“No hay duda alguna de que todo nuestro conocimiento comienza con la experiencia. Pues ¿cómo podría ser despertada a actuar la facultad de conocer sino mediante objetos que afectan a nuestros sentidos y que ora producen por sí mismos representaciones, ora ponen en movimiento la capacidad del entendimiento para comparar estas representaciones, para enlazarlas o separarlas y para elaborar de este modo la materia bruta de las impresiones sensibles con vistas a un conocimiento de los objetos denominado experiencia? Por consiguiente, en el orden temporal, ningún conocimiento precede a la experiencia y todo conocimiento comienza con ella. Pero, aunque todo nuestro conocimiento empiece con la experiencia, no por eso procede todo él de la experiencia. En efecto, podría ocurrir que nuestro mismo conocimiento empírico fuera una composición de lo que recibimos mediante las impresiones y de lo que nuestra propia facultad de conocer produce (simplemente motivada por las impresiones) a partir de sí misma” KANT, I., Crítica de la Razón Pura, Introducción, B 1-2. 1. Con respecto al texto: a. Sitúa al autor en su momento histórico (0,25) b. Señala el tema o el problema del texto (0,25) c. Indica las ideas principales (0,5) d. Muestra las relaciones entre ellas (0,5) e. Explícalas (1) a) I. Kant (1724-1804) vive en el siglo XVIII, el siglo de la Ilustración. Formado en la filosofía racionalista, la lectura de Hume le “despertó del sueño dogmático”, llevándole a elaborar una crítica de la razón cuya conclusión principal es que el conocimiento es fruto de la colaboración de la razón humana y de la experiencia, con lo que puede decirse que realizó una interesante síntesis del Racionalismo y del Empirismo. Él concibe la razón no sólo como una facultad teórica, sino también práctica que ha de regular nuestra conducta. Fue siempre un defensor de los ideales de libertad, de la dignidad humana, de que la razón gobierne el mundo. Fue el filósofo ilustrado por excelencia. b) El tema del texto consiste en la idea de que nuestro conocimiento proviene de la experiencia, pero no se reduce a ella, pues la razón también aporta elementos desde sí misma. c) Las ideas principales son: El proceso de conocimiento comienza cuando a nuestra razón llega alguna experiencia. De ninguna otra manera se podría poner en marcha. En ese proceso, no todo proviene de la experiencia. Lo conocido es una composición entre lo que nos llega del exterior y elementos aportados por nuestra propia mente. d) La relación entre las ideas del texto consistiría en: En este texto Kant nos plantea lo que podría ser un sucinto resumen de su concepción del conocimiento. En el primer párrafo expresa de diversas formas y con distintas justificaciones que el conocimiento empieza siempre con la experiencia. Es el principio recibido del empirismo. Pero matiza esta afirmación en el segundo párrafo, en el sentido de que la experiencia no agota todo nuestro conocimiento, ya que la propia facultad de conocer aporta su parte para componer eso que recibimos de las impresiones, de este modo, parece probable que lo conocido sea una síntesis entre lo recibido por los sentidos y elementos aportados por nuestra propia capacidad de conocer. e) Para explicar las ideas del texto, hay que tener en cuenta que la filosofía kantiana pretende superar el callejón sin salida en que quedó la reflexión sobre el conocimiento humano después del Racionalismo y el Empirismo. Según Descartes y sus seguidores, la fuente más segura de certeza y verdad era la propia razón con su claridad y distinción en las ideas más indudables, y con las ideas innatas con las cuales nacía. En cambio, para los empiristas nada podía haber en la mente que antes no hubiese pasado por los sentidos, de tal manera que no podían existir elementos innatos en ella, que nacía en blanco y era un mero receptáculo pasivo. Mientras que el Racionalismo hacía muy difícil acceder al conocimiento del mundo externo (Descartes tuvo que recurrir a Dios para salir del solipsismo), el Empirismo reducía tanto el conocimiento a experiencia, que disolvía el mundo en un conjunto de fenómenos inconexos, sin leyes causales perceptibles, y al propio yo cognoscente en un mero lugar de paso de fenómenos internos. En esto consistía el fenomenismo al que Hume dejó abocada a la ciencia, en coherencia con los postulados empiristas. La solución kantiana consistió en plantear que quizá esos dos puntos de partida fueron demasiado excluyentes, y que una tercera vía sería más acertada. Según Kant, es cierto que sin experiencia sensible no comienza el proceso del conocer, de tal manera que es la percepción de algún fenómeno la que despierta, como dice el texto, ese proceso. Pero no cree nuestro autor que nuestra mente sea un mero receptor vacío y pasivo, sino que por el contrario debe de poner ella misma algo en lo conocido, algunas estructuras innatas que den forma inteligible a los datos sensibles. La realidad conocida, si eso es cierto, estaría por tanto formada por nuestras propias estructuras mentales, además de por los percibido en la experiencia. En esto consiste el idealismo kantiano, en proponer que la realidad que vemos y tocamos en parte proviene de nuestra propia mente, no sólo de fuera de ella, porque al conocer filtramos los datos sensibles de acuerdo con ciertas estructuras de nuestro propio conocimiento. Por nuestra propia constitución, por tanto, no podemos ver nunca la realidad como es en sí misma, sólo vemos la versión humana de la realidad, porque al percibir damos forma a lo percibido, y esa forma está en nosotros. La aportación interna de nuestro entendimiento al proceso de conocimiento es la garantía de la salvaguardia de la validez universal y necesaria de las leyes científicas, pues esas estructuras internas son el espacio y el tiempo, con los cuales damos forma a los datos sensibles, para formar el fenómeno, nuestra realidad percibida. Y la validez de la física y las matemáticas están basadas, según Kant, en la omnipresencia del tiempo y el espacio en todo lo percibido, pues son nuestra forma de percibir. Pero nuestra razón también aporta las categorías o conceptos puros, en los cuales subsumimos los fenómenos que fabrica nuestro entendimiento. Las categorías no son ideas innatas, son sólo conceptos vacíos que adquieren sentido cuando son llenados por algún fenómeno. De esta manera, el objeto de conocimiento en parte proviene de fuera de mí (los datos sensibles que puedo captar), pero en una gran parte proviene de mí mismo (la forma espaciotemporal que doy a esos datos, y la categoría que les aplica mi razón). Toda nuestra facultad de conocer tiene sentido y funciona bien si es aplicada a procesar lo percibido, pero en cambio fabrica fantasmas, contradicciones y falsos problemas cuando aplica sus estructuras a lo que no es un fenómeno, a algo no percibido. Y en eso consiste la metafísica, según Kant, en un intento sin futuro de trascender los límites del conocimiento, que son los límites de la experiencia. La metafísica no puede ser una ciencia, porque sus objetos de estudio no son fenómenos, y por tanto nada concluyente podemos saber sobre Dios, el alma o el mundo como totalidad, que son sus tres ideas principales. La razón cae en aporías cuando quiere saber algo sobre esas ideas, aunque de todas maneras son imprescindibles para dar sentido a lo conocido, pues sin la idea trascendental del yo (o alma) no tiene sentido la experiencia interna, sin la idea del mundo como totalidad la experiencia externa queda deslavazada (como bien puso en evidencia Hume), mientras que sin la idea trascendental de Dios ambas experiencias (yo en el mundo) quedarían separadas. Estas tres ideas trascendentales de la metafísica, de las que no podemos decir nada seguro con el uso teórico de la razón, sin embargo posibilitan ese uso teórico de la razón, que sólo puede decir algo seguro de lo perceptible. Y además, esas tres ideas jugarán un papel fundamental en el uso práctico de la razón, que no genera conocimiento, sino que regula nuestra vida moral. El conocimiento seguro que podamos tener es sólo sobre lo empírico, aunque nuestra razón, tanto en su uso teórico como en el práctico, apunte a esas tres ideas trascendentales a las cuales estamos constitucionalmente unidos y de las cuales nada podemos saber con certeza, aunque den sentido a lo que podemos saber y a lo que podemos vivir.