Música y proteínas

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Música y proteínas
Autor: Óscar Giménez
ogimenez@doyma.es
Miércoles, 27 de Junio de 2007
De la bilirrubina a la huntingtina
Sorprendente el artículo publicado recientemente en la revista Genome Biology (Genome Biology
2007;8:405), en el que un biólogo molecular de la Universidad de California en Los Angeles, el Dr.
Jeffrey H. Miller, y uno de sus estudiantes, Rie Takahashi, explican que se han dedicado en convertir las
secuencias de diversas proteínas en composiciones de música clásica.
Resulta que el Dr. Miller es un melómano ¿con bastante tiempo libre, por lo visto- que desde hace años
tenía ganas de transformar las secuencias únicas y distintivas de cada proteína en piezas musicales, y que
un buen día conoció a Takahashi que, además de ser un estudiante de genética molecular, sabe tocar al
piano.
Así que se pusieron manos a la obra y se dedicaron a asignar acordes a las 20 secuencias lineales distintas
de los aminoácidos, secuencias que a su vez determinan el ritmo de cada pieza.
En definitiva, se trata de una manera de fusionar arte y ciencia que, en palabras del Dr. Miller, "puede ser
una tremenda herramienta para enseñar biología molecular a los niños, a los ciegos y las personas
profanas en asuntos científicos que estén interesadas en el tema".
Si cualquier lector quiere saber cómo suena la música de la huntingtina ¿involucrada en la corea de
Huntington- o una proteína priónica como las que causan el "mal de las vacas locas", puede pasarse por la
página personal del Dr. Miller en la UCLA
(http://www.mimg.ucla.edu/faculty/miller_jh/gene2music/examples.html) y pinchar en los clips de audio
allí colocados. Hay muchas proteínas más. Y por si fuera poco, invitan a los científicos de todo el mundo
a enviarles sus secuencias para que el "alumno del piano" las interprete y las retorne al remitente en un
archivo de audio. Tras haber escuchado unas pocas, no les auguro un puesto en Los 40 Principales. Ni
siquiera se me antojan candidatas a un próximo festival de Eurovisión. La verdad es que, aunque no
estuviera muy ducho en biología molecular, aquella de la bilirrubina de Juan Luis Guerra tenía más ritmo.
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