INTRODUCCIÓN A LA ASIGNATURA HUMANIDADES II La vida de cada persona constituye una historia irrepetible. Y las posibilidades que ofrece la realización de los hombres abarca tales gamas y niveles de plenitud o desdicha que, tratar de plasmar en un catálogo sumario esas realizaciones, se convierte en empresa imposible. Entre la plenitud de la vida más lograda, repleta de realizaciones, hasta en el otro extremo, la vida del hombre apenas inédita pero con el valor siempre vigente, estamos la mayoría de los humanos. En todos los casos aparece el hombre ante nuestros ojos como un ser frágil, capaz de sufrir un cambio sustancial en su trayectoria humana a causa de cualquier contratiempo. Pero el hombre también es lúcido, y está abierto a la aventura de poder embarcarse y sentir la alegría de la superación. Es ciertamente muy capaz de abrirse a aquello que le supera incluso esencialmente. La tarea de saber más, por ejemplo, constituye un desafío de superación. Saber más o llegar más lejos superando las dificultades, implica hacer un esfuerzo a cuenta de nuestras propias expensas. Ahí precisamente se cifra el progreso de nuestra trayectoria personal. La grandeza de cada persona está determinada por el espíritu de sacrificio que lo anima. Tanto en la vida práctica que nos rodea, como en las páginas de los libros de historia, los hombres que desafían lo difícil, encaran lo imposible pereciendo en él, o emergen con el triunfo, son los hombres que saben luchar y sufrir sin desfallecer, saliendo más humanos de la prueba. En los repliegues del espíritu del hombre se ocultan recursos de inestimable valor. Uno de esos recursos consiste en estar permanentemente oteando el porvenir mediante la esperanza. Cuando la oscuridad ciega el camino sin dar ninguna salida sobreviene el más profundo de los desánimos. Ejercita el hombre esa esperanza viviendo en armonía y desplegando su actividad en el mundo que le rodea. Pero aún más cuando dirige el foco de su luz intelectual al mundo de su propia intimidad. Aquí es especialmente consciente de su limitación y mientras descubre que su progreso se da en la historia y con las cosas, comprueba sin embargo, que su propio ser se le ha dado previamente y sin decisión personal. La inteligencia con su luz le lleva a penetrar el sentido de los acontecimientos del mundo que le rodea y de su propio mundo interior. Se ve el hombre abierto y con espíritu decidido; consciente de sus grandes anhelos, y deseoso de cruzar un abismo que él mismo juzga insalvable. La religión aparece como una mano tendida para quien busca ayuda; una respuesta para quien grita ante las inquietudes o necesidades dramáticas que inevitablemente aparecen en la vida humana. Pero no sólo es último recurso ante el silencio de otras instancias que resultan inútiles. También es la religión una rebeldía del hombre inquieto y audaz que no se aquieta sino que desea buscar y descubrir al Creador. La religión aparece como un fenómeno permanente y universal y en ella ha encontrado el hombre de todos los tiempos una respuesta fiable a los grandes interrogantes de su existencia. No se conoce un pueblo sin religión. Y aunque han existido intentos que han explicado la religión como un fenómeno enfermizo o propio de la inmadurez de la humanidad, ha sido una constante ininterrumpida la pretensión de elevar a categoría de religioso los acontecimientos humanos de relieve como son: el nacer o el morir. En efecto, es imposible negar la existencia en todas las culturas y en todos los tiempos signos evidentes de esperanza en los enterramientos y son manifestación de la apertura del ser humano a realidades que superan las dimensiones de la materia y del tiempo. Las primeras formas religiosas consideran que el Ser Supremo reside en las fuerzas de la naturaleza. Con el paso de la historia el fenómeno religioso deviene en una realidad tan plural que viene a ser imposible considerar igualmente válidas formas religiosas tan contrapuestas. Existen formas primitivas o incluso depravadas de lo religioso; y, a veces, estas formas conviven con experiencias inefables, con creencias nítidas y con conductas rigurosas y excelsas que son las consecuencias de una religión que Dios mismo revela. Dentro de los estudiosos de la religión no faltan quienes califican lo religioso en cuanto fenómeno humano, como algo sin valor y, en conjunto, con más errores que aciertos. Estos autores de influencia luterana consideran que sólo la religión que tiene una fuente revelada se salva de las contaminaciones que produce el espíritu humano. Mas no es éste el único modo de enjuiciar la religión. Otros consideran que también la cultura adquiere carácter religioso. En ella se revela el misterio creador del mundo. Quien se involucra en la cultura conectando con el espíritu universal no puede menos que adquirir conciencia de si mismo y llega a descubrir el hombre. "Quien posee ciencia y arte, tiene también religión" ha escrito Goethe. La religión vive activa en el marco de nuestra cultura occidental apareciendo en las grandes creaciones literarias (Homero) o conviviendo con las ideas más depuradas sobre el ser y sus atributos de los pensadores paradigmáticos (Sócrates, Platón, Aristóteles). En las grandes religiones orientales la religión se convierte fundamentalmente en experiencia. Desconcertante experiencia en el alma de Sidartha Gautama, fundador del Budismo que orienta a sus seguidores a desprenderse de cuanto puede encender la ilusión por las realidades mundanas y a identificarse con el Todo-Uno mediante recursos de moderada ascesis y de penetración en el yo. La Religión islámica es una de las grandes religiones basada en el libro: El Corán. Nacida en las raíces del judeo-cristianismo y con claras conexiones con grupos cristianos separados y convertidos en sectas de carácter nóstico. El Islam cuenta entre las notas más señaladas de su carácter: monoteísmo estricto que configura una piedad influyente en la vida privada y social; una dimensión expansiva apoyada con la limosna y, por último, su carácter peregrinante. Especial influencia en la cultura occidental ha tenido la Biblia y las dos religiones que se basan en ella: la religión judía y el cristianismo. El pueblo de Israel está estrechamente vinculado a la religión de Abraham y los profetas. Yahvé es el Dios de la Biblia que se revela en el pueblo judío. El Dios de Israel es un Dios Creador del Universo y, a la vez, un Dios cercano que vive en medio de su pueblo. Este monoteísmo trascendente y a la vez personal genera una experiencia religiosa basada en la fe y en la piedad, conlleva una vida moral y conduce a los israelitas a vivir bajo la virtud de la esperanza futura. También el cristianismo se basa en la revelación bíblica. El cristianismo es Cristo. El relato de los Evangelios y la predicación de la Iglesia que sustenta y entiende los textos inspirados presentan a Jesús como el Hijo de Dios hecho hombre. No coincide con la fe cristiana presentar a Jesús sólo como hombre aunque se le vea dotado de especiales virtudes o poderes. "La verdad profunda de Dios y de la salvación del hombre que transmite dicha revelación, resplandece en Cristo, mediador y plenitud de toda la Revelación". Establecer la relación entre cristianismo y religiones se convertirá en el futuro próximo en una de las tareas obligadas de la Iglesia Católica por la pretensión de un mundo que, lejos de abandonar la religión, la ha convertido, sin embargo en una cuestión privada y opcional. Mientras se inhibe a la hora de descubrir la verdad de los acontecimientos frente al subjetivismo religioso, tiende a considerar equivalentes todas las religiones. Dr. D. J. J. de Miguel, marzo de 2001