El cuerpo humano: modelo ideal del sistema económico No hay duda que Dios, como creador del ser humano y Padre de la humanidad, desea proveer a Sus hijos de todo lo necesario. Por consiguiente, debe ser la Voluntad de Dios que exista un sistema económico para que cada persona pueda sentirse suficientemente abastecida y satisfecha económicamente. En el pasado, muchos pensadores creyeron que la planificación central podría evitar estos problemas y funcionar con mayor eficiencia que una economía de mercado libre. Los deprimentes fracasos del experimento económico socialista en el siglo XX han demostrado la falsedad de este postulado. Las economías muy centralizadas y planificadas no funcionan. Tienden a pervertir la naturaleza humana y hacen mal uso de los recursos en lugar de utilizarlos con eficiencia. Los sistemas socialistas revocan los derechos de propiedad privada, ejercitan control estatal y niegan la libre elección individual. Al hacerlo se oponen directamente a tres aspectos básicos de la naturaleza humana: (1) el deseo de superación personal, (2) la creatividad, y (3) el deseo de logros. Debido a que se opone a estos tres rasgos humanos fundamentales, estos sistemas están destinados a fracasar. Dios nos ha dado un modelo de sistema económico en el funcionamiento de nuestro propio cuerpo que ilustra el equilibrio apropiado entre la coordinación central y la libertad individual. Interpretamos, entonces, el funcionamiento del cuerpo en términos sociales y económicos, teniendo como principios guía: la dignidad sagrada del individuo, la naturaleza social de la vida humana, y la obligación de asignar decisiones sociales a los niveles de autoridad que estén mejor preparados para ello. El cuerpo humano exhibe un bello y armonioso balance entre la libertad individual y la coordinación central. Dentro del cuerpo, cada célula, si bien forma parte de algún órgano o tejido, debe mantenerse autónomamente. Esto es, la célula se responsabiliza por su propio metabolismo, y determina cuántos nutrimentos y cuánto oxígeno retirará de la sangre. No obstante, existe una coordinación central del cuerpo tomado en su conjunto. El cuerpo existe para servir el propósito general de la persona individual. El individuo existe para amar a Dios y a sus semejantes. El cerebro y el sistema nervioso central coordinan las actividades del cuerpo en la búsqueda de este propósito. De esta forma, las partes del cuerpo deberán funcionar en armonía. Aún cuando están coordinadas centralmente, las funciones orgánicas del cuerpo en su mayor parte se autorregulan. El estómago resiste todo intento de ser llenado en demasía. El hígado responde a la escasez de mercado liberando a la sangre nutrientes almacenados. El corazón y los pulmones ajustan sus índices de acuerdo a la demanda del cuerpo. Cuánto más examinamos en detalle su funcionamiento, más notamos el extraordinario equilibrio entre la coordinación central, la autonomía individual y la toma de decisiones. El cuerpo humano es modelo divino para un sistema económico apropiado. El sistema de mercado libre El sistema de mercado libre es el mejor sistema concebido para tratar de acomodar los deseos humanos básicos que mencionamos anteriormente. El deseo de autosuperación se logra debido a la oportunidad que el mercado libre ofrece al incentivo personal. El deseo de creatividad se ve satisfecho por la libertad del mercado, y el deseo de logros es servido por las oportunidades creadas en la competencia justa. El sistema de mercado libre, o sistema de libre empresa, es el sistema que más similitudes tiene con el funcionamiento del cuerpo humano. El sistema de mercado libre permite al individuo obtener del mercado lo que él desee, pero permite la intervención en caso de un serio desorden. El sistema mantiene fuerzas médicas para auxiliar individuos heridos y fuerzas de seguridad para hacer cumplir leyes que benefician a la totalidad. Estas fuerzas sólo son puestas en acción en caso de necesidad, pero en general el sistema funciona sin ellas. En el sistema de mercado libre, el Estado está estrictamente limitado. Una de las limitaciones más claras del Estado es el principio de la propiedad privada. El derecho a la propiedad privada es un derecho natural, uno que está justificado además en el contexto del bien común, porque la propiedad privada fomenta el orden correcto para el uso de bienes proveyendo incentivos por la buena administración e imponiendo para todos responsabilidades con respecto a los derechos y la propiedad de otros. Su existencia se refleja en los antiguos mandamientos: "no robarás", “no codiciarás los bienes ajenos”. El derecho de propiedad privada, sin embargo, no es absoluto. Aquellos que poseen propiedad tienen responsabilidades ante Dios, ante su comunidad y ante sus semejantes. Santo Tomás de Aquino afirmó una vez que un ser humano "debe poseer cosas externas no como suyas propias sino... para… estar listo a comunicarlas a otros en caso de necesidad." Así, el apóstol Pablo dice (1 Tim 6,17-18): "a los ricos de este mundo encárgales que... [sean] liberales y dadivosos". Los propietarios son los administradores temporarios de una parte de la riqueza de esta tierra y cada uno de nosotros rendirá cuentas al Creador por su administración. Sólo un sistema de mercado libre permite a los agentes económicos libertades regulares, dignas de confianza, ordinarias. Sólo un sistema de mercado libre respeta la libre creatividad de cada persona, y por esta razón respeta la propiedad privada, los incentivos (en vez de la coerción), la libertad de elección, y otras instituciones de la economía libre. Un sistema de mercado libre obliga a sus participantes a "considerar a otros", o sea, a observar las necesidades y deseos libremente expresados por otros, para así poder servirlos. El sistema de mercado libre no es moralmente válido debido a que es productivo, puesto que cualquier economía puede lograr productividad mediante la coerción. Es moral porque es el único sistema desarrollado sobre el respeto de la libertad de sus participantes. El mercado no es una "mano invisible" que todo lo arregla. El mercado sólo es el lugar que nos provee una oportunidad. Nos permite libertad de conciencia. Lo que hagamos de ella determinará nuestro carácter y nos preparara a encontrar nuestro Juez y a vivir nuestra vida eterna. Crítica de las economías occidentales Puede decirse que las sociedades occidentales se componen de tres sistemas integrados: un sistema político activo, un sistema económico dinámico, y un sistema moral y cultural vital. Karl Marx fue quien por primera vez denominó el sistema económico de la "democracia burguesa" (a la cual él consideraba un fraude), "capitalismo". Hizo esto para condenarlo. En este capítulo hemos refutado la crítica marxista de economías libres. A la vez, debemos examinar nuestra sociedad occidental para ver cuál es la verdadera fuente de sus males. Lo que causa los males del sistema económico es la degeneración del sistema moral y cultural subyacente. Marx sostuvo que la moralidad era parte de la "superestructura', erigida sobre la "base" económica pero, el concepto correcto es que la base es el sistema moral. Debido a los defectos básicos de la naturaleza humana, existe explotación y abuso en la esfera económica. Estos defectos son parte de la "naturaleza caída" del hombre. Son resultado de la caída del hombre separándose de Dios y multiplicando el pecado humano. Son parte de la naturaleza del hombre alienado y es la tarea de la religión instruir al hombre de forma que pueda superar su naturaleza caída egoísta. La solución La suficiencia, el descreimiento y el particularismo han mutilado a nuestra sociedad de hoy en su función de guiar al hombre hacia el altruismo y hacia lo divino, por tanto, se necesita una solución espiritual. Con esto queremos significar una solución que involucre el corazón y el espíritu humanos. Necesitamos experimentar a Dios; esto traerá la revolución interior del hombre. En Occidente, podemos aprender de los extraordinarios milagros económicos que han ocurrido en Asia en años recientes. El surgimiento del Japón de las cenizas de su destrucción y la multiplicación de muchos "Japonés", como Corea del Sur, Taiwán, Singapur y Hong Kong, son testimonio de la importancia de los factores morales, culturales y espirituales. En particular, estas sociedades se adhieren a una fuerte "ética familiar". La sociedad en su conjunto es considerada como una "familia extendida". Una empresa de negocios, por ejemplo, es como una familia. Los trabajadores no son despedidos de su trabajo en tiempos de crisis; es la "familia" la que sufre y la que provee a los suyos. A cambio, la empresa espera lealtad de sus empleados. De esta forma, se evitan los cambios continuos de trabajo y esto beneficia grandemente a las empresas. Es sorprendente notar que estas sociedades se basan en el confucionismo y no en la ética cristiana. Debido a que el cristianismo ve a Dios como el Padre y a la humanidad como los hijos de Dios, sería de esperar que dicha ética familiar fuera parte de nuestra sociedad occidental. De hecho, esto sería posible si no fuera por el predominio del pensamiento materialista en Occidente. Este punto de vista debe ser transformado y reemplazado por un concepto espiritual. Aún cuando somos cristianos de nombre, en la práctica nos destacamos por nuestro materialismo. La propia familia es la piedra angular de una sociedad libre. No se puede entender la democracia ni la economía de mercado separada de la sólida estructura de la vida de familia. No es accidente que el totalitarismo siempre haya buscado infiltrar, debilitar y destruir la integridad de la familia, sembrando desconfianza y suspicacia en este santuario humano de confianza y amor. Tanto para la vida personal como para el funcionamiento seguro de la sociedad, la familia es una institución fundamental. Es el puente entre la moralidad personal y la moralidad social, la escuela, tanto de las virtudes personales como de las virtudes sociales, y sin ella, ni la vida personal ni la vida económica pueden sobrevivir ni prosperar. En conclusión, es necesario hacer un llamado a la libertad en la vida de familia y a la libertad en el mercado. Por sobre todo, un llamado al altruismo y la virtud para que podamos traer el amor y la justicia de Dios a la sociedad, la nación y el mundo. El mejor sistema económico por el momento es el sistema de mercado libre encabezado por hombres y mujeres virtuosos guiados por su conciencia centrada en Dios.