LA RESPONSABILIDAD COLECTIVA Y LA RESPONSABILIDAD INDIVIDUAL No hay duda de que la humanidad ha pasado del “debes creer y debes hacer”, a lo que cada cual estima conveniente para sí, en virtud del enorme y creciente caudal informativo disponible, amén de la evolución en las disciplinas como las artes y las ciencias, en todos los órdenes. Dicho de otro modo, el humano moderno tuvo que transitar primero por la noción de grupo, en virtud de la responsabilidad colectiva o de grupo, para alcanzar y proyectarse después en la responsabilidad individual, tomando personalmente responsabilidad por sus pensamientos, actitudes y acciones. El principio del fin del ciclo de los dictámenes de responsabilidad colectiva se inició con el advenimiento del movimiento literario, artístico y científico, llamado renacimiento, en Europa, en los siglos XV y XVI. Allí empezaron a echar raíces las primeras manifestaciones de disensión de lo que se consideraba como “autoridad externa", en base a creencias dogmáticas, en virtud de que el humano, poco podía saber de Dios si no se desarrollaba y se conocía suficientemente a sí mismo. El énfasis centralista dejó paso al desarrollo individual, en términos de "autoridad interna", y las castas sociales, como la nobleza y el clero, empezaron a perder su enorme influencia, en beneficio de la burguesía, de la clase media en general y por ende del proletariado. Esta evolución alteró grandemente el pensamiento filosófico, abriendo nuevas avenidas acerca de cómo desarrollar una relación personal con Dios, es decir, pasando del temor a Dios, en función del castigo, al amor a Dios. Sin embargo, el estamento tradicional religioso, por temor a desintegrarse y a perder toda su influencia, aún permanece anclado en la arcaica actitud paternalista de pensamiento grupal, aunque, cada vez se va abriendo intelectualmente, más y más, a las necesidades de los tiempos modernos. El humano de hoy no es ajeno al valor de la espiritualidad en su vida porque reconoce que sin amor, sin verdad y sin cooperación, los conflictos sociales se hacen insoportables. De hecho, el día en el que el estamento religioso reconozca que a Dios hay que servirle virtuosamente, en el espíritu de conciencia y no en ninguna iglesia, sinagoga, mezquita o pagoda, a través de rituales, prácticamente, dejará de existir. El mito religioso, en virtud de su fragmentación, en función del exclusivismo de una creencia de grupo, se esta diluyendo para dar paso al reconocimiento de los valores espirituales universales, los cuales tienden a unificar a la humanidad, en vez de a fragmentarla en religiones, en base a creencias en este o en aquel, en esto o en aquello. Sin embargo, uno de los factores de resistencia mayor se encuentra en la cantidad enorme de intereses creados por el clero, en términos de poder y de otro tipo de privilegios sociales. En definitiva, el humano nace solo y muere solo y sus acciones van a ser juzgadas y encontradas agradables o desagradables al Creador universal. En este esquema, lo que es relevante, son los valores universales como el amor, la medida de verdad y la virtud que el individuo haya podido desarrollar e implementar en el transcurso de su vida terrenal. La fe poco importa porque la creencia se encuentra en el ámbito del pensamiento y no en el de la acción. Yo iría aún más lejos al reconocer que el verdadero templo se encuentra en la conciencia humana, la cual, por estar hecha a imagen y semejanza del Creador, está capacitada para concebir y realizar la presencia divina en su esencia. Las piedras hermosas de los templos y todo el oro asociado, por pertenecer al ámbito material exclusivamente, es decir, exentas de espíritu, no son capaces de percatarse y sentir la presencia del Creador, lo cual descarta que Dios more entre las cuatro paredes de ninguna iglesia o sinagoga. La falacia religiosa de que el templo es la casa de Dios ya no se sostiene en el mundo inteligente de hoy. Por eso está dicho en Éxodo 25:8: o “…y que me hagan un santuario para que Yo (Dios) habite entre ellos…”. Nótese que no dice: “…para que habite en él (santuario), sino, en ellos, es decir en sus espíritus conscientes.