MÓDULO V PRÁCTICA INTELIGENCIA EMOCIONAL EN LA FAMILIA I. A continuación se presenta una guía de observación para que puedas reflexionar sobre el desarrollo de la Inteligencia Emocional en tus hijos o en tus alumnos, de ser el caso. GUÍA DE OBSERVACIÓN DE LA IE EN LOS NIÑOS AUTOCONOCIMIENTO EMOCIONAL Mejora en el reconocimiento y la designación de las propias emociones. Mayor capacidad para entender las causas de los sentimientos. Reconocimiento de la diferencia entre sentimientos y acciones. MANEJO DE LAS EMOCIONES Mayor tolerancia ante las frustraciones. Menor cantidad de bromas, peleas e interrupciones en clase. Mayor capacidad para expresar adecuadamente el enojo, sin pelear. Menos comportamiento agresivo o autodestructivo. Más sentimientos positivos sobre ellos mismos, la escuela y la familia. Mejor manejo del estrés. Menor soledad y ansiedad social. APROVECHAMIENTO PRODUCTIVO DE LAS EMOCIONES Más responsabilidad. Mayor capacidad de concentrarse en la tarea y de prestar atención. Menos impulsividad, mayor autocontrol. Mejores calificaciones escolares. EMPATÍA: INTERPRETACIÓN DE LAS EMOCIONES Mayor capacidad para comprender el punto de vista de otra persona. Mejora de la empatía para percibir los sentimientos de otros. Mejora de la capacidad de escuchar. MANEJO DE LAS RELACIONES SOCIALES Aumento de la habilidad para analizar y comprender las relaciones. Mejor resolución de los conflictos y negociación de desacuerdos Mayor habilidad y actitud positiva en la comunicación. Más popularidad, armonía en grupo y sociabilidad. Actitud amistosa, interesada y preocupación por los demás. Mayor cooperación, ayuda y actitud de compartir. Actitud más democrática en el trato con los otros. II. Realizar una medición estricta de la IE, no es muy factible, debido a todos los factores que se entrecruzan al momento de hacer una medición; a continuación se presenta una medición informal de la IE de los miembros de su familia, tomada del libro Educar con IE. Ahora ya tiene usted cierta noción de lo que implica una crianza emocionalmente inteligente. Permítase unos instantes para establecer su propia inteligencia emocional y la de sus hijos. Formúlese las siguientes preguntas: Mi inteligencia emocional 1. ¿Hasta qué punto conozco mis propios sentimientos? ¿Hasta qué punto conozco los sentimientos de mi familia? Piense en algún problema reciente que haya surgido en la familia. ¿Cómo se sintió usted al respecto, o sus hijos, u otras personas involucradas en ese problema? 2. ¿Qué grado de empatía experimento hacia los demás? ¿Soy capaz de expresarla? ¿Cuándo fue la última vez que así lo hice? ¿Estoy seguro de que los demás son conscientes de lo que estoy haciendo? ¿Soy capaz de comprender los puntos de vista de los demás incluso durante una discusión? 3. ¿Cómo hago frente a la ira, la ansiedad y otras formas de estrés? ¿Soy capaz de mantener el autocontrol cuando soy víctima del estrés? ¿Cómo me comporto después de una jornada muy dura? ¿Con qué frecuencia les hablo a gritos a los demás? ¿Cuáles son mis mejores y peores momentos? ¿Varían éstos de un día para otro? 4. ¿Qué objetivos me he fijado para mí mismo y para mi familia? ¿Qué planes he trazado para lograrlos? 5. ¿Cómo abordo las situaciones interpersonales problemáticas de todos los días? ¿Escucho de veras lo que dicen los demás? ¿Hago que la gente reflexione sobre lo que está diciendo? ¿Abordo los conflictos sociales de forma sensata? ¿Considero las alternativas antes de decidir una vía de acción? La inteligencia emocional de mi hijo (mi alumno) 1. ¿Hasta qué punto es capaz mi hijo de expresar con palabras los sentimientos? Si le pregunto cómo se siente, ¿puede responderme con un término que describe un sentimiento o me explica qué le sucede? ¿Es capaz de identificar una gama de sentimientos con gradaciones intermedias? ¿Es capaz de identificar los sentimientos de los demás? 2. ¿Cómo demuestra empatía mi hijo? ¿Cuándo fue la última vez que pareció identificarse con los sentimientos de otro? ¿Muestra interés en los sentimientos de los demás? Cuando le cuento historias acerca de las desdichas ajenas, ¿cómo reacciona? ¿Es capaz de comprender distintos puntos de vista? ¿Puede ver ambos bandos en una discusión? ¿Es capaz de hacer esto último en pleno conflicto? 3. ¿Es capaz mi hijo de esperar para obtener aquello que desea, en especial cuando se trata de algo que desea de veras? ¿Puede esperar para obtener algo que tiene justo ante sí pero que en ese momento no puede tomar? ¿Hasta qué punto es capaz de tolerar la frustración? ¿Cómo expresa la ira y otros sentimientos negativos? 4. ¿Qué objetivos tiene mi hijo? ¿Qué objetivos me gustaría que se fijase? ¿Planea mi hijo alguna vez las cosas antes de hacerlas? ¿Le he ayudado yo alguna vez a desarrollar un plan para obtener un objetivo? 5. ¿Cómo resuelve mi hijo los conflictos? ¿Hasta qué punto es independiente a la hora de resolverlos? ¿Sabe escuchar, o no deja hablar a los demás? ¿Es capaz de pensar en diferentes modos de resolver conflictos? III. Revisa el tipo de relación que predomina en tu familia, L. Shapiro ha llegado a la conclusión de que existen tres tipos diferentes de padres: autoritarios, permisivos y autorizados. (Podríamos añadir la sobreprotección), revisa los conceptos y haz una evaluación de qué estilo usas en determinadas situaciones y si varía de un hijo a otro. Padres autoritarios. Son aquellos que ponen normas estrictas que no pueden ser cuestionadas bajo ningún punto de vista. Esperan que se les obedezca en todo; opinan que los niños deben mantenerse en su sitio, es decir en un nivel claramente inferior, que les deben respeto aunque ellos a los pequeños no y que, además, no deben expresar sus opiniones y, menos aún, sus emociones negativas. Son sumamente exigentes, tanto en las tareas, en el estudio o en cualquier otro tipo de comportamiento. Los hijos que tienen estos padres viven angustiados, no tienen confianza en los demás ni en sí mismos, y tienden a ser infelices. Los padres permisivos representan el polo opuesto: tienden a alentar a sus hijos, a estimularles en todo lo posible y no les imponen metas claras a fin de que se desarrollen según su tendencia les incline. Tampoco les fijan límites precisos; tienen problemas a la hora de mostrarse autoritarios y optan porque sus hijos les consideren amigos. Los padres autorizados son diferentes de los dos anteriores: saben fijar los límites claramente, les ofrecen orientación y guía, escuchan lo que tienen que decir los niños a la vez que les estimulan a expresar sus emociones. También permiten que sus órdenes sean interrogadas, ofrecen respuestas claras y les fomentan la responsabilidad y el valor de la solidaridad. Con todo ello consiguen que los niños crezcan felices, que desarrollen su imaginación y tengan un alto grado de inteligencia emocional. Por lo general, en una familia, padre y madre no suelen coincidir con el mismo tipo. A veces uno es autoritario y el otro permisivo, o uno de ellos es autorizado. Si ambos tienen un alto grado de inteligencia emocional, si han hecho el suficiente entrenamiento para conocer y controlar sus emociones, han aprendido a ser empáticos y usan la motivación para conseguir que sus hijos aprendan a vivir en sociedad, está claro que pertenecerán al tipo de padres autorizados. De ahí que es tan importante que a la hora de emprender la educación de un niño, lo esencial es que el adulto adquiera las habilidades propias de la inteligencia emocional.