El abuelo marrano de Teresa · Juan Sánchez y la mancha de sangre · por Anna Foa Teresa Sánchez de Cepeda y Ahumada nació en 1515 en Ávila. Su familia paterna provenía de Toledo. Su abuelo, Juan Sánchez, era un rico mercader de lanas y sedas. Pertenecía a una familia de conversos, o sea, de judíos convertidos al cristianismo, que se había mudado de Toledo a Ávila a comienzos del siglo XVI. En Ávila la riqueza de la casa natal de Teresa muestra cómo la familia conservó plenamente su anterior condición económica y social. En 1485 la Inquisición toledana procesa a Juan Sánchez con la acusación de judaizar, y lo condena a llevar en procesión, durante seis semanas, el sambenito, el capotillo amarillo de los condenados por la Inquisición. Después, como de costumbre, el sambenito fue puesto en la catedral, como señal perpetua de infamia. Sin embargo, Juan Sánchez había tratado de quitarse esta mancha, que marcaba indeleblemente a su linaje, comprando un certificado de limpieza de sangre y mudándose a Ávila, para hacer olvidar ese episodio. Y lo logró, desde el momento que ninguno de su familia fue sometido jamás a proceso por la Inquisición. La Inquisición española no olvidaba fácilmente a las víctimas que habían estado bajo su jurisdicción ni a sus descendientes. Tanto Toledo como Ávila, en el año 1492, fecha de la expulsión de los judíos de España, se caracterizaban por una fuerte presencia no solo de judíos sino también de conversos. En Ávila, durante el siglo XIV, el porcentaje de población judía representaba aproximadamente el 30 por ciento de la población total. La violencia y la oleada de conversiones desde finales del siglo XIV hasta principios del siglo XV habían disgregado el entramado comunitario judío en gran parte del territorio español, tanto en Aragón como en Castilla, y habían favorecido un gran número de conversiones más o menos forzadas. Pero la integración de los conversos en la sociedad española, muy amplia, había sido bloqueada promediando el siglo XV por las leyes de limpieza de sangre, normas introducidas por primera vez en 1449 precisamente en Toledo. Con ellas se impedía a los “nuevos cristianos”, es decir, a los conversos y a sus descendientes, el acceso a universidades, órdenes religiosas y militares, así como a confraternidades. Un verdadero bloqueo respecto a la integración de los conversos, que dividió a la sociedad española en “viejos y nuevos cristianos”, sometiendo a estos últimos a un control constante de su ortodoxia por parte de la Inquisición. En efecto, Juan Sánchez, el abuelo de Teresa, no solo era un converso, un descendiente de judíos convertidos, sino también un marrano, es decir, un converso condenado por haber vuelto a la fe de sus padres. Esta acusación era probablemente falsa, al igual que muchas otras del mismo tipo, como demuestra el recorrido sucesivo de Juan Sánchez, orientado a recuperar credibilidad como “viejo cristiano”, pero era suficiente para infamar al hombre y a sus descendientes. De ahí que se mudara a Ávila, comprara falsos certificados de limpieza de sangre e intentara, con éxito, hacer olvidar su pasado. Su hijo Alfonso, padre de Teresa, se casó en segundas nupcias con Beatriz de Ahumada, de noble linaje de “viejos cristianos”. Los numerosos hermanos de Teresa se marcharon a América, como era costumbre entre los descendientes de conversos: allí murió combatiendo su hermano Rodrigo, al que Teresa consideraba un mártir de la fe, mientras que su otro hermano, Lorenzo, llegó a ser tesorero real en Quito (cuando volvió a España financió el convento fundado por Teresa en Sevilla). La mancha de sangre verdaderamente quedó enterrada en el olvido, si se considera que solo en 1946 unos documentos descubiertos en el archivo de Valladolid, que luego desaparecieron misteriosamente hasta los años ochenta, proporcionaron la prueba irrefutable del origen judío de la santa. Sigue abierta la cuestión de si era conocida la descendencia judía en la familia, y si era conocida por la misma Teresa. Pero el estudio de sus obras tiende a iluminar, detrás del velo del silencio más rígido sobre dicha cuestión, ausencias y presencias tanto temáticas como lingüísticas que permiten suponer que la santa estaba al corriente de su origen. Muchas publicaciones recientes han destacado el papel de la pertenencia judía en su itinerario intelectual y religioso, entre otras, el hermoso libro de Rosa Rossi y los estudios de Teófanes Egido López y de Cristiana Dobner. El tema ya está muy difundido en la historiografía sobre Teresa. Pero quiero mencionar una interpretación más general de la fuerte presencia de conversos en la renovación religiosa del siglo XVI español. Es la que propone Yosef Hayim Yerushalmi, para quien la afluencia de conversos en el filón más amplio del catolicismo español habría tenido un papel determinante en la renovación teológica y mística, como si los hijos de los judíos convertidos, siendo intérpretes destacados de la transformación religiosa, hubieran querido introducir inusitados elementos culturales y novedades relevantes en el mundo en el que entraban, aun en los confines de la ortodoxia. Por Anna Foa