del “entrelazamiento” en su mas reciente Studies
in human-thing entanglement, que refleja perfectamente la integración de enfoques de la Arqueología
y la Antropología cultural.
Las posiciones críticas también son interesantes. En una reflexión reciente, Severin Fowles
(2016) afirma que la expansión de la “teoría de
la cosa” (ing. thing theory, Brown 2001) no se
entiende sin la crítica postcolonial, y que a través de la primera los arqueólogos han explotado
las ventajas de “tratar a los objetos no-humanos
como sujetos cuasi-humanos”: según él, al modificar el foco del análisis, de la gente a las cosas,
se conserva la autoridad representacional de los
académicos occidentales en un momento en que
el cuestionamiento de esta autoridad es particularmente intenso. También crítico con estos planteamientos, Artur Ribeiro (2016) habla en fechas
recientes de “tiranía de la cosa”.
Aunque algunas propuestas del llamado giro
ontológico se formulen, explícitamente, como un
“retorno a las cosas”, y aunque el diálogo entre
arqueólogos y antropólogos sea fértil en su seno, la
diversidad impera y no intensifica de modo claro el
acercamiento entre ambas áreas de conocimiento.
De hecho, desde “el giro” en Arqueología, Olsen
(2012a) proclama un “retorno a la arqueología”, y
Witmore (2007) subraya que la fuerza de la disciplina descansa en lo que los propios arqueólogos
hacen. En los estudios sobre la cultura material
o la materialidad, se habla de un verdadero “retorno hacia las evidencias arqueológicas”, de un
regreso del empiricismo, o de un neoempiricismo
(Hillerdal y Siapkas 2015), pero también de un
regreso del realismo, o neorrealismo. En ámbitos
antropológicos, las propuestas neoempiricistas y
neorrealistas son evidentes en corrientes como, por
ejemplo, el realismo especulativo (ing. speculative
realism) (Bryant et al. 2011) o el nuevo realismo
ontológico (ing. new ontological realism).
Al interior de los “nuevos materialismos” se
define también la existencia de un “giro feminista”, patente sobre todo en la forma en que se
incorpora en Arqueología el “materialismo feminista” o los “feminismos material(es)/(istas)” de
217
las propuestas de Donna Haraway, Rosi Braidotti,
Elisabeth Grosz, Karen Barad y Claire Colebrook,
entre otras investigadoras.
La llamada Nueva Arqueología de los años 1960
y 1970 (Binford 1962; Clarke 1972; Binford y Binford 1968) (luego denominada “Arqueología procesual” o “Procesualismo”), surge como crítica del
paradigma histórico-cultural y de su positivismo,
que era la ortodoxia y la ortopraxis del momento.
Las reacciones frente a ella, que surgen con mayor brío a mediados de los 80, forman la trama y
urdimbre de lo que se ha dado en llamar Arqueología postprocesual (Hodder 1982a; Shanks 1992
y Shanks y Tilley 1987a, 1987). En este cul-de-sac
postprocesual se suelen inscribir los aportes estructuralistas y postestructuralistas (incluido el postestructuralismo marxista), marxistas y neomarxistas,
feministas, indigenistas y postcoloniales, marcados
por el constructivismo, por el relativismo científico,
y por el individualismo filosófico, así como por el
énfasis en la subjetividad y en la interpretación.
En las tres últimas décadas del siglo XX, esta
orientación se desarrolla dentro de lo que se denomina convencionalmente el “giro postmoderno”.
En Arqueología, la mayor parte de las corrientes a
las que engloba se constituyen como críticas de la
ortodoxia procesual de la Arqueología norteamericana y británica. Entre otros, destacan los aportes
de Ian Hodder (1982a, 1982b, 1982c, 2012, 2016,
entre otros trabajos), de Michael Shanks (1992),
de Christopher Tilley (1994, 1999), de ambos de
forma conjunta (Shanks y Tilley 1987a, 1987b), de
Robert W. Preucel (2006) y de Daniel Miller (1987,
1998, 2005), de una nómina de arqueólogos estructuralistas y neomarxistas, como Bruce Trigger
(1993, 1995), Matthew Spriggs (1984), Antonio
Gilman (1984), Robert Paynter (1988), y Randall H. McGuire (1992, 2009; McGuire y Paynter
1991), y feministas, como Margaret Conkey (2003;
Conkey y Spector 1984), Joan M. Gero (Gero et al.
1991), Janet Spector (1991) y Alison Wiley (1991).
La Arqueología postprocesual ha contribuido de
forma clara a que la Arqueología participe de las
posiciones teóricas compartidas por las Humanidades y las Ciencias Sociales, posicionándose como
hermenéutica y subrayando la pertinencia de un
conocimiento fenomenológico del pasado.
En Arqueología, resulta bastante evidente que
se está produciendo una intensa aproximación metodológica de la disciplina a las Ciencias Naturales
(Química, Física, Geología, Mineralogía, Zoología,
Trab. Prehist., 74, N.º 2, julio-diciembre 2017, pp. 211-224, ISSN: 0082-5638
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218
Botánica, entre otras), notable ya en un momento
anterior, el de la Nueva Arqueología de los 1960 y
1970, pero especialmente en el actual. A partir de
las innovaciones en las técnicas y las tecnologías
científicas de las últimas décadas, incorporadas de
forma creciente, las prácticas arqueológicas (también las etnográficas) y los métodos de investigación se han diversificado y han permitido notables
avances en el conocimiento factual, pero también
en el conocimiento problemático. En la Arqueología se han desarrollado enormemente algunas
subdisciplinas, como la Bioarqueología, y líneas
de investigación que incorporan de forma decidida
los métodos de trabajo de las Ciencias Naturales.
En el presente, los materiales arqueológicos se estudian a través de múltiples técnicas de análisis,
con un elevado grado de sofisticación. A su vez,
proliferan las reflexiones sobre el estado de las
disciplinas y sobre las teorías, como ejemplifican,
en Arqueología, los trabajos recientes de Alfredo
González-Ruibal (2008, 2013, 2014), Benjamin
Alberti y otros (2013), Ian Hodder (2012, 2016),
Bjørnar Olsen (2010, 2012a) y Christopher Witmore (2014), entre varios otros. Algunos estudiosos consideran que “se ha detenido” el desarrollo
de la teoría (Shennan 2004), que la teoría antropológica podría haber “muerto” (véase el título de
Bintliff y Pearce 2011), que nos encontramos en
una época “postparadigmática” (Knauft 2006) o
“post-teorética” (el término es de Siapkas y Hillerdal 2015, de su visión crítica de estos argumentos
sobre el estancamiento de lo teorético) o en una
época en la que no existe un paradigma explícito
(Criado-Boado 2016).
Visto desde el presente, parece claro que el
peso que ha adquirido el postprocesualismo dentro de la Arqueología ha servido para generar una
suerte de versión mainstream del hacer arqueológico y de las propuestas heurísticas. A este acontecer, Knauft (2006) le llama giro hacia “articulaciones postparadigmáticas”, aunque también hay
publicaciones recientes, como el reader editado
por Kristian Kristiansen, Ladislav Šmejda y Jan
Turek (2015), que debaten la pérdida y la recuperación del paradigma con menor escepticismo,
anunciando un reencuentro: “Paradigm found”.
Muy probablemente una recuperación de paradigma que se percibe ligada a la emergencia del “giro
ontológico”. En cualquier caso, tal y como ha
hecho recientemente Artur Ribeiro, cabe preguntarse si la Arqueología necesita de un constante
Araceli González Vázquez
cambio de paradigma, si en realidad, en fechas
recientes, ha tenido lugar cambio de paradigma
alguno (Ribeiro 2016: 149), y en qué medida se
está produciendo una suerte de fetichización de
lo nuevo y de lo innovador (Ribeiro 2016: 147).
Lo reflexivo, lo deconstructivo y lo crítico se
ha ido instalando en la academia (no en todas las
academias por igual, y de ello da especial cuenta
el status quo en España) y ha devenido “normal”.
Incluso se ha producido un cierto declive del debate teórico explícito, que algunas voces intentan
paliar. En cierto modo, lo que se establece en los
noventa es una suerte de consenso (un “pluralismo
consensual”, como lo ha definido Lucas 2016, o
un “nuevo pragmatismo”, como señalan Preucel y
Mrozowski 2010), a partir de la hibridación de los
aportes procesuales y postprocesuales más estimados, y tal y como señalaron Olsen et al. (2012),
una cierta “trivialización de la teoría”, que habría
perdido filo crítico o, en opinión de Kristiansen
(2004), una “brecha teórica” (ing. theoretical gap),
resultante de haber aceptado el desarrollo de enfoques epistemológicamente incompatibles, que
habrían hecho necesario revivir un debate teórico
durmiente. Esta brecha es, por ejemplo, la que
separa una arqueología evolucionista y una arqueología interpretativa, entre las que algunos arqueólogos, como Cochrane y Gardner (2011), proponen
un diálogo. De acuerdo con el historiador de la
arqueología Bruce G. Trigger (1989), la disciplina
viene marcada además por una dicotomía entre el
idealismo y el materialismo. Kristiansen (2004),
por el contrario, entiende que la dicotomía contrapone perspectivas orientadas al sujeto y a la agencia, frente a perspectivas orientadas a la ciencia.
En un artículo en el que se pregunta por el
futuro teórico de la Arqueología, Julian Thomas
(2015: 1287) estima que en las últimas décadas
se ha producido una aceleración del desarrollo
de la disciplina, resultado en su opinión de la
“asimilación del aparato conceptual de las ciencias naturales y humanas”, y que, a la vez, la
Arquelogía se encuentra plenamente implicada
en los debates filosóficos de las Humanidades.
En Antropología existe una clara intensificación
de la reflexión teórica, de notable impacto si se
piensa en la difusión que alcanza la revista Cultural Anthropology, que ha devenido de acceso
abierto (ing. open access), y que ha publicado en
fechas recientes números de corte teórico y crítico
de notable impacto, y la revista HAU, Journal
Trab. Prehist., 74, N.º 2, julio-diciembre 2017, pp. 211-224, ISSN: 0082-5638
doi: 10.3989/tp.2017.12191
La Arqueología y la Antropología cultural: entrelazamientos pretéritos y presentes*
of Ethnographic Theory, que supone un potente
revulsivo. Es una tendencia que se puede considerar plenamente abierta en 2008, en los debates
sobre la disciplina que se producen en el seno
del Group for Debates in Anthropological Theory
(GDAT) de Manchester, en particular alrededor de
las nociones de ontología y cultura (“Ontology is
just another word for culture”). La Antropología
cultural, que ha sido concebida tradicionalmente
como una ciencia social sincrónica, centrada en
grupos humanos concretos, y fundamentada en
el trabajo de campo etnográfico, experimenta en
las últimas décadas una notable reconfiguración.
En un momento profundamente autorreflexivo, el
del postmodernismo, los antropólogos se cuestionaron los modos de representación de la alteridad tradicionales. Varias monografías publicadas
desde el ámbito de la Arqueología inciden en la
idea de que se han superado marcos teóricos previos, como Archaeology beyond Postmodernity de
Andrew M. Martin (2013), o Archaeology after
interpretation de Benjamin Alberti y otros (2013).
Una de las principales preocupaciones del momento es la de escribir etnografías genuinas, lo
que genera una profunda renovación de la escritura y de la práctica etnográfica, que en ocasiones recibe el nombre de “nueva etnografía” (ing.
new ethnography). A la par que una renovación
en la escritura, se le otorga un mayor énfasis a
la pertinencia de la analogía etnográfica. Esto es
especialmente visible en algunos debates concretos, como el que emerge en torno a la noción y
cuestión del “animismo” (denominado, en algunas
instancias, “nuevo animismo”, ing. new animism)
(Bird-David 1999, Harvey 2005, Willerslev 2007,
2012). Del impacto de este debate en Arqueología
da cuenta el volumen editado por Benjamin Alberti y Tamara L. Bray (2009) “Animating archaeology: of subjects, objects and alternative ontologies”.
En la actualidad también parece existir un doble énfasis, en la teorización a partir de la etnografía (ing. ethnographic theory) y/o en el abandono de la etnografía (Ingold 2014). Igualmente
proliferan las antropologías y las arqueologías
de la diferencia, comprometidas con una mejor
comprensión de la multiplicidad de los mundos
humanos y no-humanos, algunas con una insistencia explícita en la noción de worldling. Ello haría
vigente, para el sentir actual, el dictum de Ruth
Benedict: The purpose of Anthropology is to make
the world safe for human differences. Es notoria
219
también la influencia del “perspectivismo”, tal y
como lo plantea Viveiros de Castro (1998) a partir
de sus estudios en la Amazonía.
4. CONCLUSIONES
A partir de las innovaciones en las técnicas y las
tecnologías científicas de las últimas décadas, incorporadas de forma creciente, las prácticas arqueológicas y también las etnográficas y antropológicas, los
métodos de investigación particularmente, se han
diversificado y han permitido notables avances en
el conocimiento factual. En la Arqueología se han
desarrollado subdisciplinas, como la Bioarqueología, por poner un ejemplo, y líneas de investigación
que incorporan de forma decidida los métodos de
trabajo de las Ciencias Naturales (físicas, biológicas, ambientales…). En Antropología cultural y
social, algunas áreas subdisciplinares o subáreas,
han alcanzado desarrollos muy notables, como la
antropología médica o de la salud y la antropología visual. Hay un resurgimiento de nuevos-viejos
temas, como la hospitalidad (Deleuze), la magia
(Malinowski, Mauss, Evans-Pritchard, Taussig, Kapferer, Luhrmann), y un largo etc.
En lo que se refiere a la evolución futura de las
dos áreas de conocimiento, Arqueología y Antropología cultural, es importante considerar el actual
contexto económico, social y político, de inicio en
2008, de crisis y de elevada incertidumbre sobre el
progreso, sobre la estabilidad de la investigación,
y sobre la estabilización laboral y profesional de
los individuos, colectivos e instituciones que investigan. Tanto la Arqueología como la Antropología
cultural son disciplinas de conocimiento cuyo desarrollo depende de las inversiones económicas,
principalmente estatales, pero también crecientemente privadas. Junto a los avances teóricos y
metodológicos, en particular por el desarrollo de
nuevas técnicas de análisis y por una ampliación
de los enfoques críticos y de su permeabilidad respecto de los debates teóricos de la Antropología, la
Arqueología experimenta un fuerte impacto de la
crisis económica: reducción de las inversiones en
investigación, y por tanto de los recursos con que
cuentan los investigadores y los equipos de investigación. Igualmente, en este contexto de creciente
constricción política, se ejerce una influencia determinante sobre aquello que se estudia, y sobre la
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forma en que se estudia, en muchos casos condicionando las agendas investigadoras. Lejos de resultar
plenamente constrictora, esta influencia está dando
lugar a una contestación muy fértil, haciendo que
las disciplinas centren su atención en cuestiones
relevantes para las agendas políticas del presente
y del futuro: la crisis ecológica, las dislocaciones
rurales y urbanas, las conexiones y desconexiones
globales, la desigualdad social y económica, las
etnografías y antropologías de los movimientos sociales de Oriente Próximo/Oriente Medio (“¿Primaveras árabes?”) y los conflictos violentos/bélicos
subsiguientes; los movimientos sociales en Europa
occidental (Indignados, Nuit debout…) y de los
Estados Unidos (Occupy); pero también del impacto de la austeridad, de la incertidumbre, y otros.
Buena parte de estos temas y otros se encuentran
en la agenda de los antropólogos por la influencia
que ejercen algunos filósofos postmarxistas en las
Ciencias Sociales y las Humanidades, como Antonio Negri, Alain Badiou, Slavoj Žižek, Ernesto
Laclau y Jacques Rancière. De particular interés
son los debates en torno a lo que se ha dado en
llamar el Antropoceno (Crutzen y Stoermer 2000).
En el presente de la Arqueología y la Antropología cultural puede hablarse de “arqueologías” y
de “antropologías”, haciendo referencia al grado en
que las dos disciplinas se han convertido en campos heterogéneos que albergan perspectivas muy
diversas. Una de las realidades del presente de la
Arqueología es, precisamente, la amplia aceptación
que genera la formulación de arqueologías “múltiples” o “plurales”, que pueden interpretarse como
síntoma de la diversificación, de la fragmentación
y de cierto eclecticismo, pero también del extraordinario pluralismo teórico-metodológico. Otra de
sus realidades es una suerte de hibridación teóricometodológica que se percibe de forma positiva. En
una reflexión reciente, Felipe Criado Boado (2016)
plantea que la arqueología precisamente requiere
de una amalgamación de humanidades y de ciencia, de narrativa y de conocimiento científico.
En el futuro de las dos disciplinas seguirán
siendo muy relevantes las innovaciones tecnológicas y técnicas, tanto para la producción del conocimiento, como para su transmisión y socialización.
En el presente, y también en el futuro inmediato,
la evolución de ambas se verá marcada por el
impacto de las nuevas formas de producción y
transmisión del conocimiento científico, con nuevas estrategias de comunicación y difusión, que
Araceli González Vázquez
pasan por una socialización del conocimiento más
eficiente y por el acceso abierto y gratuito. En
buena medida, la Arqueología y la Antropología
cultural se desarrollan principalmente en marcos
neoliberales y del capitalismo tardío. Si se produjeran tranformaciones sociopolíticas profundas,
las dos disciplinas experimentarían una profunda
transformación. Existe ya un proyecto descolonizador activo, que surge de las luchas contrahegemónicas de los profesionales del llamado
Tercer Mundo y de los colectivos minorizados
en Occidente, y de los diálogos y debates que
mantienen profesionales de todo el mundo. También de proyectos teóricos explícitos, como el de
Eduardo Viveiros de Castro (2009), expresado en
sus Métaphysiques cannibales, de una descolonización del pensamiento antropológico.
AGRADECIMIENTOS
Este artículo ha sido realizado gracias a un
contrato Juan de la Cierva-Incorporación que me
permitió trabajar, bajo la supervisión de Maribel
Fierro (ILC-CSIC), en el Instituto de Lenguas
y Culturas del Mediterráneo y Oriente Próximo
(ILC) del Centro de Ciencias Humanas y Sociales
(CCHS) del CSIC, en Madrid, entre los meses de
julio de 2016 y marzo de 2017. Quiero expresarle
a Maribel Fierro mi sincero agradecimiento por
su apoyo.
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