Dejarnos iluminar por la Pascua.

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Discipulado de la Palabra
La experiencia del Resucitado con el Evangelio de Juan
(Segunda semana de Pascua)
(Fotografía Elena Elisseeva, “Spring Yellow Forsythia”, 2014)
Bendito sea Dios que del regazo de nuestra Santa Madre la Iglesia
año tras año nos permite sumergirnos en el Santo Triduo Pascual.
Ahora, al salir de las santas aguas, experimentamos la vida nueva
que El nos ha comprado, pasando de las tinieblas a la Luz.
(Sheny de Góngora)
Segunda semana de Pascua
LUNES
Dejarnos iluminar por la Pascua (I):
La Vida Nueva se nos da en el Bautismo del Poder Creador de Dios
Juan 3, 1- 8
“El que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios”
Después de haber leído la semana pasada los siete encuentros con Jesús resucitado, en
las semanas siguientes, intentaremos comprender la vida nueva de los hombres nuevos y
resucitados por Cristo como la perfila el Evangelio de Juan en las lecturas que la liturgia
propone para el tiempo de la Pascua. Como veremos enseguida, se trata de una
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experiencia cuya base es sacramental: los sacramentos, empezando por el Bautismo,
infunden en nosotros la vida que brota de la Resurrección.
Pues sí, a partir de hoy y hasta la solemnidad de Pentecostés, en los días de semana
estaremos leyendo de manera continua el evangelio de Juan. Lo haremos en el siguiente
orden:
(1) El diálogo nocturno de Jesús con Nicodemo (Juan 3; excepto los versículos 22-30)
sobre el “Bautismo”. Primer sacramento pascual.
(2) El relato de la multiplicación de los panes y la catequesis sobre el “Pan de Vida”
(Juan 6). Segundo sacramento pascual.
(3) Algunos pasajes de la alegoría del “Buen Pastor” (Juan 10).
(4) El discurso de despedida de Jesús a sus discípulos (o “Testamento de Jesús”; Juan
14-16).
(5) La oración sacerdotal de Jesús (Juan 17).
(6) El final del evangelio de Juan, con la última aparición de Jesús (Juan 21).
El evangelio de Juan nos describe con cierta amplitud y con profundidad el encuentro
de Jesús con diversas personas. Aquí tenemos el encuentro con un dirigente del grupo
judío. Comenzamos, pues, con el encuentro de Jesús con Nicodemo.
Vamos a ver en Nicodemo el QUIÉN, el QUÉ y el CÓMO de una propuesta de
renovación de vida con el poder de la Pascua y la efusión del Espíritu Santo.
1. “Había un hombre llamado Nicodemo...”: ¿Quién es Nicodemo?
(1) Un hombre de gran prestancia
A Nicodemo inicialmente se le describe como (1) fariseo y (2) magistrado judío; pero
más adelante se dice también que es (3) maestro en Israel (cfr. v.10) y (4) miembro del
Sanedrín (cfr. 7,45.50), que es la más alta instancia de autoridad judía.
(2) Un discípulo escondido que saldrá a la luz en la Pascua de Jesús
Nicodemo es un hombre scondido. Además de lo anterior, Nicodemo es presentado
como un discípulo nocturno de Jesús: “Fue éste donde Jesús de noche...” (v.2ª). Este
comportamiento parece deberse a la cautela frente a Jesús y al temor de ser reconocido
como discípulo, lo cual le puede costar la expulsión del Sanedrín e incluso del judaísmo
(ver 9,22; ver 19,38-39, donde aparece asociado con José de Arimatea).
Nicodemo es un hombre valiente. Hay que notar que, precisamente después de la muerte
de Jesús que discípulos escondidos como éste saldrán a la luz pública, mientras que los
más conocidos se esconderán (ver 20,19). Justo en el acontecimiento pascual, al evocar
este primer encuentro con Jesús (ver 19,39), se deja entender que el sentido de ocurrido
en la Cruz ya estaba anunciado en la conversación de aquella noche.
(3) Uno que ha entendido la obra de Jesús
Llama la atención que Nicodemo no considera contraria a su alta dignidad el ir donde
aquel galileo. No le pide ningún signo particular de su mesianismo sino que se presenta
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ya con la actitud de un creyente. Él está conmovido profundamente por sus obras de
poder: “Porque nadie puede realizar las señales que tú realizas si Dios no está con él”
(v.2c). Como puede verse, interpreta su verdadero significado: las acciones de Jesús no
son únicamente una ayuda para las personas que están en necesidad, sino que son una
demostración de que el mismo Dios está con él. Nicodemo reconoce que el Dios que el
confiesa como su Dios, está detrás de todo lo que Jesús hace.
De esta observación e correcta interpretación de las obras de Jesús, Nicodemo deduce la
autoridad de Jesús como Maestro: “Sabemos que has venido de parte de Dios como
Maestro” (v.2b).
Como acostumbra hacerlo el evangelista Juan, a quien le gusta dramatizar y presentar
personajes como símbolos de un grupo entero, el Nicodemo que dialoga con Jesús por
la noche representa y simboliza a todos los jerosolimitanos que muestran alguna
simpatía por el joven rabí galilea, pero que a ante la prueba de los hechos de muestran
incrédulos y rechazan al revelador del amor supremo de Dios, prefiriendo las tinieblas
de la incredulidad (Jn 2,23-3,21).
2. “Ver el Reino de Dios... Entrar en el Reino de Dios...”: El tema del diálogo con
Jesús
La respuesta de Jesús muestra cómo Jesús es quien realmente pone el tema de la
conversación (se comporta como un verdadero Maestro): “En verdad, te digo: el que no
nazca de lo alto no puede ver el Reino de Dios” v.3).
Jesús responde sobre una pregunta que no le ha sido planteada, pero que es de decisiva
importancia: “¿Qué se necesita para entrar en el Reino de Dios?”. Jesús pone la mirada
en lo central: Dios está a punto –por medio del ministerio del Mesías- de desplegar
definitivamente su potencia misericordiosa. Para poder gozar plenamente de la eficacia
de esta bendición hay que conocer las condiciones y hacer el itinerario: “Nacer de lo
alto”.
Tengamos presente que en el Evangelio de Juan no es común el tema del “Reino de
Dios” (de hecho, esta expresión sólo aparece aquí y en el v.5) sino más bien el tema de
la “Vida”: sólo el poder de Dios puede darnos la vida eterna, o sea, la vida que no pasa
y que es la única verdadera y efectiva vida (lo veremos en los próximos días: Juan
3,15.16.36).
3. “Nacer de lo alto...”: El camino para entrar en la Vida
Hay que nacer “de lo alto” (v.3), es decir, que para tomar parte en el Reino de Dios se
necesita un nuevo nacimiento, un comienzo completamente nuevo. La vida eterna, que
es la vida divina, se recibe ya desde aquí mediante un gesto creador de Dios en el
creyente.
Con esto Jesús enseña que la vida presente no puede transformarse simplemente en vida
en el Reino de Dios (en el ámbito de poder de la vida plena e inagotable de Dios), sino
que para obtenerla, se necesita una nueva existencia.
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Nicodemo queda estremecido ante la propuesta (v.7: “No te asombres de que haya
dicho: Tenéis que nacer de lo alto”). A pesar de que ha reconocido en Jesús un poder
divino a través de sus signos (“Nadie puede”), se confunde inicialmente ante la
radicalidad del camino que el Maestro le acaba de proponer (“No puede ver el Reino de
Dios”). Él no niega la necesidad de este nuevo nacimiento, pero no consigue imaginarse
cómo pueda ocurrir: “¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo? ¿Puede acaso entrar
otra vez...?” (v.4; nótese la repetición continua del verbo “poder”).
Jesús entonces le ayuda a comprender: el nuevo nacimiento se realiza a partir del agua y
del Espíritu Santo (v.5). El ser humano no puede concederse este nuevo comienzo por
sus propios medios porque las realidades del Espíritu sólo pueden provenir del don del
Espíritu (“lo nacido de la carne es carne; lo nacido del Espíritu es espíritu”, v.6; ver
Juan 1,12-13). Por tanto, es por medio del poder creador de Dios, el Espíritu Santo
recibido en el Bautismo, que se logra este nuevo punto de partida en la vida y en el
camino hacia la plena vida.
Con nuestras obras no conseguimos realizar el Reino de Dios, ni mucho menos
alcanzamos los presupuestos para “entrar” en él (sentido del v.6). Se trata de la acción
del Espíritu, lleno de poder, el cual obra de forma misteriosa (sentido del v.8). A
nosotros nos corresponde mostrar nuestra mejor disposición, reconocer nuestra
incapacidad, nuestra pobreza y abrirnos a su acción con profunda gratitud
Para cultivar la semilla de la Palabra en la vida:
1. ¿Qué me dice el comportamiento de Jesús frente al asombrado Nicodemo?
2. El ideal máximo de todo ser humano es “¡Vivir!”. ¿Sueño con una vida que vaya más
allá de la presente y que comience desde el presente? ¿Cómo acojo lo que Jesús me dice
al respecto?
3. ¿Reconozco que el nuevo nacimiento es un don? ¿Qué se requiere para recibirlo?
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Segunda Semana de Pascua
MARTES
Dejarnos iluminar por la Pascua (II):
Bajo el influjo vivificante del Crucificado Exaltado
Juan 3, 7b- 15
“Tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga por él vida
eterna”
Continuando nuestra lectura del diálogo de Jesús con Nicodemo, notamos cómo Jesús
pone de relieve el carácter misterioso de la realización del nuevo nacimiento “por el
agua y el Espíritu Santo”.
Su obra va más allá de una plena intelección humana. La imagen del viento, también
figura del Espíritu (“ruah”), pone de presente lo inaferrable que es en categorías
humanas: “El viento sopla donde quiere y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni
a dónde va” (v.8a). Esta plena libertad, docilidad y apertura hacia el futuro es la gran
característica del hombre nuevo: “Así es todo el que nace del Espíritu” (v.8b).
La última expresión de Jesús nos invita a dejarnos asombrar, y no simplemente extrañar,
por la obra de Dios. La frase inspirada en Eclesiastés 11,5 (“Como no sabes cómo viene
el espíritu a los huesos en el vientre de la mujer en cinta, así tampoco sabes la obra de
Dios que todo lo hace”), nos señala cuál es la actitud que nos corresponde: la gratitud a
Dios por su obra en nosotros y la humildad y el abandono total en él para que la lleve a
plenitud.
La nueva pregunta de Nicodemo no obtiene respuesta. Al comienzo él había reconocido
a Jesús como Maestro venido de Dios (v.2). Ahora Jesús exige ser reconocido
verdaderamente su autoridad y que se acepte su testimonio. No da ninguna otra razón
para sostener sus afirmaciones, sino la calidad de su testimonio (v.11). Él ha bajado del
cielo: sabe porque es testigo ocular (v12). Conoce las cosas de Dios. Por lo tanto hay
que confiar en su palabra.
Del diálogo de Jesús con Nicodemo aprendemos que:
(1) Para poder participar del Reino de Dios es necesario un comienzo completamente
nuevo.
(2) No podemos darnos a nosotros mismos este inicio de una nueva vida, que nos es
dado en Bautismo del poder creador de Dios.
(3) En este nuevo comienzo no somos pasivos: éste exige por parte nuestra la fe en el
Hijo de Dios.
Pero ni siquiera la fe es algo de orden humano. Jesús muestra que la fe se fundamenta
en la prueba de amor que Dios nos ha dado enviando a su Hijo. El nuevo nacimiento de
Dios y la fe en el Hijo de Dios nos conducen al sentido y a la plenitud de nuestro ser, a
la verdadera vida que no pasa. Si este nacimiento y esta fe arruinamos nuestra vida.
¿Cómo evitar un fin absurdo, una muerte sin sentido y miserable?
¿Cómo mantener y asegurar nuestra vida?
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Israel se hacía estas preguntas cuando, en el camino del desierto, fue amenazado por
serpientes venenosas (Números 21,4-9). Entonces Dios vino en auxilio de su pueblo. Le
encargó a Moisés que construyera una serpiente de bronce y la suspendiera en un palo.
Quien era mordido por la serpiente y miraba la serpiente de bronce seguía con vida.
Así se aclara el significado del Hijo del hombre exaltado sobre la Cruz: el crucificado es
símbolo de salvación, fuente de vida (3,4-5). No hay que apartar la mirada de Él y
tratar de olvidarlo. Más bien debemos levantar nuestra mirada hacia él y reconocerlo
como nuestro salvador. No hay otro camino para la vida, ni otra posibilidad de superar
la muerte si no es en Él.
En conclusión, la unión con Jesús da la vida. Y esta unión la obtenemos creyente en Él,
que es el Crucificado, abandonándonos y confiando completamente en él. Confiando en
el Crucificado, reconocemos el amor desmesurado de Dios y nos encontramos la esfera
de acción de su potencia vivificante.
Para cultivar la semilla de la Palabra en el corazón:
1. ¿Por qué se utiliza aquí la imagen del viento? ¿Qué indica?
2. ¿Qué tipo de Maestro es Jesús? ¿De dónde proviene su enseñanza?
3. ¿De dónde se saca la imagen de la serpiente colgada en un palo? ¿Qué relación tiene
con la crucifixión de Jesús? ¿Qué efecto tiene?
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Segunda Semana de Pascua
MIÉRCOLES
Dejarnos iluminar por la Pascua (III):
Ante la luminosa revelación del amor de Dios en el Crucificado
Juan 3, 16-21
“Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no
perezca, sino que tenga vida eterna”
El diálogo de Jesús con Nicodemo da un giro importante: la contemplación del amor de
Dios en la Cruz del Hijo. Se afirma claramente que detrás del Crucificado está el
mismísimo Dios, que este Dios lo la ofrecido y enviado por amor a la humanidad entera,
preocupándose por su salvación.
La Cruz de Jesús es, desde un punto de vista externo, un signo de cómo Él fue
despojado de todo poder, de cómo Dios lo había abandonado y de cómo la crueldad
humana había triunfado sobre sus reivindicaciones y sobre sus obras. Pero en la Pascua
queda claro que el Crucificado fue el enviado de Dios y en él estableció cuáles eran sus
caminos de salvación.
Entonces la Cruz permanece como símbolo del amor de Dios sin medida. Ella
demuestra cuán lejos es capaz de ir Dios y cuán lejos es capaz de ir Jesús al jugársela
toda por la humanidad.
En el Crucificado Dios responde a nuestros interrogantes: ¿Será que Dios me ama? ¿A
Dios le interesa mi destino? ¿Fuimos creados pero luego abandonados a la
impasibilidad de las leyes de la naturaleza y al mezquino juego de poder humano?
El Crucificado nos dice que Dios ama al mundo y quiere su salvación. Su amor tiene
una intensidad y una medida tal, que si fuera posible, se debería decir: “Dios ama al
mundo, a nosotros, más que a su propio Hijo”. Dios no ha abandonado al mundo. Antes
bien, se compromete de tal forma que es capaz de desprenderse de lo más querido y dar
a su propio Hijo como don. Y todavía más, lo expone a los peligros de esta misión, que
caiga en mano de los malhechores, que sea víctima de su ceguera y crueldad, que sea
crucificado.
¡Tanto valemos nosotros a los ojos de Dios!
Lo que Dios quiere es que nuestra vida no se arruine y que alcancemos la plenitud de
nuestra vida. Para ello nos da a su Hijo.
Después de la creación (Jn 1,2), de la Ley (Juan 1,17) junto con los profetas y tantas
otras formas de su solicitud por nosotros, el Hijo es la última palabra y el don más
valioso que Dios le ha hecho a la humanidad. En el Hijo, Dios se ocupa personalmente
de nosotros, nos abre el camino de la salvación y nos atrae hacia la comunión con él y
hacia la vida eterna.
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Pero Dios no busca nuestra salvación sin contar con nosotros, ni tampoco en contra de
nuestra voluntad. Se requiere que nos abramos a su amor increíble y que creamos en su
Hijo crucificado.
Sólo si reconocemos que el Crucificado es el único y predilecto Hijo de Dios, la
potencia de este amor de Dios puede invadirnos y obrar eficazmente dentro de nosotros.
Nuestra vida, entonces, resplandece bajo su luz y su calor. Nuestra vida depende de
nuestra fe.
¿Cómo acoger la luz resplandeciente de este amor para llenarnos de su fuerza donadora
de vida?
A ello se opone el extraño fenómeno según el cual los hombres prefieren más las
tinieblas a la luz (3,19). Hay razones para huir de esta luz y para buscar la sombra de las
tinieblas, razones que residen en el comportamiento humano.
Quien hace el mal evita instintivamente la luz. Quien hace el bien afronta la luz y no la
evita, porque no tiene nada que esconder.
Nuestro actuar concreto tiene una gran relación con nuestra fe:
(1) Es “bueno” lo que hacemos según Dios (3,21), escuchándolo, buscando
sinceramente poner en práctica su voluntad.
(2) Es “malo” cuando no actuamos según estos criterios, cuando no buscamos a Dios,
sino que perseguimos en egoística autoafirmación nuestros planes y nuestros deseos,
aún contra la voluntad de Dios (3,20).
Quien se busca solamente a sí mismo, se cierra a Dios y corre el peligro de permanecer
cerrado ante la luminosa revelación de su amor.
Si no se toma en serio la voluntad de Dios, ¿cómo se va a creer en su amor? Este amor
lo alejaría de su propio egoísmo y le haría sentir todavía más su propia dependencia de
Dios. Quien busca siempre la comunión de Dios a través de las obras, está abierto a la
luz de su amor.
Por lo tanto, Jesús, el Crucificado, no es un pensamiento o una teoría, una hipótesis o
una fantasía, sino una auténtica realidad histórica. ¡Tan real es el amor de Dios!
Para cultivar la semilla de la Palabra en el corazón:
1. ¿Me hago alguna idea del amor de Dios sin medida? ¿Para mí ese amor es decisivo?
2. ¿Me doy cuenta de que en el mensaje de Jesús todo se fundamenta en Dios y en la fe?
3. ¿Quién puede declararse sostenido por el amor de Dios y por su voluntad de
salvación?
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Segunda Semana de Pascua
JUEVES
Dejarnos iluminar por la Pascua: El Espíritu dado sin medida
Juan 3, 31-36
“El que cree en el Hijo tiene vida eterna”
El texto de hoy nos habla de la validez y de la autoridad que tiene la enseñanza que
Jesús le ha dado a Nicodemo. Se trata por lo tanto de una invitación a la obediencia a
las Palabras de Jesús: ¡Cree en el Hijo para que tengas la vida eterna! (3,36).
La autoridad de Jesús para hablar de Dios se fundamenta en tres realidades:
(1) Viene del cielo: “El que viene de arriba está por encima de todos” (3,31). Jesús
procede de la comunión eterna en el seno del Padre y ha venido al mundo para
“contarnos” lo que ha vivido en esa amorosa intimidad (ver 1,18).
Por esta razón es un testigo directo de lo que enseña. Él no es como los demás maestros
de la tierra que transmiten lo que a su vez han recibido por medios escolares. Por venir
del cielo, Jesús “da testimonio de lo que ha visto y oído” (3,32).
(2) Dios lo ha autenticado con la unción del Espíritu Santo: “El que acepta su
testimonio certifica que Dios es veraz; porque aquel a quien Dios ha enviado habla
las palabras de Dios, porque da el Espíritu sin medida” (Juan 3,33-34; ver igualmente
1,33-34).
(3) Dios colocó en su Hijo esta responsabilidad: “El Padre ama al Hijo y ha puesto
todo en su mano” (3,35).
Detrás del amor del Padre al Hijo, está también el amor a la humanidad.
Por lo tanto hay que aceptar el mensaje-testimonio de Jesús. No hay excusas para no
hacerlo. La enseñanza de Jesús tiene validez, una validez que –por lo demás- se constata
en su eficacia: “El que acepta su testimonio certifica que Dios es veraz” (3,33).
Jesús es la “verdad” encarnada de Dios (término que en Juan traduce el hebreo “emet”,
que describe la fidelidad de Dios con su pueblo).
La responsabilidad del hombre es grande: aceptar a Jesús es entrar enseguida en las
relaciones con Dios que le llevan a la participación plena de su vida. No hacer esto es
auto-juzgarse y excluirse de la vida.
Para cultivar la semilla de la Palabra en el corazón:
1. Jesús es revelador. ¿De qué?
2. ¿En qué se basa la autoridad de Jesús?
3. ¿A qué hace referencia la inmensa generosidad de Jesús, quien “da el Espíritu sin
medida”?
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Comentario al icono del descenso de Cristo a los infiernos:
“Cristo Resucitado, resplandeciente de luz, imagen del Dios invisible en su
Humanidad transfigurada, penetra en nuestras profundidades tenebrosas y
arranca al hombre y a la mujer de la tumba en la que la muerte los tenía
prisioneros. Aquí se expresa todo el dinamismo de nuestra vida nueva:
‘Conocerlo a Él y el poder de su Resurrección’ (Filipenses 3,10), consiste en
este movimiento, en el cual Cristo baja a nuestras profundidades para hacernos
volver a la luz de la vida. Es el mismo movimiento del Bautismo, un bajar y un
subir (cfr.Romanos 6,3-4), con todo el realismo espiritual que el poder del
Espíritu actuará cada día en nuestra vida personal. Nuestra participación
actual en la Resurrección de Cristo consiste en este bajar a los infiernos, es
decir, a nuestras profundidades para hacer pasar todo a la luz” (I. Hazim).
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Segunda Semana de Pascua
VIERNES
Pan de Vida (I):
El signo del pan en abundancia
Juan 6, 1- 15
“Llenaron doce canastos con los trozos de los cinco panes de cebada que sobraron”
Jesús resucitado nos comunica su vida en el Bautismo, pero también en la Eucaristía. Es
por esta razón que ahora comenzamos a leer el capítulo 6 de Juan.
El sexto capítulo del evangelio de Juan tiene un desarrollo lineal que vale la pena
observar desde ya: comienza con el signo de la multiplicación de los panes y los peces
(6,1-15), narra enseguida la travesía nocturna de lago -en medio de una tempestad- por
parte de los discípulos (6,16-21), se prolonga luego en el discurso del “Pan de Vida”
que clarifica el sentido del signo (6,22-59), y a éste se responde con la decisión de
“dejar” (6,66) o de “seguir” (6,68-69) a Jesús.
Entre el comienzo y el final de este capítulo, notamos un fuerte contraste. Al comienzo
el número de los seguidores de Jesús alcanza su número más alto (5000 hombres; ver
6,10). Después del discurso de Pan Vivo bajado del Cielo, quedan solamente Doce
como seguidores de Jesús (6,67). Con esto aprendemos que el criterio que determina la
acción de Jesús no es el proselitismo, sino ante todo y en primer lugar la misión que
Dios Padre le asignó, sin hacer concesiones a las expectativas populares.
Es así como el relato de la multiplicación de los panes, el relato introductorio de la
catequesis sobre el “Pan Vivo bajado del Cielo, es una catequesis que pedirá al final una
clara opción por Jesús. Es, por lo tanto, la puerta de entrada de un itinerario de
purificación-maduración de la fe.
Para apropiarnos mejor de su rico contenido, invitamos a observar atentamente el
desarrollo de la acción en el texto:
(1) La introducción (vv.1-4). Aparecen los personajes: Jesús, sentado en una montaña;
los discípulos que rodean a Jesús; y una gran muchedumbre que se aproxima a ellos. Se
agrega, además, que “estaba próxima la Pascua”. El hecho de que la multiplicación de
los panes se sitúe en este contexto festivo de vida y libertad, señala la ruta por la cual
hay que comprender el signo que va a realizarse: el don pascual de la vida de Jesús en la
Cruz.
(2) El diálogo de Jesús con los discípulos (vv.5-9). A la pregunta de Jesús sobre
“dónde” comprar panes para alimentar a la multitud que se aproxima, se dan dos
respuestas. Primero la de Felipe, quien ve la intención de Jesús como absurda. Luego la
de Andrés que a pesar de confesar la incapacidad, le presenta a Jesús un muchacho
portador de cinco panes y dos peces. Al final resulta que los panes no son comprados
sino dados.
(3) Jesús sirve la mesa (vv.10-11). Lo poco que se coloca en manos de Jesús se
multiplica. Notemos tres acciones claves de Jesús: (a) manda que la gente se siente
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(Jesús organiza porque la idea de fondo es el de formar comunidad); (b) ora al Padre; y
(c) reparte los panes y los peces, esto es, sirve la mesa.
(4) Jesús manda recoger las sobras (vv.12-13). El núcleo del relato está aquí. La gente
quedó satisfecha. La “abundancia” de pan es expresión de la generosidad de Dios y de
la plenitud hacia la cual quiere conducir a cada ser humano. Hay pan para los presentes
y también para los ausentes, no hay exclusión ni marginación ni desperdicio (“que nada
se pierda”).
(5) Las Reacciones de la multitud y de Jesús (vv.14-15). El milagro supera todas las
expectativas. Se hace un primer reconocimiento del significado del acontecimiento
proclamando a Jesús como “el profeta que iba a venir al mundo” (ver Dt 18,15-19), un
profeta como Moisés (que da pan-maná en el desierto). Pero Jesús se da cuenta que lo
quieren hacer rey a la fuerza y huye. Jesús no se deja imponer ninguna etiqueta que lo
encasille a las pretensiones populares sacrificando el sentido de su misión. La gente no
ha entendido plenamente el signo. El relato termina con la fuga de Jesús.
En el centro de este acontecimiento el evangelista insiste en colocar la persona de Jesús.
Con la multiplicación de panes y peces demuestra que todo comienza en él y proviene
de él, que tiene capacidad para darle pan-vida a todos y en abundancia:
(1) Todo comienza en Jesús. Jesús actúa por sí mismo, sin necesidad de que le den
órdenes, él obra según el encargo que le dio su Padre. Notemos cómo cada paso que se
da en el relato está previsto y decidido por Jesús. Todo es una expresión de su misión.
(2) Todo proviene de Jesús. Aún cuando los discípulos hubieran comprado pan, no
habría habido suficiente para todos. Los cinco panes y dos peces del joven, tampoco son
suficientes. El pan abundante, en última instancia, proviene de Jesús.
(3) Donde está Jesús hay abundancia. La capacidad de ayudar, propia de Jesús, no
está limitada a unas cuantas personas o a pequeños grupos. No hay límites para su
poder. Su poder para dar vida y lo hace sin exclusiones: hay suficiente para todos.
Para cultivar la semilla de la Palabra en el corazón:
1. ¿Por qué Jesús multiplica los panes y los peces? ¿Qué quiere enseñar con ello?
2. ¿Cómo vivimos hoy en la comunidad, en la familia, en la parroquia, en la pastoral, el
desafío que Jesús le puso a Felipe? ¿También nosotros hoy podemos multiplicar panes?
3. ¿Cómo entender el gesto del “joven” que ofrece sus panes y peces? ¿Por qué su gesto
es un signo pascual? ¿Qué le dice este gesto a la sociedad neoliberal, competitiva y
marginadora? ¿Desde dónde se construye una comunidad fraterna y solidaria?
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Segunda Semana de Pascua
SÁBADO
Pan de Vida (II):
El paso del mar en medio de la noche oscura
Juan 6, 16-21
“Soy yo. No temáis”
Después de la multiplicación de los panes, ante la presión de la multitud que
“intentaban venir a tomarle por la fuerza para hacerle rey”, Jesús “huyó” (6,15). La
gente no había comprendido el signo (ver 6,62). Pero parece que los discípulos
tampoco. Por eso se narra una escena que describe la confusión de los discípulos: son
incapaces de reconocer a Jesús que camina sobre el mar.
En el momento cumbre en la noche oscura, en medio del mar agitado, vemos a Jesús
quien por medio de la revelación de su identidad domina la tempestad, las tinieblas y el
miedo de los discípulos.
En este breve pasaje encontramos muchos detalles dicientes que aparecen uno tras otro.
Pongamos atención al texto:
(1) La dirección que toma el viaje en la barca, Cafarnaúm (6,17a), es diciente: prepara
el terreno en el cual se va pronunciar el largo discurso sobre el “Pan de Vida” (6,69:
Sinagoga de Cafarnaúm).
(2) El manto de tinieblas que desciende desde el comienzo, reforzado con la
constatación de la ausencia de Jesús (6,17b), no remite a la frase: “Yo soy la luz del
mundo, quien me siga no caminará en oscuridad” (8,12). Sin Jesús hay
desorientación.
(3) Al faltar la luz, las olas se precipitan sobre la barca (6,18).
(4) Amenazada por la tempestad, la barca se detiene a mitad de camino, en aguas
profundas, a unos cinco kilómetros de la orilla (6,19a). Están en el lugar más terrible.
(5) Los discípulos tienen miedo cuando ven a Jesús caminando sobre el agua
acercándose hacia ellos (6,19b). ¿Es comprensible este “miedo”?
(6) Jesús revela su identidad a los discípulos con la expresión “Yo soy”. Su revelación
infunde confianza: “No temáis” (6,20).
(7) Fue suficiente la palabra reveladora de Jesús para ser salvados de la situación, ni
siquiera alcanzan a recogerlo en la barca: “enseguida la barca tocó tierra en el lugar a
donde se dirigían” (6,21).
Como podemos notar, a diferencia de los paralelos en los otros evangelios (Mateo y
Marcos), este relato se centra ante todo en la persona de Jesús. La revelación de su
identidad es la clave de la victoria sobre el mal que amenaza la vida de los discípulos.
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Nos encontramos con el tema del éxodo: el paso del mar con plena seguridad. Como en
la primera pascua, las grandes acciones reveladoras tratan de desvelar un misterio:
“¿Quién como tú, Yahveh?” (Éxodo 15,11). Aquí Jesús, quien ayuda a los discípulos a
pasar ilesos el mar, también revela su identidad. Y es el Nombre Santo de Dios quien lo
revela.
Jesús es mucho más que un rey terreno (6,15) que vence el hambre y la opresión. Él fue
enviado por el Padre con plenos poderes, vino para que todos tengan vida (ver 10,10), y
hay que descubrir el gran horizonte de su obra en el mundo. Esto está relacionado con la
comprensión del verdadero sentido de su persona: no sólo hay que ver el pan
multiplicado, también hay que comprender al dador del pan.
Y para ello, como sucede en este relato en el cual se revela mediante su palabra que dice
“Yo soy”, hay que escuchar la enseñanza que viene a continuación donde se dará el
paso del signo del pan multiplicado a la gran revelación: “Yo soy el pan vivo... que da
vida” (6,34.41) . Sólo la escucha de la Palabra de Jesús permitirá enfrentar con plena
confianza las tempestades de la vida y llegar a la otra orilla.
Para cultivar la semilla de la Palabra en el corazón:
1. ¿Qué relación tiene el pasaje de hoy con la multiplicación de los panes y con el
discurso que viene?
2. ¿Cuáles son mis temores, desalientos e inseguridades? ¿Qué nuevas tempestades se
abaten sobre la barca de la Iglesia en estos nuevos tiempos? ¿Qué puede sacar a los
discípulos del peligro?
3. ¿Qué hago para cultivar hábitos de escucha orante de la Palabra que me permitan
descubrir con más claridad el rostro de Jesús y su presencia vivificadora en mi vida?
“Reina del cielo, alégrate, aleluya,
porque Cristo,
a quien llevaste en tu seno, aleluya,
ha resucitado, según su palabra, aleluya.
Ruega al Señor por nosotros, aleluya”
P. Fidel Oñoro
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