Homenaje a Juan José Saer (1937-2005) “Si ante un libro suyo incompleto un escritor muere o se dedica a otra cosa, era que en realidad ya no le quedaba nada por decir y su visión del mundo era incompleta”. Juan José Saer publicaba esta sentencia en su libro “En la zona”, 1960. El 11 de Junio de 2005, la muerte interrumpió su última novela “La Grande” dejándola inconclusa. ¿Habrá sentido Saer ese día que ya no le quedaba nada por decir? Su preocupación por el tema del tiempo, por los problemas filosóficos enmarcados en los escenarios santafecinos nos dejaron con ganas de leer algunas más de sus ficciones. Saer escribía en “El entenado” que “No se sabe nunca cuándo se nace: el parto es una simple convención”. Tomo prestada su idea para decir que un escritor como él no se sabe nunca cuando muere. El presente relato forma parte de las serie “Argumentos” que componen el libro “La Mayor”. Marcela Depiera El que se llora (del libro “La Mayor”) Un día de Noviembre que amaneció lloviendo me desperté después que aclaró. Se oía el rumor del agua, complejo y monótono-¡cuántas veces se dicho lo mismo sobre la lluvia! Por las celosías entraba en el dormitorio una luz verdosa. Me quedé tirado en la cama, con los ojos abiertos, mirando la penumbra que era cada vez más débil pero que se espesaba cerca del cielorraso. Un sueño que acababa de tener permanecía en mi mente, obstinado, un sueño en el que había visto a mi tío Pedro, hermano de mi madre que trabajó mucho tiempo en la usina y que después se independizó y compró una panadería. Mi tío había muerto el mes antes. En el sueño aparecía llorando su propia muerte. Los sueños me dan miedo, y sueño mucho. ¿Tengo miedo de lo que sueño o simplemente tengo miedo porque sueño? Me sentí triste esa mañana pensando en mi tío Pedro que vino a morirse justo cuando la panadería empezaba a andar bien pero después –afortunadamente- la curiosidad venció a la tristeza y medité sobre el significado del sueño hasta cerca de las nueve. Durante todo el tiempo llovió sin parar y el ruido de la lluvia me mantuvo como adormecido, así que ahora no se bien si por momentos no me puse a soñar el sentido de lo que había soñado. Una chica amiga, maestra de escuela que después se casó con un profesor de matemáticas y se fue a vivir al Perú, me contó que ella siempre soñaba que lloraba frente a su propio cajón. Que se miraba muerta y lloraba. ¿Qué lloramos de nosotros mismos cuando nos lloramos en sueños? Lo sabe únicamente el que se llora. Buscar en esa fuente de llanto es un trabajo difícil y la mirada tranquila de la curiosidad no alcanza a ver tan hondo. Para ver el dolor, tenemos que estar en él. Pero lo que sorprende todavía más es que el que se llora, el que ve su cadáver o se conduele de su propia muerte, está parado en un punto tan singular de la gran llanura de la pena que su llanto es al mismo tiempo recuerdo y anticipación. En las grandes llanuras el horizonte es siempre circular, idéntico, vacío y monótono.