Efectos subjetivos del trauma Fátima Alemán Desde el inicio del nuevo siglo, comprobamos que el mundo ya no es lo era.Como venimos sosteniendo desde psicoanálisis de la orientación lacaniana, y siguiendo los desarrollos de J.-A. Miller, “hay gran desorden de lo real”. El avance del capitalismo y los efectos del discurso de la ciencia han modificado irremediablementela naturaleza y la cultura de nuestra época. Baste repasar los sucesivos acontecimientos que vienen causando conmoción en la población mundial: atentados terroristas (las imágenes de las Torres Gemelas atravesadas por aviones de AA en el 2001 es un recuerdo imborrable para todos no sólo porque sucedió en el epicentro de una potencia mundial sino por la repercusión masiva que tuvo y por la guerra atroz que desató en el Medio Oriente), el estallido económico del 2008 con la caída escandalosa del mercado financiero mundial y la ola de desocupación que se instaló en el primer mundo, y las catástrofes climáticas que en distintas partes del planeta sacudieron ciudades enteras (el tsunami de Japón en el 2012, por poner un ejemplo emblemático). En este contexto inciertoque podríamos calificar como trágico por las pérdidashumanas ymateriales que aparecen como saldo, la inundación de la ciudad de La Plata el martes 2 de abril del 2013, encaja perfectamente en la serie de acontecimientos inesperados. Sin embargo, por tratarse de nuestra ciudad, el hecho cobra mayor relevancia y nos interpela directamente no ya como espectadores de una pantalla (aunque no hayamos podido evitar despegarnos de las imágenes de los noticieros que inundaron durante días la televisión argentina) sino como protagonistas directos de lo que ocurría. Experimentar ese mismo día los cortes en los accesos a La Plata, escuchar la desesperación de familiares y amigos que quedaban sin luz y nos transmitían a través de teléfonos que se interrumpían todo el tiempo que el agua comenzaba a entrar en sus casas (en zonas que no eran inundables)o que habían quedado varados en la calle en medio de la tormenta, y ver a través de internet que la caída de la lluvia estaba batiendo récords históricos (al día siguiente se supo que fueron casi 400 mmdurante el lapso de 6 horas) y que un horno de coque de la Destilería de YPF en Ensenada se estaba incendiando a causa de la lluvia (con el riesgo que todo platense conoce de las consecuencias nefastas que podría traer para La Platael estallido de la Destilería), da cuenta de un verdadero acontecimiento que sorprende por lo imprevisto y atemoriza por sus efectos. Sin embargo la reflexión que propongo sobre la trágica inundación de La Plata no apunta a escandalizarse con el inédito espectáculo ni a promover la denuncia ciudadana ante la falta de políticas de gobierno que hubieran podido mitigar los efectos de la catástrofe (eso lo dejo para otros actores), sino de repensar los efectos subjetivos de un acontecimiento como éste. Hace unos días, en el diario La Naciónsalió publicada una nota titulada “Unas 9000 personas, asistidas por estrés postraumático tras el temporal”. Al leerla, me preguntaba: ¿por qué el uso generalizado desde el Ministerio de Salud de la Provincia de Buenos Aires de un diagnóstico psiquiátrico? ¿Es una cuestión de consenso social que una catástrofe de este tipo conlleve necesariamente a poner en primer plano el término “trauma”? Inmediatamente recordé el texto de Eric Laurent, “Hijos del trauma”y las reflexiones de Germán García en su libro del año 2004 titulado “Actualidad del trauma”. Si el uso generalizado del trauma es una marca de este siglo XXI, ello obedece al encuentro de lo que Laurent llama “una nueva inseguridad social” (problemas de inmigración, presencia de guerras implícitas o explícitas, atentados terroristas) conla respuesta efectista de la psiquiatría actual en las clasificaciones del DSM que postulan“una explicación científica del mundo” a partir del supuesto de una causalidad programada. “Todo lo que no es programable deviene trauma”. Pero para los psicoanalistas, desde los desarrollos del propio Freud, el concepto de trauma tiene sus aristas problemáticas: pensarlo como causa o como efecto en relación a la sexualidad o a las neurosis traumáticas.Gracias a la lectura de Jacques Lacan, el trauma nos reenvía la pérdida fundamental que implica la entrada en el lenguaje, pérdida que sabemos se encuentra en relación al goce. Por ello estamos advertidos de los efectos adversos que implica guiarse por una categoría clasificatoria propuesta como universal del “estrés postraumático”. Como dice Laurent, “tras un trauma, hay que inventar al Otro, y eso no es posible en nuestra perspectiva sino a partir de la particularidad. Más allá de los derechos del hombre, que son un previo indispensable (…) es preciso traer al día esta particularidad que implica la palabra más subjetiva”. En este sentido, me quedo con algunas preguntas particulares que escuché luego de la inundación: “¿por qué sucedió lo que había soñado tantas veces?” (inconsciente intérprete), “no me hubiera salvado si no era porque que él sabía qué hacer” (discurso amoroso), “¿por qué auxiliar a esa persona y albergarla en mi casa me resultó tan raro?” (lo ominoso). Fátima Alemán City Bell, Abril del 2013