Casa tomada, Julio Cortázar Sobre mitos y rituales Dos hermanos, solterones. Ella, Irene, él nunca se supo el nombre. De familia acomodada. Vivían en barrio norte. Habitaban la casa que había sido de sus abuelos y luego de los padres. Ellos quedaron con todo. No necesitaban trabajar. Él coleccionista de estampillas. Ella tejía mientras su hermano le cebaba mate todas las tardes. Estructurados y con horarios para cada cosa y tareas de la casa. Las pañoletas multicolores descansaban en el cajón de su cómoda, pero tejía y tejía y las guardaba como un tesoro. ¿Para quién? Casa grande. Solo una puerta de roble dividía la vivienda. La rutina era algo normal. Todo en su lugar. Cuando estaba todo listo, en el cuarto de Irene, los hermanos conversaban lo necesario y tomaban mate hasta la hora de la cena. Ese lugar era el refugio de ambos. No sabían por qué, pero estaban atrapados entre las paredes de aquel lugar que los había visto crecer. Cierto día un ruido los obligó a cerrar la puerta. _ Han tomado la parte de atrás_ dijo él. A medida que los días pasaban los ruidos se escuchaban desde las distintas habitaciones y patios. En lugar de ver de donde provenían, iban cerrando puertas hasta quedar entre la cancel y la de calle. Ante el último ruido solo atinaron a salir a la calle y tirar la llave por la alcantarilla. Ella había perdido las agujas del tejido debajo de alguna puerta. Él había dejado adentro las estampillas y la recaudación del dinero que todos los meses le traían de los campos que tenían. Nada les importó. La calle los encontró sin pertenencias. Sin nada de todo lo que tenían. Los mitos y rituales se habían apoderado tanto de sus vidas que justamente, se olvidaron de vivir. Atrás habían quedado sus deseos: amor, matrimonio, hijos, libertad. ¿Por qué no inspeccionaron la casa? ¿Qué anhelo impulsaba a Irene tejer pañoletas?? ¿Por qué las guardaba? La casa los absorbió, los tragó. Se llevó su juventud, su adolescencia, las ilusiones. Les quitó la libertad. Los sumergió en un laberinto sin salida. Solo los ruidos, reales o imaginarios fueron el pretexto para despojarse de todo aquello que les robó sus vidas. Fue para ambos la única escapatoria para poder salir al mundo exterior. Un mundo desconocido. Un mundo nuevo. Un mundo que ni ellos sabían que existía. Un mundo que querían conocer y no se animaban por no dejar la casa. Cuantas veces nos aferramos al pasado y nos olvidamos del hermoso presente. El hoy, con sus facetas impredecibles. Un sol desconocido, estrellas en la noche cual lentejuelas en el cielo azul de primavera. El viento acariciando los oídos y la piel. La luna blanca, redonda, fiel astro de la noche. Cuantas cosas perdemos por no saber apreciar. Cuantas bellezas naturales no queremos ver o no podemos hacerlo. Vive el hoy. El mañana es incierto. El pasado no tiene retorno. Solo podemos mirar atrás para ver los errores cometidos y poder desandar los caminos para no volver a cometerlos. La vida es bella. Solo hay que mirarla con los ojos del alma. Los ojos del corazón. Ferres Silvia Consultora psicológica Prof. De lengua y literatura