ES24 DE MAYO DEL 2014 Si pudiéramos colarnos en un día cualquiera de alguna de las mentes más brillantes de los últimos 400 años, veríamos que no hacen nada demasiado distinto a lo que solemos hacer nosotros. Descubriríamos que tenemos mucho en común con Joan Miró, Charles Darwin, Beethoven o Alice Munro. Que ellos también madrugan –y mucho–; que se toman una taza de café o de té antes de comenzar el día; que se dan una ducha para despertarse; que intentan seguir un horario. Que tienen largas jornadas laborales. Que intentan combinárselo con la familia. Todos, de una forma u otra, buscan maneras de organizarse, de poner cierto orden en las 24 horas del día que les ayude a aprovechar una serie de recursos limitados como el tiempo, la fuerza de voluntad, la disciplina, el optimismo, la creatividad. Como intentamos hacer el resto de mortales, vaya, algunos con más éxito que otros. Henri Matisse, por ejemplo, pintaba todos los días, sin excepción, por lo que incluso tenía que engañar a sus modelos para que posaran para él. “No comprenden que no puedo sacrificar mis domingos por ellas sólo porque tengan novio”, decía. Creía en la disciplina, la misma que observaba Ingmar Bergman, el cineasta sueco, para escribir los guiones de sus películas. “¿Sabe usted lo que es hacer cine? Ocho horas de duro trabajo cada día para obtener 6 La importancia de una rutina Muchos de los rituales o conductas que seguimos tienen la función de preparar al cerebro para la tarea que va a abordar. Por ejemplo, por la mañana en general todos tenemos las mismas costumbres: nos quitamos el pijama, nos duchamos, nos tomamos un café, desayunamos; con algunas diferencias, de acuerdo, pero seguimos un mismo patrón que nos predispone para ir a trabajar. tres minutos de película”, relataba en una entrevista concedida en 1964. “Una rutina sólida genera un entorno trillado para nuestras energías mentales y nos ayuda a conjurar la tiranía de los estados de ánimo. Creando buenos hábitos podemos liberar a nuestras mentes para pasar a campos de acción de verdad interesantes”, recoge Mason Currey en el libro Rituales cotidianos. Cómo trabajan los artistas (Turner Noema, 2014), un compendio de las rutinas, tics, rarezas y manías de más de 160 escritores, pintores, compositores o científicos. “Esos rituales tienen la función de establecer cortes temporales –señala Eparquio Delgado, psicólogo clínico y director del Centro Psicológico Rayuela (Tenerife)–. Nos preparan, nos condicionan. Somos animales de rutinas y necesitamos regularidad para sentir que, de alguna manera, controlamos nuestra vida y eso nos reduce la ansiedad asociada a la incertidumbre”. La necesidad de tener una rutina es inherente al ser humano y, además, puede resultar muy ventajosa al liberarnos de tener que enfrentarnos a las mismas decisiones cada día: “¿Me levanto? ¿Me ducho? ¿Desayuno? ¿Voy a trabajar? ¿Qué horario haré hoy? “Y eso abre la puerta a la imaginación, a la creatividad, al pensamiento abstracto. Dejar algunos aspectos de nuestra vida diaria al automatismo evita que malgastemos recursos. “Las rutinas son necesarias y todos las tenemos aunque no nos percatemos –indica Llúcia Viloca, psiquiatra psicoanalista miembro de la Sociedad Española de Psicoanálisis–. Los artistas y las personas con trabajos muy creativos antes de ponerse a crear pasan por un momento de vacío, el de enfrentarse a la página en blanco y eso les resulta muy angustiante. Necesitan cogerse a alguna cosa constante e invariable que les dé seguridad, que funcione como eje vertebrador para a partir de aquí poder crear”. Y esos son los rituales cotidianos. Echarle un vistazo a los que siguen o han seguido muchas mentes brillantes puede darnos, tal vez, algunas pistas para ser más productivos o, quién sabe, acercarnos aunque sea un ápice a su genialidad. Tal vez por eso la mayoría de mentes brillantes, establecen y siguen una rutina bastante estricta. Vladimir Nabokov, el padre de la famosa adolescente Lolita, al final de su vida se instaló a vivir con su mujer en Montreux, en Suiza, y seguía a diario una marcada pauta: se despertaba a las 7 de la mañana y se quedaba un rato en la cama repasando mentalmente diversas cosas. A eso de las 8, finalmente se levantaba, se afeitaba, desayunaba, meditaba un rato y luego tomaba un baño. En ese estricto orden. A continuación se ponía a trabajar hasta la hora del almuerzo en su estudio, para antes de comer dar un paseo con su esposa. Almorzaban de 13 h a 13.30 h y Nabokov volvía a sentarse a su escritorio hasta las 18.30 h, sin pausa. A las 19 h cenaba, a las 21 h estaba de nuevo en la cama, donde leía hasta las 23.30 h y luchaba contra el insomnio hasta la 1.30 h. RITUALES COTIDIANOS Texto Cristina Sáez Desde los que se levantaban al alba y trabajan sin interrupciones hasta la hora de almorzar, hasta los que necesitan practicar ejercicio para ser más creativos, pasando por quienes necesitan grandes dosis de cafeína y azúcar. Todos los trucos, hábitos y rutinas de los artistas ANA JÍMENEZ La poetisa Sylvia Plath mantuvo un diario personal desde los 11 años hasta que se suicidó con 30 y en él relataba la lucha constante que mantenía para intentar establecer justamente una rutina para poder escribir. Sólo poco antes de morir lo consiguió: tomaba sedantes para dormir y cuando se le pasaba el efecto, hacia las cinco de la madrugada, se levantaba y escribía hasta que sus hijos se despertaban. De esta forma, en sólo dos meses en 1962 consiguió producir casi todos los poemas incluidos en Ariel. Aprender a ser flexible No obstante, a pesar de que una rutina puede resultar muy beneficiosa para predisponer al cerebro a trabajar, cuando es muy estricta también puede bloquearnos. Es lo que le ocurría al dramaturgo inglés Charles Dickens, que era incapaz de crear en ausencia de ciertas férreas condiciones. Para empezar, necesitaba silencio absoluto, por lo que incluso en una de sus casas hubo que instalar una doble puerta en su estudio para bloquear cualquier sonido. Nadie lo podía interrumpir. Sus hijos y su mujer tenían prohibida la entrada mientras él trabajaba.