SOBRE LA CONEXI N Y NO COMUNICACI NDE LOS ADOLESCENTES

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SOBRE LA CONEXIÓN Y NO COMUNICACIÓN
DE LOS ADOLESCENTES1
M. Eugenia Sanagua Bellavia
eugenia_sanagua@hotmail.com
Universidad Nacional de Córdoba
Resumen:
Se trata de una puesta en debate sobre la noción de “conexión” como
antítesis de “comunicación”, en términos discursivos, a la par de la de “relación”, en
términos sociales. La intención es examinar la producción discursiva subjetiva por parte
de los adolescentes de hoy en las NTICs, específicamente por los medios que les otorga
la actual Web 2.0. El marco general del trabajo son los conceptos clave de la
temporalidad de la vida instantánea de la modernidad líquida de Z. Bauman (2006) y la
categoría de ex-timidad como especularización del “yo” de P. Sibilia (2008).
Palabras clave: adolescentes, ex-timidad, modernidad líquida.
0. Introducción
Empezamos por advertir que nuestra visión de mundo se posiciona en el marco
de los conceptos clave de la posmodernidad o modernidad líquida de Zigmunt Bauman
(2006), en especial sobre la transversalidad temporal acelerada de una vida instantánea
que conlleva la pérdida de vínculos humanos que se vuelven cada vez más frágiles,
transformando así —en términos sociales— las “relaciones” en “conexiones”.
En este sentido, además, entendemos las subjetividades posmodernas en el
marco de la tesis de Paula Sibilia (2008) como la nueva construcción espectacularizada
del “yo” íntimo hecho público: la ex-timidad. Es decir, los “yo” del siglo XXI no se
identifican interiormente y en sí mismos por medio de la introspección como lo hacían
antaño, sino en la lógica de la visibilidad alterdirigida y exterior y que hoy impera por
las NTICs2. Así, el “ser” o el “existir” está condicionado por el “ser visto” por y para los
“otros” en algunas de tantas de las pantallas tecnológicas que nos rodean. Así, los
discursos en bytes están atiborrados de autorreferencialidad sin más señalamientos al
mundo extrarreferencial, o sea, sólo están centrados en la denotación del “yo” y
alrededor del ámbito personal hecho público3.
1
Quiero advertir que este trabajo surge a partir del marco de desarrollo de mi Tesis de Licenciatura en
Letras de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UNC. En su origen, Los textos de lo inmediato: la
escritura en fotologs se orienta hacia las precisiones lingüísticas, atravesadas por el eje temporal
inmediato de la posmodernidad, en la comunicación entre adolescentes en los medios de las nuevas
tecnologías y concretada en una muestra estratificada de fotologs de todo el país del sitio Fotolog.com.
2
Nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación.
3
Lingüísticamente, esta cuestión se evidencia en el nivel morfológico de la lengua y se hace más que
destacable. Pues, en mi estudio que cuenta con una muestra de 24 fotologs representantes por cada una de
las provincias argentinas, estas categorías lingüísticas nos sorprendieron al alcanzar el segundo puesto de
porcentajes por medio de lo que definimos como Formas de lo Inmediato en la Escritura Tipeada.
Mediante la contabilización del uso de la deixis—señalamiento o índice— de persona de los pronombres
personales y las desinencias verbales de la primera persona del singular, el “yo” se erigió sin ningún
problema como centro discursivo éx-timo. Pero, además, contabilizamos las categorías del “vos” y
“nosotros” ya que, de alguna forma, son lo circundante al ámbito privado hecho público en donde no deja
de ser partícipe el “yo”. De esta manera, este “yo”, que se opone a “otros” que no son ni “vos” ni
“nosotros”, se alterdirige para exhibirse, venderse y producirse por y para los “otros” porque, así, estos
“otros” confirman que ese “yo” espectacularizado simplemente existe.
1
Especificando un poco más en términos sobre el lenguaje —pues entendemos
que éste es base constitutiva en la conformación de las relaciones sociales—, insistimos
que la liquidez o fluidez también se hace evidente en las modalidades discursivas
concretas; sobre todo, en la de los adolescentes que, al ser el grupo más permeable y
legítimamente posmoderno, son los más influenciados por las imposiciones de cada
época. De esta manera, sus “comunicaciones” también se transforman en “conexiones”
o “contactos”.
Es que parece que hoy nadie tiene tiempo para “pararse y comunicarse” sino que
sólo “se pasa para no perder el contacto”. En este sentido de “estar en contacto” más
que de comunicarse verdaderamente, parece que nos enfrentamos ante un viraje del uso
cotidiano que hacemos del lenguaje ya que cada vez más se acerca a su función fática
(Jakobson, 1985). Es decir, parece que hoy ya no usamos el lenguaje como un
instrumento principalmente para comunicarnos que nos permite intercambiar
informaciones, contenidos…, sino que estamos destinados, a través de las formas y
medios de las nuevas tecnologías, a un perpetuo contacto o conexión donde es igual de
legítimo estar online como offline. A esto que decimos, lo comprobamos en tantas
expresiones de micro-relatos que abundan efímeramente en todos los medios de la Web
2.0: “¡Te encontré en FB! Seguimos en contacto” o “Pasate por mi flog y firmá”.
1. La vida instantánea y sus vínculos frágiles en la modernidad líquida
La metáfora de la liquidez o fluidez es la adecuada, según Bauman (2006), para
aprehender la naturaleza de la fase actual de la era moderna. Es decir, no se trata de dos
modernidades, una detrás de la otra como sugiere el término pos-modernidad; sino, al
contrario, de una única modernidad que desde sus inicios no fue otra cosa que un
proyecto de licuefacción de los viejos sólidos modernos en el afán de reemplazarlos por
otros nuevos y mejores. Por tal razón, se resemantiza esta etapa actual de la modernidad
como modernidad líquida.
De esta manera, la modernidad líquida comenzó con el cambio de la relación
espacio-temporal; es decir, cuando el espacio y el tiempo llegaron a separarse en la vida
misma y entre sí, para llegar a ser teorizadas como categorías independientes. Así es
que surge una nueva visión y experimentación de lo espacio-temporal que trajo como
consecuencia la idea de velocidad y de una notable aceleración. En otras palabras, el
cambio espacio-temporal se explica cuando la distancia recorrida en una unidad de
tiempo pasó a depender de la tecnología y pudieron transgredirse los límites heredados
de la velocidad del movimiento, mediante el acceso a medios de movilidad más
rápidos. Comenzó, en fin, a vivirse la “vida instantánea”.
Bauman predice, así, “el fin de la era del compromiso mutuo” (2006:16); pues,
la técnica principal de la vida instantánea es la huida, el escurrimiento, la elisión, la
capacidad de evitar o el rechazo concreto de cualquier mantenimiento a largo plazo, de
involucrase con responsabilidades que lleven a asumir consecuencias de cualquier
índole. Es un proceso de individualización que genera una desintegración total de la
trama social y se entiende como una necesidad de aislarse y de romper con todo vínculo
humano; es decir, de des-solidificar o licuar las relaciones personales. Así, la sociedad
de la modernidad líquida es inconsistente en sí misma y es incapaz de ofrecer sostén a
cualquiera de los vínculos humanos.
De aquí nos llega la noción de amor líquido de Bauman (2005) que sería la
manera de relacionarse en la actualidad. Este amor que fluye está determinado por la
masividad de la tecnología que provee Internet, en el sentido de que el modo de
vinculación actual se entiende como metáfora de las relaciones virtuales o del ciberamor. Pues, aunque no ocurra que la mayoría de las personas haya optado por vincularse
sentimentalmente a través de Internet, sí es cierto que se percibe que la mayoría se
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relaciona “como si” lo hiciera a través de Internet, o sea, en el flujo virtual de la noestabilidad. Es por esta razón que Bauman prefiere hablar en vez de “relaciones”, de
“conexiones” y en vez de “parejas”, de “redes” para denominar mejor las dinámicas
interpersonales actuales. Es decir, a diferencia de las “relaciones” e ideas semejantes
que resaltan el compromiso mutuo, la “red” y sus “conexiones” resaltan y dan vía al
descompromiso, excluyendo o esquivando a su opuesto: el compromiso, a la antigua.
A pesar de este panorama sobre las conexiones en nuestras sociedades actuales,
Bauman asegura que existe una desesperada necesidad de “interconectarse” y, en
definitiva, esto es la que anima a exhibir la vida privada en la escena pública. A este
“mostrar intimidades”, Bauman no deja de predecirlo como una consecuencia misma de
la modernidad líquida. Es que hoy “…lo público se encuentra colonizado por lo
privado (…) [y] el arte de la vida pública queda reducido a la exhibición pública de
asuntos privados y a confesiones públicas de sentimientos privados (…), [que] cuanto
más íntimos, mejor” (Bauman, 2006:42).
2. La construcción éx-tima del “yo” como subjetividad espectacularizada
Parece, entonces, que millones de personas de todo el mundo —gente común—
se han puesto de acuerdo al apropiarse de las diversas herramientas disponibles online
en la Web 2.0 para utilizarlas y exponer públicamente sus intimidades. Así es como hoy
somos espectadores de un interminable festival de vidas privadas que se ofrecen
impúdicamente ante los ojos del mundo entero. Las confesiones diarias de gente común
están ahí —en palabras e imágenes— a disposición de quien quiera husmear. Basta
apenas con hacer clic para acceder a ellas sin mayor dificultad.
Según esta tesis de Sibilia (2008), en los pórticos del siglo XXI, somos —más
que testigos— protagonistas de un cambio de la concepción de subjetividad que se
manifiesta en los nuevos géneros autobiográficos tanto narrativos como audiovisuales.
Ciertos usos actuales de la Web 2.0 como son los blogs, fotologs y redes sociales como
YouTube y FaceBook son algunas de las estrategias que los sujetos contemporáneos
ponen en acción para responder a estas nuevas demandas socioculturales, logrando una
verdadera mutación de raíz de las formas de ser y estar en el mundo.
En este sentido, vemos que el “yo” actual se configura o se produce como un ser
que busca de forma constante su visibilidad, que crea y moldea su personalidad como
un personaje que debe ser mostrado al mundo sin ningún tipo de velos. Por tanto, en
este proceso de mayor especularización por parte de los sujetos, es lógico entender la
interioridad en términos de un “yo” éx-timo y ya nunca más ín-timo.
La sociedad misma enaltece y resalta a estos “yo” de hoy que pueden ser
calificados sin ningún tipo de ofensa como megalómanos, narcisistas y excéntricos. Es
que hoy la construcción subjetiva en términos introspectivos o interiores se encuentra
debilitado por la “tiranía de la visibilidad” (Sibilia, 2008:105), tiranía no dictatorial
porque sencillamente “todos queremos ser visibles”. Así, cada vez más nos definimos a
través de lo que podemos mostrar y de lo que otros ven. La intimidad, en esta sociedad
del espectáculo, es tan importante para definir lo que se es, que hay que mostrarla —
precisamente en alguna pantalla— porque confirma que se existe. Basta con montar el
propio Show del yo (Sibilia, 2008: 9-33).
En definitiva, parece que este clima de ideas posmodernas ha cambiado la forma
en que nos definíamos como sujetos y en un sentido mucho más amplio. Guillermo
Obiols (2006) explica que a fines del siglo XX y principios del XXI es verdaderamente
toda la sociedad quien se adolescentiza, pues aparece socialmente como modelo este
grupo erario en todos los medios de comunicación y nuevas tecnologías. Mientras que
las fronteras adolescentes se van ensanchando cada vez más todavía, este modelo
impone que hay que llegar a la adolescencia e instalarse en ella para siempre. Es decir,
3
define una estética en donde lo joven es maravilloso y hay que hacerlo perdurar lo que
más se pueda y como se pueda. Se vende gimnasia, dietas, moda unisex cómoda,
cirugías plásticas… todo aquello que lleve a disimular lo que demuestra el paso del
tiempo. Ahora bien, obviamente que ser adulto —o más bien viejo— es una especie de
vergüenza, una muestra del fracaso ante el paso inexorable del tiempo. Entonces, todos
tratan de ser adolescentes mientras se pueda y, después, nada: viejo. Pero, incluso, no
sólo se toma como modelo al cuerpo del adolescente, sino también toda su forma de
vida —con todas sus crisis—: modos, prácticas, lenguaje, etc.
3. ¿La rebeldía reditual de los adolescentes de hoy?
Nos centramos, ahora, en la concepción de la posmodernidad como
contrapartida de la modernidad en sentido negativo. Así entendida, la etapa actual es
sabida como la época del desencanto, de la pérdida de fe en las utopías, del fin de las
ideologías y de la historia como portadora de sentido y, por tanto, de la ausencia de los
grandes proyectos colectivos de progreso que no se vieron cumplidos en la modernidad.
Entonces, ¿qué ha queda cuando se han desvanecido estas utopías ya hace tiempo?
(Margulis, 1994).
En primer lugar, precisamente, el (no)tiempo. En vez de una vida con miras a un
futuro esperanzador, queda el presente eternizado sin que se puede intervenir en él. En
este sentido de la experiencia del tiempo presente que cada vez más se acelera en busca
de una vida instantánea, lo que resta, también, es la imagen y ya no tanto la palabra. “No
lo diga, muéstrelo” es la consigna posmoderna. Es decir, la comunicación que
predomina es la de la imagen que imponen, sobre todo, las tecnologías audiovisuales
contemporáneas. De esta manera, la imagen todo lo ocupa y, gracias a ella, todo resulta
ser omni-presente. En otras palabras, la imagen es la manera que mejor muestra y
representa este contexto rápido e inmediato de la liquidez posmoderna, porque
concretamente patentiza todas las informaciones sin la necesidad de demorar y mediar
entre la codificación y la decodificación que requieren los signos, sobre todo,
lingüísticos.
En segundo lugar, en vez de una sociedad comunitaria de proyectos colectivos,
surge el individualismo, aquel “fin de la era del compromiso mutuo” (Bauman,
2006:16) o una especie de “encapsulamiento” progresivo (Sibilia, 2008). Esta “soledad”
es una de las características principales del sujeto posmoderno que conduce,
consecuentemente, a una actitud consumista siempre insatisfecha e insaciable.
Por un lado, según Lipovetzky (1986), este individualismo que vivimos
actualmente y que abarca todos los aspectos de la vida social, se acentúa de tal forma
hasta llegar a un nivel de “personalización” tal que arrasa con valores e instituciones.
Finalmente, lo que triunfa es el libre despliegue de la personalidad íntima con el
derecho de la expresión sin límites. O sea, en términos de Sibilia (2008), esa
espectacularización del “yo” que se administra a sí mismo como la marca de una
empresa y que hace pública su intimidad: la ex-timidad. Es así que este “compartir
intimidades”, sostiene Bauman (2006:42), termina por ser una técnica de construcción
de la sociedad, pero que sólo puede dar a luz comunidades frágiles y efímeras como
relaciones dispersas y erráticas que van a la deriva sin rumbo seguro y que cambian de
objetivo a ritmo constante. Y, así, volvemos indefinida e irremediablemente hacia la
individualidad de los sujetos de la sociedad posmoderna como en un círculo vicioso. En
consecuencia, la única actitud esperable de los individuos posmos es su actividad —
solitaria— del consumo como beneficio personal. Y, aquí, es justamente donde el
mercado aparece como la principal divinidad eregida en la cosmogonía del clink caja.
Ahora bien, ante este panorama, y centrándonos ahora en particular en los
adolescentes de una sociedad conocida como escéptica, individualista, consumista y
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desencantada en fin: ¿pueden rebelarse los adolescentes de hoy ante ésta? Es decir, ¿a
qué queda abocada la conocida rebelión adolescente?, ¿se puede hablar de ella
actualmente? Y ¿qué marco podrán utilizar los adolescentes como continente de su
propia subjetividad, personalidad e identidad?
La única opción que les queda es la de mirarse el propio ombligo, pero —¡ojo!
— mientras sirva para poder sacarle provecho. Es decir, como ya no interesa la
comunidad colectiva, lo único que permanece es el “yo” personal y en función de un
rédito egoísta e insaciable según la lógica que resta: la del mercado. Entonces, la única
rebelión posible del adolescente —si es que de rebelión se trata ya que se vale de las
lógicas imperantes— es la de la propia subjetividad narcisista (Margulis, 1994). Pero su
novedad está en entenderla y aprovecharse de ella como un verdadero objeto de
mercancía.
Así, en definitiva, quedan construidas las nuevas subjetividades del siglo XXI:
saber administrarse o gerenciarse y vender la propia imagen de sí como un objeto de
diseño, como una marca de una empresa: La Generación “Yo”, S.L. Y esto, en realidad,
cualquiera puede lograrlo a través de toda la parafernalia que nos ofrece la Web 2.0 —
“democrática y social”— que está al alcance de la mano porque son varios los atajos
disponibles para alcanzar el hall de nuestro personaje espectacularizado que se llama
“yo”. Basta con aprovechar la actual profusión de nuevos géneros tecnológicos de
exposición mediática personal: blogs, fotologs, YouTube, FaceBook, Twitter,
MySpace… Porque la regla es: “Si no se te ve en Internet, no existís”. Ignasi Vendrell
(Abad Cadenas, 2009), para la consultora española Best Relations especializada en
relaciones públicas del tipo Web 2.0, ha acuñado a principios de este año esta noción de
Generación “Yo” S.L. Con ésta, también quiere explicar que estamos ante un auténtico
fenómeno de reality-show en Internet. Las redes sociales, sobre todo, se han convertido
en el ocio de lo social, equiparándose a los realities-shows televisivos que permiten al
usuario navegar en la vida de los demás. En fin, una especie de Gran Hermano virtual,
donde se mezcla el papel de concursante y espectador.
Estas acciones adolescentes, en sentido amplio, son parte de toda la sociedad
porque responden a la “tiranía de la visibilidad” (Sibilia, 2008:105) del siglo XXI; es
decir, una tiranía no dictatorial porque sencillamente “todos queremos hacerlo” con el
fin de mostrarnos en el brillo de cualquier pantalla y, por lo tanto, poder existir en esta
sociedad del espectáculo. Pero aquí, nos detenemos un momento al hablar de la
sociedad en general y en relación con la denominada “Sociedad Limitada” de la
Generación “Yo”. Es decir, además de la connotación económica empresarial de esta
sigla, insistimos en aclarar otros dos sentidos restrictivos bien imbricados:
La “Sociedad Limitada” es, precisamente, limitada o restringida por la frontera
digital. Es decir, quien accede a las últimas tecnologías en nuestro país son sólo los de
clase media-alta, alta; pues se necesita como mínimo indispensable contar con una
computadora, una buena conexión a Internet y una cámara fotográfica digital y,
obviamente, una somera alfabetización tecnológica y de lecto-escritura. En su opuesto,
la gente de escasos recursos o quienes no logran sacar un mínimo crédito son los
“limitados” ya que no se les permite entrar a esa “Sociedad Limitada” por la frontera
digital que cada vez se hace más difícil cruzar.
E, incluso, la “Sociedad Limitada” se restringe aún más todavía por la brecha
digital, ya que quienes manejan a la perfección las nuevas tecnologías y las enseñan a
sus padres son los adolescentes que han nacido y crecido bajo el imperio de las nuevas
tecnologías. Se los ha dado en llamar nativos digitales (Cárcamo Ulloa, 2008) o
generación del pulgar (Barcia, 2008). Aquí, el lugar excluido lo ocupan los adultos que
son los “limitados” por estar incapacitados para manejar y entrar en esta “Sociedad
Limitada”, ya que pertenecen a la generación de inmigrantes digitales (Igarza, 2008),
5
pero que intentan a toda costa —como lo explica Obiols (2006)— no quedarse fuera y
llegar a ser nativos como sus hijos.
4. Conclusión
Las “comunicaciones” de hoy entendidas como “conexiones” que hacen los
adolescentes, en particular, y los sujetos adolescentizados, en general, mediante los
medios de la Web 2.0, resultan ser —verdaderamente— una característica típica de la
vida instantánea de estos tiempos posmos concebidos como líquidos, en términos de
Bauman (2006). De este modo, las conexiones —no comunicaciones— de la actual era
tecnológica no escasean, pero tampoco se atascan. Es decir, nuestra contemporaneidad
líquida se refleja directamente en la manera de expresarnos mediante palabras digitales
que no tienen ningún soporte material, sino que pasan y pasan, fluyen y vuelan
fugazmente sin dejar rastros de comunicación, sino de sólo contacto. En otras palabras,
nuestro lenguaje de uso cotidiano se va acercando cada vez más y casi exclusivamente a
su función fática —que confirma el contacto entre los enunciadores—, y ya no tanto a
su función informativa o denotativa —que comunica sobre algo— (Jakobson, 1985).
Por otra parte, la fase líquida o fluida de la modernidad —al impedir la
conformación de límites fijos— lleva a una mezcla híbrida en todos los ámbitos. Así, es
entendible que también se licuen las fronteras entre lo que es eminentemente público y
lo que es eminentemente privado, llegando a hacer obsoleta tal distinción y creando una
nueva noción de las subjetividades actuales: esto de la ex-timidad. Precisamente, los
adolescentes de hoy como nativos digitales que son, interactúan, se producen y exhiben
con mayor frecuencia en las nuevas tecnologías de la Web 2.0 porque justamente es éste
el ámbito donde construyen sus identidades. A la vez, mientras sus intimidades se van
tornando cada vez más públicas (Sibilia, 2008), vimos que su auto-publicidad no es un
efecto colateral del sistema, sino que su intencionalidad es completamente adrede. Lo
que se busca —¿la rebelión reditual?— es mostrarse, saber producirse, venderse y
administrarse como una marca de una empresa: La Generación “Yo” S.L. (Ignasi
Vendrell, 2009). Por lo tanto, lo que resulta es una concepción de la subjetividad del
adolescente como un “yo” éx-timo que ve al mundo como un espectáculo en el que debe
eregirse como protagonista, y en donde sólo la mirada de los “otros”, a través de la luz
resplandeciente de las pantallas, le dan consistencia y hasta existencia.
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