FINAL DEL REINO DE JUDÁ

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ÉPOCA DEL DOMINIO BABILÓNICO
1.
SURGIMIENTO DEL IMPERIO BABILÓNICO. LA CAÍDA DE NÍNIVE.
Aproximadamente hacia el 629 a. C. muere el gran rey asirio Asurbanipal, a cuya
recopilación literaria debemos la supervivencia de gran parte de la literatura mesopotámica. Sus
sucesores tienen que afrontar una situación cada vez más difícil. En el 626 a. C. el caldeo
Nabopolasar restaura la independencia de Babilonia, hasta ese momento bajo el control asirio.
Desde el 616 Egipto había cambiado de política internacional; ante la expansión de los caldeos,
resuelve sostener a una Asiria desfallecida.
En el 615 Nabopolasar fracasa ante Asur, pero en el 614 el medo Ciaxeres conquista la
ciudad -adonde acude Nabopolasar para unirse-. Nínive cae en el 612, después de un sitio de tres
meses. El último rey de Asiria se repliega hacia Jarán, desde donde resiste cuatro años más; sin
embargo, ni la ayuda egipcia pudo evitar que también fuera conquistada.
Tras derrotar a los egipcios en 609 en Karkemish y Hamat, ahora Nabucodonosor continuó
realizando campañas anuales para someter al nuevo imperio neo-babilónico (o caldeo) todos los
territorios de la franja siro-palestina que habían estado subordinados en otro tiempo a Asiria, así
como los que habían seguido siendo independientes hasta entonces.
2.
ÚLTIMOS REYES DE JUDÁ. INVASIÓN Y DESTRUCCIÓN DE JERUSALÉN.1
El sitio de Jerusalén tuvo un final muy rápido. Después de fuertes tensiones entre partidarios
del vasallaje a Egipto y de aquellos que lo rechazaban, el rey Joaquín se somete durante tres años a
Nabucodonosor II, rey babilónico, y paga tributos (II Re 24,1). Después de tres años decidió
intentar la rebelión. Pero murió ese mismo año (598) y le sucedió su hijo Joaquín, de apenas
dieciocho años. Éste, asediado por los babilonios, decidió capitular inmediatamente. Los babilonios
lo deportaron junto a su familia, a la clase dirigente, y a los artesanos especializados (II Re
24,12.14.16). También son deportados miembros del clero, entre ellos al profeta Ezequiel.
Saquearon los tesoros del templo y del palacio real, empezando por los enseres de oro. Dejaron
como rey vasallo a Sedecías, tío de Joaquín, y por lo tanto el tercer hijo de Josías en ocupar el trono,
después de Joacaz y de Joaquín.
Sedecías, instalado como rey en Jerusalén tras la conclusión del primer asedio, reinó durante
nueve años (598-589) como vasallo de los babilonios.2 Después decidió sublevarse tras el debate
político que había tenido lugar en Jerusalén. Nabucodonosor, que no esperaba otra cosa, arremetió
contra las plazas fuertes judías de la Sefelá (Laquis y Azeqa), y puso sitio a Jerusalén,
momentáneamente interrumpido por la llegada de un ejército egipcio y reanudado muy pronto (Jer
37,5-8). El asedio fue largo, en unas condiciones cada vez más duras de escasez.
Tras dos años de asedio, Sedecías consiguió escapar junto a sus hijos y el cuerpo de guardia,
pero le dieron alcance cerca de Jericó: las tropas se dispersaron, el soberano fue capturado y llevado
a presencia de Nabucodonosor, que hizo degollar ante él a sus hijos y luego ordenó que le sacaran
los ojos y se lo llevaran por fin a Babilonia (II Re 25,4-7 y Jer 39,1-7).
1
Cf. M. LIVERANI, Más allá de la Biblia. Historia Antigua de Israel, Barcelona 2005, 220-232.
De esta fase final de la Jerusalén anterior a la Cautividad datan las casas descubiertas en el Ofel: la “casa de
las bullae” (así llamada por la gran concentración de bullae con nombres yaveístas, entre ellos el de un tal
Gemaryahu hijo de Safán), la “casa de Ahiel”, la “habitación quemada”, y la “casa de bloques tallados”: todo
un barrio que demuestra que la vida de la ciudad seguía su curso normal.
2
1
La ciudad resistió todavía unos cuantos meses sin rey y sin las tropas de élite, hasta que los
caldeos, al mando de Nebuzardán, entraron en las murallas, incendiaron “el templo de YHWH, el
palacio real y todas las casas de Jerusalén; puso fuego a las casas de los altos personajes” (II Re
25,9), y a continuación demolieron las murallas para evitar futuras rebeliones. El templo fue
saqueado, y los objetos de bronce fueron expoliados. Unos sesenta personajes de relieve -entre ellos
el sumo sacerdote Serayas- fueron conducidos ante Nabucodonosor, que los mandó ajusticiar. La
población urbana, tanto la que había permanecido en la ciudad sitiada como la que ya se había
entregado a los sitiadores, fue deportada. A los campesinos de las zonas rurales circundantes se les
permitió permanecer en su sitio (II Re 25,18-22).
Los babilonios dejaron a Godolías como “gobernador” de Judea, o mejor dicho como
responsable de lo que quedaba de ella, con sede en Mispá (II Re 25,22-23). Godolías había sido
prefecto del palacio de Sedecías, y era el miembro más autorizado de la familia de Safán y del
partido filocaldeo en la corte de Sedecías; junto a él se refugiaron otros miembros de la élite que no
habían sido deportados, entre ellos Jeremías, y juraron un pacto de colaboración formulado por
Godolías, en el sentido de someterse al nuevo dominio, intentando sobrevivir de cualquier manera,
con el fin de conseguir la recuperación económica y una nueva cohesión social: “No temáis ser
siervos de los caldeos. Quedaos en el país y servid al rey de Babilonia, y os irá bien. Por mi parte,
aquí me tenéis establecido en Mispá, para responder a los caldeos que vengan a nosotros; y
vosotros cosechad vino, mieses y aceite, metedlo en vuestras vasijas, y vivid en las ciudades que
hayáis recuperado.” (Jer 40,9-10; cf. II Re 25,24).
Algunos grupos de judíos que se habían refugiado en Transjordania regresaron al país, y se
recogió una buena cosecha. Pero el partido colaboracionista acabó mal: al cabo de pocos meses
Godolías fue asesinado junto a su corte de judíos y caldeos por un grupo de conjurados “de sangre
real” (II Re 25,25; véase un relato más extenso en Jer 41), que no habían sido deportados porque
habían permanecido armados en localidades periféricas que los caldeos no habían conquistado.
El asesinato de Godolías provocó una sublevación popular, por temor a las represalias de los
babilonios. Los conjurados se refugiaron junto a los ammonitas. Los personajes de relieve y “el
resto de Judá”, a pesar de no estar comprometidos con la conjura, decidieron refugiarse en Egipto
con gran séquito de gente, por miedo al castigo de los babilonios (II Re 25,26; relato más extenso en
Jer 42-43). Consultado Jeremías sobre lo que debía hacerse, aconsejó permanecer en Judea, bajo la
soberanía babilónica, pues la cólera de YHWH ya se había calmado y la ola de guerra y destrucción
de los babilonios corría si acaso el riesgo de trasladarse hasta el propio Egipto: “Si os quedáis a
vivir en esta tierra, yo os edificaré y no os destruiré, os plantaré y no os arrancaré, porque me pesa
del mal que os he hecho. No temáis al rey de Babilonia, que tanto os asusta: no temáis nada de él oráculo de YHWH - que con vosotros estoy yo para salvaros y libraros de su mano. Haré que se os
tenga compasión y él os la tendrá y os devolverá a vuestro suelo. Pero si decís vosotros: «No nos
quedamos en este país», desoyendo así la voz de vuestro Dios YHWH, diciendo: «No, sino que al
país de Egipto iremos, donde no veamos guerra, ni oigamos toque de cuerno, ni tengamos hambre
de pan, y allí nos quedaremos»; ¡pues bien! en ese caso, oíd la palabra de YHWH, oh resto de
Judá. Así dice YHWH Sebaot, el Dios de Israel: Si vosotros enderezáis rumbo a Egipto y entráis
como refugiados allí, entonces la espada que teméis os alcanzará allí en Egipto, y el hambre que
receláis, allá os irá pisando los talones; y allí, en Egipto mismo, moriréis” (Jer 42,10-16)
Pero su consejo no fue escuchado, y el «resto» se trasladó a Egipto (Jer 42; II Re. 25,26).
Judea quedó sumida en el caos más absoluto, sin clase dirigente y con la población diezmada por la
guerra, la peste, el hambre y la emigración.
2
3.
DEPORTACIÓN A BABILONIA.
En las localidades que la administración babilónica asignó como residencia, los judíos
tuvieron la dirección de los “ancianos de Judá”. Estos probablemente actuaban como representantes
de los deportados ante las autoridades babilonias, manteniendo estrecha colaboración con el profeta
Ezequiel (cf. Ez 8,1; 14,1; 20,1). Las familias no fueron separadas. Ello permitió la formación de
nuevas familias por enlaces matrimoniales (cf. Jer 29,6) que pudieron educar a sus hijos en el
respeto y la práctica de las tradiciones. Vivían a la espera de algún acontecimiento que facilitara el
retorno. Se sentían ajenos en Babilonia y hasta manifestaban un odio profundo contra ella, como lo
atestigua el salmo 137.3
La catástrofe del 587 sumergió a Judá en una profunda crisis en su fe. El Templo era
considerado como el lugar santo por excelencia, donde la presencia de YHWH se manifestaba de
una manera específica, particularmente después de la reforma de Josías. Franquear sus puertas era
uno de los mayores privilegios, y el hecho de su presencia constituía la garantía indiscutible de la
salvación de Judá. Jeremías y Ezequiel denunciaron la falsa confianza en el dogma de la elección de
Jerusalén por parte de YHWH, como lugar de su presencia y, por lo tanto, imposible de ser
destruida (Jer 7,4-11; Ez. 24,1-14).
Aunque la teología oficial no pudo dar una explicación satisfactoria a lo ocurrido, no todos
adoptaron actitudes pasivas frente al acontecimiento. Es posible distinguir tres manifestaciones de
sentir y de pensar: 1º) La de los que ante el impacto sufrido perdieron su fe en YHWH y retornaron
a las prácticas paganas que ya habían sido seguidas en Judá llegando al extremo de justificar su
actitud (cf. Jer 44,15-18); 2º) Otros aprendieron en su justo sentido la relación causa y efecto
anunciada en la predicación de Jeremías, pero cuyo desánimo les había llevado prácticamente a la
idea de que YHWH había rechazado totalmente a su pueblo. Judá se había convertido en una
comunidad carente de sentido existencial (cf. Ez 33,10); 3º) Unos terceros creyeron que YHWH no
estaba al margen de todo lo que había acontecido; sin embargo, se lamentaban de su proceder, y
decían que YHWH había aplicado su justicia de manera arbitraria, idea que expresaban por medio
del refrán: “Los padres comieron las uvas verdes y a los hijos les duele los dientes” (Ez 18,2; cf.
2,5).
3
Cf. G. CAÑELLAS, Cara y cruz del cautiverio. La destrucción de Jerusalén (a. 587): ¿Caos o esperanza?,
Madrid 1980, 68-70.
3
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