Texto PAU de Aristóteles: Metafísica, (selección caps. 1, 2, 3 y 6) 1. Grados del saber: sensación, memoria, experiencia, arte, razonamiento, universal, el porqué (causas). Todos los hombres desean por naturaleza saber. Así lo indica el amor a los sentidos; pues, al margen de su utilidad, son amados a causa de sí mismos, y el que más de todos, el de la vista. En efecto, no sólo para obrar, sino también cuando no pensamos hacer nada, preferimos la vista, por decirlo así, a todos los otros. Y la causa es que, de los sentidos, éste es el que nos hace conocer más, y nos muestra muchas diferencias. Por naturaleza, los animales nacen dotados de sensación; pero ésta no engendra en algunos la memoria, mientras que en otros sí. Y por eso éstos son más prudentes y más aptos para aprender que los que no pueden recordar; son prudentes sin aprender los incapaces de oír los sonidos (como la abeja y otros animales semejantes, si los hay); aprenden, en cambio, los que, además de memoria, tienen este sentido1 . Los demás animales viven con imágenes y recuerdos, y participan poco de la experiencia. Pero el género humano dispone del arte y del razonamiento. Y del recuerdo nace para los hombres la experiencia, pues muchos recuerdos de la misma cosa, llegan a constituir una experiencia. Y la experiencia parece, en cierto modo, semejante a la ciencia y al arte, pero la ciencia y el arte llegan a los hombres a través de la experiencia. Pues la experiencia hizo el arte, como dice Polo, y la inexperiencia, el azar. Nace el arte cuando de muchas observaciones experimentales surge una noción universal sobre los casos semejantes. Pues tener la noción de que a Calias, afectado por tal enfermedad, le fue bien tal remedio, y lo mismo a Sócrates y a otros muchos considerados individualmente, es propio de la experiencia; pero saber que fue provechoso a todos los individuos de tal constitución, agrupados en una misma clase y afectados por tal enfermedad, por ejemplo a los flemáticos, a los biliosos o a los calenturientos, corresponde el arte ———————————————– 1. El oído. Todos los hombres desean por naturaleza saber. Sin embargo, aunque todos los hombres desean saber, hay diferentes grados del saber. El grado más bajo es la sensación. Si a la sensación le unimos la memoria obtenemos la experiencia que consiste en muchos recuerdos de la misma cosa. De la experiencia nacen el arte y la ciencia que versan sobre nociones universales. En cualquier caso, ni la ciencia ni el arte son posibles sin la experiencia. Aplicado al hombre, el hombre meramente experimentado puede “saber” que cierta medicina le ha sido beneficiosa a un individuo particular cuando estaba enfermo, pero sin llegar a saber el porqué de tal beneficio, mientras que el hombre de arte sabe la causa: conoce, supongamos, que el individuo estaba febril y que la medicina en cuestión tiene cierta propiedad que hace desaparecer la fiebre. Este “entendido” conoce un universal, porque sabe que ese medicamento tenderá a curar a todos los que padezcan esa enfermedad. El término arte en griego es techné. Todavía hoy puede usarse el término arte en español (y otros idiomas modernos) en varios sentidos. Se habla del arte de vivir, del arte de escribir, del arte de pensar; arte significa en este sentido cierta virtud o habilidad para producir algo. Se habla, por ejemplo, de bellas artes o de arte mecánica. Estos significados no son totalmente independientes; los une la idea de hacer, y especialmente de producir algo de acuerdo con ciertos métodos o modelos. 2. Importancia de la experiencia en la vida práctica y experiencia Pues bien, para la vida práctica, la experiencia no parece ser en nada inferior al arte, sino que incluso tienen más éxito los expertos que los que, sin experiencia, poseen el conocimiento teórico. Y esto se debe a que la experiencia es el conocimiento de las cosas singulares, y el arte, de las universales; y todas las acciones y generaciones se refieren a lo singular. No es al hombre, efectivamente, a quien sana el médico, a no ser accidentalmente, sino a Calias o a Sócrates, o a otro de los así llamados, que, además, es hombre. Por consiguiente, si alguien tiene, sin la experiencia, el conocimiento teórico, y sabe lo universal pero ignora su contenido singular, errará muchas veces en la curación, pues es lo singular lo que puede ser curado. De todos modos, para la vida práctica no vale sólo el conocimiento teórico. Es necesaria ambién la experiencia. El médico, que sólo posea conocimiento teórico, sin la suficiente experiencia, errará muchas veces y esto porque en la vida práctica no nos enfrentamos a universales sino a seres particulares o singulares. 3. El saber pertenece más al arte que a la experiencia Creemos sin embargo, que el saber y el entender pertenecen más al arte que a la experiencia, y consideramos más sabios a los conocedores del arte que a los expertos, pensando que la sabiduría corresponde en todos al saber. Y esto porque unos saben la causa, y otros no. Pues los expertos saben el qué pero no el porqué, los sabios, en cambio, conocen el porqué y la causa. Por eso a los jefes de obras los consideramos en cada caso más valiosos, y pensamos que entienden más y son más sabios que los simples operarios, porque saben las causas de lo que se está haciendo; éstos, en cambio, como algunos seres inanimados, hacen, sí, pero hacen sin saber lo que hacen, del mismo modo que quema el fuego. Los seres inanimados hacen estas operaciones por cierto impulso natural, y los operarios, por costumbre. Así, pues, no consideramos a los jefes de obras más sabios por su habilidad práctica, sino por su dominio de la teoría y su conocimiento de las causas. En definitiva, lo que distingue al sabio del ignorante es el poder enseñar, y por esto consideramos que el arte es más ciencia que la experiencia, pues aquellos2 pueden y éstos no pueden enseñar3. ————————2. Los que poseen el arte. 3. Los simples expertos. Los conocedores de arte son más sabios que los meros expertos porque los primeros conocen la causa. Por ejemplo, en un obra es más valioso el jefe de obra que los operarios porque el primero conoce el porqué de lo que se está haciendo mientras que los operarios hacen las cosas por costumbre. Además, lo que distingue al sabio del experimentado es que el primero puede enseñar. 4. Las sensaciones con las cogniciones más autorizadas pero no dicen la causa. Importancia del descubrimiento de las artes. Además, de las sensaciones, no consideramos que ninguna sea sabiduría, aunque éstas son las cogniciones más autorizadas de los objetos singulares; pero no dicen el porqué de nada; por ejemplo, por qué es caliente el fuego, sino tan sólo que es caliente. Es, pues, natural que quien en los primeros tiempos inventó un arte cualquiera, separado de las sensaciones comunes, fuese admirado por los hombres, no sólo por la utilidad de alguno de los inventos, sino como sabio y diferente a los otros, y que, al inventarse muchas artes, orientadas unas a las necesidades de la vida y otras a lo que la adorna, siempre fuesen considerados más sabios los inventores de éstas que los de aquellas, porque sus ciencias no buscaban la utilidad. De aquí que, constituidas ya todas estas artes, fueran descubiertas las ciencias que no se ordenan al placer ni a lo necesario; y lo fueron primero donde primero tuvieron vagar los hombres. Por eso las artes matemáticas nacieron en Egipto, pues allí disfrutaba de ocio la casta sacerdotal. Hemos dicho en la Etica cuál es la diferencia entre el arte, la ciencia y los demás conocimientos del mismo género4. Lo que ahora queremos decir es esto: que la llamada Sabiduría versa, en opinión de todos, sobre las primeras causas y sobre los principios. De suerte que, según dijimos antes, el experto nos parece más sabio que los que tienen una sensación cualquiera, y el poseedor de un arte, más sabio que los expertos, y el jefe de una obra, más que un simple operario, y los conocimientos teóricos, más que los prácticos. Resulta, pues, evidente que la sabiduría es una ciencia sobre ciertos principios y causas. (…) ———————— 4 “Establezcamos que las disposiciones por las cuales el alma posee la verdad cuando afirma o niega algo son cinco, a saber, el arte, la ciencia, la prudencia, la sabiduría y el intelecto; pues uno puede engañarse con la suposición y la opinión. ¿Qué es la ciencia?, es evidente a partir de ahí – si hemos de hablar con precisión y no dejarnos guiar por semejanzas – : todos creemos que las cosas que conocemos no pueden ser de otra manera […] Por consiguiente, lo que es objeto de ciencia es necesario. Luego es eterno, ya que todo lo que es absolutamente necesario es eterno, y lo eterno es ingénito e indestructible. Además, toda ciencia parece ser enseñable, y todo objeto de conocimiento, capaz de ser aprendido. Y todas las enseñanzas parten de lo ya conocido […], unas por inducción y otras por silogismo. La inducción es principio de lo universal, mientras que el silogismo parte de lo universal. Entre lo que puede ser de otra manera está el objeto producido y la acción que lo produce. La producción es distinta de la acción; de modo que también el modo de ser racional práctico es distinto del modo de ser productivo. Por ello, ambas se excluyen recíprocamente, porque ni la acción es producción, ni la producción es acción. […] serán lo mismo el arte y el modo de ser productivo acompañado de razón verdadera. Todo arte versa sobre la génesis, y practicar un arte es considerar cómo puede producirse algo de lo que es susceptible tanto de ser como de no ser y cuyo principio están en quien lo produce y no en lo producido. La prudencia es un modo de ser racional verdadero y práctico, respecto de lo que es bueno y malo para el hombre. El intelecto es el conocimiento de los principios que rigen en toda ciencia. La sabiduría es la más exacta de las ciencias. Así pues el sabio no debe conocer sólo lo que se sigue de los principios, sino también poseer la verdad sobre los principios. De manera que la sabiduría será intelecto y ciencia, una especie de ciencia capital de los objetos más honorables. […] Por eso, Anaxágoras, Tales y otros como ellos, que se ve que desconocen su propia conveniencia, son llamados sabios, no prudentes, y se dice que saben cosas grandes, admirables, difíciles y divinas, pero inútiles, porque no buscan los bienes humanos.” Aristóteles, Ética a Nicómaco, 1139b y ss. Las sensaciones son las cogniciones más autorizadas pues tratan de los objetos singulares, lo que existe de veras, la sustancia primera. Pero no dicen el porqué de nada, no dicen la causa. Por ello, cuando se inventaron las artes, orientadas a lo universal, separadas de las sensaciones comunes, despertaron gran admiración. A sus inventores se los consideró sabios pues sabio es el que posee el conocimiento teórico, el que conoce lo universal. Y de entre las artes fueron más admiradas aquellas que se dedicaban al adorno que a la producción de lo necesario pues el adorno no es de utilidad. 5. Descubrimiento de las ciencias donde hubo ocio – Egipto. Que no se trata de una ciencia productiva, es evidente ya por lo que primero filosofaron. Pues los hombres comienzan y comenzaron siempre a filosofar movidos por la admiración; al principio, admirados ante los fenómenos sorprendentes más comunes; luego, avanzando poco a poco y planteándose problemas mayores, como los cambios de la luna y los relativos al sol y a las estrellas, y la generación del universo. Pero el que se plantea un problema o se admira, reconoce su ignorancia por eso también el que ama los “mitos” es un cierto filósofo; pues el mito se compone de elementos maravillosos. De suerte que, si filosofaron para huir de la ignorancia, es claro que buscaban el saber en vista del conocimiento, y no por una utilidad. Y así lo atestigua lo ocurrido. Pues esta disciplina comenzó a buscarse cuando ya existían casi todas las cosas necesarias y las relativas al descanso y al ornato de la vida. Es, pues, evidente que no la buscamos por ninguna otra utilidad, sino que, así como llamamos hombre libre al que es para sí mismo y no para otro, así consideramos a ésta como la única ciencia libre, pues ésta sola es para sí misma. Por eso también su posesión podría con justicia ser considerada impropia del hombre. Pues la naturaleza humana es esclava en muchos aspectos; de suerte que, según Simónides, “sólo un dios puede tener este privilegio”, aunque es indigno de un varón no buscaré la ciencia a él proporcionada. Por consiguiente, si tuviera algún sentido lo que dicen los poetas, y la divinidad fuese por naturaleza envidiosa, aquí parece que se aplicaría principalmente, y serían desdichados todos los que en esto sobresalen. Pero ni es posible que la divinidad sea envidiosa (sino que, según el refrán, mienten mucho los poetas), ni debemos pensar que otra ciencia sea más digna de aprecio que ésta. Pues la más digna es también la más digna de aprecio. Y en dos sentidos es tal ella sola: pues será divina entre las ciencias la que tendría Dios y la que verse sobre lo divino. Y ésta sola reúne ambas condiciones; pues Dios les parece a todos ser una de las causas y cierto principio, y tal ciencia puede tenerla o Dios solo o él principalmente. Así, pues, todas las ciencias son más necesarias que ésta; pero mejor, ninguna. Constituidas todas las artes, surgieron las ciencias que ya no buscan ninguna utilidad. Por ello, tuvieron que aparecer allí donde fuese posible el ocio. Fue en Egipto, donde la casta sacerdotal desarrolló las matemáticas y la astronomía. La Sabiduría, es el conocimiento de las primeras causas y principios, más allá de las artes y las ciencias. Es el conocimiento teórico más excelso. 6. La Sabiduría ha de ir más allá de los sentidos para acceder al conocimiento de las primeras causas y principios que son las que verdaderamente producen admiración. Mas es preciso, en cierto modo, que su adquisición se convierta para nosotros en lo contrario de las indagaciones iniciales. Pues todos comienzan, según hemos dicho, admirándose de que las cosas sean así, como les sucede con los autómatas de ilusionistas (a los que aún no han visto la causa), o con los solsticios o con la inconmensurabilidad de la diagonal (pues a todos parece admirable que algo no sea medido por la unidad mínima). Pero es preciso terminar en lo contrario y mejor, según el provecho, como sucede en los casos mencionados, después que se ha aprendido: pues de nada se admiraría tanto un geómetra como de que la diagonal llegara a ser conmensurable. La Sabiduría ha de superar esa admiración primera que se experimenta ante los fenómenos naturales, del mismo modo en que nos esforzamos en comprender las causas que hay detrás de un truco de magia o de un problema matemático. Nada le admiraría más a un geómetra el llegar a encontrar la conmensurabilidad de la diagonal. Puede inferirse del texto que Aristóteles considera propio de la Sabiduría el ir más allá de los sentidos para descubrir los primeros principios y causas. 7. Sabiduría, ciencia de las primeras causas. Causa formal, material, eficiente, final. Proyecto de la primera Historia de la Filosofía. Queda, pues, dicho cuál es la naturaleza de la Ciencia que se busca, y cuál la meta que debe alcanzar la indagación y todo el método. Y puesto que, evidentemente, es preciso adquirir la Ciencia de las primeras causas (decimos, en efecto, que sabemos una cosa cuando creemos conocer su causa primera), y las causas se dividen en cuatro, una de las cuales decimos que es la substancia y la esencia (pues el porqué se reduce al concepto último, y el porqué primero es causa y principio); otra es la materia o el sujeto; la tercera, aquella de donde procede el principio del movimiento, y la cuarta, la que se opone a ésta, es decir, la causa final o el bien (pues éste es el fin de cualquier generación y movimiento). Aunque hemos tratado suficientemente de las causas en la Física, recordemos sin embargo, a los que se dedicaron antes que nosotros al estudio de los entes y filosofaron sobre la verdad. Pues es evidente que también ellos hablan de ciertos principios y causas. Esta revisión será útil para nuestra actual indagación; pues, o bien descubriremos algún otro género de causa, o tendremos más fe en las que acabamos de enunciar. (…) La Sabiduría, por tanto, es deseada por el filósofo por lo que es en sí y no porque sea provechosa para otra cosa. La Sabiduría, es la Ciencia de las primeras causas. Estas causas ya han sido enumeradas en la Física y son cuatro: La sustancia y esencia (también llamada causa formal): Es la forma de la cosa, su naturaleza última. Este concepto tiene su origen en las Ideas de Platón que, en Aristóteles, ya no estarán separadas de los cuerpos en un mundo aparte, sino que pertenecerán a los seres. Aristóteles dice en las Categorías que podemos distinguir dos tipos de sustancias: sustancia primera y sustancia segunda. La sustancia primera es un compuesto de forma y materia. La sustancia segunda (segunda porque es sustancia en un sentido derivado) es la forma o universal que causa el objeto. La causa formal se refiere a esta sustancia segunda. La materia o sujeto (también llamada causa material). Es la materia de la que está hecha el objeto. La causa eficiente, aquella de donde procede el movimiento. La causa final, el fin o bien a que se orienta el objeto . Es el fundamento de la teleología o ciencia de los fines a la que Aristóteles da una gran importancia como su descubrimiento esencial. Causa eficiente, formal y final terminan por coincidir puesto que la forma de un objeto es la que mueve al ser vivo y su perfeccionamiento como ser vivo es la finalidad de la vida. Y esa forma a que se refiere Aristóteles es la sustancia segunda, esto es, la Idea heredada de Platón. En este libro primero de la Metafísica Aristóteles pasa revista a las filosofías de sus predecesores para ver si trataron de alguna clase de causas que no fueran las enumeradas por él. Con este motivo traza un breve bosquejo de la historia de la filosofía griega hasta su época. El resultado de su investigación es que ningún filósofo ha descubierto otras causas distintas, y que nadie antes de él ha enumerado satisfactoriamente las cuatro causas. 8. Los físicos. Causa material y causa eficiente. Así pues, por lo dicho y por las doctrinas de los sabios que han estudiado el tema vemos lo siguiente: en los más antiguos, el principio corpóreo ( pues el Agua y el Fuego y otras cosas tales son cuerpos), y en unos el principio corpóreo es uno, pero en otros es múltiple, y unos y otros lo incluyen en la especie de la materia; algunos admiten esta causa 5 y, además, la que es origen del movimiento6, siendo también ésta para los unos una, y, para los otros, dos. ———————————————– 5 La causa material 6 La causa eficiente Tales y los primeros filósofos jónicos ( los más antiguos, los físicos) se ocuparon de la causa material, trataron de descubrir el sustrato último de las cosas, el principio eterno e indestructible del que provienen y en el que se diluyen los objetos particulares. A ese principio le dieron el nombre de physis o arjé. Así, por ejemplo, para Tales es el agua, para Anaxímenes el aire y para Heráclito el fuego. Por tanto, una sola causa material. Otros filósofos afirmaron que este primer principio corpóreo era múltiple. Así, por ejemplo, Empédocles que creyó que la causa material constaba de los cuatro elementos: tierra, aire, fuego, agua. Además de la causa material algunos de los primeros filósofos admitían también la causa eficiente, o, como dice Aristóteles, la que es principio del movimiento. Es decir, ¿porqué se engendran todos los cuerpos a partir de una causa material? ¿cuál es la fuente del movimiento en virtud del cual se generan y se corrompen o destruyen las cosas? La función de la causa eficiente es poner el mundo en movimiento. Para Empédocles dos eran las causas eficientes: Amor y Odio. Anaxágoras, en cambio, consideraba que era sólo una: el Nous o Espíritu que actúa sobre la materia. Anaxágoras comprendió que ningún elemento material puede ser la razón suficiente de que los objetos manifiesten belleza y bondad, y, por eso, afirmó la actividad de un Espíritu sobre el mundo de la material. Sin embargo, Anaxágoras recurre al Espíritu tan solo para explicar la formación del mundo y lo introduce a la fuerza cada vez que no encuentra otra explicación física mejor. Es decir, que Anaxágoras fue acusado por Aristóteles de servirse del Espíritu como de una capa para cubrir su ignorancia. 9. Los pitagóricos. El número es la sustancia de todas las cosas. Lo Limitado, lo Ilimitado y el Uno. Confusión de causa formal y causa material: el Uno y el uno, el Duplo y la Díada. Así, pues, hasta llegar a los itálicos, y prescindiendo de éstos, los demás hablaron de ellas11 bastante oscuramente, aunque, como hemos dicho, llegaron a utilizar dos causas, y a la segunda de éstas, la que es origen del movimiento, unos la consideraron una, y otros, dos. Los pitagóricos, por su parte, admitieron, en el mismo sentido, dos principios; pero añadieron algo que les es propio: que no consideraron que lo Limitado y lo Ilimitado y el Uno fuesen otras tantas naturalezas, como el Fuego o la Tierra u otra cosa semejante, sino que lo Ilimitado mismo y el Uno mismo eran la substancia de las cosas de que se predican, por lo cual también el Número era la substancia de todas las cosas. De este modo, pues, se expresaron acerca de esto, y comenzaron a hablar y a definir acerca de la quididad, aunque procedieron de manera demasiado simple. Definían, en efecto, superficialmente, y pensaban que lo primero en que se diese el término enunciado era la substancia de la cosa, como si alguien creyera que es lo mismo el Duplo que la Díada, porque donde primero se da el Duplo es en un conjunto de dos. Pero sin duda el Duplo y la Díada no tienen el mismo ser. De lo contrario, el Uno seria muchas cosas, que es lo que tuvieron que admitir ellos. Esto es lo que podemos deducir de los más antiguos y de los otros. ———————————————– 11 De las causas material y eficiente Los pitagóricos – llamados itálicos – intuyeron la causa formal o quididad aunque de una forma demasiado simple. Para los pitagóricos el Número era la substancia de todas las cosas . Los principios de los Números eran lo Ilimitado – Par, lo Limitado – Impar y el Uno. Téngase en cuenta que añadiendo la unidad sucesivamente se obtendrán todos los números pares e impares consiguiéndose de este modo toda la serie de los números naturales. A estos principios, los pitagóricos los consideraban algo distinto del burdo principio material que habían supuesto los filósofos anteriores. El Número era la sustancia de todas las cosas en el sentido de que era su esencia: la esencia de la nota musical es su relación aritmética con el resto de las notas. Aristóteles critica la teoría pitagórica objetándoles que han confundido la causa formal con la causa material. Es decir, la idea de Uno o Unidad es distinta de predicar de algo concreto que es “uno”. Si fuesen lo mismo lo Uno sería múltiple pues estaría en cada cosa. O lo que es lo mismo, es distinto el Dos (el Duplo) de una pareja – de enamorados, por ejemplo -(la Díada). Más concretamente ¿cómo pueden surgir cosas con peso de cosas sin peso como los números? 10. Platón: la teoría de las Ideas. Influencias de Heráclito, Sócrates y los pitagóricos. Después de las filosofías mencionadas llegó la teoría de Platón, que, en general, está de acuerdo con éstos12 , pero tiene también cosas propias, al margen de la filosofía de los itálicos. Pues, habiéndose familiarizado desde joven con Crátilo y con las opiniones de Heráclito, según las cuales todas las cosas sensibles fluyen siempre y no hay ciencia acerca de ellas, sostuvo esta doctrina también más tarde. Por otra parte, ocupándose Sócrates de los problemas morales, y no de la Naturaleza en su conjunto, pero buscando en ellos lo universal, habiendo sido el primero que aplicó el pensamiento a las definiciones, (Platón) aceptó sus enseñanzas, pero por aquel motivo 13 pensó que esto 14 se producía en otras cosas y no en las sensibles; pues le parecía imposible que la definición común fuese de alguna de las cosas sensibles, al menos de las sujetas a perpetuo cambio. Éste, pues, llamó a tales entes Ideas, añadiendo que las cosas sensibles están fuera de éstas pero según éstas 15 se denominan todas 16; pues por participación tienen las cosas que son muchas el mismo nombre que las Especies. Y, en cuanto a la participación, no hizo más que cambiar el nombre; pues los pitagóricos dicen que los entes son por imitación de los números, y Platón, que son por participación, habiendo cambiado el nombre. Pero no aquellos ni éste se ocuparon de indagar qué era la participación o la imitación de las Especies. Además, al lado de lo sensible y de las Especies, admite 17, las Cosas matemáticas como entes intermedios, diferentes, por una parte, de los, objetos sensibles por ser eternas e inmóviles, y, por otra, de las Especies, por ser muchas semejantes, mientras que la Especie misma es sólo una en cada caso. ————————12 Los pitagóricos 13 Por estar familiarizado con las opiniones de Heráclito 14 Lo Universal 15 De las Ideas 16 De las cosas sensibles 17 Platón Tras la filosofías mencionadas llegó la teoría de Platón. Las influencias que Platón recibió fueron: Crátilo, que, a su vez, fue discípulo de Heráclito. De éste aprendió Platón que las cosas sensibles están en continuo movimiento y que, por ello, es imposible la ciencia acerca de ellas. Sócrates se ocupó de los problemas morales y no de la Física. Buscó el universal e intentó aplicar al pensamiento las definiciones. Platón creyó que las Ideas, Formas, Especies o Esencias de las cosas no podían estar situadas en el mundo de las cosas sensibles pues éstas están sujetas a perpetuo cambio. Es decir, que las Ideas, la causa formal de las cosas, no podían nacer y morir sino que debían estar separadas del mundo sensible. Además, es de estas Ideas de donde las cosas toman su nombre. Platón opinaba que las cosas tenían la esencia o naturaleza que tenían, una sociedad justa, por ejemplo, porque se parecían a la Idea de Sociedad Justa. ¿En qué sentido se parecían, según Platón? Los pitagóricos. Aristóteles afirma que los pitagóricos decían que los entes eran por imitación de los números. Platón sustituyó imitación por participación y afirmó que las cosas participan de las Ideas o Especies, y según éstas toman su nombre. Aristóteles opina que ni los pitagóricos ni Platón explicaron estos dos conceptos. Ya Platón, en su diálogo Parménides había realizado la autocrítica a los conceptos de imitación y participación. Estos argumentos son retomados por Aristóteles: (a) Si la cosa participa de la Idea entonces la Idea no es Una sino Múltiple pues cada cosa robaría un poco a la Idea. (b)Y si las cosas imitan o son a semejanza de las Ideas surge el argumento del tercer hombre. Por último critica Aristóteles las tendencias pitagorizantes de Platón al situar los entes matemáticos como intermediarios entre las cosas sensibles y las Ideas. Aristóteles: Ética nicomáquea. Ética eudemia. Pallí, J. (trad.) Madrid: Editorial Gredos, 1985. Libro I , 7: El bien del hombre es un fin en sí mismo, perfecto y suficiente, pp. 139-143. 1. Multiplicidad del bien o el fin. Jerarquía de los fines. [1097-a] Pero volvamos de nuevo al bien objeto de nuestra investigación e indaguemos qué es. Porque parece ser distinto en cada actividad y en cada arte: uno es, en efecto, en la medicina, otro en la estrategia, y así sucesivamente. ¿Cuál es, por tanto, el bien de cada una? ¿No es aquello a causa de lo cual se hacen las demás cosas? Esto es, en la medicina, la salud; en la estrategia, la victoria; en la arquitectura, la casa; en otros casos, otras cosas, y en toda acción y decisión es el fin, pues es con vistas al fin como todos hacen las demás cosas. De suerte que, si hay algún fin de todos los actos, éste será el bien realizable, y si hay varios, serán éstos. Nuestro razonamiento, a pesar de las digresiones, vuelve al mismo punto; pero debemos intentar aclarar más esto. El bien que persigue la investigación es el bien supremo, el fin último de la vida humana. El problema es que cada actividad humana, cada arte (techné: saber hacer, producir o fabricar a partir de unas reglas y principios), tienen un bien distinto que es el fin, la meta que busca cada una. Del mismo modo que el ser se dice de muchas maneras, el bien es diferente según el arte del que hablemos. Aristóteles observó en la Metafísica que existe un sentido del ser privilegiado respecto al cual se dicen todos los demás, esto es, que todas las categorías se dicen respecto de la sustancia y son, por lo tanto, meros accidentes. En la Ética busca Aristóteles aquel bien, fin o meta respecto al cual se ordenen todos los demás fines. Éste será el fin último, el bien más perfecto. Tiene que haber un bien o fin que lo sea de todos los actos del hombre, un bien o fin que sea, por lo tanto, el bien supremo o fin último de nuestra actuación en cuanto seres humanos. 2. El fin perfecto Puesto que parece que los fines son varios y algunos de éstos los elegimos por otros, como la riqueza, las flautas y, en general todos los instrumentos, es evidente que no son todos perfectos, pero lo mejor parece ser algo perfecto. Por consiguiente, si hay sólo un bien perfecto, ése será el que buscamos, y si hay varios, el más perfecto de ellos. Ahora bien, al que se busca por sí mismo le llamamos más perfecto que al que se busca por otra cosa, y al que nunca se elige por causa de otra cosa, lo consideramos más perfecto que a los que se eligen, ya por sí mismos, ya por otra cosa. Sencillamente, llamamos perfecto lo que siempre se elige por sí mismo y nunca por otra cosa. Los bienes o fines que no son perfectos, no pueden ser el bien o fin que buscamos, puesto que en realidad son medios para alcanzar otros bienes o fines, como ocurre con los instrumentos, que los utilizamos como medios para alcanzar otra cosa. Aristóteles pone como ejemplos de bienes o fines instrumentales las riquezas y las flautas, en cuanto son medios para alcanzar otra cosa, vivir desahogadamente y hacer música. Estos no son, por lo tanto, bienes perfectos. Si hubiera varios bienes perfectos, o fines perfectos, el bien y el fin que buscamos tendría que ser el más perfecto, aquel al que se ordenaran todos los demás. Aristóteles, no lo olvidemos, tiene una visión jerárquica de los seres, lo que significa que entre los distintos seres tiene que existir el ser más perfecto. Y lo mismo ocurre entre los bienes y entre los fines, tiene que haber un bien y un fin que sea más perfecto que los demás bienes y fines. 3. La felicidad es el fin perfecto. [1097-b] Tal parece ser, sobre todo, la felicidad, pues la elegimos por ella misma y nunca por otra cosa, mientras que los honores, el placer, la inteligencia y toda virtud, los deseamos en verdad, por sí mismos (puesto que desearíamos todas esas cosas, aunque ninguna ventaja resultara de ellas), pero los deseamos a causa de la felicidad, pues pensamos que gracias a ellos seremos felices. En cambio, nadie busca la felicidad por estas cosas, ni en general por ninguna otra. Finalmente, Aristóteles nos dice en qué consiste el bien supremo y el fin último del hombre: la felicidad. En efecto, la felicidad es un bien que no se busca para conseguir otro bien, sino que se busca por sí mismo; ni es un fin que se busque como medio para conseguir otro fin. Existen tres tipos de fines: los que se quieren por otra cosa como el dinero, los que se quieren por sí mismos y por otra cosa como los honores, el placer o la inteligencia y, por último, aquel que sólo se quiere por sí mismo que es la felicidad. 4. La autarquía Parece que también ocurre lo mismo con la autarquía, pues el bien perfecto parece ser suficiente. Decimos suficientemente no en relación con uno mismo, con el ser que vive una vida solitaria, sino también en relación con los padres, los hijos y mujer, y, en general, con los otros amigos y conciudadanos, puesto que el hombre es por naturaleza un ser social. No obstante, hay que establecer un límite en estas relaciones, pues extendiéndolos a los padres, descendientes y amigos de los amigos, se iría hasta el infinito. Pero esta cuestión la examinaremos luego. Hay otro bien, nos dice Aristóteles, que también parece buscarse por sí mismo: la autarquía o la autosuficiencia, que parece ser también un bien perfecto. Pero, en realidad, la autarquía o autosuficiencia no la consigue el individuo aislado, sino la comunidad política, la polis. Para los cínicos del s. III a.C., una vez desaparecida la polis ateniense por la expansión del imperio helenístico, el ideal ético será la autarquía o autosuficiencia. 5. La felicidad: fin perfecto y suficiente. La superabundancia de bienes. Consideramos suficiente lo que por sí solo hace deseable la vida y no necesita nada, y creemos que tal es la felicidad. Es lo más deseable de todo, sin necesidad de añadirle nada; pero es evidente que resulta más deseable, si se le añade el más pequeño de los bienes, pues la adición origina una superabundancia de bienes, y, entre los bienes, el mayor es siempre más deseable. Es manifiesto, pues, que la felicidad es algo perfecto y suficiente, ya que es el fin de los actos. Aristóteles se reafirma en su idea de que la felicidad es el único bien perfecto. Es perfecto porque a su consecución se deben orientar todos nuestros actos en cuanto seres humanos. Y es suficiente porque una vez poseído no necesitaremos de nada más. Aunque, como dice Aristóteles en este fragmento, podemos añadirle más bienes (como los materiales) y obtendremos así una superabundancia de bienes lo cual no afecta negativamente a la felicidad. 6. Felicidad: función del hombre: la razón. Decir que la felicidad es lo mejor parece ser algo unánimemente reconocido, pero, con esto, es deseable exponer aún con más claridad lo que es. Acaso se conseguiría esto, si se lograra captar la función del hombre. En efecto, como en el caso de un flautista, de un escultor y de todo artesano, y en general de los que realizan alguna función o actividad parece que lo bueno y el bien están en la función, así también ocurre, sin duda, en el caso del hombre, si hay alguna función que le es propia. ¿Acaso existen funciones y actividades propias del carpintero, del zapatero, pero ninguna del hombre, sino que éste es por naturaleza inactivo? ¿O no es mejor admitir que así como parece que hay alguna función propia del ojo y de la mano y del pie, y en general de cada uno de los miembros, así también pertenecería al hombre alguna función aparte de éstas? ¿Y cuál, precisamente, sería esta función? El vivir, en efecto, parece también común a las plantas, y aquí buscamos lo propio. Debemos, pues, dejar de lado la vida de nutrición y [1098-a] crecimiento. Seguiría después la sensitiva, pero parece que también ésta es común al caballo, al buey y a todos los animales. Resta, pues, cierta actividad propia del ente que tiene razón, y por otra, la posee y piensa. Aunque sabemos que el bien supremo del hombre, y por lo tanto su fin último, es la consecución de la felicidad, es preciso seguir investigando para determinar en qué consiste la felicidad. Aristóteles aduce una serie de ejemplos para indicar que, así como los bienes de cada actividad humana (flautista, escultor, artesano), están en relación con la función que desempeñan, también la actividad que corresponde al hombre en cuanto tal, en cuanto es hombre (no “en cuanto es flautista, escultor o artesano”), tiene que estar en relación con la función humana. ¿Cuál es, pues, la función o actividad propiamente humana?. No las que tienen relación con la vida, como la nutrición o el crecimiento, pues esas son actividades comunes al hombre y a las plantas; tampoco las que tienen relación con la sensación, pues esas son actividades comunes al hombre y a los animales. Sólo queda, por lo tanto, la función o actividad racional, que sí es propia del hombre. La felicidad del hombre, concluye Aristóteles, tiene que tener relación con su función o actividad racional. 7. Vida racional activa Y como esta vida racional tiene dos significados, hay que tomarla en sentido activo, pues parece que primordialmente se dice en esta acepción. Distingue Aristóteles en el hombre la capacidad o facultad de razonar y el acto o actividad de razonar. La felicidad no se alcanza simplemente por poseer la capacidad o facultad de razonar, sino con la actividad de la razón. 8. Virtud: excelencia en la razón. Si, entonces, la función propia del hombre es una actividad del alma según la razón, o que implica la razón, y si, por otra parte, decimos que esta función es específicamente propia del hombre y del hombre bueno, como el tocar la cítara es propio de un citarista y de un buen citarista, y así en todo añadiéndose a la obra la excelencia queda la virtud (pues es propio de un citarista tocar la cítara y del buen citarista tocarla bien), siendo esto así, decimos que la función del hombre es una cierta vida, y ésta es una actividad del alma y unas acciones razonables, y la del hombre bueno estas mismas cosas bien y hermosamente, y cada uno se realiza bien según su propia virtud. Ahora bien, igual que la función del citarista es tocar la cítara, y la del buen citarista tocarla bien; la función del hombre es la actividad racional, y la del hombre bueno la actividad racional buena. En terminología aristotélica, si añadimos a la acción la excelencia obtenemos la virtud, esto es, si un citarista toca la cítara de un modo excelente le llamamos virtuoso del instrumento. Si un hombre ejercita la razón de un modo excelente le llamamos virtuoso en el sentido pleno de la palabra. 9. Tipos de virtud ; y si esto es así, resulta que el bien del hombre es una actividad del alma de acuerdo con la virtud, y si las virtudes son varias, de acuerdo con la mejor y más perfecta, ¿Qué modos excelentes hay de ejercitar la razón? Si respondemos a esta pregunta estaremos respondiendo a la pregunta ¿Cuáles son las virtudes? La respuesta de Aristóteles es la siguiente: Las virtudes son de dos tipos: 1. Las virtudes éticas, que tienen que ver con el comportamiento, y se adquieren y consolidan con el ejercicio y la práctica. Entre estas virtudes describe Aristóteles la generosidad, la veracidad, la moderación, el valor, que son términos medios entre extremos; así el valor es un término medio entre la temeridad y la cobardía. De todas las virtudes éticas la más importante es la justicia puesto que es aquella en la que se apoya la solidaridad necesaria para la cohesión de la polis. Del mismo modo, que la justicia es la mayor virtud ética porque garantiza la convivencia en la polis, la injusticia es el peor mal porque pone en peligro la estabilidad social. 2. Las virtudes dianoéticas tienen que ver principalmente con el conocimiento, con el cultivo de la ciencia. Las ciencias pueden ser de tres tipos: teoréticas (saber necesario de los primeros principios y sus causas: Filosofía primera, Física, Matemáticas y Teología), prácticas (saber actuar como ciudadano, su objetivo es la prudencia: Política, Economía y Ética) y productivas (saber hacer, producir o fabricar a partir de unas reglas y principios conocidos: Gramática, Dialéctica, Retórica, Poética, Música, Medicina, etc.) La virtud mejor y más perfecta, es decir, el ejercicio más excelente de la razón corresponde a las ciencias teoréticas, a la actividad contemplativa que prácticamente iguala al hombre a los dioses. 10. Una vida entera y además en una vida entera. Porque una golondrina no hace el verano, ni un solo día, y así tampoco ni un solo día ni un instante (bastan) para hacer venturoso y feliz. Además, una actividad racional buena no se consigue por hacer un acto bueno de razón ni uno se convierte en justo por realizar un acto de justicia. Del mismo modo que una golondrina no trae el verano sino que han de traerlo muchas de ellas. Aristóteles no entiende la felicidad como algo que pueda ser dicho de un instante o de un día sino que la felicidad es algo propio de un hábito, de toda una vida entregada a desarrollar el hábito de razonar de modo excelente, a la virtud. Esto significa, además, que los niños y adolescentes no puede decirse con propiedad que sean felices. 11. Bosquejo que el tiempo ha de terminar de completar. Sirva lo que precede para describir el bien, ya que, tal vez, se debe hacer su bosquejo antes de describirlo con detalle. Parece que todos podrían continuar y completar lo que está bien bosquejado, pues el tiempo es buen descubridor y coadyuvante en tales materias. De ahí han surgido los progresos de las artes, pues cada uno puede añadir lo que falta. Aristóteles termina diciendo que no ha pretendido sino hacer una primera descripción del bien en que consiste la felicidad del hombre, y que se debe continuar y completar su investigación. Los progresos de las artes provienen de que los discípulos han completado los bosquejos del maestro. 12. Ciencias teóricas, prácticas y productivas. Pero debemos también recordar lo que llevamos dicho y no buscar del mismo modo el rigor en todas las cuestiones, sino, en cada una según la materia que subyazga a ellas y en un grado apropiado a la particular investigación. Así, el carpintero y el geómetra buscan de distinta manera el ángulo recto: uno, en cuanto es útil para la obra; el otro busca qué es o qué propiedades tiene, pues aspira a contemplar la verdad. Lo mismo se ha de hacer en las demás cosas y no permitir que lo [1098-b] accesorio domine lo principal. Advierte, sin embargo, que en no todas las cuestiones se puede alcanzar el mismo grado de conocimiento, pues esto depende de la materia que se pretende conocer y de los sujetos que buscan ese conocimiento. Esto es, no investiga del mismo modo un carpintero que un matemático. Al carpintero la geometría le interesa en función de su obra mientras que al matemático la geometría le interesa en sí misma. En cada caso la profundidad del conocimiento es diferente. 13. Hechos y principios. Tampoco se ha de exigir la causa por igual en todas las cuestiones; pues en algunos casos es suficiente indicar bien el hecho, como cuando se trata de los principios, ya que el hecho es primero y principio. Asimismo, dependiendo del tipo de conocimiento se procederá a investigar las causas de una manera u otra. En “algunos casos es suficiente indicar bien el hecho” ya que el hecho puede ser “primero y principio”. Para Aristóteles, el conocimiento en general debe proceder por inducción: desde lo más conocido para nosotros, la experiencia sensible, hasta lo más conocido, el universal. En el terreno de la Ética el proceso del conocimiento debe proceder de ese modo pero ocurre que es posible que los hechos ( el qué )se nos muestren con una claridad tal que no exista ninguna necesidad de las causas (del por qué). Lo que Aristóteles tiene en mente es que en el terreno de la Ética lo perfecto es la polis y las costumbres atenienses y que, por tanto, es posible que atendiendo simplemente a las buenas costumbres griegas, a las nociones comunes de lo noble y lo justo, demos directamente con los primeros principios. 14. Primeros principios: inducción, percepción y hábito. Y de los principios, unos se contemplan por inducción, otros por percepción, otros mediante cierto hábito, y otros de diversa manera. Por tanto, debemos intentar presentar cada uno según su propia naturaleza y se ha de poner la mayor diligencia en definirlos bien, pues tienen gran importancia para lo que sigue. Parece, pues, que el principio es más de la mitad del todo, y que por él se hacen evidentes muchas de las cuestiones que se buscan. En cualquier caso, una ciencia es tanto más perfecta cuando más cerca está de los primeros principios y causas. A estos principios se accede de diversas maneras y habrá que utilizar la adecuada en cada ciencia. Esto es, en unos casos mediante inducción (a partir de la experiencia de casos particulares llegamos a los conceptos más generales), en otros por percepción (la inteligencia, el nous, en ocasiones, es capaz de contemplar directamente los principios) y en otros mediante cierto hábito (así el taxonomista – después de un largo entrenamiento- intuye inmediatamente cuáles son los rasgos genéricos y diferenciales de una especie) . De todos modos y sea como sea siempre será mejor acceder a los principios ya que a partir de ellos es mucho más fácil adquirir el conocimiento: Los principios son más de la mitad del todo, es decir, una vez que tienes los principios ya tienes más de la mitad del camino andado. Bibliografía. 1. Aristóteles: o Metafísica de Aristóteles. García Yebra, V. (ed., trad.), 2ª edición, 1ª reimp. Madrid: Editorial Gredos, 1987. o Ética nicomáquea. Ética eudemia. Pallí, J. (trad.) Madrid: Editorial Gredos, 1985 o Política, García Valdés M. (trad.) Madrid: Editorial Gredos, 1999 o Sobre el alma, Calvo Martínez, T. (trad.) Barcelona: RBA Coleccionables, 2003. 2. Aubenque, P.: El problema del ser en Aristóteles. Peña, V. (trad.) Madrid: Taurus ediciones, 1989. 3. Echegoyen Olleta, J.:Historia de la filosofía. Vocabulario y ejercicios. Madrid: Editorial Edinumen, 1996. 4. García Calvo, A.: De la felicidad. Zamora: Lucina, 2004. 5. García Gual, C. (ed.): Historia de la filosofía antigua. Madrid: Trotta, 2004. 6. Martínez Marzoa, F.: Historia de la Filosofía, Tres Cantos: Ediciones Istmo, 1994. 7. Montoya, J.; Conill, J.: Aristóteles: sabiduría y felicidad. Madrid: Cincel, 1994 8. Paradinas, J.; Cairós, A., Díaz, J. A.: La filosofía griega. La Laguna-Tenerife: Benchomo S.L., 1999. 9. Tejedor Campomanes, C.: Historia de la filosofía, 2 Bachillerato. Madrid, Ediciones SM, 2001.