El malestar en la cultura de Sigmund Freud Aclaración: Todas las citas que no tengan referencias a pie de página son del libro que es objeto de análisis en este trabajo. Freud comienza preguntándose por el fin de la vida humana. No puede ser que no tenga fin porque entonces carecería de valor. Por lo tanto se pregunta: ¿Qué es lo que los seres humanos buscan como propósito de su vida?. Buscan conseguir la felicidad y mantenerla, lo que significa evitar el dolor y el displacer y vivir intensos momentos de placer. Pero resulta que estamos organizados de tal manera que sólo gozamos en el contraste (siguiendo ideas de Empédocles) y muy poco el estado. Por eso si disminuimos las posibilidades de displacer también disminuirá la posibilidad de gozar con el placer. Y además nos resulta más fácil ser desdichados que dichosos. Por eso muchas veces nos consideramos bienaventurados por el sólo hecho de evitar la desdicha. Desde tres lados nos amenaza el sufrimiento: 1. Desde el propio cuerpo 2. Desde el mundo exterior 3. Desde los vínculos con otros seres humanos Frente a cada uno de estos lados, tenemos posibilidad de evitarlos: 1. reprimir las pulsiones / sustancias farmacológicas 2. huir del mundo (eremita) / delirio, autismo 3. amor: vínculo libidinal más estrecho con los objetos del mundo Freud advierte que gran parte de nuestros sufrimientos, de nuestra miseria, se debe a lo que llamamos cultura. Cultura “designa toda la suma de operaciones y normas que distancian nuestra vida de la de nuestros antepasados animales, y que sirven a dos finas: la protección del ser humano frente a la naturaleza y la regulación de los vínculos recíprocos entre los hombres”. La convivencia humana sólo es posible en cuanto se aglutina una mayoría más fuerte que los individuos aislados. “Esta sustitución del poder del individuo por el de la comunidad es el paso cultural decisivo”. Esto conlleva la idea de limitación en las posibilidades de satisfacción del individuo, en orden a un con vivir, un vivir con otros. La humanidad, por tanto, se encontrará siempre en la tensión existente entre demandas individuales y exigencias culturales de la masa. Ahora preguntémonos qué hace la cultura con las disposiciones pulsionales de los seres humanos. Hay tres posibilidades: 1. Emerge en el individuo una propiedad de carácter 2. Sublimación (desplazar las condiciones de satisfacción de las pulsiones hacia actividades psíquicas superiores). 3. Represión (renuncia a lo pulsional, no satisfacción) La cultura limita el amor sexual. La cultura “obedece en este punto a la compulsión de la necesidad económica; en efecto, se ve precisada a sustraer de la sexualidad un gran monto de la energía psíquica que ella misma gasta”. Pero la cultura exige otros sacrificios además de la satisfacción sexual. La cultura limita la agresividad. Para profundizar este tema atendamos a uno de los mandamientos ideales de la sociedad: amarás a tu prójimo como a ti mismo. “¿Por qué deberíamos hacer eso? ¿de qué nos valdría? Pero sobre todo, ¿cómo llevarlo a cabo? ¿Cómo sería posible?... ¿Por qué, pues, se rodea de tanta solemnidad un precepto cuyo cumplimiento no puede recomendarse como racional... Justamente porque el prójimo no es digno de amor, sino tu enemigo, debes amarlo como a ti mismo”. Sucede que el prójimo no es sólo un posible objeto de satisfacción sexual sino también un potencial blanco de mi agresión. Freud cita a Hobbes cuando dice: “el hombre es lobo del hombre”. Pero ¿de dónde viene esta tendencia a la agresividad en el ser humano?. Freud distingue en el ser humano la pulsión de Vida, Eros, y la pulsión de muerte, Tánatos. Mientras Eros actúa de una manera más llamativa, la pulsión de muerte lo hace de forma silenciosa. Una parte de esta última se dirigía al mundo exterior, luego de ser repelida por Eros en un intento de evitar la autodestrucción. Esta pulsión de agredir a los otros es una disposición pulsional autónoma y encuentra en la cultura su obstáculo más poderoso. “Esta pulsión de agresión es el retoño y principal subrogado de la pulsión de muerte que hemos descubierto junto a Eros”. ¿Cómo logra la cultura inhibir la agresión?. Aquí encontramos la angustia social o angustia frente a la pérdida del amor. Aquí se manifiesta una influencia ajena por lo cual uno está amenazado de perder su objeto amado. Pero también encontramos al superyó. Aquí la influencia es interior ya que la autoridad es interiorizada. La agresión es introyectada, vuelta a su punto de partida, es decir, el yo propio. Es recogida por una parte inconsciente que ejerce contra el yo la misma severidad que el yo hubiese ejercido hacia los demás. Ante este superyó nada puede ocultarse, ni siquiera los pensamientos. Y cuanto más virtuoso es el individuo, más severo se vuelve el superyó. Y lo peor de todo, podríamos decir, es que la renuncia a lo pulsional no es suficiente. La abstención igual genera un sentimiento de culpa por el sólo hecho de haberlo pensado. Por último veamos a la ética como superyó de la cultura. Freud realiza, en este tema, una analogía entre el proceso cultural y la vía evolutiva del individuo. “El superyó de la cultura ha plasmado sus ideales y plantea sus reclamos. Entre estos, los que atañen a los vínculos entre los seres humanos se resumen bajo el nombre de ética. La ética sería un intento de alcanzar por mandamiento del superyó lo que la cultura no ha logrado. Y como todos los hombres tienen una tendencia agresiva, cobra importancia el mandamiento de amor al prójimo como a uno mismo que se convierte en la más grande defensa en contra de la agresión humana. Freud concluye exponiendo lo que para él es la cuestión decisiva de la especie humana: “si su desarrollo cultural logrará, y en caso afirmativo en qué medida, dominar la perturbación de la convivencia que proviene de la humana pulsión de agresión y de autoaniquilamiento. Javier E. Giangreco -1-