Cuando enseñar es el centro de la vida

Anuncio
Una educadora incansable
“¿Alguien puede decirme el femenino de albañil?
La vi construyendo por una semana. En una semana construyó
tres inteligencias:
la del corazón, la de la cabeza y de una paz
que hace no mirar la cara del otro y
conversar, escuchar, cosa un poco pasada de moda,
cambiar cosas, deseos y voluntades:
de repente nos miramos, nos hablamos de una manera
que el otro nos pueda ver,
Ésta es mi maestra Mónica.
Mujer con los pelos como las nieves que mira de su ingenio.
Un beso, maestra
y amiga [pero primero siempre la mía maestra.
Así la conocí primero, la amiga me está enseñando,
aulas exclusivas, varias clandestinas, y sin pago
como toda maestra tonta]
Albañil de una ilusión posible, (cómo te llamaban de niña,
amiga
para poner la palabra aquí?)
Señora de la esperanza que ríe
por lo que mira en la pizarra de la vida,
Un honor sentar a tu lado: um beijo, minha dama e maestra”.
Este texto es uno de los regalos más significativos que Mónica
Herrera
ha
recibido
en
las
últimas
semanas.
Fue
en
un
encuentro en la Universidad de Casa Grande, en Guayaquil,
Ecuador, donde esta mujer de 66 años se emocionó al leer estas
letras escritas por Luis Duboc, un creativo brasileño al que ella
conoce hace un tiempo. “Es una carta fantástica, que describe
muy bien parte importante de lo que he sido en mi vida”,
confiesa.
Fue la mejor forma de terminar un seminario que realizaron en
conjunto para los alumnos de la facultad de comunicaciones que
esta profesional abrió hace un par de años en ese país, y que se
suma a la que se encuentra en completo funcionamiento en El
Salvador.
Cambio de rumbo
Comenzó su vida universitaria con el sueño de ser odontóloga,
pero a poco andar lo desechó. Y fue su madre quien le sugirió
que se cambiara de carrera, que probara suerte en un ámbito
completamente distinto, que se arriesgara a conseguir lo que
pocas mujeres habían logrado hasta ese minuto: convertirse en
periodista.
Fue la Universidad de Concepción en donde inició su viaje por
el mundo de las letras, las comunicaciones y las relaciones
humanas. Se sentía contenta; participaba activamente de las
clases junto a sus compañeros. Pero no fue sino hasta cuando el
director de la Escuela, Alfredo Pacheco –Premio Nacional de
Periodismo- la miró a los ojos y le dijo: “Yo quiero que tú hagas
ayudantías a tus propios compañeros”. Ahí su mundo giró por
completo. El reporteo y las entrevistas dieron paso a una pasión
por enseñar que mantiene hasta el día de hoy. “Yo siento que él
supo leer mi capacidad de enseñanza, y la aprovechó. Y de ahí
no paré nunca más”, reconoce.
Fue tanto lo que se entusiasmó que a partir de ese minuto no
dejó de estudiar, de crear y de enseñar, pero siempre de una
forma innata. Es el contacto directo con los alumnos lo que la
apasiona. “Para mí la enseñanza es todo. Mi misión en la vida
es seguir educando hasta el día en que me muera”, confiesa.
Cuando habla con esa convicción, queda atrás cualquier duda.
Ha hecho de la Educación un estilo de vida, un devenir que está
en constante evolución, que se refleja en sus infinitas ganas de
aprender, y que la llevaron a defender su tesis doctoral en la
Universidad de Sevilla, España, justamente relacionada con los
procesos educativos que ha desarrollado a lo largo de su vida.
Nadar contra la corriente
“Cuando estaba en la universidad, mis compañeros me decían
que siempre iba en contra de todo lo que decían mis profesores y
sus métodos de enseñanza”. Para muchos estas palabras podrían
sonar soberbias, pero eso no le preocupa. Ella sabe que desde que
escogió el camino de la Educación, las cosas iban a ser menos
fáciles que para el común de la gente.
Y si bien su experiencia profesional incluye la dirección de
cuentas estratégicas en importantes empresas de publicidad
durante largo tiempo, decidió dejar el mundo corporativo para
dedicarse a proyectos personales. Los tradicionales métodos de
enseñanza
le
parecían
–y
así
lo
reconoce
hasta
hoy-
incompletos, rígidos y que tienen una grave falencia: olvidar el
rol de los alumnos como centro del proceso del aprendizaje.
Trabajó
un
tiempo
como
profesora
en
la
Universidad
de
Santiago, en donde tuvo la libertad de crear una malla
curricular desde cero. A poco andar, y ya desde su cargo como
directora, decidió que lo suyo seguía siendo el contacto diario
con los alumnos. Pero tenía problemas para ejercer ese rol. Por
eso, y en otra de las tantas decisiones arriesgadas que ha tomado
en su vida, puso su cargo a disposición. Dos meses después de ese
episodio, dejó la universidad.
Una noche sin dormir
Su alejamiento de la educación superior estaba dejando de ser
un tema delicado en su vida. Y así lo dio a entender cuando
compartía sus vacaciones con unos amigos, pescando en el sur.
Corría enero y uno de ellos -que no estaba enterado de su salida
de la universidad- le preguntó por sus clases. Cuando ella
reconoció que no estaba impartiendo, uno de ellos la miró y le
dijo: “Oye, ¿y por qué no haces una escuela tú?” Bastó esa
pregunta para que Mónica simplemente no pudiera dejar de
pensar. Esa noche no durmió y la pasó fumando sin parar.
Decidió adelantar su regreso a Santiago y comenzó su nuevo
desafío. Tres meses después de esa inocente pregunta, abrió su
propia escuela. Su experiencia en el mundo de la publicidad le
sirvió para ofrecer la carrera de Técnico en Publicidad como la
primera dictada bajo su administración. Sin embargo, y como
siempre
habían
sido
sus
aspiraciones,
tomó
los
modelos
tradicionales de educación y los modificó, instando a que los
alumnos dejaran ese rol de “memoriones” y se lanzaran en la
aventura de la experimentación, del conocimiento empírico, de
dejar de lado los libros y que nutrieran de las experiencias
generadas en la sala de clases.
De ahí en adelante, no paró. Comenzó su largo peregrinar
diseñando cursos, elaborando planes y programas, ampliando su
red y llegando con sus metodologías a formar parte de casas de
estudio como la Universidad Mayor, en donde ejerció como
decana de la Facultad de Comunicaciones. Siempre con un solo
objetivo: mejorar la Educación.
Rápidamente comenzó a ser reconocida como un referente en este
ámbito y fue invitada a abrir sedes de su escuela en países como
Ecuador y El Salvador. Hoy incluso tiene proyectos de abrir un
recinto
en
Argentina,
desde
donde
también
ha
recibido
propuestas interesantes y que en estos momentos se encuentra
evaluando.
Mientras sigue desarrollando sus proyectos, entre los que se
encuentran convertir su tesis doctoral en un libro, se mueve
entre su departamento en Santiago, su casa de descanso en el
Ingenio y la meditación, disciplina que le ha permitido un
desarrollo interior que la tiene llena de tranquilidad y decisión
para enfrentar los nuevos desafíos.
Y entre esos espacios se da el tiempo para reflexionar sobre
algunos
conceptos
que
rigen
su
vida:
“La
relación
entre
Comunicación y Educación es obvia. Los profesores hablan y
escuchan; los alumnos hablan, escuchan y escriben. Si un
observador desde fuera ve cualquier sala de clases, es eso lo que
hacen: hablar y escribir. En un comienzo, y como no sabía sobre
Educación, yo rompí paradigmas: generé una metodología que
está basada en el hacer, en jugar, en experimentar, en poner al
alumno como centro de todo el proceso. Al principio ellos no
entendían, se desconcertaban, pero luego fueron comprendiendo
que la reflexión sobre los procesos educativos en cada sala de
clases
era
lo
que
realmente
a
mí
me
importaba
que
comprendieran”.
“Hoy tenemos que articular la Educación de otra manera,
formando
otro
tipo
de
profesionales
para
la
sociedad
del
conocimiento: profesionales éticos, que dicen la verdad, que no
roban, que no son corruptos. Los valores son centrales en la
Educación y el ‘aprender a aprender’ es vital. Es tiempo de
hacer un renacimiento sobre la Educación”, concluye.
Por Ricardo Higuera Mellado
Chile, 2009.
Descargar