No todos miran TeleSUR Carlos Molina Velásquez (*) TeleSUR marcó el ritmo informativo de principio a fin SAN SALVADOR - El domingo 28 de junio me despertó el destello de la pantalla y la tele sintonizada en el canal 72, consumo obligado en mi casa. TeleSUR transmitía en vivo el golpe de Estado en Honduras. También lo hacía CNN, aunque, como era de esperarse, a las pocas horas dejaron de hablar de “golpe” y pusieron un letrerito señalando que se trataba de una “sucesión forzosa”. Una semana después, el 5 de julio, amenazaba con repetir la historia de los brincos de TeleSUR a CNN y viceversa, pero la cosa se iba a complicar, ya que otros actores entrarían en escena: los canales 8, 12, 21 y 33 mantuvieron una cobertura intermitente, sumándose algo tarde la empresa TCS (canales 2, 4 y 6), y todos retomando las señales de TeleSUR y CNN. Ante la contundencia de las imágenes y por muchos letreritos eufemísticos que quisieran agregar, los medios nacionales —TCS incluida— no tuvieron más remedio que transmitir los hechos y decir la verdad sobre el golpe. TeleSUR marcó el ritmo informativo de principio a fin, tanto así que incluso CNN tuvo que usar las imágenes de la televisora de los países del ALBA. Como le dije a un colega, puede que mi natural despiste o mi sesgo ideológico confabularan para hacerme caer en la ilusión de que se trataba de una situación inédita. Tal vez, pero no creo ser el único a quien la situación le pareció novedosa. Agreguemos que, a diferencia de TeleSUR, que estuvo transmitiendo ininterrumpidamente, CNN hizo varios cortes en función de la publicidad comercial. No se trataba de que la empresa estadounidense no tuviera suficientes periodistas o que no estuvieran donde debían estar, sino que TeleSUR estableció la pauta en la información, precisamente, por su misma “naturaleza”: TeleSUR es un proyecto Pan-Latinoamericano auspiciado por varios gobiernos de la región y bastante independiente de la pauta publicitaria. En esta “batalla mediática” está en juego mucho más que las preferencias de los televidentes. La cuestión es cuál debería ser la naturaleza y el papel de los medios de comunicación. Un dogma reproducido hasta la náusea es que el medio debe ser privado —léase “empresa privada”— para ser libre, objetivo e imparcial. Pero, viéndolo bien, ¿cuál imparcialidad si los intereses económicos sostienen el changarro? ¡Seguro habrá parcialidad en favor de la caja registradora! Otro falacia es la afirmación de que si el medio no es privado “tiene que ser” estatal, lo que se amarra a la creencia de que la dependencia del Estado es en sí misma la muerte de la objetividad y la verdad. Esto no ha sido siempre así, ya que hay muchísimos ejemplos de medios estatales que han demostrado suficientemente su responsabilidad, utilidad social y respeto a los derechos humanos en todo el globo. Pero lo que más me interesa destacar es que la división privado/estatal no refleja la complejidad de la realidad. Existen otras formas de propiedad de un medio, como sucede con las radios comunitarias o los periódicos que pertenecen a una cooperativa. Los medios deben ser independientes, por lo que el patrocinio que recibe TeleSUR de algunos gobiernos suramericanos la vuelve “sospechosa”. Pero, ¿nos hemos puesto a pensar si los medios privados son independientes? ¿No son igual de sospechosas las estrechas relaciones entre los Eserski y los Altamirano con el partido ARENA y el gran capital salvadoreño? Hay que agregar que ya existen mecanismos para que los ciudadanos puedan controlar democrática y participativamente a las instituciones estatales. Por el contrario, no hay ninguna señal de que con las empresas privadas y los mercados pueda ocurrir algo así. A nuestros gobernantes los podemos elegir y en algunos países del Nuevo Sur hasta se puede revocar su mandato, como es el caso de Venezuela. ¡En Venezuela se puede realizar una consulta para sacar del poder al presidente Hugo Chávez (Referéndum Revocatorio), pero no hay una votación en la que los ciudadanos pueden obligar a renunciar al presidente de Globovisión! Ahora bien, hasta ahora he compartido estas reflexiones desde mi posición privilegiada de suscriptor del cable. La gran mayoría de salvadoreños no pudo ver, “en vivo y en directo”, a los militares apostados en la pista del Toncontín o el ataque a los manifestantes, ya que la televisión nacional transmitía en ese momento los chismes tejidos alrededor de la muerte de Michael Jackson, el reality “Bailando por un sueño” o una película bastante entradita en años. Los primeros, naturalmente, podían verse en los canales privados, mientras que la cinta del tiempo de Mari Castañas era transmitida en el Canal 10, la televisora estatal. Es a este último hecho al que quiero referirme ahora. Un mes después del cambio de gobierno, no hay en El Salvador una política de comunicación estatal coherente, efectiva y novedosa. Y el caso del Canal 10 es un lamentable ejemplo de esto. ¿Cómo es posible que a estas alturas no exista una propuesta televisiva que haga contrapeso al dominio ejercido durante décadas por las empresas privadas de medios? Cuesta creer que el presidente Funes fuera un periodista. Por su parte, desde el fin de la guerra, el FMLN no ha podido hacer una propuesta comunicativa que entusiasme. ¡La finada Radio Venceremos es, aún ahora, su único gran éxito en materia de comunicación! Ya llevamos casi dos semanas atiborradas de artículos, entrevistas, reportajes y “noticias” con un marcado sesgo derechista de apoyo al golpe, y es una avalancha que tendrá que tragarse quien no esté suscrito al cable o no tenga acceso a Internet, perdiendo la posibilidad de contrastarla con algo diferente. ¿Y la televisión y radio estatales? Bien, gracias, subsistiendo a base de enlatados. Que conste que no estoy demandando una ristra de cadenas nacionales de radio y TV. Lo que tenga que decir el presidente es de suma importancia, sin duda, pero lo esencial es lo que pensemos, digamos y hagamos nosotros mismos. Y para ello debemos tener acceso a diversas fuentes de información, cualificadas, profesionales y veraces. Bien por TeleSUR y ojalá que muy pronto se establezca una alianza con ese proyecto. No obstante, no servirá de mucho si los medios de comunicación del Estado no adquieran un nuevo cariz, más democrático, participativo y popular, que sirva de contrapeso a los canales privados, los cuales tienden indefectible y peligrosamente a la derecha. Los recientes acontecimientos en Honduras deben impulsarnos a pensar y actuar. Medios comunitarios y políticas estatales de comunicación no pueden conjurar un golpe de Estado, pero es seguro que harían más difícil su preparación, realización y “sostenibilidad”. Más que ser una competencia, las radios y televisoras comunitarias, los periódicos locales y toda iniciativa popular de comunicación social pueden jugar un importante papel de acompañamiento, crítica y propuesta oportuna, y deben ser apoyados por el nuevo gobierno del Frente. No veo todas las condiciones para un golpe militar exitoso en el futuro cercano salvadoreño, pero tampoco debemos ser ingenuos, sobre todo después de que el 99% de la derecha guanaca —medios de comunicación privados incluidos— ha sacado a la luz sus raíces fascistas y “gorilescas”, avalando directa o tácitamente el golpe. Suficiente razón para que, a la mayor brevedad, el FMLN y el gobierno de Funes propongan políticas de comunicación claras, eficaces, y en sintonía con las necesidades de la población y las exigencias de los nuevos tiempos. (*) Colaborador de ContraPunto