Ruesta-Sangüesa quejigo desde la que en algunos trechos se puede ver el embalse de Yesa. En Ruesta el desayuno, en régimen de autoservicio, es variado y abundante: café, leche, mantequilla, mermelada y zumos, todo a discreción que el peregrino necesita alimentarse. Una característica del albergue, que no se encontrará en lo que queda de Camino Aragonés, es la ausencia de control alguno sobre quien desayuna, esto es, si ha pagado ó no. La escasez de peregrinos tiene estas cosas. Tras salvar un desnivel de unos 400 metros, la subida termina algo más de una hora despues para comenzar el descenso hacia Undués de Lerda. Hay que tomar este tramo con calma haciendo buena la máxima de comenzar a subir como un viejo para llegar arriba como un joven. Algo más adelante el peregrino divisa el pueblo y oye las campanadas de las 10 de la mañana; se detiene y disfruta del momento con la sensación de ser el único que las oye, tal es la soledad que le rodea, y piensa que ha merecido la pena haber llegado hasta allí aunque sea tan sólo para poder disfrutar de ese momento. Esos son los placeres del Camino. Con los primeros rayos de sol y tras despedirse de los comensales que aún no han concluido su desayuno, el peregrino inicia su caminar hacia Sangüesa; la temperatura es muy buena y todo anuncia un día soleado. Tras cruzar el río Regal el camino cruza el camping, en el que por lo temprano de la hora aún no hay ninguna actividad, y por un sendero en suave pendiente pasa por delante de la fuente del Abad San Virila y sale a una pista forestal, con buen piso, que discurre por una zona arbolada de pino y Mi Camino (de Santiago) Antes de llegar se transita por un tramo empedrado que se dice son restos de una calzada romana para, apenas unos metros más adelante, acelerar el paso para no verse cortado por un rebaño de ovejas y comenzar la pequeña subida hacia el pueblo. Undués de Lerda (633 m. de altitud) pertenece a la provincia de Zaragoza y es el último pueblo de Aragón; dispone de albergue que se gestiona desde un bar situado en la plaza en el que sirven comidas y bocadillos y al que se dirige el peregrino, tras dejar la mochila en la plaza, para cumplir con el trámite de sellar la credencial. Desde que comenzó a caminar en Somport ha salvado un desnivel de 1.007 metros. Para este peregrino el tramo Ruesta-Undués es, sin duda, el más bonito del llamado Camino Aragonés; el esfuerzo de la subida se ve compensado por las vistas del Aragón en los claros que deja la vegetación y, al terminar aquella, la panorámica sobre Navarra y, algo más adelante, de Undués es espléndida a lo que hay que unir el poder disfrutar de la soledad como en ninguna otra etapa. Tras un rato de descanso vuelta al camino para entrar en seguida en la Comunidad de Navarra y a través de caminos agrícolas polvorientos llegar a Sangüesa. El sol ya calienta y el peregrino debe ir atento a los vehículos que se acercan y salirse del camino sino quiere verse inmerso en una nube de polvo. Cerca ya de Sangüesa le alcanzan los biciperegrinos que quedaron desayunando en Ruesta; se detie- nen para charlar, comentar las incidencias (un pinchazo en la subida, la pérdida de un guante y vuelta a buscarlo, …) y despedirse con los deseos mutuos de un ¡buen Camino!; tienen intención de llegar a Izco ya que en lo que queda apenas si tendrán que bajar de la bicicleta salvo para alimentarse y… demás. A primera hora de la tarde llega a Sangüesa con el termómetro marcando 30ºC. y aunque desearía prolongar su jornada algún tiempo más desiste porque el siguiente albergue está en Izco, a 22 Km., y eso supone casi seis horas más de andadura. El alejamiento entre los albergues es una característica del Camino Aragonés y, quizás, una de las causas de la escasez de peregrinos por el mismo, a pesar de su innegable belleza. Fácilmente encuentra el albergue que dispone, en el piso alto, de una sala con 12 camas, con mantas y sábanas; en el piso bajo está la ducha, con agua caliente, y la cocina así como una cajita en la que el peregrino puede dejar su donativo. En la calle de al lado está el albergue Municipal en el que tras presentar la credencial, imprescindible, se inscribe y le entregan dos llaves: la de acceso al albergue y la del tendedero. Tras el aseo y los quehaceres propios de cada final de jornada llega el momento de salir a pasear y conocer el pueblo. En Sangüesa puede el peregrino proveerse de todo lo necesario para la jornada del día siguiente y, si lo desea, disfrutar de la buena mesa ya que restaurantes no faltan. Al anochecer, cuando regresa al albergue, descarga la tormenta que amenazaba durante toda la tarde con gran satisfacción de la ciudadanía porque supone un alivio de la sequía. Al peregrino no le hace gracia ya que supone todo tipo de dificultades: caminos embarrados, ropa mojada, pies húmedos, … pero ya se sabe que nunca llueve a gusto de todos. Una consecuencia directa de la lluvia es que las botas de los peregrinos que estaban en el alféizar de las ventanas tienen que ser retiradas para evitar que se mojen y aunque no resulta agradable su presencia en la sala peor sería caminar al día siguiente con los pies mojados. Al disponer de llave el peregrino puede entrar y salir cuando lo desea pero el cansancio y, sobre todo, la lluvia ha obligado a recogerse a todos en seguida y a las once de la noche lo único que se oye en la sala son algunos ronquidos. 2