3. Isaías, el profeta del Adviento Reflexión sobre el profeta Isaías Hemos comenzado el tiempo de Adviento, que nos prepara a las celebraciones navideñas del nacimiento y manifestación de Jesucristo, de la encarnación del Verbo, la Palabra de Dios (Jn 1,1.14). Adviento significa “venida”, “llegada” y eso es lo que nos preparamos a celebrar: la primera venida del Verbo, del Hijo de Dios, revestido de nuestra naturaleza humana, pero también esperamos su venida definitiva y gloriosa, en la culminación de la historia humana. Adviento es Cristo que vino, que viene y que vendrá... Una de las figuras más importantes de este hermoso tiempo de espera, es la del profeta Isaías, cuyas profecías estaremos escuchando, tanto en los domingos de Adviento, como entre semana antes de Navidad. En todas ellas notamos la esperanza de que se cumplan los sueños mesiánicos de Israel. Y los evangelistas, en especial san Mateo, al contarnos la vida de Jesús, han visto que con la llegada de Cristo, se han cumplido plenamente todas estas profecías. ¿Quién fue Isaías? Isaías fue un profeta de Jerusalén, que vivió en el siglo VIII a. C. Había nacido hacia el año 760 a. C. Al cumplir aproximadamente los 20 años, en el año 740 a. C, tuvo una visión grandiosa de Dios, allá en el templo de Jerusalén, durante la cual recibió la llamada del Señor a ser profeta, pese a que no se sentía digno y más bien pecador (Is 6,1-8). Vivió y predicó durante los reinados de Ozías, Jotam, Ajaz y Ezequías, que fueron reyes de su pueblo (Is 1,1), es decir, entre los años 767 y 698 a.C. aproximadamente. Recibió una esmerada educación cultural y religiosa. Pronto se casó y tuvo dos hijos, a los que les puso nombres simbólicos y a los que integró a su misión (Is 7,3; 8,3.18). Los tiempos que le tocó vivir fueron muy difíciles y turbulentos, como los de hoy. A nivel interno, su país dividido en dos territorios: Israel al norte y Judá al sur, donde él vivía. Constataba que, en la comunidad, abundaba la injusticia social y el pecado, sobre todo, esa injusticia social que afligía a los más pobres y débiles, producto de la explotación social, como también hoy sucede, que lo movió a denunciarla, en especial, denunciando el lujo, la codicia, la injusticia y la opresión de los poderosos (Is 1-5). De allí que Isaías invita a la conversión, a buscar la santidad y la justicia social, a proponer la esperanza en Dios, que ha de enviar a un descendiente de David, que gobierne en paz y en prosperidad al pueblo elegido (Is 11,1-11). A nivel internacional, la presencia del gran imperio asirio, con sus invasiones militares y su gran poderío, sembraba el desconcierto en Israel. Por la historia bíblica, sabemos que los asirios arrasaron el reino de Israel, al norte, llevándose a sus habitantes deportados a Media, en el año 722 a. C. (2 Rey 17,5-6). De manera que hubo una crisis política sin precedentes, ya que nadie quería vivir bajo el poder de esa potencia, tan dominante y terrible, como lo fue Asiria, y, como por desgracia, hoy siguen siendo otras las grandes potencias de la actualidad, que implantan su política y dominio en el mundo (Is 5,26-30; 7,18-20; 8,5-8). Es decir, como decimos acá, a Isaías “le tocó que bailar con la más fea”, pues tuvo que anunciar la salvación y condenar las injusticias de su tiempo. Su vida, en medio de estas situaciones tan dramáticas para el pueblo judío, transcurrió entre la condena y la esperanza. Aunque hemos de decir que fue la esperanza, la que animó su vida y lo “obligó” a anunciar tiempos mejores. El texto de Is 11,1-10 Queremos presentar el texto de Is 11,1-10, del martes 29 de noviembre, en la primera semana de Adviento, dentro de los llamados “Oráculos sobre Israel y Judá” (Is 1-12). Los oráculos son declaraciones solemnes, proclamadas en nombre de Dios, que pueden ser de condena o de salvación. Y la que hoy escuchamos o leemos, en la Liturgia de la Palabra, es un oráculo de salvación, en el que se anuncia la llegada del nuevo David. Pues bien, Isaías propone un sueño, una hermosa ilusión, una segura esperanza, lo que se llama una “utopía”. Por una parte, la vuelta al paraíso antes del pecado (Gén 2,4-25), o anticipar la gloria del cielo, como es descrita de forma bellísima en el libro del Apocalipsis (Ap 22,1-5), pues de lo que se trata es que florezca el viejo tronco de Jesé o Isaí (el padre de David), y que brote de sus raíces un retoño maravilloso, nada más y nada menos que su descendiente, un príncipe lleno del Espíritu Santo, un rey según el corazón de Dios, que cumpla perfectamente su voluntad. Por supuesto que lo hará, no a favor de los poderosos y los opresores, o los amos de este mundo, sino de aquellos que nada tienen, los pobres, los humildes y los pequeños que, como nos enseñó Jesucristo, son los favoritos de Dios. Notemos que la presentación de este futuro Mesías es fascinante: está lleno del Espíritu del Señor, es un ser extraordinario que es más que David y está a favor de los pobres, cosa que descuidaron gravemente los reyes de Israel. Una figura que hace presagiar tiempos mejores, de tal manera que Isaías, “echando a volar su imaginación”, ve cómo hasta los animales feroces y salvajes, se “llevan a las mil maravillas” con los animales domésticos. Es decir, anuncia tiempos plenos de salvación, de felicidad y de justicia, todo un nuevo paraíso, una armonía plena entre los seres humanos, los animales y la creación entera. Un mundo totalmente recreado, una nueva creación, una nueva mentalidad. Un mundo con el que todos soñamos, en esta sociedad y este mundo tan injusto, en el que vivimos. El descendiente de David, este Mesías o Ungido del Señor, se define aquí por la liberación que trae, que debe ser entendida como liberación o salvación de todo, tanto en lo material como en lo espiritual. De tal forma que no caben los odios, las guerras, las injusticias y las divisiones, el poder tenebroso del mal y del pecado. Todo esto desaparece ante la presencia de este Mesías, del descendiente de Jesé. Y todas estas profecías tan bellas y consoladoras, se han cumplido con Jesucristo, el retoño o descendiente de Isaí o Jesé, el verdadero y nuevo David (Mt 1-2; 11,26; Lc 4,14-22) que, con su palabra, sus signos a favor de los humildes y de los pecadores, su predicación, su muerte y resurrección, ha llevado hasta la plenitud estos sueños y estas esperanzas, como nadie se pudo imaginar... Isaías hoy en Adviento Estamos celebrando el Adviento, el tiempo en que la Iglesia nos recuerda que este futuro maravilloso anunciado por los profetas, se nos ha adelantado. El Reino de Dios se ha hecho presente entre nosotros, con la llegada de Jesús, el retoño de David, como la levadura en la masa (Mt 2,23; 13,33), hasta que la nueva creación sea posible para toda la humanidad. Empero, los costarricenses y el mundo entero, gemimos en este valle de lágrimas. El país se nos ha estado yendo de las manos: corrupción, miseria, pobreza, insolidaridad e injusticia, pocos que tienen mucho y muchísimos que tienen poco; las grandes potencias que dominan la historia actual, la política de la que ya muchos desconfían, las estructuras económicas injustas, las desigualdades, la intolerancia política, el indiferentismo, las guerras, los gobernantes incapaces de responder a su tarea de implantar en sus países la justicia, el terrible endeudamiento del Tercer Mundo y la globalización del pecado social, la explotación de los que no pueden aspirar a nada. En fin, tiempos difíciles, en donde se atropellan a las personas, donde hay muerte, violencia y asesinatos (Is 5,1-5), y una larga lista de males, que a todos nos tienen sumidos en la desesperanza, la angustia y el pesimismo. Aún así, con el profeta Isaías, en este tiempo de Adviento, los cristianos y cristianas apostamos por creer que el cambio y la transformación de todas estas estructuras injustas y situaciones de muerte, pueden ser cambiadas por otra cosa: el Reino de Dios, del que la Iglesia es servidora. Porque ya llegó Jesucristo, que las ha cambiado en vida y salvación. Porque la Iglesia ha optado por la justicia del Reino, a favor de los pobres y los desheredados (Sal 72). Y porque todos y todas, con la gracia y el poder transformante del Espíritu, podemos cambiarlas también. Porque los sueños de Isaías y de Jesús pueden ser realidad y no pesadillas, como las que estamos viviendo. Porque es posible hoy: “que el lobo habite con el cordero, el leopardo junto al cabrito, el ternero junto al león, la vaca y la osa juntas...” (Is 11,6-7).