La reforma del Código Civil La reforma del Código Civil que está en curso, es uno de los hechos jurídicos más trascendentes en la vida de nuestra nación. Quizá buena parte de la ciudadanía aún no ha tenido oportunidad de tomar conciencia de las implicancias de los cambios que se proponen en algunos puntos fundamentales que hacen a la concepción del hombre y de la vida en sociedad. Se trata de cambios verdaderamente revolucionarios. Damos por supuestos los aspectos positivos que sobre distintos temas pueda aportar esta reforma. No obstante, nos llena de estupor la mentalidad desde la cual se ha enfocado la legislación sobre algunos puntos centrales y decisivos, que hacen a la dignidad del hombre. Entre estos mencionamos el respeto por la vida humana desde el comienzo de la concepción y el reconocimiento de su dignidad de persona desde el inicio. En efecto, en el proyecto de reforma se establece una diferencia injusta entre los embriones concebidos en el vientre materno y los concebidos por fecundación artificial. Se reconoce como personas a los primeros y a los segundos, sólo desde el momento de su implantación en el útero. Más allá de las objeciones que nos merece la manipulación contractual de la vida, al margen de los códigos naturales, la ciencia prueba que no existe ninguna diferencia entre el embrión concebido en el seno materno y el que es producto de técnicas de fecundación asistida. Desde el primer momento de la concepción, hay un nuevo ser, una persona humana, digna de todo respeto, que posee una carga genética que permanecerá idéntica e invariable hasta su muerte. Además de la ciencia, también la tradición jurídica de nuestra patria afirma lo mismo. Por el contrario, en esta reforma se ha evitado el reconocimiento del embrión como persona cuando no está implantado, a fin de poder emplear los embriones “sobrantes” que resultan de estas técnicas, con fines de investigación científica. Ante nuestro rechazo a esta visión del ser humano que puede ser empleado como medio para lograr otros fines, oímos decir que nos oponemos al “avance de la ciencia”. Asistimos por tanto, a una separación entre la técnica y la moral, considerada ésta como visión religiosa que pertenece a la esfera privada de los individuos. También nos asombra el verdadero vaciamiento obrado en la noción de matrimonio. Ya no se trata de la unión estable de un varón y una mujer en orden a la transmisión de la vida y la educación de los hijos. De la noción de matrimonio se ha eliminado el compromiso de fidelidad, pues ésta pertenece al ámbito de lo moral sobre lo cual el código no legisla. Nos preguntamos entonces si el derecho puede desvincularse totalmente de la moral y ambos corren por caminos paralelos. A esto se suma otra observación de importancia: en este anteproyecto, la verdadera víctima discriminada es el matrimonio y la familia ahora considerados “tradicionales”. Se da una equiparación práctica entre el matrimonio y las uniones de hecho. Otro rasgo de grave preocupación lo constituye el reconocimiento del alquiler de vientres o maternidad subrogada. ¿No es esto al mismo tiempo atentatorio a la dignidad de la mujer y al bien superior del niño? En efecto ¿qué pensar del caso de una mujer que cede su óvulo para ser fecundado con esperma de un donante que permanecerá anónimo? El embrión así concebido será transferido al vientre de una mujer que alquila su vientre y lo gesta. Una vez dado a luz, será dado en adopción a una pareja homosexual. Aquí se acumulan las preguntas. Entre otras: ¿dónde queda el derecho del niño a conocer su identidad biológica, derecho tan reclamado en otros casos? ¿Es digno 1 para el ser humano ser concebido como un “menú a la carta”, en una cadena de manipulaciones y contratos comerciales? ¿Existe un “derecho al hijo”? ¿Cuál es su fundamento? ¿No se plantea nunca la perspectiva del “bien superior del niño”? ¿Es digno para la mujer alquilar su vientre con fines económicos, gestando por dinero un hijo del cual se desprenderá? ¿No la estamos cosificando? Estos son tan sólo algunos aspectos entre los muchos que podríamos seguir enumerando y que han sido estudiados por los Obispos de la Conferencia Episcopal Argentina. Cuando se nos objeta que esta visión antropológica es deudora de una fe religiosa determinada, respondemos que se trata de principios que pueden ser conocidos por la razón natural al margen de la revelación cristiana. Los principios que sostenemos pueden ser aceptados en diversas tradiciones religiosas y también por agnósticos y no creyentes, así como universalmente admitimos los mandamientos: “no matar”, “no mentir”, “no robar”. Como afirmaba Benedicto XVI ante el Parlamento británico el 27 de septiembre de 2010, el papel de la religión “consiste más bien en ayudar a purificar e iluminar la aplicación de la razón al descubrimiento de principios morales objetivos”. Ante nuestras objeciones, los autores de este anteproyecto nos han calificado de “fundamentalistas”. Ellos dicen partir de “lo que sucede en la sociedad y que ya goza del consenso de la población”. Se trata de “solucionar los problemas de la gente”. Al fundar en un pretendido consenso las normas jurídicas debemos advertir que el régimen nazi, y otros regímenes gravemente atentatorios contra la dignidad humana, surgieron en sus orígenes de un amplio consenso social. Por tanto, si no nos detenemos a considerar una concepción fundada en el respeto a la ley natural, en la que “el bien común” de la sociedad es lo primero, corremos el riesgo de repetir tragedias históricas. La mentalidad subyacente olvida el sentido pedagógico de las leyes. Lo contrario es nivelar por lo bajo. En Argentina existen altísimos niveles de corrupción. ¿Diríamos por eso que debemos legalizar la coima? Se olvida también que toda ley positiva debe respetar el orden natural, pues el hombre no es sólo libertad sino naturaleza, y aquella nunca puede obrar en contra de ésta. Vivimos horas en las que está en juego la identidad histórico-cultural de nuestra nación argentina. Domina la ideología de un pretendido “progreso” social. La mentalidad llamada “progresista” aparece en esta reforma con toda su fuerza, o más bien, debilidad argumentativa. Pero nos hacemos esta otra pregunta. Estas reformas tan revolucionarias ¿de verdad surgen del consenso de la sociedad argentina? ¿Estos temas preocupan en primer lugar a la sociedad? ¿Su origen no estará más bien en poderosos grupos de presión internacional con base y complicidad local, que van logrando sus objetivos merced a una estudiada difusión mediática? Presentamos al lector apenas un breve esbozo de lo que esta en juego. Nada menos que los cimientos sobre los cuales se ha asentado la vida en sociedad durante milenios, y cuya destrucción conlleva consecuencias incalculables. Basten estas reflexiones para concluir que deberíamos detenernos en búsqueda de una racionalidad superior. + ANTONIO MARINO Obispo de Mar del Plata 2