CRITERIO, abril 2003, pág.150-151 Acción directa y barras bravas Carlos Floria (Buenos Aires) La violencia en el deporte no es un hecho nuevo. En el fútbol un reciente e interesante ensayo de Oscar Cornblit 1 lo asocia con sus mismos comienzos: allá por el siglo XIII, usando como balón vejigas de cerdo infladas los participantes se trenzaban en competencias sin reglas o con reglas difusas. Así se lo practicó en Florencia y ciudades alemanas. Recién en el siglo XIX se dan reglas más precisas, especialmente en Inglaterra donde el juego arraiga entre los gentlemen y, más cerca, en el siglo pasado, en los sectores populares. Un caso muy recordado data de 1909: tras la disputa de un partido entre clubes locales, Hampden quedó prácticamente en ruinas por los desórdenes y violencias en los que participaron, según se informa, unas seis mil personas. Guerras físicas y verbales entre hinchadas, con descalificaciones nacionales y cánticos provocadores y desbordes raramente espontáneos, hicieron la fama de los hooligans en Inglaterra, los skin-heads en Alemania, los ultras en España, los barrabravas en la Argentina. Suele remitirse a los hooligans como “modelo”, pero las características y comportamientos tienen sugestivas derivaciones según el contexto donde actúan. La exploración bibliográfica para una investigación sobre el nacionalismo contemporáneo y alguna experiencia en torno del conflicto yugoslavo (que evoqué no hace mucho a propósito del excelente film bosnio El último día) me llevaron a releer un notable artículo que forma parte de Radiographie d´un Nationalism, un libro raro sobre las raíces serbias de dicho conflicto 2. Raro por la edición limitada, y por contener contribuciones de autores de todas las naciones ex yu-goslavas con el propósito compartido de proponer la superación de lo que todos coinciden en nombrar como “nacionalismo de resentimiento”. Un antropólogo futbolero, con prestigio como ensayista y editor, venía comprobando desde los años 70 una opinión compartida. En la vida social de los serbios de la época moderna la identidad nacional se encarnaba en ciertas instituciones: la Academia de las Ciencias y de las Artes, el periódico Politika, y el equipo Estrella Roja. Sin embargo, los medios registraban con alarma el comportamiento de los fanáticos, sobre todo en el fútbol donde las provocaciones e incidentes expresaban con frecuencia creciente la pertenencia étnica en forma de nacionalismos exacerbados. La transformación cada vez más evidente y radical de las pasiones deportivas en odio y agresividad nacionalistas eran condenados en la prensa deportiva con deliberada unanimidad en la antigua Yugoslavia. “No a la política en los estadios”, “Los campeonatos no son juegos guerreros”, “Demonios del mal”, “Falangistas o deportistas”, eran títulos de época. En sus textos los periodistas alternaban diferentes registros –indignación moral, discursos didácticos, juicios ideológicos– , denunciando un “frenesí pleno de ferocidad” dentro y fuera de Serbia. No hay por entonces asociación de ideas entre el chauvinismo deportivo y la política gubernamental, pero los cantos y las banderolas de los años 90 manifestaban delectación especial por Slobodan Milosevic, “el serbio”... El fenómeno se expande, penetra en el clima previo al conflicto entre Serbia y Croacia, y se contamina con la atmósfera guerrera. Cuando en 1991 se decide la prohibición de los partidos del campeonato europeo en estadios yugoslavos, la prensa atribuye la medida a un lobby alemán destinado a “demoler” el fútbol yugoslavo; Hungría y Austria aparecen involucradas en ese presunto lobby internacional y el Vaticano en la “política de ostracismo” de los enemigos de la Serbia ortodoxa. Como en realidad el fútbol yugoslavo tenía prestigio por su calidad, los conflictos que rodeaban a protagonistas en el fútbol europeo eran vistos ahora como un asedio a la “serbidad”, a la pertenencia étnica y a la ortodoxia. En condiciones de aislamiento internacional y de guerra, jugar al fútbol y aportar sostén público a un equipo, sobre todo en el extranjero, adquiría para los serbios una dimensión patriótica particular. Acompañar a Estrella Roja por el camino sembrado de obstáculos por los enemigos de la “serbidad” era un acto de supremo patriotismo. Huellas de esas percepciones pudimos comprobarlas durante el mundial de fútbol de 1998 en Francia. “¿Hooligans o patriotas?”, se interroga el antropólogo futbolero en su notable investigación. Porque hasta la crisis en Yugoslavia el estallido de la federación y la difusión de la guerra en regiones del país, los hinchas fanáticos del fútbol se manifestaban como miembros de la gran familia internacional de los hooligans. Ingleses e italianos eran tomados como “modelos” de comportamiento violento, provisto de nombres provocadores, jefes belicosos, banderas gigantescas, “útiles” para la pelea. Una buena parte del folklore de las hinchadas incluía cantos e himnos de carácter “hooliganiano”, exaltando el alcoholismo, la barbarie, el vandalismo, la pornografía, el sexo. Los grupos tomaban de sus homólogos nombres apropiados: los Vándalos, los Maníacos, los Malos Muchachos, las Hordas del Mal... Los himnos y los cánticos reclamaban que el “enemigo” fuera eliminado de la faz de la Tierra, por métodos no tan expeditivos como crueles. La noticia peor viene como una “consecuencia natural”, dice nuestro antropólogo futbolero: en las vísperas de los conflictos los hinchas serán entrenados como combatientes. Y en las guerras étnicas serán vanguardia de ejércitos profesionales para las tareas “sucias”. El deporte como formación premi-litar. La agresividad de la barra brava como “capital de odio”, que el Estado y sus protagonistas aplicarán a sus objetivos de guerra. No se trata sólo de una “ritualización de la violencia”, como en las bacanales de la Antigüedad o los duelos caballerescos de la Edad Media. Analogías que se han querido encontrar en el “deseo de mostrarse” de los hinchas extremos, en el combate simbólico que la ritualización evoca en el deporte moderno como violencia controlada. Si se mira bien, importante lección de la experiencia comparada. Con el tiempo, la práctica protegida, y la exaltación violenta, surge una subcultura hooligan: sus protagonistas serán “héroes” de batallas externas pero también internas, y a derecha e izquierda no faltarán quienes los califiquen de “revolucionarios”. ¿Algo para pensar a propósito de las “turbulencias” argentinas? 1. Oscar Cornblit. Violencia social, genocidio y terrorismo. FCE, Bs. Aires, 2002. 2. Ivan Colovic en Radiographie d´un Nationalism. Les racines serbes du conflit yougoslave. Ed. de L’Atelier. Paris. 1998. El autor es profesor en la Universidad de San Andrés y consulto en la Facultad de Derecho de la UBA; miembro del consejo de redacción de CRITERIO. Ex director de la revista.