El linaje de los Barba y el Señorío de Villavicencio en el siglo XV Los años que transcurren desde el final del XIV hasta bien avanzado el XV suponen para Villavicencio un verdadero cambio en su dependencia señorial. El pueblo seguía eligiendo a su señor, pero en estos cincuenta años de la primera parte del XV luchará por abandonar a los “malos señores”, los Barba de Campos, y buscará otra dependencia señorial, primero con el Monasterio de Sahagún y, finalmente, terminará formando parte del territorio de los Enríquez, los Almirantes de Castilla, con cabecera en Medina de Rioseco. Todo el proceso está ligado a la figura del infante Fernando de Antequera, regente de Castilla y más tarde, desde 1412, rey de Aragón como Fernando I. Los Barba pertenecían a la nobleza que medró a la sombra del Infante Fernando. Mientras el Infante atacaba la frontera del reino de Granada, sus hombres, los Barba desde Villavicencio o Pedro Fernández Cabeza de Vaca desde Villalón, controlaban sus posesiones en Campos. Fernando también contaba con poderosos aliados como su tío Alfonso Enríquez, Almirante de Castilla, o Sancho de Rojas, que fue primero obispo de Palencia y, años más tarde, arzobispo de Toledo y primado de las Españas. De estos señores de Villavicencio en el siglo XV vamos a fijarnos en Ruy Barba “El Joven”, en su hijo Pedro Barba de Campos y en su nieto Pedro Barba “El Mozo”. De Ruy Barba “El Joven” ya hemos tratado en otra ocasión al hablar de los estragos que causó en la villa y de cómo maltrataba a los vecinos. Cabe destacar que era un guerrero que sirvió a la Señoría de Venecia contra el Sultán turco, al mando de unas naves castellanas aliadas con los venecianos. Murió en la batalla de Aljubarrota, en 1385 y seguramente está enterrado en la iglesia Santa María, en la parte más antigua de la vieja iglesia, antes de las reformas del siglo XVI. Su hijo Pero o Pedro Barba de Campos sirvió también a la Señoría de Venecia. Más tarde, durante la conquista de Antequera en 1410 por el Infante Fernando, el Estrecho de Gibraltar estaba controlado por una escuadra castellana bajo el mando del capitán mayor, Fadrique Enríquez, hijo del almirante de Castilla, para evitar que el reino de Granada recibiera auxilio de sus aliados del norte de África. Como capitanes de algunas de las galeras, estaban “patrones de tierra adentro”, como Pedro Barba, señor de Villavicencio, y Alvar Núñez Cabeza de Vaca. Posiblemente algunos vecinos de Villavicencio, vasallos de los Barba, sirvieran de grado o por la fuerza como galeotes (remeros) en aquellas galeras. Para que nos hagamos idea de cómo se las gastaba este personaje guerrero, sabemos que venció en el estrecho de Gibraltar a una flota de los reinos de Túnez y Tremecén en agosto de 1407. La historia narra que se encontraron ambas armadas y los moros “lançaron sus truenos, e foradaron las galeas de Pero Barba e de Aluar Núñez, de dos piedras de truenos”. Días después de esta escaramuza fue el combate decisivo, en el que “adelantose Pero Barba de Campos, e enbestió con vna galea de los moros; e de la siniestra parte enbestió Aluar Núñez Cabeça de Baca otra”. La victoria fue completa y los tunecinos quemaron sus propios barcos para que no los capturasen los castellanos, “e heran treze galeas mayores, e otros cárabos e çabras”. Este Pedro Barba era, en ausencia del Almirante, el que mandaba la Armada de Castilla y ostentaba su título. En 1418 viaja a las Islas Canarias enviado por el rey Juan II al mando de tres naos. Este es, sin duda, el hecho por el que más ha sido nombrado en las historias y crónicas, pues sufrió un intento de motín y lo quisieron dejar abandonado en la isla de Lanzarote. Como recuerdo, hay una localidad en la Isla Graciosa, en el municipio de Teguise, provincia de Las Palmas, que se llama Pedro Barba. La cuestión es que el motín se descubrió y los amotinados fueron castigados por Pedro Barba cortándoles las orejas. Por aquellos años comprará los derechos de conquista del archipiélago y se titulará “III Rey de Canarias”, aunque las islas no estaban conquistadas y vendiera los derechos enseguida. También participó en 1434 como juez en el famoso torneo del “Passo Honroso”, cuando Don Suero de Quiñones y otros caballeros se instalaron Hospital de Órbigo, en el Camino de Santiago, y mantuvieron una caballeresca lucha contra cuantos caballeros querían cruzar el puente. Estuvo casado con María Quijada, hija de Gutierre González Quijada, señor de Villagarcía. Muere, muy mayor, y se le entierra en El Puerto de Santa María. Su hijo, Pedro Barba “El Mozo”, último señor de Villavicencio de esta familia, es mencionado por Miguel de Cervantes en el capítulo XLIX de El Quijote cuando Don Alonso Quijano dice “las aventuras y desafíos que también acabaron en Borgoña los valientes españoles Pedro Barba y Gutierre Quijada (de cuya alcurnia yo desciendo por línea recta de varón), venciendo a los hijos del conde de San Pol”. Fue escudero de confianza del rey Juan II de Castilla y tuvo graves enfrentamientos políticos con el príncipe Enrique, luego Enrique IV, con el Almirante de Castilla y con el Conde de Benavente. En 1451 el Conde de Benavente mató a Pedro Barba “El Mozo” y entre el Conde y el Almirante se quedaron con su señorío. El motivo fue que, yendo la esposa del conde de Benavente desde Mayorga a cabecera del condado, Benavente, pasó por Gordoncillo “acompañada de mucha gente de a pie y a caballo, con los cuales Pedro Barba trabó una muy reñida escaramuza de la cual prendió a la Condesa y la tuvo presa en la fortaleza del Castillo de Fale [Castilfalé] más de dos meses y en otra fortaleza que tenía en el monte de la dicha villa”. No perdonó el conde esta afrenta y se vengó atrayendo con engaños a su rival y, una vez dentro de su castillo de Benavente, acordó que “saliese la Condesa dando voces pidiendo a su marido venganza contra Pedro Barba que la había deshonrado, y con esta ocasión le pareció al conde la tenía para matar tan cruelmente como mató al dicho Pedro Barba”. El conde prendió a Pedro Barba y lo "empozó", es decir, lo mandó arrojar a un pozo con las manos atadas y un peso para que se hundiera. Esta pena de muerte por empozamiento estaba reservada en aquella época para los nobles, junto con el degollamiento. Los villanos eran ahorcados. El Conde de Benavente y el Almirante de Castilla se apropiaron y repartieron sus posesiones, entre ellas Villavicencio, que pasará al señorío de los Enríquez. Este proceso de cambio de señorío es muy curioso y merece una narración más extensa, pues abrirá Villavicencio a las influencias artísticas y culturales de la cabeza del Almirantazgo de Castilla, Medina de Rioseco, durante el siglo XVI. Pero esa es otra historia.