Encuentro con la Palabra. ¿qué es la LECTIO DIVINA? La expresión Lectio Divina quiere decir “lectura guiada por el Espíritu de Dios”, esto es “lectura en el Espìritu Santo”. La actuación del Espíritu Santo le da originalidad a esta manera de aproximarse a los textos y la distingue de otras formas de lecura: se trata ante todo de una experiencia de Dios, del Dios de la revelación Bíblica cuya Palabra culmen es Palabra hecha carne, Jesús de Nazareth. El mismo Espìritu que inspiró la Escritura, acompaña ahora al lector para que comprenda a fondo cada página, percibiendo el “hoy” de un Dios que le habla a su corazón, a su comunidad, a su pueblo. La Lectio Divina es una lectura dialogal y por eso es “orante”. La Palabra escrita es un medio que nos lleva hasta el encuentro vivo, personal, profundo con el Señor de la Palabra. En la relación viva con Èl hacemos Alianza: nos acogemos mutuamente, nos entregamos completamente y nos comprometemos con fidelidad. Y esto se traduce en relaciones de calidad con los hermanos y nos lleva a la formación de comunidades fraternas y solidarias, el Pueblo de la Alianza deseado por Dios. Esta experiencia de la Palabra proyecta y dinamiza el seguimiento de Jesús. De hecho “las ovejas lo siguen porque reconocen su voz” (Jn 10, 4). En este ejercicio de escucha de la voz del Señor, nos familiarizamos con Èl, con su visión, con su manera de ser, con su querer, y en este espacio aprendemos a discernir su voluntad y a escogerla con valentía. Asi la Lectio Divina genera todo un estilo de vida: caminamos con alegría cada dìa poniendo nuestros pasos en las huellas del Maestro. ¿còmo hacer el ejercicio de la Lectio Divina? Ante todo hay que prepararse. Es como cuando se prepara una visita, un encuentro con la persona más querida: hay que disponer el corazón. Y con esta actitud, se comienza suplicando al Espíritu Santo. Luego vamos entrando lentamente en el texto escogido, en sus palabras, en su sentido, captando no sólo el mensaje sino también el corazón de Dios que palpita en él. Veremos cómo el texto, poco a poco, toma rostro y se hace voz viva y actual. Dejémonos guiar por estos cuatro momentos, que son cuatro etapas por las cuales pasa la experiencia de la Palabra, hasta que ella se encarna por la fuerza del Espíritu en nuestra vida personal y en la de la comunidad oyente. Hagàmoslo despacio, sin afán. Es la gestación de la Palabra que requiere sus tiempos, sus espacios, y la disposición de hacernos capacidad de ella, hasta que digamos finalmente: “que Dios haga conmigo como me has dicho” (Lucas 1,38) Primer Paso: La lectura. Ante todo, abrimos el texto con mucho respeto. En este momento cada letra, cada signo de la Escritura vale mucho. Los antiguos veneraban las Escrituras casi como la misma Sagrada Eucaristía, no se puede dejar perder ni una migaja. Lo que hay que hacer es leer lentamente desde el comienzo hasta el final, releerlo y volver a hacerlo una vez más. Poco a poco los detalles van apareciendo y cada palabra va haciendo sentir su peso. Las letras se vuelven imagen, comienzan a hablar y nosotros nos vamos apropiando de ellas. Buscamos hacer nuestro propio estudio del texto. Hay muchos estudios ya hechos que pueden ser útiles. Sin embargo, lo importante es que éste es nuestro turno que vale mucho el ser curiosos, inquietos, insatisfechos. Entramos en la Escritura como buscadores, como decía San Juan de la Cruz: “ sin otra luz y guía que la que en el corazón ardía”. Nuestro primer objetivo en este primer movimiento es preguntarnos: ¿ qué dice el texto? Cuatro indicaciones sencillas nos pueden ayudar: 1.1 Captar las ideas principales del texto: Retener las voces fuertes del texto: con lápiz en mano, subraya la(s) frase(s) que más te impactan. Subdividir el texto: cuando más lo subdivides, mejor. Es como un pan que se come en pequeños trozos. Distinguir quién habla y de qué cosa habla: si es un narrador o es un actor; ¿quién es este personaje, cuáles son sus características? No será nunca lo mismo cuando habla Jesús que cuando habla otro. 1.2 Profundizar el texto: Hacer preguntas pertinentes sobre el texto. Leer las notas de pie de página de la versión que tenemos. Remitir a algún comentario, cuando lo tenemos a la mano. 1.3 Sentir el texto: Dar espacio a nuestra propia emoción. Quizás haya una frase, que, aunque sea secundaria, nos ha impactado. Pues bien, hay que apropiársela. Dios me habla en ella. Lo importante es respetar siempre su sentido dentro del contexto: que sea lo que ella dice y no lo que yo quiero que me diga. Respetar el contexto es la primera regla de la lectura de la Biblia. 1.4 Apropiarse el texto: Leer en voz alta el pasaje. Asì podremos sentir mejor la emoción de las palabras, su ritmo, su respiración, su énfasis, sus silencios. Cada página de la Biblia tiene su originalidad. Nunca nos cansará este ejercicio. Repetir una frase o una idea que sintetiza nuestra lectura. Repetirla hasta memorizarla. Tratar de representar el texto en nuestra imaginación (cuando el pasaje es narrativo): con una reconstrucción de la escena, colocándonos en la piel de los personajes. Un poco de fantasía nos da la sensibilidad del texto, ¿qué habríamos dicho nosotros? ¿cómo nos habríamos comportado? ¿cuándo parar? Ante todo démonos el tiempo suficiente para el estudio personal del texto. Pero una vez que éste comienza a ser nuestro, cuando una idea me queda repicando y comienza a resonar en el corazón, es el momento de parar. Esta es la idea que será el centro de nuestra Lectio, la que será la manifestación del amor del Señor en nosotros. Ya estamos en el segundo movimiento. Momento de cerrar la Biblia e inclinar la cabeza ante el Señor. Segundo Paso: la meditación. La meditación es el efecto natural de la lectura: viene dentro de la lectura desde el momento en que èsta ha comenzado a impactarnos, cuando ya hablamos no sólo del texto sino de nosotros. La meditación en la Lectio Divina es la del estilo del pueblo de Israel, cuya preocupación era tratar de captar la actualidad de Dios en su caminar, en los sucesos de todos los días, para vivir en sintoná con Èl para dar nuevos pasos según su voluntad. Es “rumiar” la Palabra como decía Casiano, saborearla lentamente. El Pueblo de la Biblia sabía meditar “atando cabos” , mirando el sentido de los acontecimientos, la lógica del actuar de Dios en medio de todo, la verdad oculta. Para la meditación nos podemos dejar orientar por la pregunta clave: ¿qué me dice el texto? Para responder “atamos cabos” a dos niveles: 2.1 la asociamos con la vida. El primer resultado es un mejor conocimiento de nosotros mismos. Nos vemos a la luz de Dios, con la mirada de Dios. Cuando la palabra se vuelve ácida es signo de que se ha aprehendido la Palabra. Es propio de ella ponernos al borde de la crisis porque es espada de doble filo que “somete a juicio los pensamientos y las intenciones del corazón” y nos deja desnudos y descubiertos ante Dios. Es este estar desnudos ante Dios, la Palabra nos revela que Dios es mayor que nuestro pobre corazón. Tercer paso : La oración. La oración es llevar hacia fuera, por medio de los labios, el grito de nuestro corazón quemado por la Palabra. Allì explicitamos todo lo qe ha surgido en nuestra interioridad. Este es el momento de la respuesta creativa a la pregunta: ¿qué me hace decir el texto? Cuatro posible niveles en que se puede vivir esta experiencia. 3.1. La compunción del corazón. 3.2. La sùplica. 3.3. La gratitud. 3.4 La entrega. Cuarto paso : la contemplación. Es la oración en su más alta calidad, en toda su pureza. Es el reconocimiento pacífico, manso de la venida del Señor a nuestra incapacidad, a nuestra pobre humanidad. Es una venida que sana y restaura. Es sumergirse en la tremenda simplicidad y dulzura del grandioso Amor de Dios, como dice San Juan de la Cruz: “estar amando al Amado”