LA DESCRIPCIÓN

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LA DESCRIPCIÓN
TEXTO 1:
Mi madre, al revés que mi padre, no era gruesa, aunque andaba muy bien de estatura; era
larga y chupada y no tenía aspecto de buena salud, sino que, por el contrario, tenía la tez cetrina
y las mejillas hondas y toda la presencia o de estar tísica o de no andarle muy lejos; era también
desabrida y violenta, tenía un humor que se daba a todos los diablos y un lenguaje en la boca que
Dios le haya perdonado, porque blasfemaba las peores cosas a cada momento y por los más
débiles motivos. Vestía siempre de luto y era poco amiga del agua, tan poco que si he de decir la
verdad, en todos los años de su vida que yo conocí, no la vi lavarse más que en una ocasión en
que mi padre la llamó borracha y ella quiso como demostrarle que no le daba miedo el agua. (...)
Tenía un bigotillo cano por las esquinas de los labios, y una pelambrera enmarañada y zafia que
recogía en un moño, no muy grande, encima de la cabeza.
C.J.CELA: La familia de Pascual Duarte
TEXTO 2:
“En la época que nos ocupa reinaba en las ciudades un hedor apenas concebible para el hombre
moderno. Las calles apestaban a estiércol, los patios interiores apestaban a orina, los huecos de
las escaleras apestaban a madera podrida y excrementos de rata, las cocinas, a col podrida y
grasa de carnero; los aposentos sin ventilación apestaban a polvo enmohecido; los dormitorios, a
sábanas grasientas, a edredones húmedos y al penetrante olor dulzón de los orinales. Las
chimeneas apestaban a azufre, las curtidurías, a lejías cáusticas, los mataderos, a sangre
coagulada. Hombres y mujeres apestaban a sudor y a ropa sucia; en sus bocas apestaban los
dientes infectados, los alientos olían a cebolla y los cuerpos, cuando ya no eran jóvenes, a queso
rancio, a leche agria y a tumores malignos. Apestaban los ríos, apestaban las plazas, apestaban
las iglesias y el hedor se respiraba por igual bajo los puentes y en los palacios. El campesino
apestaba como el clérigo, el oficial de artesano, como la esposa del maestro; apestaba la nobleza
entera y, sí, incluso el rey apestaba como un animal carnicero y la reina como una cabra vieja,
tanto en verano como en invierno, (...)”
PATRICK SÜSKIND, El perfume
TEXTO 3:
"Entonces vi cómo era. Llevaba unos pantalones oscuros, hasta media pantorrilla, y un chaleco
pardo, del que asomaban los hombros y los brazos desnudos. Pero su carne era como la tierra del
campo. Tenía su forma y su color. En lugar de pelo le nacía una espesa mata de musgo, y tenía en
la coronilla un nido de alondra con dos pollos. La madre revoloteaba en torno de su cabeza. En la
cara le nacía una barba de hierba diminuta cuajada de margaritas pequeñas como cabeza de
alfiler. El dorso de sus manos también estaba florido. Sus pies eran praderas y le nacían
madreselvas enanas, que trepaban por sus piernas, como por fuertes árboles. Colgada del hombro
llevaba una extraña flauta."
R.SÁNCHEZ FERLOSIO: Industrias y andanzas de Alfanhuí
TEXTO 4:
Era una cocina como nunca había visto ni soñado. […] Una inmensa instalación con fogones de
hornillos enormes como los de los grandes restaurantes, resplandecía con la cuidada perfección
de un automóvil de carreras. Había, además, una enorme cocina eléctrica, pulida como un
ornamento de plata. Las ollas y cacerolas colgaban en hileras, relucientes, en ordenada
profusión; había desde los grandes calderos de cobre, tan grandes como para cocinar un buey,
hasta las pequeñas cacerolas y sartenes, tan pequeñas como para freír un huevo. Todas pendían
allí en un orden regimentado, listas para ser usadas inmediatamente, brillantes como espejos,
frotadas y pulidas hasta parecer discos relucientes, con la limpieza del cobre debidamente usado,
del hierro y del acero pesado.
Los grandes armarios estaban repletos de pilas de piezas de porcelana y loza resplandeciente,
en número suficiente para llenar las necesidades de un hotel. La larga mesa de la cocina era blanca
y brillante como la mesa de un cirujano, así como las sillas y los demás objetos de madera; los
fregadores y tuberías eran de porcelana marfileña, de limpio cobre pulido y de acero reluciente.[…]
Los anaqueles de la despensa estaban repletos de provisiones: una sorprendente variedad y
abundancia de deliciosos manjares, suficientes para llenar una tienda de comestibles o para
aprovisionar una expedición al Polo Norte; nunca había visto ni soñado algo semejante en una
casa de campo.
De todo había allí, desde los productos corrientes que se hallan en toda cocina, hasta los
más raros y exquisitos manjares que producen los climas y los mercados de la tierra. Había
productos en latas, en frascos y en botellas. Había, además de productos envasados, tales como
maíz, tomates, judías y guisantes, peras, ciruelas y melocotones, otros productos menos
comunes: arenques, sardinas, olivas, encurtidos, mostaza, anchoas y otros entremeses. Había
cajas de fruta confitada de California y pequeños cestos de frutas sazonadas con jengibre de la
China; había costosas jaleas, verdes como esmeraldas o rojas como rubíes, más suaves que la
crema batida; había aceites finos, vinagre en botellas, frascos de los más variados condimentos y
cajas de especias surtidas. Había todo lo que pudiera imaginar, y en todas partes se percibía la
misma limpieza esmerada y reluciente; pero aquí se sentía, además, ese tufillo penetrante,
mágico, fragante que suele llenar las despensas: una fusión mágica y nostálgica de deliciosos
olores, cuya naturaleza exacta es imposible describir, pero que huele a una mezcla de canela,
pimienta, queso, jamón ahumado y clavo. (...)
(...) La gran nevera estaba repleta de manjares deliciosos, como no recordaba haber visto
desde hacía muchos años: mirándolos, se le despertó un apetito voraz e insaciable. En el mismo
momento en que sus ojos brillaban y se le hacía agua la boca ante el espectáculo de un suculento
trozo de asado, su atención fue atraída por un sabroso pollo, cuya carne dorada y jugosa parecía
pedir el ataque de los dientes. Pero entonces asaltó su olfato otra fragancia penetrante: eran las
rebanadas rosadas y ahumadas de un jamón austriaco. ¿Qué elegir: el asado de ternera, la blanca
y tierna pechuga de pollo o el delicioso jamón austriaco? ¿O aquella fuente de legumbres frescas,
deliciosamente congeladas bajo la capa de manteca derretida que las cubría, o aquella fuente
de tiernos pepinos hervidos; o las rodajas de tomates , rojas, gruesas y maduras, pesadas como
costillas; o aquella fuente de espárragos fríos; o la de maíz, o bien, uno de aquellos melones
maduros, fragantes, frescos, de carne de blanca madurez; o una tajada gruesa y redonda
arrancada del rojo corazón maduro de aquella sandía; o un tazón de frambuesas, más dulces que
el azúcar; o una botella de aquella espesa y suculenta crema que ocupaba todo un
compartimento del cofre lleno de tesoros de glotonería; o ...?”
THOMAS WOLFE: Del tiempo y el río
TEXTO 5:
“Mi atención se dirigió enseguida hacia el personaje que más había oído mencionar aquellos
días: Bernardo Gui. Era un dominico de unos setenta años, flaco pero erguido. Me impresionaron
sus ojos grises, fríos, capaces de clavarse en alguien sin revelar sentimiento, a pesar de que
muchas veces los vería despidiendo destellos ambiguos, pues era tan hábil para ocultar sus
pensamientos y pasiones como para expresarlos deliberadamente.
En el intercambio general de saludos, no fue afectuoso y cordial como los otros, sino en todo
momento apenas cortés.
Incluso cuando hacía las preguntas más inocuas, miraba a su interlocutor con ojos
penetrantes, y de pronto le espetaba otra pregunta, y entonces su víctima palidecía y empezaba
a balbucir. Cuando hablaba parecía que estaba practicando una encuesta inquisitorial. Para ello
se valía de un arma formidable que todo inquisidor posee y utiliza en el ejercicio de su función:
el miedo del otro. Porque, en general, la persona sometida a interrogatorio dice al inquisidor, por
miedo de que éste sospeche de ella, algo que pueda dar pie para que sospeche de otro.”
UMBERTO ECO: El nombre de la rosa.
TEXTO 6:
El aspecto externo de Momo ciertamente era un tanto desusado y acaso podía asustar algo a
la gente que da mucha importancia al aseo y al orden. Era pequeña y bastante flaca, de modo
que ni con la mejor voluntad se podía decir si tenía ocho años sólo o ya tenía doce. Tenía el
pelo muy ensortijado, negro como la pez, y con todo el aspecto de no haberse enfrentado
jamás a un peine o unas tijeras: Tenía unos ojos muy grandes, muy hermosos y también
negros como la pez y unos pies del mismo color, pues casi siempre iba descalza. Sólo en
invierno llevaba zapatos de vez en cuando, pero solían ser diferentes, cada uno de un color, y
además le quedaban demasiado grandes. Eso era porque Momo no poseía nada más que lo que
encontraba por ahí o lo que le regalaban. Su falda estaba hecha de muchos remiendos de
diferentes colores y le llegaba hasta los tobillos. Encima llevaba un chaquetón de hombre,
viejo, demasiado grande, cuyas mangas se arremangaba alrededor de la muñeca. Momo no
quería cortarlas porque recordaba, previsoramente, que todavía tenía que crecer. Y quién
sabe si alguna vez volvería a encontrar un chaquetón tan grande, tan práctico y con tantos
bolsillos.
MICHAEL ENDE:Momo
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