1 septiembre 2008 HOMILÍA DE LA EUCARISTÍA DE APERTURA DEL CAPÍTULO GENERAL FR. JOSÉ RODRÍGUEZ CARVALLO, OFM MINISTRO GENERAL Queridas Hermanas: El Señor os dé la paz. Las lecturas que nos propone la liturgia de hoy nos colocan dentro de la perspectiva de la misión. Ésta no es otra sino la misma de Jesús, tal y como la describe el Evangelio de Lucas que hemos escuchado: “El Espíritu del Señor está sobre mí. Me ha ungido para evangelizar a los pobres, anunciar la liberación a los prisioneros, devolver la vista a los ciegos, liberar a los oprimidos, anunciar un año de gracia del Señor.” Notemos algunos particular. A diferencia de Juan, Jesús no se queda en el desierto, sino que vuelve a aquello de dónde había salido, para liberarlos. Jesús actúa movido por la potencia del Espíritu, una potencia que se manifiesta en la autoridad con que enseña, muy distinta a la de los escribas y fariseos. Jesús se manifiesta como aquel que da cumplimiento a la Escritura. Jesús no sólo explica la Escritura, sino que la actualiza, no la adapta a las exigencias de su tiempo, sino que la hace “actual”: traduce en acto lo que la Palabra dice. Esta palabra en Lucas es anunciada en tres lugares bien concretos: en la Sinagoga, (pueblo elegido), en los caminos y las plazas (misión itinerante), y en la casa (la iglesia). Con ello quiere decirnos el Evangelista que la Palabra debe llegar al hombre en cualquier situación donde se encuentre. Atención a un detalle: no se dice qué es lo que enseña. La enseñanza es él mismo, que se revela cumpliendo aquello que dice. Aquí tenemos, queridas hermanas, indicaciones preciosas para nuestra misión. Ante todo se nos indican los destinatarios privilegiados de la misión: los pobres, los prisioneros, los afligidos… todos aquellos que tienen necesidad de una palabra de aliento, de esperanza, que ilumine sus vidas y les dé sentido. Toca a nosotros, guiados por el Espíritu del Señor, discernir los rostros concretos de esas personas necesitadas de la luz del Evangelio. El Evangelio, destinado a todos sin excepción, encuentra en los “nuevos leprosos” de hoy los destinatarios y oyentes privilegiados. Esta misión nos supera, de tal modo que no podemos realizarla si no es movidos por el Espíritu. Es la apertura incondicional al Espíritu la que nos posibilita ir entre los pobres y los últimos. Es el Espíritu el que nos da la “parresia”, uno de sus dones, que nos lleva a ser testigos de Jesús hasta los confines de la tierra. De este modo nuestro ir entre ellos no será una simple opción sociológica, por importante que ésta pudiera ser, sino que será una verdadera opción evangélica, que es la que dará sentido pleno a nuestra misión. En otras palabras: no somos nosotros los que decidimos ir entre los menores, los últimos, los excluidos, es el Espíritu el que nos empuja a elegir los “claustros inhumanos”, es el Espíritu el que armoniza nuestro corazón con el corazón de Cristo y nos mueve a amar a la humanidad como Él la amó cuando se puso a lavar los pies a sus discípulos y, sobre todo, cuando entregó su vida por todos. Nuestra vida misionera es un camino de fidelidad al Espíritu que sopla donde quiere y nos lleva a opciones imposibles para nuestra humana fragilidad e impensables desde nuestros miedos y cobardías. En Jesús se cumple la Escritura, como se cumple en todo aquel que la escucha. La escucha, obediencia a la Palabra, nos hace contemporáneos a ella. La escucha, obediencia, nos posibilita ser “lugares” en los que la Palabra encuentra su cumplimiento, haciéndonos contemporáneos del “hoy” de Dios, y de este modo nos convertimos en personas con autoridad para anunciar. Sólo el testigo es creíble. Sólo el discípulo puede ser misionero. Cada uno de nosotros está llamado a dar un “hoy” al texto antiguo, recordando que nuestra capacidad profética está estrechamente unida a la sumisión a la Palabra de Dios. Si hemos sido llamados a ser profetas, hemos de recordar que profeta es todo aquel que se hace signo (y no sólo el que hace signos). Obedientes a la Palabra, somos llamados a ser signos. Y, en la escucha de la Palabra, será la Palabra misma a indicarnos prioridades bien precisas, y nos guiará a hacer opciones bien concretas en nuestras vidas, como individuos y como fraternidades: mendicantes de sentido, de la mano de la Palabra. Sólo la sed saciada en el manantial de la Palabra podrá convertirse en mensaje, como en el caso de la samaritana. Volvamos al Evangelio y el nuestra vida recobrará la poesía, la belleza y el encanto de los orígenes… liberemos el Evangelio y el Evangelio nos liberará.” Todo ello hará de nuestra debilidad nuestra fuerza. Como Pablo, nosotros somos enviados entre la gente no con sublimidad de elocuencia y sabiduría. Nuestra fuerza está en la confesión de la potencia de Dios que se ha manifestado en Cristo Crucificado. Queridas hermanas: Movidas por el Espíritu y guiadas por la Palabra del Señor, id, pues, entre los hombres y mujeres de hoy, anunciándoles, con la vida y la palabra, la Buena Noticia. Acogiendo el Espíritu, con la firme voluntad de no domesticar las palabras proféticas del Evangelio para adaptarlas a un estilo de vida cómodo, asumiendo como urgencia la necesidad de “nacer de nuevo”, despertad una nueva visión de la vida, cimentada en la justicia, el amor y la paz. Id por el espacioso claustro del mundo, menores entre los menores de la tierra. Alargad el espacio de vuestra tienda para hacer vuestros los gozos y las tristezas de los más pobres y de los que más sufren. Volved a lo esencial de vuestra espiritualidad franciscana, misionera y mariana para poder nutrir desde dentro, con la oferta liberadora del Evangelio, a este mundo fragmentado, desigual y hambriento de sentido, tal y como lo hizo Francisco y quiso María de la Pasión. Manteneos siempre en camino, porque es caminando como mejor comprenderemos la propia vocación y las exigencias de nuestra misión, recordando que nada nos pertenece, todo es un bien recibido, llamado a ser compartido y restituido. Ello os llevará a entregar y entregaros gratuitamente a los otros. Que vuestro Capítulo sea un momento de gracia para todo el Instituto. Y lo será en la medida en que, atentas al susurro del Espíritu, tengáis una gran dosis de lucidez en los análisis y mucha audacia evangélica en las decisiones, para poder hacer una seria revisión de vuestra misión para reencontrar el centro de vuestra misión como FMM. Desde la fidelidad creativa que nos pide la Iglesia, tened la osadía de ensayar caminos inéditos de presencia y testimonio del Evangelio en el mundo de hoy, escrutando constantemente los signos de los tiempos y dándoles una respuesta evangélica. María, primera evangelizadora, y por ello maestra de todo misionero/ra, os acompañe en vuestro discernimiento y en vuestra misión. Francisco y María de la Pasión intercedan por el éxito de vuestro Capítulo.