IMPORTANCIA DE LAS RELACIONES INTERPERSONALES Preguntas y respuestas Las relaciones interpersonales juegan un papel fundamental en el desarrollo integral de la persona. A través de ellas, el individuo obtiene importantes refuerzos sociales del entorno más inmediato que favorecen su adaptación al mismo. En contrapartida, la carencia de estas habilidades puede provocar rechazo, aislamiento y, en definitiva, limitar la calidad de vida. Esta sección va dirigida tanto a padres como a educadores en general. En ella se puede encontrar información sencilla en torno a dieciséis preguntas básicas que, de manera espontánea, pueden asaltarle a un padre o una madre preocupado/a por las relaciones sociales de su hijo/a, a un profesor que pretende mejorar el clima social de su aula o a un monitor de un club de ocio que quiere favorecer las relaciones entre los participantes del mismo. 1. ¿Qué son las habilidades sociales o habilidades de relación interpersonal? Las habilidades sociales son las conductas o destrezas sociales específicas requeridas para ejecutar competentemente una tarea de índole interpersonal. Se tratan de un conjunto de comportamientos aprendidos que se ponen en juego en la interacción con otras personas (Monjas, 1999). De acuerdo con Prieto, Illán y Arnáiz (1995), centrándose en el contexto educativo, las destrezas sociales incluyen conductas relacionadas con los siguientes aspectos, todos ellos fundamentales para el desarrollo interpersonal del individuo: las conductas interpersonales (aceptación de la autoridad, destrezas conversacionales, conductas cooperativas, etc.) las conductas relacionadas con el propio individuo (expresión de sentimientos, actitudes positivas hacia uno mismo, conducta ética, etc.) conductas relacionadas con la tarea (trabajo independiente, seguir instrucciones, completar tareas, etc.) la aceptación de los compañeros 2. ¿Por qué son tan importantes?, ¿por qué actualmente todo el mundo les otorga tanta importancia? Las habilidades sociales o de relación interpersonal están presentes en todos los ámbitos de nuestra vida. Son conductas concretas, de complejidad variable, que nos permiten sentirnos competentes en diferentes situaciones y escenarios así como obtener una gratificación social. Hacer nuevos amigos y mantener nuestras amistades a largo plazo, expresar a otros nuestras necesidades, compartir nuestras experiencias y empatizar con las vivencias de los demás, defender nuestros intereses, etc. son sólo ejemplos de la importancia de estas habilidades. Por el contrario, sentirse incompetente socialmente nos puede conducir a una situación de aislamiento social y sufrimiento psicológico difícil de manejar. Todas las personas necesitamos crecer en un entorno socialmente estimulante pues el crecimiento personal, en todos los ámbitos, necesita de la posibilidad de compartir, de ser y estar con los demás (familia, amigos, compañeros de clase, colegas de trabajo, etc.). Baste recordar los esfuerzos que, tanto desde el ámbito educativo como desde el entorno laboral, se realizan para favorecer un clima de relación óptimo que permita a cada persona beneficiarse del contacto con los demás, favoreciendo así un mejor rendimiento académico o profesional. 3. ¿Cuántas habilidades sociales hay?, ¿son todas igual de necesarias?, ¿cuáles son básicas e imprescindibles? Existen numerosas habilidades sociales, algunas de ellas muy básicas y que son aprendidas a edades muy tempranas (fórmulas de cortesía como saludar, dar las gracias o pedir las cosas por favor), hasta otras habilidades mucho más complejas exigidas en el complejo mundo de los adultos (saber decir que no, negociar, ponerse en el lugar del otro, formular una queja sin molestar, etc.). Prieto y cols. ofrecen una relación de las habilidades que debe poseer el niño con necesidades educativas especiales y poner en práctica en el aula. Dichas habilidades le reportan refuerzo social y favorecen una relación gratificante con los demás compañeros. Destrezas de supervivencia en el aula: pedir ayuda, prestar atención, dar las gracias, seguir instrucciones, realizar las tareas, participar en las discusiones, ofrecer ayuda, hacer preguntas, no distraerse, hacer correcciones, decidir hacer algo, marcarse un objetivo. Destrezas para hacer amistades: presentarse, empezar y finalizar una conversación, participar en juegos, pedir favores, ofrecer ayuda a un compañero, hacer cumplidos, sugerir actividades, compartir, disculparse. Destrezas para abordar los sentimientos: conocer los sentimientos y expresarlos, reconocer los sentimientos de los demás y mostrar comprensión ante ellos, mostrar interés por los demás, expresar afecto, controlar el miedo, otorgarse recompensas. Destrezas sobre distintas alternativas a la agresividad: utilizar el autocontrol, pedir permiso, saber cómo responder cuando le molestan a uno, evitar los problemas, alejarse de las peleas, resolución de problemas, saber abordar una acusación, negociación. Destrezas para controlar el estrés: controlar el aburrimiento, descubrir las causas de un problema, quejarse, responder a una queja, abordar las pérdidas, mostrar camaradería, saber abordar el que le excluyan a uno, controlar los sentimientos de vergüenza, reaccionar ante el fracaso, aceptar las negativas, decir “no”, relajarse, responder a la presión de grupo, controlar el deseo de tener algo que no te pertenece, tomar una decisión, ser honesto. Asimismo, existe una clasificación, ya clásica pero aun vigente, de las posibles habilidades sociales, elaborada por Goldstein y sus colaboradores (1980), que se recogen en el Programa de Aprendizaje Estructurado de habilidades sociales para adolescentes, y que resulta sumamente útil para revisar qué habilidades son manejadas adecuadamente por un joven o adulto y cuáles de ellas requerirán de un entrenamiento específico. Se tratan de las siguientes habilidades: 1. Iniciación de habilidades sociales: Atender Comenzar una conversación Mantener una conversación Preguntar una cuestión Dar las gracias Presentarse a sí mismo Presentar a otras personas Saludar 2. Habilidades sociales avanzadas Pedir ayuda Estar en compañía Dar instrucciones Seguir instrucciones Discutir Convencer a los demás 3. Habilidades para manejar sentimientos Conocer los sentimientos propios Expresar los sentimientos propios Comprender los sentimientos de los demás Afrontar la cólera de alguien Expresar afecto Manejar el miedo Recompensarse por lo realizado 4. Habilidades alternativas a la agresión Pedir permiso Ayudar a los otros NegociarUtilizar el control personal Defender los derechos propios Responder a la amenaza Evitar pelearse con los demásImpedir el ataque físico 5. Habilidades para el manejo de estrés Exponer una queja Responder ante una queja Deportividad tras el juego Manejo de situaciones embarazosas Ayudar a un amigo Responder a la persuasión Responder al fracaso Manejo de mensajes contradictoriosManejo de una acusación Prepararse para una conversación difícil Manejar la presión de grupo 6. Habilidades de planificación Decidir sobre hacer algo Decir qué causó un problema Establecer una meta Decidir sobre las habilidades propias Recoger información Ordenar los problemas en función de su importancia Tomar una decisión Concentrarse en la tarea Lógicamente, tratar de entrenar todas ellas al mismo tiempo resultaría una tarea improductiva. Así pues, de acuerdo con la edad, las características de la persona, sus aprendizajes previos, etc. será oportuno comenzar asegurando un buen aprendizaje de las habilidades más básicas (fórmulas de cortesía, pedir ayuda, adecuado contacto ocular, iniciar y mantener una conversación sencilla, preguntar por un familiar, etc.) hasta otras habilidades más complejas (ser asertivo, ser discreto, solucionar una disputa con un amigo, etc.). 4. ¿Qué dificultades pueden tener las personas con síndrome de Down en el área de las habilidades sociales? Lógicamente, hay que tener en cuenta que, como el resto del mundo, nos encontraremos con personas con síndrome de Down más abiertas, extrovertidas, con facilidad para entablar relaciones en entornos nuevos, y otras que, por contra, se mostrarán más cautas, más reservadas e introvertidas ante situaciones sociales. Es importante conocer a la persona en particular y respetar su personalidad y su manera de ser en sociedad. No todos somos iguales en nuestros ámbitos sociales. Ahora bien, las personas con síndrome de Down, al igual que el resto de las personas, pueden manifestar en algún momento de su vida, dificultades en el ámbito de las relaciones sociales. Estas dificultades dependerán de sus historias de aprendizaje, vivencias, experiencias positivas y negativas en el contacto con los demás, oportunidades o barreras de carácter social, etc. En general, podemos observar limitaciones en el repertorio de habilidades sociales debidas a las siguientes situaciones: a. Falta de oportunidades sociales y modelos de referencia que ayuden a aprender diferentes habilidades b. Dificultad para determinar qué habilidad social es más adecuada, oportuna y eficaz en cada caso o situación c. Sentimientos de incompetencia social, ansiedad ante situaciones sociales, impulsividad, expectativas de fracaso, etc. d. Contextos sociales poco apropiados, objetivamente negativos para la persona, donde se den conductas de rechazo manifiesto, minusvaloración, recriminación sistemática de sus dificultades, etc. 5. ¿Todas las dificultades en las habilidades sociales son iguales?, ¿qué tipos de dificultades de relación social puede tener una persona? En ocasiones, la persona manifiesta dificultades en su competencia social simplemente porque no ha tenido ocasión u oportunidad de aprender estas conductas. A veces, en contextos poco enriquecidos o con limitados modelos de referencia, la persona sencillamente no ha tenido ocasión de experimentar determinadas situaciones y por tanto y no sabe cómo comportarse ante las mismas cuando éstas se dan por primera vez. Imaginemos el hipotético caso de que un joven con síndrome de Down nunca haya ido con sus amigos a un restaurante, o nunca haya tenido ocasión de hablar más íntimamente con una persona hacia la cual siente una atracción especial, o nunca se haya visto en la necesidad de rechazar una invitación inadecuada. Es muy probable que, ante estas situaciones totalmente desconocidas, nuestro joven o adulto con síndrome de Down no tenga dentro de su repertorio de habilidades sociales las conductas apropiadas para manejar estas situaciones adecuadamente. Por tanto, cuantos más escenarios diversos, experiencias y oportunidades de relación proporcionemos a los niños, adolescentes, jóvenes y adultos con síndrome de Down, en mayor medida estaremos facilitando que entrenen, adquieran y consoliden habilidades sociales cada vez más complejas y adecuadas a esta diversidad de situaciones. Se trata de un proceso de generalización de habilidades y transferencia a diferentes situaciones. En otras ocasiones, es posible que se hayan aprendido un amplio rango de habilidades sociales, pero resulte complejo determinar cuándo poner en práctica unas u otras en función de las exigencias del contexto social. Se trata, en este caso, de un proceso de diferenciación o discriminación de la conducta apropiada. Imaginemos un adulto que ha aprendido adecuadamente diversas fórmulas de saludo (dar la mano, un abrazo, un caluroso beso, etc.) pero que tiene dificultad para llevar a cabo la fórmula más apropiada según la situación. Por ejemplo, al comenzar un nuevo trabajo, deberemos decidir qué saludo es más oportuno según las características de nuestro interlocutor. Así evitaremos situaciones comprometidas tales como abrazar calurosamente al Director General cuando lo más apropiado, con toda probabilidad, hubiera sido dar la mano afectuosamente y con decisión. En este sentido, éstas podrían ser algunas de las dificultades con las que se puede encontrar la persona con síndrome de Down: Dificultad para percibir y discriminar los estímulos relevantes del contexto. Dificultad para generar alternativas de respuesta y valorarlas en función de sus posibles consecuencias. Dificultad para tomar decisiones y planificar el curso de acción ante una situación social. Dificultad para evaluar la propia conducta y su adecuación a las exigencias del contexto. Dificultad para aprender de los errores y adecuar la acción. 6. Sentir ansiedad ante situaciones de relación social ¿es un problema? La ansiedad, además de una sensación muy molesta y perturbadora para la persona, es un factor que actúa como cortocircuito para desempeñar determinadas conductas, realizar determinadas acciones o simplemente comportarse de acuerdo con unas exigencias sociales. Pensemos en un gran experto que maneja ampliamente un área de conocimiento determinado pero que, ante una audiencia, se muestra muy ansioso y, por tanto, es incapaz de transmitir sus conocimientos y mostrarse competente de acuerdo con los requerimientos de dicha situación social. La ansiedad, asimismo, dificulta nuestro flujo de pensamiento (sentimos que no podemos pensar con claridad, nos quedamos en blanco, etc.), provoca en nosotros reacciones fisiológicas desagradables (respiramos con dificultad, aumenta nuestra sudoración, notamos sequedad en la boca, etc.), nos lleva a analizar las situaciones de manera distorsionada (todo el mundo me mira, se están riendo de mí, etc.) y nos conduce a anticipar futuros fracasos (nunca conseguiré hacer amigos, nunca me aceptará esa chica que tanto me gusta, no gustaré en la entrevista de trabajo, etc.). Cuando un niño, joven o adulto con síndrome de Down se muestra incompetente socialmente debido a la ansiedad es necesario valorar exhaustivamente varias cuestiones: En qué contextos se muestra ansioso (colegio, en una fiesta, en los medios de transporte, en el trabajo, en su grupo de amigos, etc.) Ante qué personas muestra dicha ansiedad (con desconocidos, con gente de su edad, con personas de otro sexo, con personas de cierta autoridad, con los compañeros de trabajo, con el supervisor, etc.) Qué reacciones tiene la persona en dichas situaciones (se pone rojo, agresivo, retraído, se evade de la situación, se siente mal, siente ganas de llorar, etc.) Qué pensamientos le acompañan ante dicha situación (soy aburrido, soy torpe, no gusto a la gente, no sé hablar con los demás, no me expreso bien, etc.) Una vez tengamos delimitadas estas situaciones, resulta eficaz comenzar a abordar aquellas que pueden resultar más sencillas y manejables para la persona, y enseñarle qué conducta debe realizar a la vez que intentamos mantener a la persona en una situación relajada y tranquila, transmitiéndole pensamientos positivos sobre sí mismo y su capacidad para afrontar con éxito esta situación. Reforzar cualquier mejora en la conducta ayudará a incrementar el sentimiento de competencia y anticipar futuros éxitos en situaciones similares. Si la ansiedad bloquea seriamente a la persona, resultará necesario contrastar estas situaciones con un profesional, quien determinará la necesidad de poner en marcha técnicas más sistemáticas para el control de la ansiedad (desensibilización sistemática, técnicas de relajación, reentrenamiento atribucional, etc.) 7. ¿Se pueden mejorar las habilidades sociales de una persona? Por supuesto, como ya hemos comentado, las habilidades sociales son conductas concretas que se aprenden si se dan las condiciones adecuadas para dicho aprendizaje. Existen numerosos programas de entrenamiento específicos para enseñar a una persona a ser socialmente habilidoso. En ocasiones, es útil comentar con algún profesional de confianza la posibilidad de ayudarse de alguno de estos programas más estructurados, sobre todo, si la persona con síndrome de Down manifiesta dificultades en diversos ámbitos de su vida (con los amigos, en la escuela, en el trabajo, etc.) o si estas dificultades le provocan un malestar significativo en su vida cotidiana (tristeza por no tener amigos, problemas en el trabajo, conflictos con los hermanos, etc.). En estos casos, el profesional junto con los familiares podrá delimitar con precisión qué dificultades concretas manifiesta la persona y qué habilidades se deben entrenar, partiendo de las más sencillas para ir abordando progresivamente otras más complejas. Ahora bien, en muchos casos, el aprendizaje por observación y el modelado en los contextos naturales suelen ser vías muy eficaces y sencillas para ayudar a que un niño, joven o adulto con síndrome de Down incorpore nuevas habilidades sociales en su repertorio o competencia social. Mostrar explícitamente, cada vez que se dé la ocasión, cómo pedir un favor o cómo rechazar una invitación o propuesta que nos desagrada suele ser una manera natural y espontánea de ir modelando su competencia social. Es importante, en estos casos, que las personas más allegadas estén alertas a estas situaciones y aprovechen la mínima oportunidad para hacer consciente a la persona con síndrome de Down de cuál es la habilidad o conducta social específica más óptima en dicha situación. Una sencilla explicación verbal acompañada de una muestra real de cuál es la conducta adecuada facilita el aprendizaje de la misma por imitación. Asimismo, se le podrá solicitar a la persona con síndrome de Down que repita la conducta mostrada varias veces y en distintas situaciones, hasta conseguir su automatización, esto es, su ejecución espontánea. En definitiva, las habilidades sociales, al igual que muchas otras conductas, se aprenden observando a los demás, poniéndolas en práctica y normalmente no requieren de una instrucción mediada. Ahora bien, en ocasiones mostrar explícitamente unas pautas concretas, sencillas y adecuadas a su edad y capacidad, puede favorecer y optimizar el aprendizaje de dichas habilidades. Si las limitaciones o dificultades son importantes y preocupan a los familiares lo oportuno es contrastar esta inquietud con algún profesional, quien determinará si se precisan de pautas más específicas para abordar esta situación. 8. Si existen diferentes tipos de problemas, ¿existen distintas técnicas de intervención? Ante situaciones de dificultad en el ámbito social que resulten muy limitantes para la persona con síndrome de Down, que perduren en el tiempo, o que no se resuelvan progresivamente con medidas más sencillas en el ámbito doméstico, escolar, familiar, etc. lo oportuno es consultar con un profesional, quien determinará si es preciso una intervención más sistemática, como ya se ha indicado. Lógicamente, existen muy diversas técnicas que pueden aplicarse ante estas situaciones, y que dependerán de una valoración pormenorizada de cuál es la dificultad y qué factores pueden estar ocasionando la misma. Algunas líneas de intervención que se puede plantear el profesional son las siguientes: a. entrenamiento sistemático y gradual de un repertorio más o menos extenso de habilidades b. entrenamiento cognitivo para saber utilizar adecuadamente el repertorio de habilidades sociales de acuerdo con la situación c. técnicas de control de la ansiedad social d. técnicas de control de la impulsividad e. reentrenamiento atribucional, es decir, modificar el lenguaje interno que elabore la persona con síndrome de Down sobre sí misma y su competencia social (expectativas de éxito y fracaso y las causas que atribuye a los mismos, sentimiento de autocompetencia, etc.) f. modificación de ambientes poco apropiados o muy limitados en cuanto a la riqueza social que pueden proporcionarle al individuo 9. ¿Qué técnicas son apropiadas en el caso de que la persona con síndrome de Down no haya tenido oportunidad de aprender determinadas habilidades sociales? Las técnicas conductuales son apropiadas cuando la persona no tiene una o varias habilidades sociales en su repertorio. A través de estas técnicas, la persona con síndrome de Down puede adquirir las destrezas requeridas inicialmente en contextos muy controlados y estructurados para posteriormente generalizarlos a otros entornos y situaciones. Normalmente estas técnicas resultan asequibles para cualquier familiar y educador, no implican materiales excesivamente sofisticados y sus resultados pueden ser altamente exitosos. La clave está en su aplicación sistemática e intencionada. a) Modelado e imitación: consiste en el aprendizaje por medio de la observación. Se trata de exponer a la persona, en un primer momento, a modelos que muestran correctamente la habilidad o conducta objetivo de entrenamiento. Posteriormente, el joven debe practicar la conducta observada en el modelo. Por ejemplo, si queremos entrenar la habilidad “pedir la vez/ turno en una tienda”, el modelo realizará esta conducta en diferentes comercios, invitando finalmente a la persona con síndrome de Down a que lo haga ella, al principio acompañada del modelo, posteriormente de manera totalmente autónoma. Para conseguir un modelado más efectivo hay que tener en cuenta algunos aspectos claves: Características del modelo: debe tener experiencia en la habilidad a entrenar, que existan ciertas similitudes entre el modelo y observador, y que cuente con características personales que faciliten la comunicación. Puede ser interesante también exponer al joven a diferentes modelos realizando la misma conducta. Características de la situación a modelar: las conductas a imitar deben presentarse de manera clara y explícita, comenzando por las más sencillas, con repeticiones que permitan su aprendizaje. Características del observador: la conducta o habilidad a imitar debe responder a necesidades reales del observador, debe resultar un aprendizaje significativo y funcional, así como procurarle refuerzos o recompensas. El aprendizaje de la habilidad será más efectivo si ésta tiene consecuencias positivas. b) Role-playing o representación: para incorporar realmente las habilidades entrenadas a su repertorio y ponerlas en práctica en situaciones naturales, puede inicialmente ensayarlas en situaciones simuladas. En realidad, el alumno ensaya la habilidad o conducta en un contexto simulado, más controlado y estructurado que le permite adquirir confianza y seguridad sin ningún riesgo de fracaso. Para que esta técnica sea realmente eficaz, la persona con síndrome de Down debe mostrar una actitud activa y participativa, olvidarse de la vergüenza y “ponerse en situación”. Esta técnica es muy adecuada para el entrenamiento de una amplia escala de habilidades sociales; por ejemplo, “responder de manera activa”, “saber decir no ante una demanda injusta”, etc. En estos casos, el entrenamiento de esta habilidad puede tener un valor preventivo ya que se trata de adquirir la habilidad en situaciones ficticias para que, llegado el momento o situación real, se tenga adquirida la habilidad correspondiente para manejar dicha situación. La puesta en práctica de esta técnica de entrenamiento puede implicar la colaboración de varias personas y es sumamente importante describir con detalle la situación simulada, el objetivo a conseguir y la conducta a exhibir. Durante las representaciones, el educador o padre supervisa las ejecuciones, orienta, presta ayuda y dirige el ensayo de la conducta hasta que se adquiere soltura. Si es necesario, se puede ayudar de estímulos visuales o auditivos que favorezcan la utilización de frases - tipo, gestos, etc. c) Reforzamiento: para la estabilidad y mantenimiento de las habilidades sociales que el joven está poniendo en práctica o aprendiendo es fundamental reforzarlas adecuadamente. Podemos hablar de tres tipos de refuerzo: el refuerzo material, el refuerzo social y el autorrefuerzo. Cada uno de ellos debe aplicarse adecuadamente en el momento oportuno. De ello depende su efectividad. Por ejemplo, los refuerzos materiales (premios, dinero, comida, etc.) nos permiten reforzar una conducta con una eficacia inmediata pero se trata de un efecto a corto plazo, ya que pierden su poder reforzador al cabo de un tiempo. Por ello, es apropiado introducir refuerzos sociales (sonrisas, palabras de aprobación, palmada, etc.) ya que son más fácilmente aplicables y además pueden ser dispensados por diferentes personas y en diferentes contextos. Sin embargo, es importante que el joven aprenda a autorreforzarse, esto es, a ser él mismo quien se aplique refuerzos (tanto sociales como materiales) de manera que se ajuste a la realización adecuada de diversas habilidades. El autorrefuerzo favorece la autonomía, la generalización de las conductas y su estabilidad, ya que no depende de los refuerzos proporcionados por los demás. Para que un refuerzo/autorrefuerzo sea realmente eficaz debe ser aplicado de manera claramente relacionada con la conducta-objetivo. Es decir, debe aparecer inmediatamente después y el joven debe saber con claridad qué habilidad o conducta le ha permitido obtener el refuerzo. Asimismo, debemos considerar cuándo y cuánto refuerzo vamos a aplicar. Por ejemplo, en las primeras fases del entrenamiento de una nueva habilidad o conducta, es eficaz aplicar refuerzos con más frecuencia. Posteriormente, podemos reforzar de manera intermitente, ya que está demostrado que este tipo es más eficaz para el mantenimiento de la conducta o habilidad. 10. ¿Qué otras técnicas son apropiadas en el caso de que la persona con síndrome de Down se sienta incompetente socialmente o muestre ansiedad ante situaciones sociales? La reestructuración cognitiva consiste en un conjunto de estrategias que ayudan al individuo a percibir e interpretar el mundo que le rodea de una manera más adaptada. Se intenta que la persona sea consciente de los errores y distorsiones cognitivas que comete (personalización, victimización, magnificar detalles irrelevantes, etc.) para controlar sus autoverbalizaciones y pensamientos negativos. Asimismo, cuando la ansiedad o temor a las situaciones sociales es la principal causa de las dificultades de relación es imprescindible que la persona aprenda a relajarse en las mismas. Para ello, técnicas como la relajación progresiva o el entrenamiento autógeno serán muy útiles. En la medida en que sea capaz de reducir la ansiedad y, por tanto, controlar la activación fisiológica que la acompaña, estará en disposición de modificar sus pensamientos y de afrontar nuevas conductas. La relajación puede además ser muy útil para controlar respuestas asociadas a emociones negativas fuertes como la ira y la agresividad. Cuando las dificultades son de carácter perceptivo-cognitivo, es aconsejable que la persona participe en algún programa de entrenamiento enfocado a potenciar las siguientes habilidades cognitivas implicadas en la resolución de conflictos interpersonales: Pensamiento alternativo o habilidad para elaborar diversas soluciones ante un problema interpersonal Pensamiento causal o capacidad para establecer una relación causa-efecto entre la propia conducta y los efectos que produce Pensamiento consecuencial o capacidad para evaluar las soluciones planteadas en función de sus efectos positivos y negativos Pensamiento medio-fines o capacidad para planificar los pasos necesarios para lograr una meta interpersonal 11. ¿Qué aspectos del ambiente debo tener presentes para mejorar las habilidades sociales de un niño, joven o adulto con síndrome de Down?, ¿qué actividades pueden ser útiles? Cualquier entrenamiento en habilidades de relación interpersonal debe producirse en un contexto acogedor en el que todos los individuos se sientan respetados, apoyados y aceptados. El establecimiento de unas normas de convivencia y funcionamiento de grupo básicas y asumidas por todos es condición no única pero si necesaria para que el entrenamiento transcurra de manera favorable. Un ambiente que propicie la comunicación positiva basada en la aceptación incondicional de cada participante, el modelado continuo del adulto, el establecimiento de metas y objetivos, tanto grupales como individuales, realistas y una organización de las sesiones sistemática son otras de las condiciones básicas. Asimismo, y muy especialmente en contextos formativos, el entrenamiento en habilidades interpersonales puede igualmente beneficiarse de este enfoque propio de la enseñanza colaborativa. Las dinámicas de grupo, las actividades que impliquen la distribución de funciones y responsabilidades y la necesidad de lograr el consenso grupal ayudan a poner en práctica numerosas habilidades de relación. Las metas compartidas y el éxito logrado entre todos son una de las mejores recompensas del esfuerzo grupal. Estos aspectos favorecen en el aprendiz el sentimiento de pertenencia al grupo y de identificación con sus iguales. Los jóvenes y adultos con síndrome de Down pueden convertirse en entrenadores excepcionales de sus compañeros con más dificultades. Las tutorías entre iguales ayudan a los alumnos a salvar las barreras del desconocimiento recíproco, a aceptarse mutuamente y a lograr un encuentro verdaderamente interpersonal, a pesar de las diferencias cognitivas, cronológicas, etc. 12. ¿Cómo puedo ayudar o entrenar a un niño, joven o adulto con síndrome de Down a manejar un problema de carácter interpersonal? Existe una secuencia de pasos que resulta sumamente útil para ayudar al niño, joven o adulto con síndrome de Down a analizar, manejar y resolver una situación problemática en el ámbito de las relaciones interpersonales: un enfado con un amigo, un problema disciplinario en el aula, una conducta inapropiada ante terceros, sentirse molestado por los compañeros, etc. Estos pasos son los siguientes: Definición del problema Presentación del problema y ayuda al niño, joven o adulto para definirlo. Ayuda para que la persona se imagine y proponga diferentes alternativas para solucionar el problema. Identificaciones de soluciones Se proporcionarán instrucciones concretas de la conducta social que se desea. Se ayuda a identificar los componentes de la habilidad en cuestión. Exposición a un modelo Un modelo realiza la habilidad o conductas interpersonales. El modelo da cuenta de los componentes cognitivos y verbales, y realiza lahabilidad. Ensayo y representación de la conducta Se guía verbalmente a la persona a través de los pasos consecutivos para que realice la habilidad. Se representa lo aprendido tomando situaciones reales. Información sobre la actuación Se alaba o refuerza la correcta realización de la conducta social deseada en la situación de representación. Se proporciona información correctiva y una nueva exposición a un modelo cuando la realización no es correcta. Si se da el caso anterior se proporcionan nuevas oportunidades de ensayo y representación de la conducta deseada hasta que se realiza correctamente. Eliminación de problemas de conducta Los problemas de conducta que interfieren con la adquisición y realización adecuada de las conductas interpersonales se eliminan a través de técnicas basadas en el manejo de contingencias. Autoinstrucción y autoevaluación Se pide al niño, joven o adulto que “piense en voz alta” durante el entrenamiento viendo al modelo. Se modifican las autoafirmaciones que reflejan un modo de pensar o sistemas de creencias distorsionados. Las sesiones de entrenamiento incluyen un cambio gradual de instrucciones en voz alta a instrucciones pensadas y no verbalizadas. Entrenamiento para generalizar y mantener lo aprendido Durante todo el tiempo de entrenamiento, las situaciones, conductas y representaciones se realizan de una forma tan real y cercana a la situación social natural como sea posible. 13. ¿Qué puedo hacer yo, como padre, madre o familiar, para mejorar las habilidades sociales de mi hijo/a o familiar con síndrome de Down? Como ha quedado patente, las relaciones sociales son un instrumento vital para estar en sociedad; pocos ámbitos de la vida diaria se escapan a la necesidad de tener que mostrarse socialmente habilidoso. Sentirse incompetente en este ámbito puede ocasionar limitaciones a veces importantes en el ámbito educativo, laboral, afectivo, etc. Así pues, los familiares de las personas con síndrome de Down deben tener en cuenta desde las primeras etapas de vida, la importancia de esta dimensión interpersonal, tan importante como otros ámbitos más formales o académicos. Aprender a hacer amigos es tan vital, o más si cabe, que aprender a leer a escribir o resolver cálculos matemáticos. Así pues, desde este convencimiento, los familiares de las personas con síndrome de Down pueden aprovechar las múltiples oportunidades sociales que se van dando de manera espontánea para proporcionar oportunidades de aprendizaje, modelos de conducta, reflexionar conjuntamente lo qué es más apropiado en cada caso, corregir pacientemente y con decisión las conductas inapropiadas y mostrar alternativas ante las mismas. De la misma manera que se emplea energía, esfuerzo, tiempo y recursos económicos para proporcionarles los mejores aprendizajes académicos, debemos considerar la importancia de proporcionales los mejores aprendizajes sociales. Por otro lado, también es importante tener en cuenta que cada persona es singular e irrepetible, es decir, al igual que ocurre con otros hijos o familiares, las personas con síndrome de Down va a diferir en su personalidad, grado de sociabilidad, etc. Es importante respetar estas particularidades y no pretender que todas las personas con síndrome de Down sean líderes sociales, afables, socialmente extrovertidos, etc. Si bien existe una extendida creencia de que las personas con síndrome de Down se caracterizan por su amabilidad, simpatía, etc. no podemos atribuir dichas cualidades a todas las personas con síndrome de Down por el mero hecho de tener dicho síndrome. Sin embargo, como hemos visto en anteriores apartados, en ocasiones hay que mostrarse alerta ante posibles dificultades reales y tratar de abordarlas con sentido común, paciencia y apoyo profesional si es preciso. Así pues, el sentido común nos lleva a establecer unas pautas muy sencillas: a. proporcionar entornos socialmente enriquecidos b. evidenciar explícitamente qué conductas son socialmente inapropiadas y mostrar alternativas a través de modelos claros (el ejemplo es uno de los métodos educativos más fiables) c. indagar qué sentimientos y pensamientos mantiene la persona cuando se muestra socialmente incompetente d. calibrar adecuadamente el sufrimiento psicológico que puede acompañar al sentimiento de sentirse socialmente incompetente e. reforzar adecuadamente las conductas sociales apropiadas (a través de halagos, sonrisas, abrazos, etc.), pues tendrán más probabilidad de repetirse en un futuro f. conocer y asumir que relacionarse con los demás siempre supone un riesgo implícito de sentirse defraudado, molestado, etc. y ayudarles a entender esas difíciles situaciones en las que uno se siente dejado de lado, ha perdido un amigo, etc. Estas experiencias también forman parte del aprendizaje de la vida y nos ayudan a ser socialmente más competentes si las elaboramos adecuadamente g. permitir experimentar emociones como miedo, ira, frustración, alegría, tristeza, etc. La “sobreprotección emocional” les hace más vulnerables ante situaciones que necesariamente implican manejar sentimientos difíciles h. aprovechar múltiples situaciones para enseñar al niño, joven o adulto a ponerse en el lugar del otro y entender las emociones, motivaciones y necesidades de los demás i. ayudarse de historietas, cuentos, fábulas, leyendas que hablen de la amistad, el pensamiento positivo, la solución de problemas. Además de ser una actividad divertida, se puede compartir con otros amigos y hermanos, y resultan un útil recurso para la reflexión, el diálogo y, en definitiva, el aprendizaje. j. consultar con un profesional cualquier situación que nos preocupe especialmente o nos desborde 14. Y con los más pequeños, ¿cómo puedo fomentar sus habilidades sociales? Proporcionando ocasiones para el trato con otros niños Exponerle desde muy pequeño al contacto con otros niños. Celebrar fiestas de cumpleaños u otras en casa e invitar a sus amigos y amigas. Permitir que acuda a las invitaciones que reciba. Fomentar que sus amigos y amigas vayan a casa a merendar, pasar la noche, etc. Inscribirle en grupos deportivos, recreativos, parroquiales, campamentos de verano, etc. Organizar excursiones con sus amigos. Fomentando las conductas prosociales Enseñar a compartir (juguetes, comida, etc.). Enseñar a cooperar y ayudar a los demás (empezando por sencillas tareas del hogar). Enseñarle a ser altruista. Enseñar a disculpar los errores de los demás. Enseñarle a comprender los afectos de los demás. Enseñarle a mostrar simpatía, empatía y compasión. Entrenando habilidades de conversación Enseñarle a expresar sus sentimientos y necesidades con claridad. Enseñarle a compartir información personal con amigos. Enseñarle a hacer preguntas sobre los demás. Enseñarle a escuchar. Enseñarle a expresar afecto y aprobación cuando habla con los demás. Enseñarle a mantenerse en la conversación y no cambiar de tema a destiempo. Estimularle a que llame a sus amigos. Ayudarle a que se exprese con propiedad. Estimularle a que participe en conversaciones con personas mayores. Prestando especial atención a los modales Enseñarle a ser amable. Procurar evitar las malas contestaciones. Enseñarle y exigirle que dé las gracias, pida las cosas por favor, etc. Exigirle que se disculpe cuando interrumpe a los demás. Procurar evitar malos gestos. Alabarle cada vez que muestre interés o preocupación por los demás. Alabarle cada vez que muestre un gesto de cortesía. Aprovechando los momentos lúdicos Enseñarle juegos de mesa. Enseñarle a contar chistes, cuentos, etc. Estimularle a que aprenda a tocar algún instrumento. Enseñarle a reírse de sus meteduras de pata 15. ¿Qué ambiente familiar es más adecuado para facilitar las relaciones sociales adecuadas? Tanto las primeras relaciones de apego entre el niño con síndrome de Down con los adultos como el posterior estilo educativo de los padres son elementos que modulan el desarrollo efectivo y social del niño. Factores como el grado de madurez exigido, la consistencia en la comunicación, las manifestaciones de afecto, etc., influyen directamente en este desarrollo. Un estilo democrático por parte de los padres parece favorecer el desarrollo de competencias sociales en los hijos, les ayudan a ser más responsables e independientes y a tener un mayor nivel de autoestima. Asimismo, poseen más estrategias de resolución de problemas interpersonales. En otro orden de cosas, es importante tener en cuenta el grado en qué los padres aceptan las limitaciones de su hijo. Este aspecto sumamente complejo y dinámico, puede condicionar sutilmente las formas de relación con el hijo/a con síndrome de Down, provocando actitudes que oscilen desde un claro rechazo hasta otras de sobreprotección compensadora. Esta actitud sobreprotectora puede limitar las experiencias sociales del niño o niña por miedo a posibles peligros, a que no sea capaz de arreglárselas por sí mismo/a, etc. Recordemos que la principal vía de aprendizaje y la más significativa es la propia experimentación. El niño y el adolescente necesita vivir las aventuras propias de su etapa vital, poner en práctica habilidades cada vez más complejas y, por supuesto, aprender de sus propios errores. La no aceptación de las limitaciones del hijo con síndrome de Down pueden llevar a los padres a crear expectativas desmedidas ante las cuales el niño se encuentre desbordado y aparezca un sentimiento de infravaloración. Por tanto, si importantes son las expectativas que el propio niño o adolescente tiene sobre sí mismo, no menos importantes son las que sus padres, como figuras significativas, depositan en él. Si los padres se fijan únicamente en las dificultades e interpretan su discapacidad intelectual como una condición limitante a todos los niveles y dimensiones, el niño acabará plegándose a esta percepción. En esta situación, el niño puede desarrollar sentimientos negativos y hostiles hacia sí mismo y también hacia sus propios progenitores. Por último, debemos mencionar la importancia de que los padres manejen adecuadamente los premios y castigos para regular la conducta social de sus hijos. En ocasiones, una mala administración de los refuerzos puede provocar precisamente el efecto contrario, esto es, que aumente la frecuencia de la conducta no deseada. Ejemplos de estas situaciones forman parte de las rutinas diarias: niños que no saben esperar su turno, interrumpen conversaciones de los demás, mantienen conductas para llamar la atención o no respetan las normas de cortesía más básicas y elementales. A veces, algunos padres pueden llegar a disculpar estas conductas atribuyéndolas a la discapacidad. Sin embargo, con cierta frecuencia estas conductas se deben más al entorno a que su discapacidad. De todo lo dicho se deduce la importancia de mantener unas normas claras y precisas que le ayuden al niño a regular su conducta social, a asimilar lo que es adecuado en cada situación y a saber que de su propia conducta se derivan una serie de consecuencias positivas y negativas. 16. ¿Qué ambiente escolar es más adecuado para facilitar las relaciones sociales adecuadas? Numerosos estudios evidencian que las interacciones entre los niños con necesidades educativas especiales integrados en la escuela ordinaria y sus compañeros no son siempre positivas. El sentimiento de ser rechazo y de no pertenencia al grupo son algunas de las experiencias a las que el niño con discapacidad debe hacer frente en su escuela. Y no parece fácil, a priori, manejar estos sentimientos. Muchos son los factores que pueden influir en la mayor o menor calidad de las interacciones en la escuela. Veamos algunos de estos factores. Las relaciones con los compañeros Los niños con discapacidad pueden provocar diferentes reacciones y sentimientos en sus compañeros: claro rechazo, burla, lástima o franca simpatía, entre otros. El grado en que los compañeros poseen información veraz y ajustada sobre la discapacidad pueden condicionar su respuesta ante la misma. Estrategias didácticas novedosas como las tutorías entre iguales están demostrando ser una manera eficaz para lograr un mayor autoconocimiento y de respeto mutuo. Las actitudes de los profesores El profesor es un modelo a imitar en el aula. Su actitud y forma de relacionarse con los alumnos con discapacidad será una pauta a imitar por el resto de los alumnos. Así, el estilo proactivo ha demostrado ser el más beneficioso para favorecer el desarrollo social, afectivo y académico del niño con dificultades. Este estilo se caracteriza, fundamentalmente, por la intencionalidad del profesor de mantener interacciones individualizadas con todos los alumnos, evitando que las diferencias interfieran en el aula. El profesor proactivo transmite expectativas positivas, flexibles y precisas e intenta compensar las desigualdades de partida. Con respecto al efecto de las expectativas, recordemos el famoso Efecto Pigmalión en el aula. Los estereotipos y las ideas preconcebidas hacia un alumno pueden influir de manera importante en la manera de relacionarse con él y, en consecuencia, modular su conducta. Si el profesor parte de la idea preconcebida de que, debido a su discapacidad, un alumno será incapaz de asumir determinados retos o realizar determinadas tareas, así se lo transmitirá por canales verbales y no verbales. Ya sabemos que estos mensajes recibidos del profesor ayudarán al alumno a configurar un autoconcepto pobre sobre sí mismo. Es importante aclarar, no obstante, que lo dicho anteriormente no implica ignorar las dificultades reales y objetivas que un niño con síndrome de Down puede presentar en el aula. Esta actitud también es claramente desaconsejable pues podrá llevar al profesor a plantear metas desmedidas o no considerar las medidas de apoyo compensatorias necesarias. En definitiva, si el profesor ve al niño con dificultades como una carga añadida en su tarea diaria, así se lo transmitirá al propio niño y a sus compañeros. En cambio, si el profesor posee estrategias para anteponerse a las dificultades y proporcionar los apoyos necesarios para que el niño con dificultades salga exitoso de los diferentes retos diarios, estará devolviéndole una imagen positiva de sí mismo al propio niño y a los demás. La estructura del aula y tareas Tanto las relaciones con los compañeros como con el profesor se dan en un contexto determinado, en una estructura organizativa concreta con unas demandas y exigencias específicas. Las coordenadas espacio-temporales pueden ayudar o limitar las habilidades sociales del niño con síndrome de Down. Por ello es importante tener en cuenta los siguientes aspectos: La ubicación física del alumno con síndrome de Down en el aula. Hay sitios en los que el niño va a estar más perdido o se va a distraer más. Al contrario, una ubicación más próxima al profesor o a la fuente de información (vídeo, proyector, etc.) le ayudará a estar centrado e inmerso en la dinámica de la clase, podrá ser partícipe de la misma y evitará que desarrolle conductas disruptivas ante los primeros síntomas de aburrimiento. La modalidad de la tarea en el aula. Es claro que las actividades que impliquen un trabajo cooperativo favorecerán unas relaciones interpersonales más positivas que aquellas que favorezcan un trabajo competitivo e individualista. En estas últimas, el niño con mayores dificultades siempre llevará las de perder. Sin embargo, en las tareas de grupo, puede responsabilizarse de aquellas funciones para las que esté más capacitado, posibilitando así las relaciones de colaboración entre iguales. Las actividades lúdicas extraescolares y el recreo. Las actividades al margen del horario escolar pueden ser ocasiones estupendas en las que las relaciones entre alumnos con y sin discapacidad se conozcan y comiencen a valorarse. Actividades deportivas, culturales y de ocio estructurado permiten, en ambientes más relajados y menos estresantes, expresar lo mejor de uno mismo. Los recreos, sin embargo, suelen ser espacios en los que el niño con discapacidad constata que se queda al margen de los juegos. Con frecuencia vemos en los patios a los niños con necesidades educativas especiales relacionarse entre sí o con niños más pequeños y, en los peores casos, jugando totalmente solos. En estos momentos poco estructurados, el niño con síndrome de Down puede quedar “descolgado” y sin grupo de referencia. Los profesores y cuidadores han de ser receptivos a estas situaciones y ayudarles a implicarse en actividades de grupo. En el apartado para Profesionales, los padres y familiares que deseen profundizar en estas cuestiones, podrán encontrar programas específicos, explicaciones más exhaustivas, delimitación de conceptos, y otras precisiones técnicas. Los conflictos en el aula Introducción Una de las principales preocupaciones de los educadores en las instituciones escolares ha sido, y aún continúan siéndolo, las cuestiones relacionadas con la indisciplina escolar. Por eso, el profesorado ha dedicado mucho esfuerzo y energía para velar por el cumplimiento de unas normas, por el mantenimiento del orden, por hacerse respetar, etc. En definitiva, los profesores tratan de gozar de la autoridad suficiente para poder garantizar un buen funcionamiento del aula, poder controlar el comportamiento de sus alumnos y conseguir que éstos les obedezcan, preferiblemente de modo sumiso, “sin rechistar”. Probablemente nos equivoquemos, como proclama Puig Rovira (1997) al desear que nuestras aulas sean una balsa de aceite y todo se encuentre bajo control, pues la ausencia de conflicto puede ser señal de estancamiento e incluso regresión, ya que todo cambio implica necesariamente pasar por una situación de conflictividad. Los teóricos de la educación reconocen que el modelo del docente autoritario en las aulas conlleva a una situación inadecuada para garantizar el buen aprendizaje y desarrollo personal, social y emotivo de los alumnos, pues “Los tradicionales esquemas de enseñanza, concebidos desde la perspectiva del docente, están saturados de relaciones autoritarias e inflexibles y descontextualizadas de los acontecimientos sociales, económicos y políticos.” (Uribe, Castañeda y Morales,1999, 22). A pesar de todo, son muchas las escuelas que todavía funcionan desde la pedagogía tradicional, manteniendo estos modelos obsoletos, anticuados para las características socio-culturales del presente, contribuyendo de este modo a generar en los escolares: descontento, desmotivación, aburrimiento, alejamiento de la realidad escolar, rebeldía, rechazo hacia las normas escolares, etc. todo esto depara a su vez en un aumento de las situaciones disruptivas y de violencia en la escuela. En definitiva, la convivencia en las escuelas no es todo lo deseable que se quisiera y así lo ponen de manifiesto los datos derivados de las investigaciones sobre violencia escolar (Cerezo, 1997; Ortega,1994, Defensor del Pueblo, 1999; etc.). Realmente la escuela no es un lugar de encuentro donde se acoge, acepta y respeta al otro (al diferente), por el contrario, es un espacio delimitado por un muro en el que el alumno debe permanecer ocho horas diarias y en el que el profesor debe velar por el mantenimiento del orden y garantizar un modelo de enseñanza adecuado a los alumnos. Todo esto unido al abandono de los padres de sus obligaciones educativas con los hijos, la desmotivación de los alumnos y la excesiva burocratización de los centros escolares, están contribuyendo al deterioro de la convivencia en los centros, donde los insultos, las amenazas, las peleas, el rechazo, la marginación, etc. se están convirtiendo en algo habitual y común. Con este panorama de conflictividad, indisciplina y violencia escolar que se manifiestan cada vez más frecuentemente en los centros escolares españoles, sobretodo en los niveles de la Educación Secundaria Obligatoria, la vida escolar se vuelve incómoda para todos los miembros de la comunidad escolar y poco o nada adecuada para el buen desarrollo de los procesos de enseñanza-aprendizaje. 1. ¿Qué entendemos por conflicto? Antes de comenzar a describir el estado actual de los conflictos en la educación escolar, se hace necesario delimitar que se entiende por conflicto escolar, dado que la amplia investigación existente sobre el tema da lugar a confusiones. Entre los términos utilizados podemos encontrar: agresividad, violencia, conflictos, intimidación, bullying, vandalismo, conductas antisociales, conductas disruptivas, problemas de convivencia, etc. siendo común la tendencia a utilizar indiscriminadamente conflicto y violencia como si de sinónimos se tratasen. Sin embargo, “no es legitimo asociar conflicto con violencia, porque mientras el conflicto responde a situaciones cotidianas de la vida social y escolar, en la que se dan enfrentamientos de intereses, discusión y necesidad de abordar el problema, la violencia es una de las maneras de enfrentarse a esa situación” (Etxeberría, Esteve y Jordán, 2001, 82). Existe una relación entre conflicto y violencia, pero no es bidireccional. Podemos afirmar que la violencia siempre va acompañada de nuevos conflictos, pero el conflicto no siempre entraña situaciones de violencia, pues los seres humanos disponemos de un amplio abanico de comportamientos con los que poder enfrentarnos a las situaciones de confrontación de opiniones e intereses con los otros, sin necesidad de recurrir a la violencia (Hernández Prados, 2002). Los conflictos tienen mayor envergadura que la violencia, pues las situaciones de conflicto que son vivenciadas por las personas son más numerosas que las situaciones de agresividad – violencia. Además, las personas que recurren a la violencia extrema, a la violencia gratuita, suelen ser propias de una minoría próxima a la delincuencia. Para Grasa (1987), el conflicto supone la pugna entre personas o grupos interdependientes que tienen objetivos incompatibles, o al menos percepciones incompatibles. Desde una perspectiva ética, el conflicto podría definirse como una situación de enfrentamiento provocada por una contraposición de intereses, ya sea real o aparente, en relación con un mismo asunto, pudiendo llegar a producir verdadera angustia en las personas cuando no se vislumbra una salida satisfactoria y el asunto es importante para ellas (Cortina, 1997). La violencia podría definirse como la forma oscura e inadecuada de enfrentarse a los conflictos, recurriendo al poder, la imposición y la anulación de los derechos del otro para conseguir salir proclamado vencedor en el enfrentamiento. La violencia no puede ser negociada, no puede establecerse acuerdos sobre el tipo de violencia que está permitida y el tipo de violencia que resultará condenada en un centro escolar, no puede justificarse cuando esta bien o mal empleada la violencia, etc. Esto es algo en donde los profesores no pueden mostrase flexibles, pues la violencia es un fenómeno que debe ser erradicado y denunciado de inmediato. Las conductas violentas no deben tener cabida en los centros escolares, por eso requieren de una lucha conjunta de todos los miembros que forman la comunidad escolar, empezando por los padres y profesores y terminando por los propios alumnos. Por el contrario, en los procesos que permiten gestionar el conflicto de forma positiva se contempla la posibilidad de negociar, establecer acuerdo y compromisos, empatizar con el otro, comprender su postura, etc. Por otro lado, mientras que la violencia es consecuencia de un aprendizaje, el conflicto es inherente al ser humano, forma parte de su propia naturaleza, de su estructura básica y esencial que le permite madurar y desarrollarse como persona. Por lo tanto, debemos evitar dejarnos llevar por las publicaciones sensacionalistas que demandan una solución inmediata a este problema, pues el conflicto es un aspecto humano que no podemos destruir o hacer desaparecer de la realidad escolar. En este sentido podemos afirmar que el conflicto es inevitable, a la vez que necesario en las vidas de las personas, pero lo que si se puede evitar es la manifestación de una respuesta violenta como vía de solución a los problemas que se nos plantean. Las personas pueden ser educadas para controlar su agresividad (autocontrol), para que reflexionen antes de actuar y puedan optar por otras vías alternativas que permitan gestionar el conflicto a través del dialogo y del respeto. Además, el conflicto forma parte de la convivencia humana y constituye una fuente de aprendizaje, desarrollo y maduración personal, ya que la persona debe poner en marcha una serie de mecanismos que favorezcan una gestión positiva del mismo. De acuerdo con Ortega (2001, 10) “existe una demonización del conflicto que los asocia indiscriminadamente a conductas no deseables, a veces delictivas. Pero el conflicto es también confrontación de ideas, creencias y valores, opiniones, estilos de vida, pautas de comportamiento, etc. que en unas sociedad democrática que se rige por el diálogo y la tolerancia, encuentran su espacio y ámbito de expresión”. Cuando el conflicto se asocia exclusivamente con las respuestas agresivas y violentas que los sujetos manifiestan ante los problemas que se le platean, se percibe como algo negativo que debemos evitar y resolver, anulando toda posibilidad de desarrollar y aplicar en los centros programas donde se eduque a partir del conflicto. Debemos romper con el mito de que el conflicto siempre es negativo, formando al profesorado para que pueda gozar de las destrezas adecuadas que le capaciten para educar a los alumnos desde el conflicto entendiendo éste como algo positivo que aporta nuevas experiencias de aprendizaje, que permite poner en relieve distintas opiniones, que es generador de conocimiento, que permite conocer nuevas alternativas a los problemas, etc,. Según Vazquez (2001) el conflicto también presenta un carácter imprevisible, pues resulta muy difícil poder prever el momento en el que aparecerá un nuevo conflicto, la gravedad del mismo, los cambios cualitativos y los efectos traumáticos que originará el conflicto a las personas implicadas, etc. Por otro lado, cabe resaltar el carácter global del conflicto, entendido como el alcance generalizado y universal que los conflictos locales están teniendo gracias a la difusión que de ellos se hace a través de los medios de comunicación. De forma irónica Vázquez Gómez (2001) hace referencia a este aspecto cuando expone la situación de ceguera espacial a la que se encuentran expuestas algunas personas, resaltando “la ingenuidad de quien parece sentirse más o menos seguro por el hecho de que los conflictos escolares en nuestro país se dan más agudamente en aquella ciudad, en esa barriada alejada o en un determinado centro educativo al que, por fortuna, yo no envío a mis hijos”. Para finalizar resaltar que el conflicto escolar, al igual que los sucesos violentos requieren un análisis multicausal de los factores que intervienen en el origen de estos comportamientos. En este sentido el Informe del Defensor del pueblo sobre violencia escolar contempla que “el maltrato entre iguales, que se produce en la escuela, tampoco puede explicarse sólo mediante las variables relativas al propio centro. Junto con los factores más relacionados con el medio escolar y con el grupo de amigos, existen otros factores sociales y culturales implicados en el fenómeno cuyo conocimiento permite la comprensión del mismo en toda su complejidad” (Defensor del pueblo, 1999, 30) 2. Estado de los conflictos en las escuelas españolas Desde que los medios de comunicación, guiados por su perspectiva sensacionalista y comercial, centraron su atención en las situaciones de violencia que tienen lugar en las escuelas, en la falta de disciplina y de autoridad de los profesores, en los problemas de convivencia, etc. Se ha abierto la “caja de Pandora” de una manera brutal, despertando la voz de alarma social. ¿Todo está mal en las escuelas? ¿se encuentran los alumnos y los profesores en peligro en los centros escolares? ¿contribuye las escuelas a generar pequeños matones o delincuentes? Ha llegado el momento de investigar la realidad de los centros educativos para determinar hasta que punto es real la situación que se describen en los medios de comunicación. 2.1.Indice de conflictividad La mayoría de los estudios sobre la conflictividad escolar no se plantean un registro de la incidencia de la conflictividad, es decir, detectar el número de veces que los alumnos interrumpen al profesor, número de veces que un alumno se levanta de su sitio sin pedir permiso, saber cuantos enfrentamientos de ideas o discusión se han producido entre los alumnos, contabilizar el número de veces que un alumno difiere de las ideas del profesor, el número de veces que se ha resuelto satisfactoriamente el problema, etc. De manera que el conflicto no esta siendo investigado desde su globalidad, sino que esta siendo abordado desde una visión parcial del mismo, ya que las investigaciones no se centran en estudiar la perspectiva positiva del conflicto, sino que por el contrario, los estudios se centran en registrar el numero de veces que los conflictos son resueltos de forma violenta en los centros escolares, el tipo de respuesta conflictiva que se manifestó, el lugar donde se llevó a cabo, la gravedad que perciben los alumnos de este tipo de situaciones, etc. Según los datos que se contemplan en el Informe del Defensor del Pueblo (1999) sobre la percepción que tienen los alumnos de la incidencia de los comportamientos violentos en el centro escolar demuestran que la mayoría de los alumnos se consideran testigos de situaciones de violencia, mientras que una minoría están implicados directamente en las dinámicas de agresión –victimización, siendo mayor el numero de agresores que el de víctimas. Del mismo modo, en el estudio llevado a cabo por el grupo de investigación GICA en la Comunidad Valenciana revela que la mayoría del alumnado se considera competente moralmente y capaz de resolver sus problemas y conflictos sin recurrir a la violencia, sólo una tercera parte de los mismos emplearía la violencia como mejor recurso en algunas ocasiones, pudiendo ser preocupante que un 5% de los alumnos no respeten en absoluto al profesor, se peleen con los compañeros sin buscar otra vía de solución a los problemas, se reconozcan claramente intolerantes y no piensen en el daño que ocasionan a los demás (García López y Martínez Céspedes, 2001). En cuanto a la percepción que los profesores tienen del índice de conflictividadagresividad en los centros escolares, en general se cree que éstos se dan con una menor frecuencia que la indicada por los alumnos. Además, no se incluye como uno de los principales problemas escolares, no es algo que preocupe excesivamente a los profesores, porque en realidad no se trata de un fenómeno generalizado. Sin embargo, son conscientes de la necesidad de educar en valores, en unos comportamiento valiosos que garanticen una sana convivencia entre escolares, entre profesores y entre esocalres-profesores. 2.2.Tipos de conflictos Resulta complicado poder realizar un estudio comparativo de la percepción que tienen los alumnos del tipo de comportamiento conflictivo que impera en las escuelas, cuando cada investigación cuenta con una clasificación de los conflictos distinta. El estudio nacional realizado por el Defensor del Pueblo contempla la clasificación de los conflictos que se muestra en la tabla I, siendo las conductas violentas menos graves, como la agresión verbal y la exclusión social, las que presentan una mayor incidencia en los centros escolares, según los alumnos agresores y los alumnos victimizados. Por otro lado, los alumnos más violentos consideran que las conductas de abuso, de pegar y maltratar a otro físicamente se cometen con mayor frecuencia de lo que las perciben las víctimas. En cuanto a la opinión del resto de compañeros que son testigos de las agresiones se ha podido comprobar que las conductas de agresión verbal, a excepción de hablar mal de los otros, se perciben con menor incidencia que las declaradas por los agresores y víctimas. Maltrato físico - Amenazar con armas (directo) - Pegar (directo) - Esconder cosas (indirecto) - Romper cosas (indirecto) - Robar cosas (indirecto) Maltrato verbal - Insultar (directo) - Poner motes (directo) - Hablar mal de alguien (indirecto) Mixto (físico y verbal) - Amenazar con el fin de intimidar - Obligar a hacer cosas con amenazas (chantaje) - Acosar sexualmente Exclusión social - Ignorar a alguien - No dejar a alguien participar en una actividad En cuanto a la percepción que tienen los alumnos de la comunidad valenciana del comportamiento de sus propios compañeros, el 84% creen que el comportamiento conflictivo más frecuente es el de molestar y no dejar dar la clase, el 45% perciben que los insultos hacia el profesor también son una conducta frecuente en las aulas. Además, algo más de un tercio de los encuestados considera que hay alumnos agresivos y violentos en su clase y el 27% afirman que existen dinámicas de intimidación entre sus compañeros. 2.3.Lugares En lo referente a la percepción que tienen los alumnos del lugar donde suelen cometerse los actos de violencia, el informe del Defensor del Pueblo contempla el lugar donde con mayor frecuencia se manifiesta cada una de las situaciones violentas expuestas anteriormente. De manera que el patio es el lugar donde suelen producirse las peleas, las agresiones físicas directas, aunque este tipo de conductas también tienen una fuerte presencia en la clase. Por otro lado, el aseo es el lugar idóneo para esconder cosas y los alrededores del centro para amenazar con armas. Sin embargo, el lugar donde suelen cometerse con mayor frecuencia insultos, poner motes, acosar sexual a algún compañero/a, romper o robar cosas es en el aula, resultando curioso que el lugar donde se supone que debe haber mayor vigilancia es donde se de una mayor variedad de situaciones conflictivas. Estos datos difieren mucho de los obtenidos por el grupo Gica de Valencia, ya que el lugar donde se suelen cometer las peleas es en los alrededores del centro escolar, al menos así lo cree un 42% de los encuestados frente al 12% de los alumnos que componen la muestra del informe del defensor del pueblo. El segundo lugar más conflictivo es el patio, mientras que los pasillos y los aseos son de los lugares más seguros del centro. 2.4.Genero La mayoría de los estudios de conflictividad-agresividad coinciden en resaltar la relación que existe entre la manifestación de conductas violentas y el genero, de modo que los alumnos que suelen pelearse, amenazar a otros, robar cosas, poner motes, insultar, acosar sexualmente, etc. son de sexo masculino, tan solo en un tipo concreto de conducta violenta sobresalen las chicas y es en la forma de excluir a los otros difundiendo rumores inciertos, hablando mal de los otros, ignorando, etc. Por lo tanto, como afirman muchos autores (Cerezo, 1997; Olweus, 1998, etc), las formas de agresión directa suelen ser típicas de los chicos, mientras que las formas de agresión indirecta y psicológicas suelen ser más común en las chicas. Para concluir este apartado, me gustaría resaltar que los datos de los que disponemos, a pesar de no ser tan alarmantes como en otros países, nos permiten determinar y justificar la necesidad de elaborar programas educativos que contribuyan a que estas situaciones de agresividad desciendan considerablemente llegando a desaparecer de los centros escolares. 3. Propuestas pedagógicas para la intervención En este apartado no se trata de ofrecer todo un recetario de actividades para que el profesor las aplique en su aula, pues las situaciones de conflictividad escolar varían según las características del centro, según el nivel educativo y según las características propias del grupo aula y el clima establecido. En definitiva, son las características personales y situacionales del colectivo de alumnos los que van a determinar la selección y concreción de actividades. Además, las necesidades son distintas según la realidad escolar, por eso los materiales didácticos que elabora un profesor se quedan obsoletos en breve, siendo poco útiles para grupos posteriores. Por otro lado, la elaboración de materiales didácticos para el desarrollo de algunas de las líneas de trabajo que se recogen a continuación no supone una tarea difícil o complicada para los profesores, ya que ellos son los que mejor conocen a sus alumnos y además, disponen de la creatividad suficiente como para poder echar mano de la cantidad de recursos y opciones que en la vida diaria se le ofrecen y adaptarlos para trabajarlos en clase. Tomando estas consideraciones como punto de partida, se hace necesario para la reconstrucción de la convivencia en el aula contemplar entre los objetivos del Proyecto Educativo de Centro o de Aula las siguientes líneas de actuación: - Desarrollo y fomento del diálogo. El diálogo debe ser entendido como el elemento posibilitador de una gestión pacifica de los conflictos escolares. A través del diálogo el conflicto puede ser entendido como connatural a toda relacion, ya que permite su gestión pacífica e inteligente (Uribe, Castañeda y Morales,1999). El profesorado debe tomar conciencia de las posibilidades educativas del diálogo y acabar con pedagogías tradicionales que condenaban a los alumnos al silencio. - Gestión democrática del aula. Según Trianes (1996), para conseguir alcanzar el primer objetivo de su programa: el cambio en la percepción y experiencia de la convivencia cotidiana en el aula se hace necesario hacer al alumno participe de la gestión de la vida de la clase. La gestión democrática en el aula consiste en facilitar el autogobierno de los alumnos, de forma que ellos mismos elaboren sus normas a través de procedimientos democráticos y participen en la autodirección de la vida colectiva del centro escolar colaborando en la toma de decisiones (Pérez, 1996). - Educación en valores. Cualquier propuesta para la gestión positiva de los conflictos pasa necesariamente por una educación en valores donde se trate de educar a los alumnos en el reconocimiento de la dignidad de toda persona, en el derecho al ejercicio de una ciudadanía en la escala donde el alumno participe en la vida pública, deliberación y participación por el interés común de una convivencia sana en el centro escolar, en definitiva se pretende que los alumnos adquieran en las escuelas los contenidos mínimos de una educación cívica. - Propiciar el aprendizaje cooperativo, donde “los objetivos de los participantes se encuentran vinculados de tal modo que cada uno de ellos sólo puede alcanzar sus objetivos sí, y sólo si, los otros alcanzan los suyos” (Escámez, Garcia y Sales, 2002). Este tipo de aprendizaje cooperativo donde el resultado final depende de la actuación de todo el grupo, es superador de los problemas de convivencia que se derivan de mantener en las escuelas una forma de vida competitiva e individualista. - Autocontrol emocional. Los alumnos deben aprender a conocerse a si mismos, tomar conciencia de sus estados internos, de sus emociones, de sus sentimientos, impulsos, etc. para poder después a prender a controlarlos. En relación con el tema que nos ocupa, podemos entender por autocontrol la capacidad de los alumnos para manejar adecuadamente sus emociones e impulsos conflictivos. Por último, el autocontrol emocional requiere educar a los alumnos en la comprensión de las emociones de los demás, saber captar otros puntos de vista, interesarse de forma positiva por los sentimientos y emociones de los demás. El abordaje de la conflictividad escolar requiere necesariamente de intervenciones globales, desde distintos ámbitos (familiar, escolar, análisis critico de los medios de comunicación,...), con lo cual si nos centramos en un solo aspecto las intervenciones serán parciales y contaran con una menor garantía de éxito. Por otro lado, demanda la intervención desde distintos contenidos, es decir, debemos plantear actuaciones con varios ejes como los que aquí se han planteado. Por último, apuntar que la nueva alfabetización en las escuelas además de la preparación en los avances de la ciencia, en el conocimiento de otras lenguas, en el dominio de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, reclama también la mejora de las relaciones interpersonales entre alumnos, entre profesores, entre profesores –alumnos y entre padres-profesores, la mejora del clima de centro, la intervención que nos permita garantiza una sana convivencia, etc. en definitiva una nueva educación que pasa necesariamente por la educación en valores. AUTOR Mª Angeles Hernández Prados Universidad de Murcia BIBLIOGRAFIA - Puig Rovira, J.M. (1997). Conflictos escolares: una oportunidad. Cuadernos de Pedagogía, 1997, nº 257, práxis, Barcelona. - Etxeberría, F. ; Esteve, J.M. y Jordán, J.A. (2001). La escuela y la crisis social. En Ortega, P. (coord) Conflicto, violencia y Educación. Actas del XX Seminario Interuniversitario de Teoría de la Educación. Murcia. 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