Artículo sobre la reforma del Código Civil. Septiembre, 2012

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La reforma del Código Civil
La reforma del Código Civil que está en curso, es uno de los hechos jurídicos más
trascendentes en la vida de nuestra nación. Quizá buena parte de la ciudadanía aún no ha
tenido oportunidad de tomar conciencia de las implicancias de los cambios que se
proponen en algunos puntos fundamentales que hacen a la concepción del hombre y de
la vida en sociedad. Se trata de cambios verdaderamente revolucionarios.
Damos por supuestos los aspectos positivos que sobre distintos temas pueda aportar
esta reforma. No obstante, nos llena de estupor la mentalidad desde la cual se ha
enfocado la legislación sobre algunos puntos centrales y decisivos, que hacen a la
dignidad del hombre.
Entre estos mencionamos el respeto por la vida humana desde el comienzo de la
concepción y el reconocimiento de su dignidad de persona desde el inicio. En efecto, en
el proyecto de reforma se establece una diferencia injusta entre los embriones
concebidos en el vientre materno y los concebidos por fecundación artificial. Se
reconoce como personas a los primeros y a los segundos, sólo desde el momento de su
implantación en el útero. Más allá de las objeciones que nos merece la manipulación
contractual de la vida, al margen de los códigos naturales, la ciencia prueba que no
existe ninguna diferencia entre el embrión concebido en el seno materno y el que es
producto de técnicas de fecundación asistida. Desde el primer momento de la
concepción, hay un nuevo ser, una persona humana, digna de todo respeto, que posee
una carga genética que permanecerá idéntica e invariable hasta su muerte. Además de la
ciencia, también la tradición jurídica de nuestra patria afirma lo mismo.
Por el contrario, en esta reforma se ha evitado el reconocimiento del embrión como
persona cuando no está implantado, a fin de poder emplear los embriones “sobrantes”
que resultan de estas técnicas, con fines de investigación científica. Ante nuestro
rechazo a esta visión del ser humano que puede ser empleado como medio para lograr
otros fines, oímos decir que nos oponemos al “avance de la ciencia”. Asistimos por
tanto, a una separación entre la técnica y la moral, considerada ésta como visión
religiosa que pertenece a la esfera privada de los individuos.
También nos asombra el verdadero vaciamiento obrado en la noción de matrimonio.
Ya no se trata de la unión estable de un varón y una mujer en orden a la transmisión de
la vida y la educación de los hijos. De la noción de matrimonio se ha eliminado el
compromiso de fidelidad, pues ésta pertenece al ámbito de lo moral sobre lo cual el
código no legisla. Nos preguntamos entonces si el derecho puede desvincularse
totalmente de la moral y ambos corren por caminos paralelos. A esto se suma otra
observación de importancia: en este anteproyecto, la verdadera víctima discriminada es
el matrimonio y la familia ahora considerados “tradicionales”. Se da una equiparación
práctica entre el matrimonio y las uniones de hecho.
Otro rasgo de grave preocupación lo constituye el reconocimiento del alquiler de
vientres o maternidad subrogada. ¿No es esto al mismo tiempo atentatorio a la dignidad
de la mujer y al bien superior del niño? En efecto ¿qué pensar del caso de una mujer que
cede su óvulo para ser fecundado con esperma de un donante que permanecerá
anónimo? El embrión así concebido será transferido al vientre de una mujer que alquila
su vientre y lo gesta. Una vez dado a luz, será dado en adopción a una pareja
homosexual. Aquí se acumulan las preguntas. Entre otras: ¿dónde queda el derecho del
niño a conocer su identidad biológica, derecho tan reclamado en otros casos? ¿Es digno
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para el ser humano ser concebido como un “menú a la carta”, en una cadena de
manipulaciones y contratos comerciales? ¿Existe un “derecho al hijo”? ¿Cuál es su
fundamento? ¿No se plantea nunca la perspectiva del “bien superior del niño”? ¿Es
digno para la mujer alquilar su vientre con fines económicos, gestando por dinero un
hijo del cual se desprenderá? ¿No la estamos cosificando?
Estos son tan sólo algunos aspectos entre los muchos que podríamos seguir
enumerando y que han sido estudiados por los Obispos de la Conferencia Episcopal
Argentina.
Cuando se nos objeta que esta visión antropológica es deudora de una fe religiosa
determinada, respondemos que se trata de principios que pueden ser conocidos por la
razón natural al margen de la revelación cristiana. Los principios que sostenemos
pueden ser aceptados en diversas tradiciones religiosas y también por agnósticos y no
creyentes, así como universalmente admitimos los mandamientos: “no matar”, “no
mentir”, “no robar”. Como afirmaba Benedicto XVI ante el Parlamento británico el 27
de septiembre de 2010, el papel de la religión “consiste más bien en ayudar a purificar e
iluminar la aplicación de la razón al descubrimiento de principios morales objetivos”.
Ante nuestras objeciones, los autores de este anteproyecto nos han calificado de
“fundamentalistas”. Ellos dicen partir de “lo que sucede en la sociedad y que ya goza
del consenso de la población”. Se trata de “solucionar los problemas de la gente”.
Al fundar en un pretendido consenso las normas jurídicas debemos advertir que el
régimen nazi, y otros regímenes gravemente atentatorios contra la dignidad humana,
surgieron en sus orígenes de un amplio consenso social. Por tanto, si no nos detenemos
a considerar una concepción fundada en el respeto a la ley natural, en la que “el bien
común” de la sociedad es lo primero, corremos el riesgo de repetir tragedias históricas.
La mentalidad subyacente olvida el sentido pedagógico de las leyes. Lo contrario es
nivelar por lo bajo. En Argentina existen altísimos niveles de corrupción. ¿Diríamos por
eso que debemos legalizar la coima? Se olvida también que toda ley positiva debe
respetar el orden natural, pues el hombre no es sólo libertad sino naturaleza, y aquella
nunca puede obrar en contra de ésta.
Vivimos horas en las que está en juego la identidad histórico-cultural de nuestra
nación argentina. Domina la ideología de un pretendido “progreso” social. La
mentalidad llamada “progresista” aparece en esta reforma con toda su fuerza, o más
bien, debilidad argumentativa.
Pero nos hacemos esta otra pregunta. Estas reformas tan revolucionarias ¿de verdad
surgen del consenso de la sociedad argentina? ¿Estos temas preocupan en primer lugar a
la sociedad? ¿Su origen no estará más bien en poderosos grupos de presión
internacional con base y complicidad local, que van logrando sus objetivos merced a
una estudiada difusión mediática?
Presentamos al lector apenas un breve esbozo de lo que esta en juego. Nada menos
que los cimientos sobre los cuales se ha asentado la vida en sociedad durante milenios,
y cuya destrucción conlleva consecuencias incalculables. Basten estas reflexiones para
concluir que deberíamos detenernos en búsqueda de una racionalidad superior.
+ ANTONIO MARINO
Obispo de Mar del Plata
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