FUERON FIELES, NO QUEDARON EN EL OLVIDO (Todos los Difuntos) Javier Leoz 1.Al día siguiente de Todos los Santos, la Iglesia, nos propone esta festividad que es reflexión, contemplación, oración, silencio y súplica por Todos los Fieles Difuntos. ¿Fieles? ¡Sí! Aquello que, precisamente en nuestro mundo, ha hecho aguas por muchos lados y en diversas situaciones: la fidelidad. Ayer contemplábamos la dicha y la perfección (conocida y anónima) de millones de hombres y mujeres que gozaron y fueron felices caminado sobre las ocho ruedas de las bienaventuranzas. Hoy, la Iglesia, recuerda a esas otras personas que fueron FIELES al Señor. Que intentaron seguirle aunque, a veces, se quedaron a mitad de camino. Que recogieron su cruz pero, según y cómo, le fueron cortando un trozo cuando resultaba excesivamente pesada. Hoy, la Iglesia (que somos todos nosotros) ofrecemos lo más grande que Cristo nos dejó en la tarde de Jueves Santo, la Eucaristía, como súplica, acción de gracias, petición de perdón de sus pecados y salvación de sus almas. Por lo tanto, en este día de difuntos, no venimos a rendir homenaje a los que se marcharon (ya no lo necesitan). Nos conmueve y nos mueve la fe y, sobre todo, una promesa: ¡RESUCITARÁN! Una promesa que nació de los labios de Jesús y bajo la cual, murieron nuestros seres queridos, sintieron que no cerraban los ojos para la nada ni para el absurdo sino para encontrarse junto a Dios. 2.Hoy, por supuesto, añoramos su presencia física. Pero la FE, por goleada, hace digerible estos momentos de dolor. No es lo mismo morir en brazos de alguien, sintiendo su calor y su voz, que cerrar los ojos en la más absoluta soledad. No es lo mismo marchar, de este complicado y vacío mundo, siguiendo la estrella de la fe que envueltos en un artificio de confusión y desencanto. Qué razón y qué gran enseñanza nos traen las leyendas que están cinceladas en la piedra de muchos relojes de sol en nuestra tierra: “Yo sin sol y tú sin fe, no somos nada”. El reloj sabe que, sin el haz luminoso del astro mayor, no sirve para nada. El hombre, sin la luz de la fe, vive, camina, sube, baja, piensa pero acaba sumido en una gran realidad: ¿sirvieron sus horas para algo y para alguien? ¿De qué sirve el reloj de mi vida si no tengo resuelto la hora del mañana? 3.Hoy, a Dios, le damos gracias por la huella que nuestros antepasados han dejado en nosotros. Fueron escuela y pupitre en el cual nos sentamos para aprender grandes verdades. Una de ellas es, y que no nos falte, que morir es partir a una realidad superior. Que nuestro cuerpo es un traje que Dios nos coloca en el día de nuestro nacimiento pero que, ese mismo Dios, nos reviste de inmortalidad con un traje de fiesta que no vemos en el momento de nuestro Bautismo. Por ello mismo nos hemos reunido en esta celebración marcada por el reloj del Sol de Justicia y de Vida Eterna que es Jesús: “Sin mí no podéis hacer nada”. Que Él, Cristo, acoja como Buen Pastor a todos nuestros difuntos. A aquellos que intentaron y quisieron ser FIELES por encima de modas, altercados, persecuciones, burlas o difamaciones. Que el Señor, en este Día de Difuntos, nos haga mantener siempre viva la memoria de los que nos dieron la fe y la vida; de los que nos enseñaron a amar a la Iglesia y a estar en comunión con ella. Que el Señor conceda un descanso, bien merecido, a los que soñaron con un cielo grande, una paz definitiva y un abrazo impresionante con Dios. Nota: resulta contradictorio que, mientras somos capaces de levantar monumentos en calles o plazas a las mascotas que han sido compañeras de tantas personas, por el contrario al recurrir por ejemplo a la incineración no les reservemos a continuación a nuestros difuntos el lugar que merecen (un rincón en el camposanto o una urna en un columbario). No olvidemos que, lo que no se celebra, lo que no se guarda, lo que no se venera, lo que no se reseña….acaba por olvidarse. Las Santas Mujeres y hasta los Apóstoles fueron de madrugada al lugar donde estaba enterrado el Señor. Ojala como cristianos, lejos de perder el norte, mantengamos la tradición y el sentido común de dar cristiana sepultura a nuestros familiares. ¿O la memoria de las mascotas es más importante que la de los muertos? Algo, aquí, no va bien. Y un pueblo que no respeta la memoria de sus muertos es porque va dejando por el camino grandes obras de misericordia: enterrar a los nuestros. MERECÉIS, ALGO MÁS Algo más que un silencio por aquellas palabras que, estando vivos entre nosotros, fueron consuelo, fuerza y esperanza. Palabras que, no sabemos cómo ni de qué manera, llenaron tantos espacios ahora muertos. Mucho más que una lágrima porque, las vuestras, fueron llanto y ríos en abundancia cuando nuestros errores o decepciones no siempre estuvieron a la altura de lo que valíais. MERECÉIS, ALGO MÁS Que caer en el olvido o en el absurdo cuando, sin quererlo o sin saber por qué, dejamos vuestros rostros esparcidos en bosques o en playas campos o mares, calles o plazas, cuando, como cristianos sabemos, que sois semilla destinada a descansar en Camposanto MERECÉIS, ALGO MÁS Que un día con veinticuatro horas de recuerdos porque, vuestras pisadas en nuestros pasos, fueron aliento y entrega permanente cuando la vida nos castigaba cruelmente en nuestro caminar MERECÉIS, ALGO MÁS Que una lágrima sin futuro o unas flores sin eternidad Mucho más que una añoranza sin esperanza o un “gracias” sin una apostar por el más allá Mucho más que una legítima ausencia sin llorar previamente nuestro arrepentimiento Arrepentimiento por las veces que, en el aquí y no en el allá, no os dimos el abrazo que ahora os daríamos el beso que tal vez os negamos o el oído que, tal vez por falta de tiempo, os retiramos. Qué fácil es amar cuando alguien se va y qué difícil, el Señor nos lo pondrá, cuando tal vez nos pregunte: ¿“Qué hiciste en vida con tu hermano, tu padre, tu madre, tu abuelo o tu vecino, tu sacerdote o tu amigo”? Porque, no lo olvidemos, ellos son nuestros mientras viven junto a nosotros pero son de Dios cuando marchan de este mundo. ¡CUÁNTO OS MERECÉIS! ¡DIOS OS LO DÉ TODO! Javier Leoz