La zona gris “En quien lee o escribe hoy la historia de los Lager es evidente la tendencia, y hasta la necesidad, de separar el bien del mal, de tomar partido, de repetir el gesto de Cristo en el Juicio Final: de este lado los justos y de otro los pecadores. Y sobre todo a los jóvenes les gusta la claridad (los cortes definidos); como su experiencia del mundo es escasa, rechazan la ambigüedad. Sus expectativas, por otra parte, reproducen con exactitud las de los recién llegados al Lager, jóvenes o no. Todos, con excepción de quienes hubiesen pasado ya por una experiencia semejante, esperaban encontrarse con un mundo terrible pero descifrable, de acuerdo con el modelo simple que atávicamente llevamos dentro: “nosotros” dentro y el enemigo fuera, separados por un límite claro, geográfico. El ingreso en el Lager era, por el contrario, un choque por la sorpresa que suponía. El mundo en el que uno se veía precipitado era efectivamente terrible pero además, indescifrable: no se ajustaba a ningún modelo, el enemigo estaba alrededor pero también dentro, el “nosotros” perdía sus límites, los contendientes no eran dos, no se distinguía una frontera sino muchas y confusas, tal vez innumerables, una entre cada uno y el otro. Se ingresaba creyendo, por lo menos, en la solidaridad de los compañeros de desventura, pero estos, a quienes se consideraba aliados, salvo casos excepcionales, no eran solidarios: se encontraba uno con innumerables mónadas selladas, y entre ellas una lucha desesperada, oculta y continua. Esta revelación brusca, manifiesta desde las primeras horas de prisión –muchas veces de forma inmediata por la agresión de quienes se esperaba que fuesen los aliados futuros–, era tan dura que podía derribar de un solo golpe la capacidad de resistencia. Para muchos fue mortal, indirecta y hasta directamente: es difícil defenderse de un ataque para el que no se está preparado. Los prisioneros privilegiados estaban en minoría dentro de la población del Lager pero representaron, en cambio, una gran mayoría entre los sobrevivientes; en realidad, aun sin tener en cuenta el cansancio, los golpes, el frío, las enfermedades, debemos recordar que la ración alimenticia era del todo insuficiente incluso para el prisionero más sobrio. Consumidas en dos o tres meses las reservas fisiológicas del organismo, la muerte por hambre o por enfermedades causadas por el hambre era el destino habitual del prisionero. Solo podía evitarse con un suplemento alimenticio y, para obtenerlo, se necesitaba tener algún privilegio, grande o pequeño; es decir, un modo conferido o conquistado, astuto o violento, lícito o ilícito, de elevarse por encima de la norma. Para limitarnos al Lager que, hasta en su versión soviética puede servir de “laboratorio”, la clase híbrida de los prisioneros-funcionarios es su esqueleto y, a la vez, el rasgo más inquietante. Es una zona gris, de contornos mal definidos, que separa y une al mismo tiempo a los dos bandos de patrones y siervos. Su estructura interna es extremadamente complicada y no le falta ningún elemento para dificultar el juicio que es menester hacer. En primer lugar, la zona del poder, cuanto más restringida es, más necesidad tiene de auxiliares externos; el nazismo de los últimos años no podía hacer otra cosa, decidido como estaba a mantener el orden en el interior de la Europa que había sometido, y a alimentar los frentes desangrados por la creciente resistencia militar de los adversarios. En los países ocupados era indispensable conseguir, no solo mano de obra, sino también fuerzas del orden, delegados y administradores del poder alemán, empeñado ya hasta el agotamiento en otros lugares. Dentro de esta zona deben catalogarse, con distintos matices de calidad y peso, Quisling en Noruega, el gobierno de Vichy en Francia, el Judenrat en Varsovia, la República de Saló e, incluso, los mercenarios ucranianos y bálticos empleados por todas partes para hacer las tareas más sucias (nunca para combatir), y los Sonderkommandos, de quienes deberemos hablar. Un caso límite de colaboración ha sido el de los Sonderkommandos de Auschwitz y de los demás campos de exterminio. Aquí dudamos en hablar de privilegios: quien formaba parte de ellos tenía el único privilegio (¡y a qué precio!) de que durante algunos meses comía lo que quería, pero no podía ser envidiado. Con esta denominación convenientemente vaga de Escuadra Especial (Sonderkommando) nombraban las SS al grupo de prisioneros a quienes les era confiado el trabajo de los crematorios. A ellos les correspondía imponer el orden a los recién llegados (con frecuencia totalmente ignorantes del destino que les esperaba) que debían ir a las cámaras de gas; sacar de las cámaras los cadáveres; quitarles de las mandíbulas los dientes de oro; cortar el pelo a las mujeres; separar y clasificar las ropas, los zapatos, los contenidos de las maletas; llevar los cuerpos a los crematorios y vigilar el funcionamiento de los hornos; sacar las cenizas y hacerlas desaparecer. La Escuadra Especial de Auschwitz contó, según los periodos, con un cantidad de integrantes entre 700 y 1000. Las Escuadras Especiales no escapaban al destino común; por el contrario, las SS realizaban todas las diligencias oportunas para que ninguno de los hombres que había formado parte de ellas pudiera sobrevivir y contarlo. En Auschwitz hubo 12 Escuadras; cada una de ellas actuaba durante algunos meses, luego era suprimida, cada vez con un artificio diferente para prevenir posibles resistencias, y la Escuadra que la sucedía, como iniciación, quemaba los cadáveres de sus predecesores. La última Escuadra se rebeló contra las SS en octubre de 1944, hizo saltar uno de los crematorios y fue exterminada en un combate desigual... Durante los primeros tiempos eran elegidas por las SS entre los prisioneros registrados en el Lager, y hay testimonios de que su elección dependía, no solo de su fortaleza física sino también del estudio cuidadoso de sus fisonomías. En algunos raros casos, el enrolamiento fue un castigo. Más tarde prefirieron elegir a los candidatos directamente en los andenes ferroviarios a la llegada de los trenes: los “psicólogos” de las SS se habían dado cuenta de que el reclutamiento era más fácil si se hacía entre aquella gente desesperada y desorientada, enervada por el viaje, privada de toda capacidad de resistir, en el momento crucial de su descenso del tren cuando verdaderamente todo recién llegado se sentía en el umbral de la oscuridad y del terror de un espacio no terrestre. Las Escuadras Especiales estaban formadas, en su mayor parte, por judíos. Es verdad que esto no puede asombrarnos, ya que la finalidad principal de los Lager era destruir a los judíos, y que la población de Auschwitz, a partir de 1943, estaba constituida por judíos en el 90 ó 95%; pero por otro lado uno se queda atónito ante este refinamiento de perfidia y de odio: tenían que ser los judíos quienes metiesen en el horno a los judíos, tenía que demostrarse que los judíos, esa subraza, esos seres infrahumanos, se prestaban a cualquier humillación, hasta la de destruirse a sí mismos. Por otra parte, se ha atestiguado que no todos los miembros de las SS aceptaban sin rebeldía la matanza como tarea cotidiana; delegar en las mismas víctimas una parte del trabajo, y precisamente la más sucia, tenía que servir (y probablemente sirvió) para aliviar algunas conciencias.” Primo Levi: Los hundidos y los salvados, Muchnik editores, Barcelona 1995, cap. II( los resaltados son míos) Además de leer otras obras de Primo Levi, sobreviviente él mismo de Auschwitz, puedes ver la película, recomendada por el Equipo de Mediadores del Instituto, El hundimiento. Con esta información y este Cine-forum el Departamento de Filosofía del IES “Pradolongo” pretende colaborar a conservar la memoria de todas las inmundicias cometidas por el Nacionalisocialismo en la conmemoración del 60º aniversario de su derrota. Solamente mediante la memoria y mediante el testimonio se puede preservar la resistencia (como afirma el mismo Primo Levi): ¡no olvidemos!