CUERPO En los inicios de los años setenta, cuando el grupo de Boston sacó el libro Nuestros cuerpos, nuestras vidas, el feminismo dio comienzo a una crítica política del cuerpo y a una lucha en contra de las desigualdades experimentadas en él. A diferencia de otros enfoques, las feministas no se conformaron con explicar la influencia que ejercían las distintas representaciones del cuerpo, sino que pugnaron en contra del uso que de éste hacía la sociedad patriarcal. El cuerpo se convirtió en un espacio de lucha política. Más adelante, intentaron buscar respuestas a las incógnitas de la diferencia, sobre lo masculino y lo femenino, el cuerpo sexuado y la dicotomía sexo/género, cuestionada por los estudios “queer”. Hablar del cuerpo nos lleva a una infinidad de campos del conocimiento y de la experiencia: el cuerpo productivo y el reproductivo, el del performance atlético, el de la biología y la genética, el del niño y del anciano; el de la sexualidad, el del placer y el goce y el de esos otros cuerpos desobedientes, como los “queer”, los anoréxicos, los obesos, también los mutilados por la guerra, los enfermos, los estériles, los desnutridos. Pero tanto los cuerpos abyectos como “los que importan”, (Butler:2002), siempre y en cualquier situación, son cuerpos sexuados y genéricos. Las culturas postindustriales producen y reproducen el narcisismo vacío del que habla Lopovestky, donde lo que rige es la lógica del mercado y la hegemonía tecnológica, con un predominio de la imagen mediática. En el cruce de estas coordenadas está el cuerpo. El desarrollo de nuevas tecnologías dirigidas al cuerpo ofrece la posibilidad –ilusión magnificada– de intervernir sobre su materialidad, de modificar, modelar, construir un cuerpo a la medida de las necesidades, los deseos y de las fantasías hedonistas. Hay una intrusión tecnológica sobre los organismos que transforma radicalmente la anatomía y la fisiología, ya sea en el ámbito protésico, genético o bioquímico. Nadie sabe con certeza lo que está aconteciendo con los cuerpos y las sexualidades en el ciberespacio. ¿Qué sabemos, por ejemplo, sobre el futuro de la dicotomía heterosexual después de la clonación? Lo mismo ocurre en el ámbito socio-político. ¿Cómo se vive la globalización y la cultura de la mercancía en las sociedades postcoloniales, saturadas de cuerpos de desecho, migrantes, exiliados, desnutridos y enfermos? Las aportaciones actuales del feminismo y de la teoría queer han subrayado la complejidad y heterogeneidad de los cuerpos en contraposición con la ideología de género, que presenta la dicotomía hombre-mujer a partir de identidades excluyentes, definidas en términos de gruesas diferencias anatómicas y la binariedad hombre versus mujer se presenta bajo la norma heterosexual. Sin embargo, esta gruesa dicotomía esconde un complejo proceso de finas capas que intentan mantener un equilibrio: la apariencia de género con sus diferencias anatómicas, los roles de género, la orientación sexual, las fantasías sexuales, la afectividad generizada. La construcción y la vigencia de cada una de estas capas trata de un ir y venir de lo femenino a lo masculino, respondiendo al imperativo de género, que constantemente nos exige una declaración frente a la sociedad y a nosotros mismos. El construccionismo ha optado por separar metodológicamente el cuerpo material del construido socialmente a través de las categorías sexo/género. El cuerpo biológico constituye el material sobre el cuál actúan la subjetividad y el discurso, la cultura y la conciencia. El cuerpo socialmente construido subraya la naturaleza inacabada de un cuerpo que se va transformando con las elecciones de vida, pero que como cuerpo “natural”, al fin y al cabo, da cuenta de la experiencia corporal que transita de la vida a la muerte. Sin embargo, este enfoque ha sido fuertemente criticado por utilizar sin cuestionar las nociones básicas de la cultura occidental: la dicotomía cuerpo-alma, materia-espíritu, biología-sociedad, femenino-masculino. La cuestión es ¿cómo entender al cuerpo, reconociendo a la vez su corporeidad, su materialidad que, por una parte está fuera del discurso (nace y muere, envejece y enferma, produce vida), pero que no puede entenderse sin el discurso? ¿Una corporeidad atrapada por la cultura? Pensar el cuerpo sin considerar el inconsciente, pareciera no ser suficiente (Lamas: 2002). El psicoanálisis nos lleva al escenario del cuerpo deseante, pulsional y de goce, al del inconsciente, al de la diferencia sexual. El inconsciente encarna en el cuerpo desde su dinámica pulsional y sus formas de goce. La noción de pulsión hace trascender al cuerpo biológico, sacándolo de los dominios de la necesidad para llevarlo al intrincado espacio de la subjetividad, de sus paradojas y torceduras topológicas. Freud postula a la pulsión como ese punto límite entre lo somático y lo psíquico: un cuerpo con orificios pulsionales, ubicados entre el “adentro” y el “afuera” de lo corporal. Un cuerpo erógeno, y sexual, en cuyos orígenes está el deseo materno y los fantasmas que lo acompañan. “Las configuraciones fantasmáticas, quedan profundamente ancladas en el cuerpo erógeno y en la constitución sexuada del sujeto” (Baz: 2000), aquello que para Butler constituyen los “apegos apasionados”. J. Butler ocupa un lugar preponderante en los actuales debates sobre la construcción de los cuerpos sexuados. Se inscribe en las críticas políticas de las luchas feministas, homosexual y queer. En su actividad teórica y militante lo importante es cómo transformar el sistema imperante, no sólo cómo resistir de acuerdo a Foucault, ya que la resistencia es parte intrínseca en las relaciones de poder, sino socavando el sistema desde el lugar mismo de su producción, es decir, el inconsciente Es ahí donde se producen y se reproducen los cuerpos dentro de una compulsiva “matriz heterosexual”. Ahí se sujeta y somete a los cuerpos a un sistema de dominación patriarcal, a partir de lo que llama “los apegos apasionados” y las “identificaciones melancólicas”. La pulsión significa ir a la deriva, ya que ésta no tiene un objeto. En los animales, el objeto se encuentra determinado genéticamente. No sucede lo mismo con los seres parlantes, ya que para éstos no hay objetos predeterminados sino derivas libidinales, lo cual marca, de entrada, una ambigüedad sexual fundamental. Para Lacan, en el cuerpo anudan tres registros (Real, Simbólico e Imaginario). Por un lado, una construcción simbólica-imaginaria, y por otro, un resto fuera de toda imaginarización y que es del orden de lo no dicho, de lo Real, por su estatus pulsional vinculado con el goce. Para cada hombre y para cada mujer o alguna de sus variantes, el deseo y el goce se refugia en esos objetos llamados “objetos causa de deseo” los “a” lacanianos. En lo simbólico el objeto “a” emerge como objeto de deseo producto de la ley. En otro extremo, el objeto “a” en su colindancia con lo real, se encuentra con el goce y la pulsión de muerte (Freud postula una dualidad pulsional vida-muerte que, según señala Baz (2000) nos permite “repensar al erotismo y la sexualidad”, dado que la muerte en psicoanálisis no es algo contrario a la vida sino consustancial a ella). El registro de lo imaginario revela la complejidad del vínculo del cuerpo con su imagen, sostenida por la mirada del “Otro”, en donde se produce una alienación fundante. En el psicoanálisis lacaniano, al género lo podemos colocar en el orden de lo imaginario que se reafirma como un semblante, y que nos remite en parte al lugar de la mascarada de lo femenino y de la impostura de lo masculino. En lo simbólico, lo corporal es esa superficie de inscripción de la palabra, el interdicto y la Ley, y la castración simbólica que instaura la incomplitud fundamental y la falta. En lo simbólico, la palabra es la que hace cuerpo la carne. El significante mortifica al cuerpo y por obra del significante quedamos separados de esa materialidad corporal. Desde lo simbólico, de acuerdo con las fórmulas de la sexuación sólo hay un significante del goce sexual: el falo. Y solo hay un goce: el goce fálico. Sin duda, esto obedece a un ordenamiento falocéntrico de la cultura, ahí donde una mujer “no es toda” (Lacan: 1972). Por esto que hay que hablar en ellas de un “goce otro”. La sexuación en Lacan indica lugares, de acuerdo con sus formas deseantes y de goce: lugar hombre, lugar mujer, los cuales pueden ser ocupados indistintamente por seres con pene o con vagina. En lo Real, las formas de organización del goce en el cuerpo y la diversidad deseante exceden al sexo en su materialidad. Asimismo, exceden los mandatos culturales de género, haciendo estallar la dicotomía simplista de éste en la cultura. “La sexualidad no puede llegar a ser nunca totalmente capturada por ninguna regla” (Butler, 2006). Ya se trate del tecnocuerpo, del cuerpo generizado del construccionismo, o el pulsional y deseanete del psicoanálisis, en su materialidad resulta, en suma, indiscernible (Butler: 2000). Y, en conclusión, si bien el cuerpo no se puede concebir fuera del discurso, de un orden significante o de la cultura, tampoco se puede reducir a ellos. Humbelina Loyden Sosa y Ángeles Sánchez Bringas. Véase Baz, Margarita (2000): “Las metáforas del cuerpo, un estudio sobre la mujer y la danza” PUEGUNAM, México. Gremillion, Helen (2005): “The Cultural Politics of Body Size”, Annual Review of Anghropology, 34:13-32, Anghro annual reviews.org Judith Butler (2001): “El género en disputa. Feminismo y la subversión de la identidad” PUEGUNAM, México. Judith Butler (2002): “Cuerpos que importan: sobre los límites materiales y discursivos del sexo” Paidós, Judith Butler (2006): “Deshacer el género” Ediciones Paidós Ibérica. Barcelona Lacan, Jacques, (1975): “Encore Séminaire XX”, Texto establecido por J. Alain Miller, París, Editorial Du Seuil. Lamas, Marta (2002): “Cuerpo diferencia sexual y género”. Taurus, México. Rapp, Rayna, (1993): “Accounting for Amniocentesis”, en: Lindebaum, Shirley, Margaret Lock Knowledge, power and Practice The Anthropology of Medicine and Everyday Life, BerckeleyLaridres, University of California Press. Strathern, Marilyn (1992): “Reproducing the future” Great Britain, Routledge.