1 La filosofía como el reflejo especular de la realidad Un interés común a muchos filósofos de distintas épocas ha sido encontrar la manera adecuada de aprehender la realidad. El hombre se ve rodeado por una multitud de cosas y de seres que constituyen el mundo. En su vivir, ha querido comprender qué es eso que lo rodea. Del conocimiento que el hombre consigue de su entorno depende su capacidad para sobrevivir y valerse de él. Pero aparte de la motivación pragmática que explica el deseo de comprender la realidad, también hay en el hombre un deseo de conocer por conocer: nos gusta conocer nuestro mundo y conocernos a nosotros mismos. Cuando el hombre se pone a reflexionar sobre la realidad, sobre las cosas que conforman la realidad, se da cuenta de que todo está en continuo cambio y de que nada parece permanente. La realidad es un eterno fluir y no es posible que un evento se repita en el tiempo. No es posible entrar dos veces en el mismo río porque la segunda vez que entremos al río, éste y nosotros no seremos los mismos, piensa Heráclito. Entonces surge el problema de cómo conocer una realidad que está cambiando todo el tiempo. Si la realidad es movimiento, cómo conocerla, si cuando intentamos aprehenderla ella misma ya se ha desvanecido. La realidad es como el agua; cuando la cogemos se escapa entre nuestros dedos. La solución que la filosofía tradicional ha encontrado frente a la incapacidad de asir la realidad se basa en que, aunque la realidad cambie constantemente hay algo que, no obstante, permanece. Las cosas cambian pero mantienen una identidad. Lo que hace que una cosa tenga una identidad es lo que comúnmente se conoce como esencia. De modo que las cosas tienen dos aspectos, el esencial y el aparente. El cambio es la apariencia y la identidad es la esencia. Sin embargo, Hegel plantea que el carácter esencial que la filosofía les ha imputado a las cosas no proviene de la naturaleza misma de las cosas sino de la proyección que hace el yo de su propia estructura en la estructura del objeto que quiere conocer. El individuo sabe que también cambia pero reconoce que hay algo en él que se mantiene idéntico a través de sus cambios; ese algo es el yo. Por 2 eso, cuando el hombre se pregunta por la naturaleza de los objetos cree que en ellos también hay algo que permanece. En consecuencia, la filosofía creyó que cualquier conocimiento de la realidad debía centrarse en lo permanente de ella. Se pensaba que conocer consistía en elaborar ideas generales y conceptos que dieran cuenta de la mayor cantidad de eventos y seres particulares. Por ejemplo, conocer una mesa era visto, entonces, como un proceso que consistía en partir de la experiencia de la existencia de varios entes que compartían unas características y elaborar un concepto. Lo común a todos los seres que llamamos “mesa”, esto es, su esencia, era lo que el concepto de mesa debía aprehender. Todo saber era entonces un conjunto de conceptos que explicaban cierta porción o sector de la realidad. Y tales conceptos eran entidades fijas, quiescentes. Entre más fijo es un concepto, se pensaba, mayor es su poder, por cuanto es menos susceptible de ser refutado. Así, el conocimiento estructurado en conceptos se había mostrado como algo estático, a lo largo de la historia occidental. Durante largo tiempo, muchos pensadores emprendieron la aventura de hallar un concepto o un fundamento verdadero e inmutable sobre el cual construir el conocimiento. Con Hegel acontece un cambio radical en la concepción de conocimiento. Para él, la realidad es un devenir, es movimiento y, por eso mismo, es imposible de aprehender. La idea tradicional de que las cosas tienen una esencia y una apariencia es un espejismo. La realidad es tan sólo apariencia. Es pura manifestación. Es fenómeno. La realidad en tanto fenoménica no tiene tras de sí un mundo nouménico en el que estén las esencias de las cosas. Por eso, Hegel encuentra que el concepto que mejor explica la naturaleza de la realidad es el concepto de fuerza. Una fuerza es cuando pasa de estar en potencia a estar en acto; sin embargo, al volverse acto, al manifestarse y ser lo que es, se desvanece como tal. La realidad, al igual que la fuerza, es pura manifestación, y en ese manifestarse se desintegra o se diluye. 3 Hegel vuelve a plantearse la pregunta de cómo conocer una realidad que sabemos que es pasajera e inconsistente. Hegel plantea que un conocimiento que está estructurado en conceptos estáticos parece no ser suficiente para dar cuenta de la realidad. ¿Puede un conocimiento, cuyas unidades constitutivas son estáticas, explicar una realidad cambiante? ¿Podemos valernos de un concepto estático para aprehender algo que, de hecho, está en movimiento? No parece que un conocimiento pensado como conjunto de conceptos fijos sea adecuado para explicar una realidad semoviente. De ahí el énfasis que Hegel le pone a la necesidad de transformar el concepto de “concepto”. Los conceptos deben ser pensados como entidades que se desarrollan y se van enriqueciendo con el tiempo y en el tiempo. Desde esta perspectiva, un concepto fijo es, como tal, falso, por cuanto carece de un desarrollo que lo haga verdadero. La verdad de un concepto reposa en su enriquecimiento. Por eso, lo que debe hacer la filosofía ahora es tomar los conceptos fijos tradicionales y desarrollarlos. Debe llevarlos hasta el límite, hasta sus últimas consecuencias. Y sólo cuando se llegue a ese límite, el concepto se habrá agotado y se habrá desarrollado plenamente. Solamente volviendo fluidos los conceptos estáticos se retorna a la realidad, se la comprende en su fluidez, en su movimiento. El método dialéctico que Hegel utiliza en la Fenomenología implica, precisamente, ese partir de un concepto estático, salir de él y desarrollarlo, para finalmente volver a él, pero ahora como concepto enriquecido. Concebir el concepto como una entidad que se desarrolla y progresa es más útil para explicar la realidad. Si la realidad es cambiante y evoluciona a través del tiempo, el conocimiento que pretenda aprehenderla debe ser también cambiante y evolutivo. De modo que si la estructura de la realidad es el movimiento, la estructura del conocimiento sobre ella debe ser también móvil. La filosofía debe ser el reflejo especular de la realidad. Hay que llegar a un conocimiento cambiante que explique una realidad cambiante. A la luz de esta tesis, entonces, empiezan a tener sentido afirmaciones hegelianas como la de que el método filosófico consiste en ver la realización de un concepto en la 4 realidad. Dado que para Hegel la realidad es pensamiento y las cosas materiales son sólo momentos de esa realidad deviniente, entonces, siendo los conceptos las unidades elementales del pensamiento, la realidad material es la manifestación o encarnación de aquellos conceptos que tienen un desarrollo. El despliegue de la realidad es el despliegue de un concepto. La posición hegeliana se revela como más convincente que la posición filosófica tradicional frente a cómo debe ser el conocimiento de la realidad. Con la propuesta hegeliana se le da una fuerte sacudida a la forma como se venía haciendo filosofía hasta ese momento. El carácter deviniente del concepto para Hegel también tendrá una incidencia en otros saberes, tales como la ciencia. Sabemos que Hegel tenía una opinión peculiar frente al lugar que ocupa la filosofía en el desarrollo de una cultura. Para Hegel, la filosofía es el punto culmen de una determinada época histórica, es la reflexión sobre los acontecimientos en los que se ha visto envuelto un pueblo durante una época. Cuando una cultura empieza a hacer filosofía, piensa Hegel, está llegando al fin de una etapa de desarrollo. Por eso, Hegel opina que con su filosofía se está cerrando una etapa histórica que comenzó en Grecia y que termina con la modernidad. Aunque no es equivocada esta visión de la filosofía como aquello que recoge las concepciones y desarrollos de una época, es posible modificarla por su contraria, esto es, imaginar que la filosofía, en vez de cerrar épocas, las abre. Podemos pensar en la filosofía hegeliana a la luz de esta nueva posibilidad. Con la idea de que la realidad está en continuo cambio y progresa hacia un fin, y de que los conceptos no deben ser estáticos sino cambiar y evolucionar, Hegel se está anticipando a una de las épocas históricas más significativas que marcarán un nuevo rumbo del conocimiento científico, a saber, la teoría biológica de la evolución de Darwin. Así, Hegel además de ser la plenificación de los ideales de la época moderna es el precursor de una nueva era en el conocimiento científico, que estará determinada por la 5 visión darwiniana de la evolución. La teoría darwiniana de la evolución de las especies es una consecuencia de la visión hegeliana de la realidad como proceso racional.