Competitividad: el principal reto de la economía andaluza. José Mª O´Kean Catedrático de Economía Universidad Pablo de Olavide IE Business School A principios de 2007, la economía española nos hacía sentirnos orgullosos; crecía al 3,6% y mostraba una tasa de paro histórica del 8,3%. Habíamos creado millones de empleos y presumíamos ante nuestros socios europeos de su buena marcha. La economía andaluza, por su parte, crecía aún más, el 3,9% aunque su paro era mayor, el 12,2%. Entonces el Estado tenía un superávit presupuestario y aunque ligeramente alta, la inflación estaba controlada. En esta euforia tres indicadores podían habernos avisado de los tiempos que vendrían: (a) El saldo de la Cuenta Corriente de la Balanza de Pagos reflejaba un déficit del 9% del PIB para la economía española y un 16,8% en el caso andaluz. Este déficit exterior, el doble que USA y el mayor de los países de nuestro entorno, nos indicaba que vivíamos por encima de nuestras posibilidades y que necesitábamos financiación para hacerlo. Apuntaba también a que preferíamos los bienes de otros países y no los nuestros y en el caso de la economía andaluza, con un sector turístico tan potente, indicaba que ni siquiera el tamaño de este sector era suficiente para paliar la compra de bienes extranjeros, y nos hacía llevar el déficit a casi un 17% del PIB. (b) Junto a esta luz roja, el sector de la construcción suponía un 10,4% del PIB en el caso español (un 12,7% en Andalucía) muy por encima del 5% que suele ser habitual en los países de nuestro entorno. El alto peso de la Construcción en nuestro modelo de crecimiento, había sido el causante de la bajada del paro en España y en Andalucía, dando entrada en el mercado de trabajo a personas con baja cualificación que no habrían encontrado trabajo en otros sectores productivos que requieren un capital humano más elevado. La parte negativa es que es un sector que requiere una alta financiación, tanto en la promoción como en la venta de viviendas, generalmente financiadas con préstamos hipotecarios a muy largo plazo. Además, era un sector que obtenía unas altas plusvalías con precios siempre al alza y ocasionó que la inversión empresarial se dedicara a esta inversión no productiva en lugar de a otros proyectos empresariales de mayor productividad. (c) En tercer lugar, la alta temporalidad en el empleo, en España por encima del 30% de la población empleada y en Andalucía sobre el 45%, reflejaba que nuestras empresas obtenían sus ventas con trabajadores que despiden, en un alto porcentaje, en menos de seis meses. Sin duda el utilizar esta modalidad laboral en lugar de los contratos fijos, se debe a que el marco de las relaciones laborales incentiva estos contratos, con 12 días de indemnización por despido, frente a los 45 días de los contratos fijos. Las consecuencias de esta anomalía, frente a una media europea entorno al 12%, es muy grave en los tiempos actuales: las empresas no forman a trabajadores que van a despedir; y peor aún, utilizan una tecnología que puedan usar personas sin formación que rotan permanentemente. Y esto ha ocurrido en los años en los que la revolución digital ha incrementado la productividad de las empresas americanas y europeas, algo que no ha conseguido nuestro tejido productivo. Y en este escenario llegó la crisis financiera y real internacional. El modelo de vivir por encima de lo que se puede pagar gracias al ahorro de los demás, seguido por USA, Reino Unido y España entre otros, estalló. Los activos que el sistema financiero internacional había creado para trasvasar los recursos financieros desde los países con superávit a lo países con déficit, mostraron que las garantías prometidas no eran tales y quienes confiaban en ellos los pusieron a la venta y ocasionando asi un desplome de valores que ha sido histórico. Terminado el crédito el ajuste era inminente y un sector tan dependiente del crédito como es el de la Construcción ha sufrido la restricción. Las consecuencias son las que son, un descenso en la producción a unas tasas impensables y el paro que ha pasado en menos de un año, desde las cifras señaladas, al 15,2% en España y al 23,3% en Andalucía y con unas previsiones que apuntan en uno y otro caso al 22 y 32% respectivamente de la población activa. En situaciones parecidas, aunque no tan alarmantes como la vivida, la salida de la economía española y andaluza siempre ha sido la misma: la devaluación de la moneda; y esto ahora es imposible. Entonces una peseta a la baja mejoraba la competitividad, abarataba el turismo y los bienes que tradicionalmente exportábamos y encarecía ese deseo de comprar productos extranjeros que no podíamos financiar. Ahora es diferente. Puesto que no podemos hacer ajustes nominales, los ajustes reales pondrán las cosas en su sitio. Las empresas que no puedan competir cerrarán, el paro subirá, la renta media de los españoles bajará y con esa renta no compraremos tantos bienes extranjeros, ayudando a saldar de esta manera no deseada el déficit de la Cuenta Corriente. ¿Qué hacer? Cualquier cosa menos pensar que esta situación se va a arreglar sola cuando la crisis internacional amaine, o creer que afirmando que hace falta un cambio de modelo, el tejido productivo va a cambiar si no corregimos los incentivos que lo han llevado a esta complicada situación. Que hacen falta reformas profundas y urgentes en la economía española, y muy especialmente en la andaluza en la que la crisis es mayor, creo que es algo en lo que casi todos coincidimos, aunque el desacuerdo está en si queremos o no asumir sus costes. Es cierto que las reformas requieren más cambios en el marco institucional nacional que en el autonómico, pero puesto que tenemos que cambiar los incentivos, las líneas de actuación son claras y desde el ámbito autonómico es posible iniciar el camino: a) Necesitamos grandes empresas líderes y con un claro sentido exportador. Aquí debemos concentrar la política empresarial. Tenemos que apoyar a empresas que puedan tirar de las demás, no a empresas inviables en las condiciones actuales. b) Tenemos que hacer que nuestro tejido productivo sea mucho más productivo y para ello es necesario el uso de las tecnologías de la información en todas las empresas y la formación de los trabajadores en estas tecnologías. No es cuestión de más ordenadores en las escuelas, sino de más software en las empresas; con los contratos temporales masivos tenemos que terminar por el medio que sea. Se han dado propuestas inteligentes que no se quieren ver y que se descalifican sin argumentaciones lógicas y sin presentar alternativas. Los Gobiernos tienen que decidir entre el coste de cambiar la normativa laboral o 4,5 millones de parados con un déficit público desbordado y subiendo impuestos. Y ya estamos hablando de subir los impuestos. c) Hay demasiados costes de transacción en el funcionamiento económico. Hay que simplificar la economía española. Tiene que ser más fácil pagar los impuestos, contratar y despedir trabajadores, resolver los temas judiciales, tener relación con la administración pública a cualquier nivel… Los sistemas de información ayudarían a facilitar este marasmo de procedimientos junto a una clara intención de hacerlo en un entramado de competencias delegadas entre diferentes administraciones inoperantes. Hemos pasado de un superávit notable a un déficit público alarmante. Es cierto que hemos reducido, hasta el momento, el coste social de la crisis y mantenido la Demanda Agregada, pero no hemos acometido ninguna reforma de calado que la economía española y aún más la andaluza necesitan. Es cierto también que resolver la crisis financiera es una cuestión previa a cualquier otra actuación y, aunque muy tarde, parece que la acometeremos en breve. En momentos como este esperar que los agentes sociales lleguen a los acuerdos necesarios que es seguro que atentan a sus propios intereses, es un espejismo. Si el ajuste nominal de la economía no es posible y no somos capaces de plantear una estrategia como país, asumiendo sus costes, la economía real impondrá sus leyes y en el mundo global actual hay que ser competitivo; y este es un reto que la economía española y andaluza llevan perdiendo desde hace demasiados años. Cuando las cosas van bien, no vemos la necesidad de hacer cambios y cuando van mal, nos falta el valor necesario y visión de futuro.