Publicación en American Psychologist por el Dr. Darío Díaz Méndez

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En el transcurso de la vida, las personas están inevitablemente expuestas a experiencias
dolorosas de diversa índole que dejan en su memoria una huella a veces imborrable. La más
traumática y más destructiva de todas ellas es la experiencia originada en las múltiples formas
de violencia intencional, como las guerras o el terrorismo, que los seres humanos hemos
perpetrado unos en contra de otros sin descanso y sin piedad. Las consecuencias son muy
visibles actualmente como demuestran los recientes atentados terroristas vinculados con el
Estado Islámico o la denominada “crisis de los refugiados” en Europa. De hecho, según la
OMS, la violencia es el problema de salud pública más importante en el mundo de hoy.
Para estudiar las consecuencias sobre la salud de la violencia colectiva, la aproximación
clínica ha empleado tradicionalmente una perspectiva en la que han estado ausentes tres
consideraciones decisivas, tal y como ha señalado Martín-Baró: a) la experiencia traumática
derivada de la violencia tiene siempre unos antecedentes; b) se trata de una experiencia
compartida (un trauma social), que c) daña al corazón mismo de la vida social destruyendo las
redes primarias de protección y apoyo (familia y comunidad), es decir, el bienestar social. Estas
son las razones que están en la base del “trauma psicosocial”.
La tarea que hemos llevado a cabo en los últimos años ha tenido como objetivo analizar las
consecuencias de la violencia colectiva en distintos países siguiendo las directrices teóricas
marcadas por el trauma psicosocial. Fruto de ello ha sido la propuesta que investigadores de la
UCLM y la UAM hemos publicado en la revista “American Psychologist”, una de las más
importantes del mundo en el ámbito de la Psicología, en la que por primera vez publica un
grupo de investigación español. Dicha propuesta podría quedar resumida en los siguientes
términos: a) la violencia colectiva se inscribe dentro de un contexto social; b) ese contexto
social suele estar caracterizado por condiciones muy adversas para determinados colectivos y
podría ser definido como un desorden más o menos ordenado; c) esas condiciones pueden ser
muy diversas, pero todas ellas se inscriben dentro de una lógica intergrupal: víctimario y
víctima lo son por pertenecer a determinados grupos. A la hora, pues, de analizar sus
consecuencias es necesario tener en cuenta las siguientes dimensiones: a) la situación que da
origen a la violencia, que la propicia, que la justifica y la legitima: la situación pretraumática; b)
la destrucción de creencias y asunciones básicas sobre las que, en líneas generales, se sustentado
la vida social de las personas: que la gente no te va a hacer daño, que vives en una sociedad que
te protege y te respeta, que eres una buena persona y no tienes nada que temer, etc.; c) la entrada
en escena de emociones sociales, de emociones intergrupales de odio, resentimiento, deseos de
venganza dirigidas, sin excepción, a todas las personas que pertenecen al grupo que ha llevado
la desgracia a los míos, sean o no victimarios directos, y d) la destrucción del bienestar social,
de las redes primarias de protección, identidad y apoyo con las que contamos los seres humanos
a lo largo de nuestra vida: la familia, el grupo de pares, la comunidad, etc. Por tanto, para poder
comprender las consecuencias de la violencia colectiva es necesario mirar más allá del trastorno
por estrés postraumático, directamente al contexto social.
Contacto para medios de comunicación:
Dr. Darío Díaz. Facultad de Medicina de Ciudad Real. E-mail: dario.diaz@uclm.es
Enlace al artículo completo: http://dx.doi.org/10.1037/a0040100
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