INTRODUCCIÓN A PLATÓN

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INTRODUCCIÓN A PLATÓN
1.- Datos biográficos
2.- Obras más importantes
3.- Un mito, para empezar
4.- Dualidad de mundos. Teoría de las Ideas
4.1.- El mundo sensible
4.2.- El mundo inteligible: las Ideas
4.3.- Relación entre los dos mundos
5.- Antropología y Psicología
5.1.- Dualismo humano
5.2.- El alma: origen, naturaleza, estructura y destino
6.- Teoría moral: las virtudes
7.- El conocimiento y el amor
7.1.- El conocimiento como reminiscencia
7.2.- Los grados de conocimiento. La dialéctica
7.3.- El amor, impulsor del alma
8.- Teoría política. El Estado ideal
8.1.- Los regímenes políticos imperfectos
8.2.- El régimen ideal, el Estado justo
8.2.1.- Estructura del Estado: clases sociales
8.2.2.- El sistema educativo: selección de los mejores
8.2.3.- El gobernante sabio
8.2.4.- Rectificaciones al Estado ideal
8.3.- Influencia de la teoría política de Platón
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PRESENTACIÓN DEL TEMA
Platón fue el más destacado discípulo de Sócrates, de quien adoptó el método dialogado para
hacer filosofía. Pero, a diferencia de su maestro, dejó escritos sus pensamientos, y elevó a
categoría de belleza literaria el arte del diálogo. Y aún más, “se atrevió” a establecer unas bases
firmes, objetivas, para la definición de las virtudes y los valores: la justicia, la belleza, el bien...
que Sócrates anduvo toda su vida persiguiendo.
Junto a Aristóteles, Platón representa la cima de la filosofía clásica griega (siglo IV a. de C.).
Su teoría de las Ideas –su concepción de que la realidad tiene dos ámbitos o mundos, sensible e
inteligible– ha marcado un hito en toda la filosofía posterior, fielmente seguida por unos y
duramente criticada por otros; en todo caso Platón ha sido decididamente influyente.
El mundo sensible o material es sólo una parte inferior de la realidad, una realidad
devaluada, mera imitación de otra realidad no visible pero auténtica, a la que sólo la razón (lo
divino en el hombre) tiene acceso: el mundo inteligible. El ser humano, compuesto de cuerpo y
alma, tiene el privilegio de vivir entre ambos mundos: su cuerpo pertenece al ámbito de lo
sensible, de lo que nace y perece, pero su alma –ocasionalmente unida al cuerpo , aunque
originaria del mundo inteligible– le permite asomarse a esas otras realidades (las Ideas) que no
nacen ni mueren, que son perfectas.
Ese mundo de realidades perfectas sirvió de modelo al artesano divino que plasmó el mundo
de las cosas físicas (la physis). Hay, pues, conexión entre ambos mundos, como la que hay entre
un original y su copia; la copia, aunque imperfecta, recuerda al original. El hombre puede en
consecuencia transitar desde el mundo imperfecto, de apariencias, al mundo verdadero.
El tránsito desde lo sensible a lo inteligible es posible gracias a la razón (Nous), “el ojo del
alma”. Los medios que lo permiten (los medios que permiten esa “elevación”, como dice
Platón) son el conocimiento y las virtudes; y el amor, que impulsa dando alas al alma. El
hombre que vive reflexivamente, que se guía por su razón, que defiende sus verdaderos
intereses –los del alma– alcanza ese mundo ideal.
Y ese mundo ideal constituye la meta del verdadero conocimiento, la ciencia. El
conocimiento de las Ideas, y, sobre todo, el conocimiento de la idea suprema del Bien es
necesario para que el ser humano logre armonía (felicidad) y para que las sociedades humanas,
los Estados, puedan alcanzar su felicidad colectiva, la justicia.
1.- Datos biográficos
De nombre real Aristocles, pero conocido como PLATÓN, nació el año 427 a. de C. en
el seno de una familia enraizada en la antigua nobleza de Atenas. A tono con sus orígenes, y
como muestran sus obras, recibió una exquisita educación: música, matemáticas, pintura, lectura
de los poetas clásicos (lo que contribuyó a convertirlo en excelente escritor), filosofía y
gimnástica.
Los avatares históricos determinaron que, en su juventud, viviera los desastres de la
guerra del Peloponeso, pero no le permitieron, en cambio, disfrutar sino de los restos del pasado
esplendor de su polis.
Por su origen familiar y por la educación recibida parecía predestinado a ser una gloria
literaria y una destacada figura política de Atenas. Durante su servicio militar, de los 18 a los 20
años, debió conocer personalmente a Sócrates, que predicaba la necesidad de buscar la sabiduría
por las calles de su ciudad. Esta circunstancia, unida a la progresiva decadencia del poderío
político y militar de su ciudad y a la inestabilidad e injusticia de los regímenes políticos que se
sucedían unos a otros, decidió que Platón fuera ganado para la causa de la filosofía.
Durante ocho años fue discípulo y amigo de Sócrates, a quien convirtió en protagonista
de muchos de sus diálogos. Tras la muerte de Sócrates, marchó a Megara, donde fue acogido
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por Euclides (SEÑALAR QUE NO ES EL MATEMÁTICO). Hay después, durante los doce años
siguientes, una notable oscuridad en los datos biográficos de Platón: viajó, parece, por Egipto,
Cirene y Tarento. En Tarento conoció a los pitagóricos; sus doctrinas de la preexistencia de las
almas, de la subsistencia del alma tras la muerte, sus ideas pedagógicas y ético-políticas y el
valor de la matemática para conocer la realidad marcaron una notable influencia en su
pensamiento. Es en esta época, sobre los cuarenta años, cuando realiza el primero de sus viajes a
Siracusa, en Sicilia, acariciando la idea de hacer realidad sus teorías ético-políticas plasmadas
en su diálogo “República”. Pero el intento, como los otros dos posteriores, acabó en fracaso.
A la vuelta de ese primer viaje a Siracusa fundó la Academia, centro de estudios al que
cabría calificar como la primera universidad europea. La docencia en la Academia,
especialmente de filosofía, matemáticas y astronomía, y la redacción de sus escritos (los
Diálogos), fueron la principal actividad de los siguientes veintiún años en Atenas. Hacia el año
367, realizó un segundo viaje a Siracusa, saldado de nuevo con un fracaso en su intento de
plasmar en la realidad su modelo ideal de sociedad. A su regreso a Atenas, se encontró con un
nuevo discípulo, Aristóteles. Tras un tercer viaje a Siracusa, también sin éxito, volvió
definitivamente a Atenas, donde pasó los últimos trece años de su vida enfrascado en una
fecunda actividad intelectual. La muerte de Platón ocurrió en el año 347 a. de C.
2.- Obras más importantes
A diferencia de su maestro, Platón sí escribió sus ideas filosóficas, y lo hizo en forma de
Diálogos. En esos Diálogos, en los muchos personajes intercambian opiniones, Sócrates suele
ser el principal interlocutor, como homenaje de Platón a su maestro. La forma dialogada de las
obras platónicas expresa el deseo de su autor de comunicar sus ideas de una manera bien
cercana a la vida pero sin renunciar a la permanencia del mensaje que ofrece la escritura. Los
diálogos platónicos son, además de una exposición sistemática de su pensamiento –la primera
en occidente–, una expresión de belleza literaria que sitúan a su autor entre los grandes
escritores de siempre.
Los Diálogos platónicos suelen agruparse en períodos:

Período socrático, o primero: Son obras de juventud que airean la personalidad y los
temas de preferencia socrática. Títulos destacables de este período: Apología, Critón,
Protágoras, Trasímaco, Lisis, Cármides, Eutifrón.
 Período segundo, o de transición: Se detecta en estos diálogos un alejamiento del Sócrates
histórico y se apunta ya la teoría platónica de las Ideas. Hay predominio de los temas
políticos. Obras más importantes: Cratilo, Menón, Gorgias.
 Período tercero, de madurez. Platón desarrolla en estos diálogos su teoría de las Ideas y
recoge algunos de los grandes mitos: destino del alma (Fedón), el de la caída del alma
(Fedro), el de su destino o mito de Er (República), el mito de la caverna (República), el del
nacimiento del amor (Banquete)... Es Platón en plena madurez intelectual y literaria, una vez
fundada ya su Academia. Títulos: Banquete, Fedón, República, Fedro.
 Cuarto período, de vejez. Predominio de temas lógico-dialécticos. En estos diálogos
Platón revisa teorías defendidas en períodos anteriores, cuestionándose, por ejemplo,
algunas de sus afirmaciones sobre las Ideas y matizando su visión ideal de la sociedad
humana . Diálogos más importantes: Teeteto, Parménides, Sofista, Político, Timeo y Leyes.
3.- Un mito, para empezar
Probablemente la obra más conocida de Platón sea el diálogo de madurez República. El
libro VII de este diálogo se inicia con una narración sorprendente, una alegoría plagada de
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simbolismo en la que están sugeridos todos los grandes temas de la filosofía platónica: su idea
de que hay un doble ámbito de realidades, su concepción del ser humano, su visión del
conocimiento y la educación... El texto en cuestión es habitualmente conocido como “mito de
la caverna”. (Llamada a texto nº 2).
El escenario del mito es una cueva, en la que Platón imagina a unos hombres que, desde
niños, permanecen inmovilizados por ataduras a las piernas y al cuello y obligados a mirar
únicamente al fondo de la caverna. En la penumbra de esa vivienda subterránea los prisioneros
sólo perciben las imágenes y ecos de voces proyectadas sobre la pared del fondo, a la manera de
unos espectadores en una sala de cine.
Detrás de esos extraños espectadores, a cierta distancia de ellos y en un plano ligeramente
superior, hay un fuego encendido, y, entre ese fuego y los prisioneros, la cueva está cortada
transversalmente por un camino elevado. En paralelo a ese camino, pero más próximo a los
espectadores, discurre un tabique a modo de mampara y de altura similar a un hombre. De ese
modo, cuando pasan por el camino personas que transportan los más diversos objetos, sobre la
pared del fondo de la cueva el fuego proyecta únicamente las sombras de los objetos
transportados, pero no las sombras de los porteadores. Y como la pared del fondo tiene eco, las
conversaciones de los porteadores crean en los espectadores la ilusión de que las voces son
emitidas por las sombras.
El propio Platón nos traduce el significado de esa escena. Ese extraño lugar representa el
mundo en el que nosotros vivimos, el mundo que alcanzan a ver nuestros sentidos. Y esos
extraños prisioneros somos los humanos, condenados a ver (conocer) lo que otros –educadores,
familia, agentes sociales,... – nos presentan como real o verdadero.
Pero la alegoría no acaba ahí. Platón sugiere que fuera de la caverna hay otro mundo, el real,
el verdadero; un mundo no de sombras y apariencias, sino de objetos reales iluminados por el
sol, que facilita su visión. Este otro mundo no queda al alcance de los sentidos, no lo captan los
prisioneros, sino que únicamente resulta visible a la razón, al “ojo del alma”.
Pese a todo, hay comunicación entre ambos mundos, y, aunque se trate de una “áspera y
escarpada subida”, los prisioneros de la caverna, pueden liberarse de las cadenas –de la
ignorancia– y ascender al mundo de la luz,, de la verdad. (TAL VEZ CONVENDRÍA
RECORDAR QUE TAMBIÉN HAY UNA BAJADA, METÁFORA DEL COMPROMISO
POLÍTICO DEL FILÓSOFO). Ese recorrido simboliza en Platón el conocimiento, la educación,
la tarea de mejoramiento de los seres humanos.
4.- Teoría de las Ideas: los dos mundos
4.1.- El mundo sensible
Platón nos ha sugerido que el sombrío mundo de la cueva equivale al mundo en el que viven
los humanos que no ven más realidad que la presentada por los sentidos. Es el mundo de la
physis, el único del que se habían ocupado explícitamente los filósofos precedentes. Platón lo
denominó mundo visible o sensible, precisamente porque las realidades que lo constituyen se
captan por los sentidos.
A las realidades de este mundo sensible las caracteriza Platón como efímeras: nacen y
mueren, son realidades compuestas, divisibles, imperfectas (la materia de que constan impide su
perfección). Es el mundo del permanente fluir, de que hablaba Heráclito, el mundo de los
cambios permanentes, de la inestabilidad. De este mundo no es posible tener conocimiento
auténtico, ciencia (episteme), sino mera opinión (doxa). El saber que se ocupa de estas
realidades sensibles, la física, no mereció a Platón el nombre de ciencia; de hecho, cuando en
sus últimos escritos dio una explicación del origen de este mundo natural (se ocupó de ello en el
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diálogo Timeo), la presentó como una explicación meramente verosímil y no rigurosamente
científica.
En esa narración de la génesis del mundo sensible hace intervenir Platón a los siguientes
elementos:
- Un artesano inteligente, llamado por Platón “demiurgo” (“artesano” en griego), que
modeló los seres de la naturaleza.
- Ese “demiurgo” no crea las cosas de la nada; el concepto de creación de la nada es
cristiano, no griego. El demiurgo, a la manera de un escultor, modela una materia ya
existente, eterna y dotada de movimientos caóticos. Esa masa caótica material fue
organizada por el demiurgo en formas geométricas regulares, con lo que Platón recogía la
influencia pitagórica: la physis sólo resulta inteligible si se la reviste de estructuras
matemáticas.
- Como ser inteligente que es, el demiurgo, al fabricar los seres sensibles, siguió unos
modelos que trató de plasmar en la materia. Esos modelos o arquetipos son eternos y
perfectos, son las Formas o Ideas del llamado mundo inteligible.
Si las realidades materiales del mundo sensible no son perfectas no hay que achacarlo al
Demiurgo, dice Platón, sino a la materia de que se sirvió y que siempre resulta en este filósofo
un factor de imperfección. La obra del Demiurgo resultó la mejor y la más bella de las posibles.
Frente a las explicaciones mecanicistas anteriores, Platón planteó una explicación finalista o
teleológica de la naturaleza, haciendo intervenir en su formación a un ser inteligente que trata
de plasmar en la materia un mundo ideal.
El cosmos resultante de esos tres factores, demiurgo, materia, Ideas, fue concebido por
Platón como un gigantesco ser vivo y divino, poseedor de un alma que todo lo mueve y con la
forma de la figura geométrica más perfecta, la esfera. En el centro de la esfera cósmica situaba
la Tierra, luego las esferas de los planetas, y, abarcándolas a todas y como límite extremo de
ese mundo, la esfera de las estrellas fijas, consideradas por Platón divinidades.
La explicación cosmológica de Platón recogió las ideas de su tiempo y su concepción
geocéntrica y geoestática del universo ejerció una notable influencia en siglos posteriores. El
pensamiento cristiano consideró compatible la hipótesis platónica con su creencia, a condición
de sustituir el demiurgo por el Dios cristiano, creador del mundo “a partir de la nada”.
4.2.- El mundo inteligible: las Ideas
La narración del mito de la caverna sugiere claramente la existencia independiente de otro
mundo de luz y de verdad, del que las sombras de la cueva no son sino un débil e imperfecto
reflejo. Las imágenes que perciben en el mundo sensible (la caverna) los prisioneros son meros
apareceres (fenómenos) de las auténticas realidades que constituyen el mundo de “fuera”, el
llamado por Platón mundo inteligible (cosmos noetós). La denominación de inteligible
responde a que las realidades de ese mundo sólo pueden ser captadas por la inteligencia (nous
en griego). A esas realidades inteligibles las denominaba Formas o Ideas.
Los términos Idea y Forma con que traducimos las palabras de Platón aludían, en griego, a
algo que se puede visionar (¿”ver”, MEJOR?). Pero, aunque los términos Idea o Forma aluden
a algo que se puede visionar (VER), no se refieren a realidades físicas que puedan “verse” con
los órganos corporales, sino que designan realidades que sólo se pueden captar mediante el “ojo
del alma” (la razón o entendimiento). Tampoco hay que olvidar que el término Idea en Platón
no designa, como ocurre entre nosotros, una mera idea o pensamiento (una sirena, por ejemplo)
que la mente puede fabricar sin que por ello lo representado en la mente exista en la realidad. La
Idea o Forma platónica alude a realidades que tienen existencia fuera de la mente del sujeto
que las piensa y aunque el entendimiento no las conociera. Es decir, son realidades objetivas,
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no meros pensamientos. (RECORDAR QUE SON LO QUE AHORA LLAMAMOS ESENCIAS,
MÁS QUE “PENSAMIENTOS”)
Esa admisión de un mundo independiente constituido por Ideas o Formas, con las
características que Platón les atribuye, suele conocerse como Teoría de las Ideas. Formulada de
una manera comprensible, esa teoría afirma que, independientemente de las cosas físicas o
sensibles, hay unas realidades (las Ideas) que son inmateriales, absolutas (su existencia no
depende de que haya inteligencias que las capten), eternas e inmutables.
Frente a las realidades del mundo sensible, que son materiales, sujetas a generación y
corrupción (nacen y mueren) y a cambios continuos, hay otras, las Ideas, que constituyen un
mundo separado, el de las verdaderas realidades, al que las cosas sensibles se parecen
imperfectamente, como una copia a su original. Existe, por ejemplo, la Belleza, la Justicia,
siempre perfectas, siempre iguales, independientemente de que en el mundo sensible haya cosas
y acciones que consideramos bellas y justas. Es más, lo que en el mundo sensible hay de bello o
de justo es bello o justo en la medida en que se aproxima, más o menos, a las Ideas de Belleza o
de Justicia.
Las propiedades que Platón atribuyó a las Ideas guardan una notable coincidencia con las
características del Ser de Parménides. En el mundo inteligible de Platón cada Idea es única,
frente a la multiplicidad de manifestaciones de esa Idea en el mundo sensible: una única idea de
hombre frente a la multiplicidad de individuos humanos; las Ideas son eternas, los seres físicos
son temporales; son inmutables, los seres sensibles cambian.
La teoría platónica de las Ideas incorpora también lo más característico de la indagación
socrática. Cuando Sócrates buscaba saber qué son las virtudes (justicia, valor...) buscaba el
rasgo común a todas las acciones justas o valientes, rasgo que permitía considerar todas esas
acciones como virtuosas. La teoría de las Ideas fue una respuesta a esa búsqueda socrática. Sólo
que Platón fue más allá: Sócrates suponía que ese rasgo común, que permitía calificar como
virtuosas a acciones distintas, estaba en las propias acciones, pero su discípulo lo considera
separado e independiente de ellas; es la idea Justicia la que permite llamar justas a diversas
acciones humanas. Las Ideas son, para Platón, el canon con el que medimos el grado de realidad
y de perfección del mundo sensible. Con la afirmación del mundo inteligible se inauguraba
propiamente la metafísica occidental, es decir, la afirmación de que existen realidades
suprasensibles que sólo se captan con la razón.
Los dos mundos, sensible e inteligible, fueron concebidos por Platón como estructuras
ordenadas, como cosmos: ambos tienen, uno de manera parcial y otro de modo perfecto, orden,
armonía, belleza. El sensible porque, aunque hecho de materia, ha sido modelado por un ser
inteligente siguiendo modelos perfectos, lo que resulta incompatible con el caos o
desorganización. El inteligible, porque es un mundo perfecto, incompatible con el caos; es un
mundo plural (hay muchas Ideas), y las Ideas están organizadas jerárquicamente. Si bien Platón
mantuvo dudas acerca de cuál fuera el término adecuado para expresar la Idea que ocupaba la
cúspide de la jerarquía, Bien es el término más comúnmente admitido. La Idea de Bien otorga
realidad a las restantes ideas, garantiza su perfecto ensamblaje, da orden e inteligibilidad a ese
mundo. Respecto de los seres humanos, el Bien es la garantía de los ideales de la vida moral y
política (el bien, la justicia), y en el plano teórico el conocimiento del Bien supone la coronación
del saber, la consecución de la iverdad.
4.3.- Relación entre los dos mundos
Como sugiere el mito de la caverna, la ontologíaii platónica es dualista: hay dos ámbitos de
realidad, imperfecto uno (el sensible), y perfecto y separado del sensible el otro (el inteligible).
(Llamada a texto nº 3). Platón establece una separación entre ambos mundos. ¿Significa eso
que se trata de dos ámbitos de realidad incomunicados? No. El mundo subterráneo de la caverna
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está abierto a otro exterior y luminoso, y aunque el mito resalta la dificultad de la salida, deja
abierta la esperanza para aquellos prisioneros que consigan liberarse y se decidan a transitar
desde las sombras de lo sensible (el ámbito de la ignorancia) al mundo de la claridad (el ámbito
de la verdad). En la narración de la génesis del mundo sensible (“Timeo”) quedó recalcada la
misma idea: las cosas físicas modeladas por el Demiurgo tienden a parecerse a sus modelos, a
los que de alguna manera reflejan.
Platón utilizó diversos términos para expresar esa relación de los seres sensibles con las
Ideas. En algunos diálogos el término platónico fue el de participación: los seres físicos
participan de la Idea que para cada uno ha servido de modelo, y con ello reciben algo de su
perfección. En las obras últimas de Platón, el término preferido para expresar ese vínculo es el
de imitación (mímesis): los seres sensibles imitan a las Ideas, que son modelos a los que las
cosas tratan de aproximarse, aunque no lo logren plenamente. Así, las formas triangulares del
mundo sensible sólo son aproximaciones, imitaciones del triángulo ideal, el único perfecto.
Lo que Platón pretende destacar cuando afirma la separación de ambos mundos es que la
existencia y la perfección de las Ideas es independiente de que estén o no participadas o
imitadas en el mundo sensible, mientras que los seres físicos son lo que son y tienen las
propiedades que tienen gracias a que lo reciben por su participación o imitación, como copias de
un modelo.
5.- Antropología y Psicología
5.1.- Dualismo humano
La situación de los prisioneros en la cueva simboliza el estado “natural” de los seres
humanos: habitan un mundo de sombras y reflejos, en el que, en su condición de seres
ignorantes de otro mundo verdadero, se sienten cómodos; se reirían incluso de quien les
ofreciese romper sus cadenas (su ignorancia) para salir a la luz (a la verdad), y, si pudiesen, lo
matarían, dice Platón. ¿Qué les ocurre, según Platón, a los humanos?
En la manera platónica de concebir al hombre se proyecta la vieja idea órfica del alma
desterrada en un cuerpo, idea que Platón conoció en sus contactos con los pitagóricos. El ser
humano es, mientras dura su vida, un compuesto de cuerpo y alma. El cuerpo es material,
cambiante y corruptible; por eso, aunque forma parte del hombre, el cuerpo no es lo más
valioso para Platón; desde el punto de vista del valor, y hablando con propiedad, el hombre se
define por su alma.
El alma de cada individuo humano es inmaterial e inmortal y goza de prioridad en Platón,
como el mundo inteligible respecto del sensible. El ser humano es un extraño ser a caballo entre
ambos mundos. Por su cuerpo está anclado al mundo de la sensibilidad; por su alma, originaria
del mundo ideal, anhela retornar a su origen. La doble realidad que compone al ser humano,
cuerpo y alma, tiene naturaleza, origen e intereses contrapuestos. Esta concepción dualista del
hombre la veremos reaparecer en posteriores momentos de la historia de la filosofía.
5.2.- El alma: origen, naturaleza, estructura y destino
Platón fue el primer filósofo en elaborar una psicología (etimológicamente estudio del alma
o psyché). El alma no procede del mundo sensible. Aunque Platón no la considera una Idea o
Forma más, el alma vivía desde siempre en el mundo celeste, era afín a las Ideas y, como ellas,
inmaterial y simple. Al no tener composición de partes es inmortal (morir equivale a
descomponerse, y, por tanto, lo simple no puede morir). En el diálogo “Fedón” ofrece Platón
varias pruebas de esa inmortalidad.
Para explicar la llegada del alma al mundo sensible y su unión a un cuerpo, Platón recurre
nuevamente a un mito, el del carro alado, en el diálogo “Fedro”: las almas, simbolizadas cada
una por un carro alado, caminan en procesión por el mundo celeste. El carro va conducido por
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un auriga y es arrastrado por dos corceles, uno “bueno y hermoso (ME PARECE QUE LO DE
HERMOSO NO ESTÁ EN EL TEXTO) y hecho de elementos nobles, y el otro “de todo lo
contrario”. Éste se desboca y el carro (el alma) cae al mundo sensible. El lenguaje alegórico del
mito parece sugerir que las almas se ven unidas al cuerpo como consecuencia de algún desorden
o culpa contraída.
La unión del alma al cuerpo es una situación transitoria: dura mientras dura la vida. Es,
además, una unión incómoda y antinatural, puesto que el mundo propio del alma es el de las
Ideas, con cuya contemplación era feliz. Platón refleja en este punto las ideas órfico-pitagóricas
de que el cuerpo es una cárcel o sepultura para el alma y de que la unión de cuerpo y alma es
comparable a la que hay entre el jinete y su montura o entre el piloto y la nave. El alma desea
evadirse, y su esfuerzo fundamental va encaminado a purificarse mientras dura la unión.
La metáfora del “carro alado” ofrece también una interpretación de la estructura del alma, de
sus funciones o partes. El mito nos presenta un carro (el alma) guiado por un auriga y tirado
por dos caballos, uno dócil, manejable, y otro díscolo, rebelde. El conductor o auriga simboliza
la parte o función racional: la razón, la inteligencia; el caballo dócil representaría la voluntad:
el ánimo, el esfuerzo, el coraje; el caballo díscolo aludiría a las tendencias o deseos menos
controlables racionalmente. Podemos pensar que el símil platónico del carro pretende reflejar
las tendencias y conflictos que se dan realmente en el psiquismo humano.
Cada una de las tres partes del alma tiene su misión o virtud correspondiente. Y las tres
funciones del alma y sus respectivas virtudes guardan en Platón una relación de simetría con las
clases sociales. El esquema siguiente recoge esas relaciones:
Individuo
Partes del alma
Sociedad
Virtudes
- Racional .............................. Prudencia
- Irascible .............................. Fortaleza
- Concupiscible ...................... Templanza
J
u
s
t
i
c
i
a
Clases sociales
Sabios (gobernantes)
Guardianes
Productores
La función o parte racional del alma, que Platón situaba en la cabeza, tiene la misión de
controlar las otras tendencias, como el auriga debe controlar los corceles; las tendencias de la
voluntad y de la concupiscencia las considera ubicadas en el tórax y en el abdomen, y para que
el alma logre el retorno a su mundo deben ser controladas por la razón.
El destino del alma tras la muerte del cuerpo lo narra Platón en varios diálogos, Fedón,
Fedro, Gorgias, y en el mito de Er en República. En síntesis, las almas serán juzgadas por un
tribunal divino, y, de acuerdo al nivel de purificación que presenten, volverán definitivamente al
mundo ideal (si se han purificado del todo), o deberán elegir una nueva encarnación (es la
creencia en la reencarnación o metempsícosis). Así, hasta completar el ciclo purificatorio, cosa
que, antes o después, lograrán todas las almas.
6.- Teoría moral: las virtudes
El alma, como hemos visto, convive transitoriamente en un cuerpo que tiene sus propias
exigencias, sus inclinaciones, sus pasiones, sus instintos. Estas tendencias del cuerpo suponen
una especie de lastre del que el alma tiene que desprenderse para lograr el retorno a sus orígenes
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divinos. El cuerpo, en este aspecto, lo entiende Platón como un estorbo para los verdaderos
intereses humanos. Esta concepción del cuerpo como obstáculo que hay que superar o como
cárcel de la que hay que evadirse la veremos también en corrientes y filósofos posteriores.
La salida de los prisioneros de la cueva, su liberación de las cadenas, representa la tarea moral
a que está llamado todo individuo humano que no quiera vivir irreflexivamente. Es el programa
de liberación del alma, un proceso de purificación que requiere una adecuada satisfacción de las
tendencias a conocer (función racional), a querer (función irascible) y a desear (función
concupiscible) que anidan en ella. Si cada una de esas tendencias se satisface en la proporción
adecuada, sin excesos ni defectos, se logra la virtud (la areté o excelencia) correspondiente: la
prudencia en el caso de la parte o función racional, la fortaleza o valentía de la parte irascible
y la templanza o moderación de la función concupiscible
Pero hay que lograr una realización equilibrada de esas tendencias del alma. Lo racional,
mediante la prudencia (phrónesis), debe guiar lo irascible, y con ayuda de la fortaleza, controlar
las tendencias concupiscibles y mantenerlas en la moderación. Platón no negaba la satisfacción
de los placeres ni el ejercicio de las pasiones nobles, como el tesón, la indignación o la valentía;
pero sí sostenía que hay un orden de prioridades, y que el papel dirigente le corresponde a la
parte racional. No en vano consideraba Platón que lo racional del alma es lo único inmortal, y,
por ello, lo único salvable.
Si se logra esa armonización de las tres funciones, el alma estará en posesión de la cuarta y
más importante virtud: la justicia. La justicia significa en Platón orden, equilibrio, armonía, y el
hombre es justo cuando tiene equilibradas las distintas apetencias; ser justo exige, pues, tener
sabiduría (prudencia), ánimo (fortaleza) y moderación (templanza). Encontramos así en Platón
la primera formulación de las que siglos más tarde se denominarán virtudes cardinales o
fundamentales del alma.
7.- El conocimiento y el amor
Las virtudes son instrumento de purificación del alma. Esta teoría moral purificadora tiene
ecos socráticos. En efecto, la catarsis del alma se logra mediante el papel rector de la función
racional o intelectual, cuando el alma sabe imponer un equilibrio racional a sus apetencias. Así
que la virtud es, sobre todo, conocimiento, racionalidad, como en Sócrates.
La explicación platónica del conocimiento discurre en paralelo a su concepción de la
realidad. A los dos niveles de realidad (el sensible y el inteligible) les corresponde dos niveles
de conocimiento: el que tienen los prisioneros y el de los liberados, que logran contemplar los
objetos reales y al sol que permite verlos. El primero, o sensible, es un conocimiento al que
Platón alude metafóricamente como de sombras u oscuridad, y sólo cabe tener con él un saber
ínfimo: opinión (doxa); este grado de conocimiento no excluye el error, es inestable, no se
apoya en razones. El segundo, o intelectual, simbolizado por la luz o la claridad, es el
conocimiento verdadero, es ciencia (episteme).
7.1.- El conocimiento como reminiscencia
En el diálogo “Menón” encontramos por primera vez una llamativa hipótesis sobre cómo
puede alcanzarse un conocimiento científico si las realidades que lo pueden proporcionar, las
Ideas, están en un mundo separado del sensible. ¿Cómo puede explicarse, por ejemplo, el salto
desde la contemplación a través de la vista de una figura circular material e imperfecta a la Idea
general y perfecta de Círculo?
Sócrates, protagonista del diálogo mencionado, lleva a cabo un experimento. Reclama al
anfitrión la presencia de un esclavo y recibe garantías de que no ha tenido instrucción, de que es
iletrado. Tras un meticuloso interrogatorio de tipo mayéutico, el esclavo acaba encontrando la
solución de un problema geométrico. En el texto resulta probado que ese conocimiento, “dado a
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luz” por el esclavo, no es resultado de un proceso de enseñanza (que nunca había recibido);
nadie, tampoco, le ha sugerido la solución. Entonces, ¿de dónde procede la solución al
problema?
La conclusión de Platón es que ese conocimiento matemático estaba ya en el alma del
esclavo. Y la explicación resulta fácil de seguir, ahora que ya conocemos algunas cosas de
Platón. El alma del esclavo, como todas, procede del “mundo supraceleste”, donde, dada su
afinidad a las Ideas, ha conocido la verdadera realidad, la que otorga ciencia. Al “caer” al
mundo sensible, el alma ha sufrido un proceso de amnesia: olvida provisionalmente aquellos
conocimientos. Pero las cosas del mundo sensible, que, aunque imperfectas, son reflejos de las
Ideas, despiertan en ella el recuerdo de lo olvidado. La visión, por ejemplo, de un objeto circular
reaviva en el alma la Idea perfecta de Círculo. Aprender, dice Platón, no es otra cosa sino
recordar. (Anámnesis significa en griego recuerdo). El verdadero conocimiento, el científico,
no es otra cosa que anámnesis. (Llamada a texto nº 4)
El conocimiento científico no se lo proporcionan al alma los sentidos, que sólo conocen las
cosas cambiantes del mundo sensible. El saber auténtico, el que se ocupa de lo que no nace ni
perece, de lo que es siempre igual, como las verdades matemáticas, brota del alma mediante la
memoria. El alma es, pues, el manantial del saber, poseedora de verdades que conoció antes de
encarnarse y que no han llegado a ella a través de los sentidosiii.
Esta teoría del conocimiento como recuerdo permite entender la novedosa concepción que
Platón tenía de la educación: Algunos –dice refiriéndose a los sofistas– entienden la educación
como la tarea de introducir saber, datos, conocimiento en el alma de los alumnos, como si se
tratara de dar vista a unos ojos ciegos. Pero el alma ya tiene ese conocimiento (ya ve), y educar
significa, por tanto, orientar el ojo del alma (el entendimiento) en la dirección adecuada:
enseñar a mirar hacia lo que es verdadero, a las Ideas, al Bien.
7.2.- Los grados de conocimiento. La dialéctica
Aprender, conocer, no es más que recordar. Esa es tarea del alma, que debe recorrer unos
peldaños que llevan desde un nivel de conocimiento ínfimo a uno supremo y final. Platón
describe minuciosamente este proceso gradual del conocimiento al final del libro VI de
“República” utilizando el símil de una línea troceada, como en el ejemplo siguiente:
Opinión (doxa)
Niveles de
conocimiento
Ciencia
(episteme)
Conjetura Creencia (pistis)
(eikasia)
Razón discursiva
(dianoia)
Intelección
(noesis)
Niveles de
A
C
D
E
B
realidad
Piensa Platón queSombras
a cada nivelObj.
de conocimiento
le matemáticos
corresponde un determinado
sensibles Obj.
Ideas nivel o grado
de realidad, de manera que a lo que tiene la máxima realidad (las Ideas) le corresponde el nivel
de conocimiento más perfecto (la ciencia), y al nivel de realidad cero (a la nada) le corresponde
Mundo
Mundo
inteligible entre el ser y la
la ignorancia. Para las cosas
del sensible
mundo físico o sensible, que
son intermedias
nada, hay un nivel intermedio de conocimiento, la opinión (doxa). En consecuencia,
encontramos dos formas de conocimiento, la opinión y la ciencia, que ya habían sido
reconocidos por los presocráticos.
De esos dos niveles, el de la opinión (doxa) es el más imperfecto, el menos fiable; es el
conocimiento sensible de los seres múltiples y cambiantes del mundo físico, y por conocer seres
cambiantes es por lo que no resulta fiable. La ciencia, en cambio, es conocimiento de las
realidades del mundo inteligible, de las que no sufren cambios y cuyo conocimiento produce
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siempre verdad. Son las dos visiones aludidas en el mito de la caverna: la del prisionero, que ve
sombras de las cosas, y la del liberado, que contempla directamente las cosas en el mundo
exterior. Estos dos niveles se corresponden con la primera división desigual del segmento
sugerida por Platón: sección AC para el primero, sección CB para el segundo.
Platón propone una segunda división, también desigual, de las dos mitades del segmento, de
manera que tanto en el ámbito de lo sensible como en el de lo inteligible se establecen dos
niveles de realidad que se corresponden con otros tantos niveles de conocimiento. En la primera
mitad de la línea ( AC, mundo sensible) quedan diferenciadas las sombras y los reflejos de los
objetos que las producen, y a estos dos niveles de realidad les aplica Platón dos formas de
conocimiento: la imaginación o conjetura (eikasía) para la sección AD, y la creencia (pistis)
para la sección DC. Estos dos niveles de conocimiento agotan las formas posibles de saber
acerca del mundo físico.
La imaginación es conocimiento de las sombras y reflejos de las cosas sensibles; es el nivel
inferior, pues es una imitación de imitaciones, ya que capta imágenes de los seres sensibles, que
son, a su vez, imitación de las Ideas. Objetos de este nivel de conocimiento serían las
narraciones fabulosas de la poesía y las creaciones artísticas. La creencia, segundo nivel de la
opinión o doxa, conoce ya los objetos del mundo sensible; pero como son imitaciones de las
Ideas, realidades a medias, este conocimiento no permite demostraciones rigurosas; es tan
cambiante como los objetos que conoce. Es el saber de la física, que no llega a ciencia para
Platón.
Divídase también la segunda mitad de la línea (mundo inteligible), sección CB, en dos
mitades desiguales, con lo que la realidad inteligible queda escindida en dos niveles: el de los
entes matemáticos (números y figuras), representado por el segmento CE, y el de las Ideas,
coronado por la Idea de Bien, representado en el gráfico por el segmento EB. A cada uno de
estos dos grados de realidad le asigna un nivel de conocimiento: la razón discursiva (dianoia) y
la pura intelección (noesis). Platón reconoce el carácter científico de ambos niveles de
conocimiento, si bien establece diferencias de grado.
En efecto, la razón discursiva (dianoia) es el conocimiento del matemático, que se ocupa de
realidades inmutables, perfectas, como las Ideas de triángulo o de círculo, por ejemplo. Pero el
matemático opera con un método no perfecto, dice Platón: parte de alguna Idea (por ejemplo, el
círculo) “como si la conociera ... y fuera evidente a todos”, y ayudándose de una representación
sensible del círculo, bien en su mente o en una pizarra, deduce consecuencias. Platón encontraba
en la actividad matemática dos imperfecciones; aunque el matemático piensa en las Ideas
(círculo, triángulo, etc.), no las conoce, sino que las “supone”, y por ello se limita a extraer
consecuencias sin remontarse al principio de esas Ideas; en segundo lugar, no se ha
desembarazado del todo del conocimiento sensible, pues aún recurre a imágenes (mentales o
dibujadas) en su trabajo.
El último, y el más perfecto nivel de conocimiento, es el de la pura intelección (noesis), al
que Platón suele denominar dialéctica. El poseedor de este conocimiento, el filósofo auténtico,
conoce ya las Ideas en sí mismas, sin tener que recurrir a imágenes o símbolos sensibles, como
el matemático. Este cuarto saber, la dialéctica, parte de una Idea y se eleva, pasando de una
Idea a otra en ese mundo jerarquizado, hasta la Idea suprema de Bien: este es el proceso
ascendente de la dialéctica. Luego, el dialéctico (el filósofo) recorre un proceso descendente:
desde la Idea suprema desciende hasta las Ideas inferiores, descubriendo las relaciones de
dependencia de unas Ideas respecto de otras y captando así la estructura general del mundo
inteligible. En el descubrimiento de la estructura de ese mundo ideal, en su contemplación,
consiste para Platón la verdad.
El máximo nivel del conocimiento se colma con la presencia ante “el ojo del alma” (la
intelección pura) de esas realidades perfectas, inmutables, que son las Ideas. Son las mismas
realidades para todos los hombres, lleguen o no a conocerlas; de manera que el relativismo
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sofístico (lo que cada uno estima verdadero, eso es la verdad) sólo tiene sentido defenderlo entre
ignorantes; los sabios, los dialécticos, los filósofos, tienen a su alcance una y la misma verdad:
las Ideas presididas por el Bien.
El conocimiento, en Platón, resulta ser un proceso gradual, y dificultoso, de ascenso desde lo
menos real de lo sensible hasta la máxima realidad inteligible, la Idea de Bien. No explica
Platón directamente qué sea el Bien, sino que se sirve de una analogía con el Sol. Así como el
sol da calor que vivifica a los seres sensibles, y al alumbrar las cosas permite verlas
(conocerlas), así el Bien es principio de las demás Ideas y su contemplación (su visión
intelectual) es necesaria para el conocimiento de aquellas..
Con esta teoría del conocimiento se pone de manifiesto la jerarquía platónica de los distintos
saberes. Del mundo sensible no puede haber ciencia, que es conocimiento de lo universal y
necesario; lo más parecido a la ciencia en el mundo sensible sería la física, pero ya hemos visto
que, en definitiva, se ocupa de meras imitaciones (los objetos físicos) y no proporciona sino
opiniones meramente probables. Menos verdad aún proporciona el arte (poesía, pintura, etc.); el
arte figurativo, que para Platón es imitación (mímesis), es una imitación de las cosas, que, a su
vez, son imitaciones de las Ideas. Por eso el arte no contará entre las disciplinas que deberán
enseñarse a los gobernantes del estado perfecto que Platón dibujó en “República”.
Las matemáticas apuntan ya a las Ideas, a lo inmutable y perfecto, pero se ayudan todavía
de elementos sensibles en su tarea. Sirven, eso sí, para dar “un fuerte impulso a la región
superior”, pero la aritmética, la geometría... “ no son más que el preludio de la melodía que hay
que aprender” (la dialéc- tica). Sólo la filosofía (la dialéctica) ofrece un conocimiento puro, una
visión intelectual inmediata (intuición) del mundo verdadero coronado por el Bien.
7.3.- El amor, impulsor del alma
Las virtudes y el conocimiento son ambos instrumentos de purificación de los que el alma se
sirve para elevarse desde lo sensible al mundo ideal. Pero para ese ascenso el alma requiere una
fuerza, un impulso que la eleve; ese impulso es el amor (eros).
Platón se ocupó del amor en hermosos diálogos, como “Banquete” y “Fedro”. De “Fedro”
conocemos el relato alegórico del “carro alado”: el alma, paseando en el séquito de los dioses,
ha contemplado en su vida anterior el mundo perfecto de las Ideas, ha conocido la Belleza. Al
perder sus alas y caer al mundo sensible, olvidó aquella visión. Sin embargo, con ocasión de la
belleza participada que hay en las cosas sensibles, se aviva en ella el recuerdo y el deseo hace
reaparecer las alas perdidas y le permite elevarse.
El amor es, pues, un mediador entre los dos mundos. Es nostalgia y deseo, tensión hacia la
Belleza, que es una manifestación del Bien. Platón lo caracteriza como una realidad intermedia
entre los dioses y los hombres; no es bueno y bello como un dios, sino aspiración a la bondad y
a la belleza; no es mortal como los hombres, aunque tampoco inmortal. Platón lo compara con
la filosofía, que no es sabiduría (sophía) sino querencia a la sabiduría; el filósofo (el amor es
filó-sofo MANTENER EL GUIÓN) no es ni sabio ni ignorante, sino un aspirante a saber. Como
un amante, piensa Platón, a quien a veces se le escapa u oculta lo amado y debe volver a
buscarlo.
Desconocemos la manera como ha llegado hasta nosotros la expresión “amor platónico”,
pero el significado que suele darse a esta expresión apenas guarda parecido con el que Platón le
asignaba; el amor platónico significaba deseo de lo bello, de la sabiduría, de la inmortalidad.
Es verdad que el amor tiene muchos caminos que llevan a diversos grados de belleza y
felicidad. Pero el verdadero amante debe ascender todos los niveles hasta llegar a la visión de la
Belleza en sí. El primer grado en la escala del amor es el deseo de poseer un cuerpo bello para
engendrar en lo bello otro cuerpo; es el amor físico, en el que Platón admite que hay ya un ansia
de inmortalidad, “porque la generación, aunque sea en una criatura mortal, es perennidad e
inmortalidad”. El segundo grado del amor es el de los amantes, no ya de cuerpos, sino de las
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almas, de las artes, de la justicia, de las ciencias. Es el nivel del amor que fecunda el espíritu. Y
el tercer grado es la visión gratificante de la Idea de Belleza, la contemplación de lo Bello en
sí. La Belleza es, en Platón, la meta del amor, no del arte.
En el amor encuentra el alma un complemento a las virtudes y al conocimiento. La añoranza
de la belleza presta al alma las alas que necesita para elevarse del lodazal de lo sensible.
8.- Teoría política. El Estado ideal
En los datos biográficos ya señalamos que Platón quedó profundamente decepcionado de la
política “real” de la que fue testigo: de la permanente inestabilidad de los gobiernos, de las
injusticias cometidas por unos y otros de los que se aupaban al poder (como la condena de
Sócrates), de la imparable degeneración de las leyes y las costumbres de la polis... A la vista de
estas “enfermedades” tomó la decisión de no participar en actividades públicas y dedicarse, en
cambio, a “reflexionar sobre la posibilidad de mejorar la situación”. Fue su decepción de la
política lo que le impulsó a la filosofía, hasta el punto de que se ha sugerido que toda la filosofía
platónica no es sino un intento de poner remedio a los males de los Estados.
8.1.- Los regímenes políticos imperfectos
La clave para analizar si una sociedad tiene o no una organización deseable hay que buscarla
en los gobernantes. Platón conoció distintos regímenes políticos y todos ellos le merecieron una
opinión negativa. En el libro VIII de “República” nos dejó su análisis de las sucesivas formas
políticas en que van degenerando los Estados.
Timocracia.- Del griego thymos (impulso, ánimo, energía) y kratos (poder), la timocracia es
el gobierno de aquellos en quienes predomina lo pasional sobre lo racional, el gobierno de la
clase militar. Platón caracteriza esta forma de gobierno por orientar sus actividades a la guerra,
en detrimento de otras actividades socialmente necesarias. Los dirigentes se muestran ávidos de
honores y de reconocimientos, pero no sería eso lo más grave si paulatinamente su sentido del
honor y del coraje militar no fuera sustituido por su avidez de riqueza, con lo que la timocracia
degenera en
Oligarquía.- Es, dice Platón, “el gobierno en el que mandan los ricos, sin que el pobre tenga
acceso al poder”. La degeneración del gobierno timocrático en oligárquico es caracterizada muy
gráficamente: “la riqueza almacenada destruye a esos gobernantes, que empiezan por
inventarse nuevos modos de ganar y gastar dinero y llegan a violentar las leyes...”. Los
oligarcas se olvidan de la educación del pueblo y de la solidaridad, y, movidos únicamente por
su afán de riqueza, crean en el Estado dos clases: “una de pobres y otra de ricos...”. La
oligarquía emprende así un camino de corrupción que acaba trayendo un nuevo sistema político,
Democracia.- La mayoría de pobres acaba venciendo y establece una forma de poder
político que puede llegar a todos mediante elecciones. El Estado se llena de libertad. Pero el
régimen democrático en que piensa Platón es el que él ha conocido en Atenas, y, aunque
aparentemente es el que permite vivir mejor, es retratado con tintes muy negros. La libertad
democrática acaba degenerando en desorden, en ausencia de jerarquías, en inmoralidad: nadie
obedece las leyes, nadie se deja mandar. La democracia es vista por Platón como un régimen de
incompetencia, porque cualquiera, herrero o zapatero, noble o rústico, se considera en
condiciones de opinar sobre problemas de administración del Estado sin estar cualificado para
ello. El exceso de libertad y la falta de educación del pueblo van corrompiendo la democracia y
hacen “cambiar este régimen político y lo van poniendo en manos de la tiranía”.
Tiranía.- Es el gobierno del oportunista que, aprovechando el caos en que degenera la
democracia, se hace con el poder. La tiranía, de la que todas las poleis griegas tenían
experiencia, resulta ser el peor de los regímenes para Platón. El tirano, alentado por sus esbirros,
hace y deshace a placer: destierra, mata, saquea. “El pueblo (demos) –leemos a Platón– ,
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tratando de evitar el humo, ha caído en el fuego”. “El exceso de libertad parece, pues, que no
termina en otra cosa sino en exceso de esclavitud, lo mismo para el individuo que para la
polis”.
Esta descripción degenerativa de los regímenes políticos incita a preguntar si nuestro filósofo
no concibió alguna forma de organización política inter- media entre el libertinaje de la
democracia y la esclavitud de la tiranía. Para Platón sí había una manera de organizar la sociedad
en la que los gobernantes se preocupasen del bien común en vez de perseguir el beneficio
particular. Pero, como veremos, no será posible sin una profunda actuación educativa en los
ciudadanos que permita obtener de cada uno sus mejores talentos.
8.2.- El régimen ideal, el Estado justo
Platón trazó en su diálogo “República” un modelo ideal de polis. Este diálogo es una
reflexión sobre la justicia y cómo establecerla en los Estados de modo duradero.
El pensamiento político de Platón es una prolongación de su reflexión moral, de su teoría del
alma y de las virtudes: la tarea moral consiste en la elevación y perfeccionamiento del alma
individual mediante las virtudes; por su parte, el objetivo de la política será el
perfeccionamiento y la felicidad de todos los ciudadanos. La ciencia política tiene, entonces, un
nivel de dignidad superior, pues persigue el bien, la felicidad de toda la sociedad. No hay en
Platón –como no la hay entre los griegos hasta el período helenista– contraposición alguna entre
individuo y ciudadano, entre felicidad individual y colectiva; el ser humano, que es social por
ser humano (por naturaleza), no puede realizarse plenamente como tal individuo sino en un
marco de convivencia que se lo pueda garantizar.
Resulta lógico, por tanto, que el ideal platónico de comunidad guarde una correlación
estrecha con su concepción del alma. La estructura de la ciudad ideal de Platón estará reflejada
en la estructura del alma: “en el alma de cada uno hay las mismas clases que en la ciudad y en
el mismo número” (“República”, 441 c).
8.2.1.- Estructura del Estado: clases sociales
Si el Estado debe reflejar a gran escala lo que el alma individual en pequeña, a cada
tendencia o parte del alma le debe corresponder una clase social. Platón reconoce que en el
Estado se dan tres tipos de necesidades: producción de bienes, defensa frente a peligros externos
e internos, y dirección de la sociedad para que haya en ella armonía (justicia). Y para atender a
esa triple necesidad se requieren tres clases sociales:
Productores. La clase productora (campesinos, artesanos, comerciantes...) se ocupa de
proporcionar el sustento diario de la sociedad. Esta clase inferior, con misión de soporte
económico, la formarán aquellos ciudadanos en cuya alma predomine la parte apetitiva. Si
realizan bien su función, tienen como virtud propia la templanza, que controla sus impulsos.
Guardianes (phylakes). Tienen como misión defender el Estado de desórdenes internos y de
peligros externos. Constituyen la clase militar, a la que corresponde la virtud de la fortaleza
(andreia) como reflejo de la parte irascible del alma que en ellos predomina.
Gobernantes (archontes). A esta clase superior, la más importante para Platón, le
corresponde la tarea de dirigir a las otras clases para el cumplimiento del bien general. En
cuanto clase dirigente tiene como virtud propia la prudencia o sabiduría, expresión de la
función racional del alma que predomina en sus miembros.
Si cada clase social se ocupa de su función y la realiza de manera excelente tendremos una
sociedad en la que brillará la justicia.
Una sociedad bien fundada exige, pues, una cooperación entre los ciudadanos para satisfacer
todas sus necesidades. Hay que dividir las tareas y hay que buscar una especialización: cada
individuo de esa sociedad ideal debe ocuparse de aquella función que mejor pueda desempeñar.
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8.2.2.- El sistema educativo: la selección de los mejores
¿Cómo adscribir a los ciudadanos a una u otra de las clases sociales? Platón ideó que los más
aptos para las respectivas tareas sociales saldrían de un sistema educativo generalizado, con un
plan de estudios programado al detalle, estableciendo para su ciudad ideal un sistema
meritocrático: la asignación a una u otra de las clases se haría por méritos, por la capacidad y
tenacidad mostrada por los individuos, ricos o pobres, hombres o mujeres.
Si bien las tres clases sociales son necesarias, a Platón le preocupó especialmente la
educación de las clases de los guardianes y gobernantes, porque de ellos depende especialmente
el buen funcionamiento del Estado. La clase trabajadora, pensaba, no requiere educación
especial, pues las artes y los oficios se aprenden con la práctica.
El plan de estudios trazado por Platón consta de tres ciclos. En el primero se proponen
como materias educativas la gimnasia y la músicaiv. Superado este primer ciclo educativo, los
guardianes deben familiarizarse con el conocimiento de las disciplinas que integran el segundo
ciclo: aritmética, logística (¿LÓGICA?), geometría, astronomía y música. Aquellos que no
superasen satisfactoriamente este segundo ciclo quedarían asignados a la clase de guardianes
como auxiliares. Los que diesen muestras de aplicación y constancia, los guardianes
propiamente dichos, constituirían la clase de ciudadanos en quienes predomina lo volitivo del
alma, la fuerza, la valentía.
Para los guardianes, así como para la clase dirigente que saldrá de entre ellos, prescribe
Platón un régimen especial de vida (AÑADIR: “lo que se ha dado en llamar “comunismo
platónico””). Vivirán apartados del resto de los ciudadanos, sin tener propiedad privada ni
familia propia; sus relaciones sexuales, que deben buscar la pureza biológica del grupo, estarán
estrictamente reguladas, y los hijos que nazcan de esas relaciones serán acogidos por un
organismo estatal, sin que los padres puedan reconocer a sus hijos. Se evitarán, así, los
egoísmos o particularismos, y se conseguirá que la clase entera sea una gran familia. El
programa de vida resulta ser muy duro, pero cuando uno de los interlocutores le hace notar a
Sócrates que esos hombres y mujeres no van a ser felices, la respuesta es tajante: no nos
proponemos hacer feliz a una sola clase, sino a la totalidad de los ciudadanos.
Los mejores de entre los guardianes, los que superen el segundo ciclo de las enseñanzas
propedéuticas (preparatorias), iniciarán, a los treinta años, el tercer y último ciclo educativo,
del que saldrán los gobernantes. De los treinta a los treinta y cinco años estarán dedicados a la
dialéctica, la cumbre del sistema educativo. Durante quince años se irán ocupando, por turnos,
de desempeñar cargos políticos menores, y a los cincuenta años, en posesión de la sabiduría que
da el conocimiento de las Ideas, y, sobre todas, del Bien, y de la experiencia adquirida en
empleos secundarios, gobernarán por turno el Estado, dedicando los períodos en que no
gobiernen a la filosofía.
Tras ese arduo proceso de superación de pruebas selectivas y rigurosas tendríamos a los
mejores al frente del Estado. Este es el régimen ideal en el que pensaba Platón: los sabios, los
filósofos auténticos, los que se han liberado de las cadenas y han conseguido salir de la cueva y
contemplar directamente el sol (el Bien), dirigirán una sociedad perfectamente estructurada en
la que cada ciudadano ocupará el lugar que por capacidad y preparación le corresponde.
8.2.3.- El gobernante sabio
El estricto sistema selectivo que se ha descrito sitúa en la cima de las responsabilidades del
Estado a hombres sabios que han forjado su sabiduría en la contemplación o conocimiento de
las Ideas. Es el gobierno del filósofo-gobernante o filósofo-rey. El gobierno ideal resulta ser una
aristocracia del saber, o una monarquía basada en la inteligencia, no de carácter hereditario.
Platón estaba convencido de haber encontrado con ello la clave para terminar con las
enfermedades de los Estados y del género humano. ¿Por qué su convencimiento de que los más
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sabios eran los idóneos para dirigir los asuntos políticos? Porque en este autor se da una
identificación entre saber teórico y saber práctico. El filósofo-gobernante ha contemplado el
Bien, que es la culminación de todo saber: no sólo conoce el orden y estructura de la realidad
(saber teórico), sino que también sabe cómo ordenar políticamente la sociedad para promover
las virtudes y la felicidad de todos (saber práctico).
Los sabios gobernantes sienten la necesidad de transmitir a los demás ciudadanos su
sabiduría. Promueven la educación de las clases sociales, acercándolas a la virtud (Llamada al
texto nº 5); en el mito de la caverna está simbolizada esta solidaridad con la imagen del liberado
que vuelve a la cueva para auxiliar a los encadenados y atraerlos a la luz del mundo exterior, a
la verdad. Su conocimiento del Bien y de la Justicia garantiza que sabrán elaborar las mejores
leyes para el gobierno de la polis; no es necesaria una constitución a la que tengan que atenerse:
ellos dictan la ley.
El modelo de Estado esbozado en “República” es el intento platónico de plasmar en el
mundo sensible el modelo perfecto de las Ideas. Con ese modelo rebatía Platón el relativismo de
los sofistas: no hay más modelo a seguir por las sociedades humanas que ése.
8.2.4.- Rectificaciones al Estado ideal
Platón fue plenamente consciente de que su modelo de organización social tenía serias
dificultades para realizarse. Algunas de las propuestas no dejaron de levantar en su autor cierta
desconfianza, especialmente la dificultad de encontrar auténticos sabios que gobernaran el
timón del Estado.
Hemos aludido a sus fracasos al intentar implantar sus ideas políticas en Siracusa. Fruto
probablemente de esas experiencias personales frustradas son sus matizaciones en algunas obras
posteriores a “República”, como el “Político” y las “Leyes”. Ciertamente ni siquiera en sus
obras de vejez abandonó Platón su propósito de reformar los Estados existentes, pero , ya
anciano y desilusionado, el gobierno de los sabios lo sustituye por un gobierno de las leyes, a
las que todos los ciudadanos debían estar rigurosamente sometidos.
No renunció Platón a ciertos principios, como que siempre debe gobernar lo racional o que el
objetivo del Estado siempre es mejorar (hacer virtuosos) a los ciudadanos. Pero la meticulosidad
con que en las “Leyes” desmenuza cómo debe ser la vida social, el rigor extremo de las penas
establecidas, el estricto sistema de vigilancia a que se ven sometidos los ciudadanos, hacen
pensar que el Platón de los últimos años había rebajado considerablemente la confianza en la
rectitud moral de los seres humanos de que había hecho gala en “República”.
8.3.- Influencia de la teoría política de Platón
El modelo de sociedad propuesto en “República” ha influido considerablemente en
destacados pensadores políticos. Unos se inspiraron en esta obra para elaborar sus propias
utopías; así, en el Renacimiento encontramos huellas del pensamiento platónico en Tomás
Moro (“Utopía”, 1516); Tomás Campanella (“La ciudad del sol”, 1623) y Francis Bacon,
(“Nueva Atlántida”, 1627). Otros autores verán en la teoría platónica un modelo alejado de la
realidad, y, por ello, impracticable; o, algo peor, un anticipo de peligrosas doctrinas totalitarias,
como el fascismo y el stalinismo. Serán los casos, respectivamente, de N. Maquiavelo en su
obra “El príncipe” (1513), y del influyente racionalista K. Popper, autor de “La sociedad
abierta y sus enemigos” (1945).
9.- Platón en la posteridad
La filosofía de Platón estará presente en el pensamiento occidental mucho más allá del
tiempo que pervivió la Academia, fundada por él en el año 387 a. de C. y clausurada en el siglo
VI por el emperador Justiniano. Veamos algunos importantes ejemplos de esta influencia.
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La Academia no mantuvo la pureza del platonismo tras la muerte de Platón, ya que no pocas
de sus ideas se mezclaron con las de otras corrientes, como ocurrió a partir del s. III con el
neoplatonismo. El Cristianismo llevó a cabo la síntesis de su concepción religiosa del mundo
y de la filosofía sirviéndose fundamentalmente de elementos neoplatónicos. El platonismo
resultó ser la corriente de pensamiento griego más influyente en la construcción del cuerpo
doctrinal del Cristianismo, como prueba la obra de San Agustín (siglo V), manteniendo esa
posición hasta el siglo XIII en que Occidente recupera las obras de Aristóteles.
En el Renacimiento, la Academia de Florencia devolvió al primer plano del interés
filosófico la obra de Platón. Abundaron los personajes de los siglos XV y XVI, como Marsilio
Ficino y el humanista Tomás Moro en los que se reflejan teorías platónicas. En el siglo XVII, en
el inicio mismo de la filosofía moderna, se constata claramente la huella del idealismo platónico
en el movimiento racionalista.
La importancia del pensamiento platónico se percibe en el pensamiento contemporáneo,
unas veces como objeto de crítica y rechazo (por ejemplo, en Nietzsche (siglo XIX) o en
Popper (siglo XX), otras como expresión de reconocimiento: así, se reconoce la influencia en la
teoría de la verdad de Heidegger, se constata el rastro de su teoría política del gobierno de los
sabios en Ortega y Gasset, se hace un reconocimiento a la teoría platónica de las Ideas en la
admisión de un tercer mundo objetivo por Popper. Probablemente, la mejor valoración del
pensamiento platónico esté recogida en la conocida frase del neoempirista A. Whitehead, para
quien la filosofía occidental puede reducirse “a una serie de notas a pie de página que acotan la
filosofía de Platón”.
(¿NO CONVENDRÍA CITAR TAMBIÉN A HUSSERL Y LA FENOMENOLOGÍA?)
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