La indignación global y sus avatares1 Autor: Josep Maria Antentas Institución: Centre d'Estudis Sociològics sobre la Vida Quotidiana i el Treball (QUIT)-Institut d'Estudis del Treball (IET) de la UAB Resumen: El objetivo del trabajo es analizar las características generales de conjunto de la oleada internacional de movilizaciones nacida en 2011, primero con las revoluciones en el mundo árabe y después con el ascendo del movimiento del 15M en el Estado español y posteriormente Occupy en Estados Unidos. 2011: el año de la indignación global En un escenario de crisis, las reacciones de las y los trabajadores pueden estar dominadas por el miedo y el egoísmo o por la solidaridad y la rabia ante la injusticia. Pueden orientarse hacia opciones progresistas o hacia alternativas reaccionarias. No hay ningún automatismo entre malestar y movilización social, y aún menos en movilización en sentido solidario. Los procesos sociales toman tiempo. Tras el crack de 1929 el movimiento obrero estadounidense tardó más de cuatro años en responder, pasar a la ofensiva y sacudir la vida política y social del país ( La Botz, 2009). Ahora ha sido necesario también un tiempo de lenta reacción inicial. Pero a diferencia de los años 30 la crisis actual tiene lugar tras un largo proceso de retroceso del movimiento obrero y los movimientos populares que explica las bases gelatinosas del renacimiento de las luchas sociales y las dificultades que experimentan para conquistar nuevas posiciones y avanzar firmemente. La revoluciones en el mundo árabe iniciaron esta ola de indignación global que marcó el año 2011, un año que, sin duda, será recordado como el de las revoluciones árabes y el del ascenso del movimiento de l@s indignad@s. Del terremoto de la crisis, surgió finalmente, no de forma mecánica ni automática, el tsunami de la movilización social. El carácter democrático y social de la “primavera árabe” ha hecho que las comparaciones con las revoluciones europeas de 1848 hayan sido frecuentes. El “1848 árabe” (Ali, 2011) tiene esta doble 1 Esta comunicación está basada en los análisis desarrollados en el libro Planeta Indignado (Sequitur, 2011) es crito conjuntamente con Esther Vivas dimensión democrática y social entrelazada que se expresa en una aspiración simultánia a la democracia y la libertad y a la justicia social. Democracia y justicia social son también los dos ejes presentes, bajo formas distintas, en el movimiento indignado y occupier. La caída de Ben Alí y Mubarak transmitió un mensaje muy claro: la idea de que la acción colectiva es útil. “Los levantamientos de Túnez y Egipto tienen una significación universal. Crean posibilidades nuevas cuyo valor es internacional” señaló certeramente Alain Badiou (2011). Del terremoto árabe no se desprendió mecánicamente un tsunami social en Europa, debido a las grandes distancias culturales. El impacto en las conciencias de las y los trabajadores europeos de los procesos en el norte de África fue limitado pero, a pesar de todo, el ejemplo árabe fue un contrapunto importante a la acumulación doméstica de derrotas y un buen antídoto a la resignación. A falta de una cultura internacionalista sólida, las victorias frente a los tiranos en Túnez y Egipto no fueron percibidas en un sentido estricto, por el grueso de los trabajadores europeos, como victorias propias, excepto por parte de aquellos trabajadores inmigrantes de origen árabe o amazigh. Pero a pesar de su “exterioridad”, estas “victorias ajenas” difundieron un mensaje muy claro, el de “Sí se puede”, que caló entre los círculos activistas y entre amplios sectores de la juventud europea y euromediterránea, que fue la palanca inicial del nuevo ciclo. Un mensaje que fue crucial para el arranque de la rebelión de l@s indignad@s. Sin una Plaza Tahrir no hubiera habido un Sol o una Pl. Catalunya. Con los acontecimientos del norte de África como aguijón inicial, y mediante un efecto de clásico de emulación e imitación, la protesta llegó a la periferia de Europa (si bien en el caso griego ésta había empezado ya anteriormente) e Israel (con independencia de las ambigüedades y límites del movimiento israelí respecto a la cuestión Palestina). El Mediterráneo se situaba así en el corazón de esta nueva oleada de contestación social, en un momento donde entrábamos en una segunda fase de la crisis que tendría en la zona euro su punto focal. Después, la protesta daría el salto hacia Nueva York, donde prendió gracias a la chispa de l@s indignad@s españoles y la primavera árabe, y también al impacto que había dejado la movilización precedente en Wisconsin a comienzos de 2011. Desde los Estados Unidos la nueva ola se propulsaría a varios lugares del planeta lanzando el movimiento occupier en ciudades de todos los continentes. Sin olvidar las movilizaciones estudiantiles en Chile, que arrancaron en mayo del 2011 y que se mantendrían durante todo el segundo semestre del mismo año, y las protestas en Rusia, en diciembre contra el fraude electoral, o la caída del gobierno rumano, en febrero ya de este 2012, como resultado del descontento ante las políticas de austeridad. La rebelión de l@s indignad@s representa la emergencia de un nuevo ciclo internacional de protesta que tiene su elemento motriz en la lucha contra los efectos de la crisis y las políticas que buscan transferir su coste a las capas populares. Por el momento su fuerza es muy desigual país por país. En algunos la profundidad social de la rebelión popular ha sido enorme, en otros sólo ha comenzado siquiera a despuntar. En términos históricos es el segundo gran ciclo movilizador posterior al fin de la Guerra Fría y a la proclamación del “nuevo orden mundial”, a comienzos de los años 90, proclamado por George Bush padre tras la primera guerra del Golfo, la desintegración de la URSS y la caída del muro de Berlín. Reaparece así, bajo otra forma y otro contexto muy distinto, el “¡Ya Basta!” que entonaron los Zapatistas en su alzamiento del 1 de enero de 1994, entonces la primera revuelta contra este “nuevo orden mundial”. El ciclo “antiglobalización”, que tuvo su apogeo a finales de los años 90 y comienzos del nuevo siglo, permitió mostrar las falacias de las promesas del neoliberalismo triunfante en la posguerra fría y del Consenso de Washington. Ayudó a deslegitimarlo simbólicamente y a desenmascarar algunas de sus principales instituciones y que, como hemos señalado, contrariamente a las teorías de Francis Fukuyama, la historia no había terminado y que, después de los retrocesos de los años 80, había renacido la capacidad de movilización social. La partida recomenzaba de nuevo, aunque en condiciones muy desfavorables y sin la fuerza suficiente para frenar al neoliberalismo avasallador e imponer un cambio de paradigma. Hoy, este segundo round del combate contra el capitalismo global se desarrolla en un contexto muy distinto al que vio nacer al movimiento “antiglobalización”. Estamos en otra fase de la evolución histórica del capitalismo, la de la “gran crisis” del 2008, que marca un punto de inflexión, un antes y un después. El ciclo presente se desarrolla en medio de una crisis sistémica de dimensiones históricas y por ello la profundidad del movimiento social en curso y su arraigo social es sin duda alguna mayor y tiene un carácter mucho más directamente político. Las contradicciones sociales se han intensificado y condensado. La propia naturaleza del capitalismo global y la magnitud de la crisis contemporánea empuja a la internacionalización de la protesta social. Hay que entender la ola en curso como un proceso que tiene unas características generales, que deben interpretarse en su globalidad, y, al mismo tiempo, una concreción específica en cada país. No se trata de disolver las particularidades de cada situación nacional-estatal en un esquema generalizador, ni al contrario, de tener una visión fragmentaria del proceso. El movimiento del Estado español no es una mera réplica importada de la Primavera Árabe, ni Occupy lo es del primero. El movimiento del 15M en el Estado español y Occupy Wall Street en Estados Unidos, el movimiento de las plazas en Grecia..., son fenómenos españoles, norteamericanos y griegos específicos, arraigados en un contexto nacional-estatal determinado, que interseccionan con el contexto político y económico global. Han sido movimientos con características propias, pero interrelacionados e interdependientes que, desde su propia singularidad, forman parte y se sienten partícipes del mismo ciclo global. El nuevo internacionalismo de la indignación Qasba, Tahrir, Sol, Catalunya, Syntagma, Wall Street... la propia naturaleza del capitalismo global y la magnitud de la crisis contemporánea empuja a la internacionalización de la protesta social. A medida que el impulso indignado fue recorriendo el planeta, siguiendo una peculiar geografía que cruzó primero las dos orillas del Mediterráneo y después el Atlántico, millones de personas se han sentido identificadas con las ocupaciones y movilizaciones, teniendo la sensación de formar parte de un mismo movimiento, del mismo “pueblo”, el “pueblo de l@s indignad@s” o de los “occupiers”, el “pueblo de las plazas” y de compartir unos objetivos, agravios y adversarios comunes. El “internacionalismo” es un concepto muy amplio y que ha tenido distintos significados a lo largo de la historia, la mayoría con connotaciones positivas como nos recuerda Perry Anderson (2002) quien lo define descriptivamente como “toda perspectiva o práctica que tiende a trascender la nación en dirección hacia una comunidad más amplia, de la que las naciones siguen constituyendo las unidades principales”. La rebelión de l@s indignad@s marca, pues, el ascenso de un nuevo impulso internacionalista, que bebe de la estela del “internacionalismo de les resistencias” del movimiento “antiglobalización” renacido en los 90 y los años 2000 pero que se manifiesta bajo otras formas y en nuevos escenarios, y sin referencias a experiencias pasadas. Encarna una nueva mutación histórica de la perspectiva internacionalista que se expresa en una reacción colectiva a los estragos de la crisis económica y a las políticas de ajuste que acentúan la mercantilización del planeta, la vida y la sociedad y el dominio sin fin del capital representado por el proceso de globalización y a la “universalidad confiscada por los vencedores de ayer y de siempre” (Bensaïd, 2012). Una reacción colectiva a la reorganización social bajo el dictado del capitalismo financiero en el marco de la crisis sistémica contemporánea. Si en el ciclo “antiglobalización” el nuevo internacionalismo en ascenso fue dibujando una “extraña geopolítica de las resistencias” (Bensaïd, 2003), con nombres de ciudades de Seattle a Génova, pasando por Praga, Barcelona o Porto Alegre, en el ciclo actual son las plazas, de la Qasba a Tahrir, de Sol a Catalunya y de Syntagma a Zucchetti, las que dan nombre al internacionalismo en ascenso. "Crear dos, tres…muchos Vietnam es la consigna", proclamaba el Che en su Mensaje a la Tricontinental publicado el 16 de abril de 1967. Crear dos, tres... muchas Tahrir, Sol o Catalunya... ha sido la autoconsigna de facto e instintiva de la etapa actual. En esta nueva fase actual, se han combinado dos dinámicas: primero, la extensión de las movilizaciones sociales más allá de las fronteras nacionales por los procesos de difusión y emulación, inicialmente dentro del mundo árabe, después pasando al norte del mediterráneo y de aquí saltando hacia Nueva York, como palanca previa a su (desigual) difusión por gran parte del globo; segundo, el impulso de jornadas de movilización global descentralizadas, como la del 15 de octubre de 2011 (15O). Más allá del 15O, sin embargo, las luchas en ascenso tienen el reto de poder articular una resistencia internacional sostenida. Esto es particularmente evidente dentro de la Unión Europea, donde la necesidad de coordinar a escala continental la protesta contra los planes de austeridad y de “europeizar las luchas” aparece como un imperativo ineludible para unos movimientos sociales que se enfrentan a un ataque sin precedentes de los derechos sociales de los trabajadores y los pueblos de Europa. Los límites de la resistencia nacional-estatal quedan patentes en la impresionante movilización popular del pueblo griego. En este sentido, una de las debilidades del movimiento global indignado es que, a pesar del éxito dela jornada del 15O y de la capacidad por generar dinámicas internacionales vía Internet, el movimiento carece por el momento de espacio de coordinación internacional de referencia. La capacidad de comunicación internacional y de articulación de iniciativas conjuntas coordinadas electrónicamente y de difusión de las movilizaciones locales ha sido muy importante, generando un espacio virtual transfronterizo que ha permitido la organización de iniciativas en común. Pero faltan todavía espacios, marcos de discusión y ámbitos de trabajo internacional físicos, tales como campañas, encuentros..., donde sea posible tomar iniciativas, elaborar estrategias e intercambiar experiencias. Donde se pueda, en otras palabras, empezar a construir una política común compartida entre una diversidad de actores, movimientos y realidades. Esto contrasta con la etapa anterior “antiglobalización” donde el ascenso del movimiento conllevó la creación de marcos internacionales de trabajo, tales como campañas y redes internacionales temáticas permanentes (por ejemplo las de la deuda externa), encuentros y reuniones para organizar las contra-cumbres, y herramientas como los foros sociales. Los instrumentos del período “antiglobalización” quedaron ya obsoletos. Y ahora está por ver de qué nuevos instrumentos de coordinación podrá dotarse esta marea indignada, partiendo de su propia experiencia para reinventar la praxis internacionalista en las nuevas condiciones del presente. En la etapa actual, las luchas sociales dibujan una “escala móvil de los espacios” (Bensaïd, 2008) que concibe la relación entre los distintos niveles espaciales-geográficos de la resistencia a los impactos de la crisis como interconectados entre sí de forma dialéctica y no excluyente (Löwy, 2004). A diferencia del periodo “antiglobalización” y de los años sesenta-setenta, la interrelación entre los distintos planos espaciales de la acción, el local, el nacional-estatal y el internacional, es ahora mucho más sólida. El vínculo entre lo local y lo global, lo concreto y lo general, es muy directo y evidente. Así, por ejemplo, con las resonancias de las movilizaciones en el mundo árabe de fondo, el 15M estalló como una protesta en el Estado español con manifestaciones en bastantes ciudades. Rápidamente se dispersó geográficamente por un sin fin de municipios y por los barrios de las grandes urbes. Las asambleas barriales nacieron o se fortalecieron sintiéndose parte de un movimiento general. Su actividad localiza las demandas y objetivos globales del movimiento y globaliza los problemas concretos particulares. Hay un camino de ida y vuelta del barrio a las protestas globales, como la jornada del 15 de octubre, y viceversa. La fortaleza de esta dinámica, que hay que reforzar, es evitar valorizar sólo una acción local, a pequeña escala, aislada de procesos de luchas más generales, así como una acción internacional desconectada de realidades sociales locales y de realidades sociales concretas. Permite, en otros términos, conseguir lo que Harvey (2003) llama una dialéctica de la política que se mueva de la microescala a la macroescala y viceversa. Ésta debe ser la perspectiva estratégica del nuevo internacionalismo indignado frente a la crisis global. La trayectoria tras el estallido Dos años después del estallido del 15M y del arranque posterior del movimiento Occupy es posible hacer un primer balance de lo acontecido y de los límites y oportunidades del nuevo ciclo abierto en 2011. 15M y Occupy, el primero con más fuerza que el segundo, han cambiado radicalmente el clima y el paisaje político y los debates en la esfera pública, marcando nuevos temas en la agenda política y mediática y dando cauce y significado al malestar hasta entonces latente y pasivo de amplias mayorías. Han relegitimado la protesta social muy a pesar de gobernantes y políticos que ven como su normalidad se torna profundamente alterada. Incluso en aquellos casos donde el movimiento no alcanzó a amplios sectores sociales y se limita por lo general a minorías militantes juveniles, como en Estados Unidos, su propia existencia rehabilitó a la protesta y tuvo un impacto en las conciencias y percepciones del grueso de los trabajadores, tal y como el movimiento de los derechos civiles hizo en los sesenta tras los oscuros cincuenta (La Botz, 2012). Desde su estallido el movimiento ha comportado un fuerte proceso de repolitización de la sociedad, de reinterés por los asuntos colectivos y también de reocupación social de un espacio público usurpado cotidianamente por los intereses privados. Ha significado un aprendizaje colectivo del ejercicio de la democracia y la autoorganización. El ciclo indignado y occupier no sólo es mucho más potente, debido al drástico escenario en que se desarrolla, que el ciclo internacional “antiglobalización” de los 90 y 2000 que constituyó la primera respuesta a la mercantilización generalizada del mundo. Es también un movimiento mucho más politizado. Interpela directamente a la política, los políticos y los partidos. Irrumpe y desestabiliza los procesos electorales y tiene resonancias de los procesos revolucionarios árabes. Pero dicha politización renace desde muy abajo, en un ambiente de confusión ideológica y cultural, de ausencia de referencias políticas, y de falta de claridad estratégica. El 15M y Occupy, cada uno a su escala propia, fue el pistoletazo de salida y una especie de precursor lo que puede estar por llegar. No han sido un fenómeno episódico o coyuntural, sino el comienzo de una nueva oleada contestataria internacional que expresa una marejada de fondo que no va a evaporarse. Su desarrollo no ha sido sin embargo lineal, sino discontinuo y con altibajos, como es característico de los procesos de movilización social. Dos años es necesario, a raíz de dicha trayectoria discontinua y fragmentaria, de hecho realizar alguna precisión entorno al propio concepto de “movimiento del 15M”, que no deja de ser un término problemático, tras la dispersión y fragmentación experimentada por éste desde la segunda mitad de 2011 en adelante. Así, es correcto hablar de movimiento del 15M no tanto en el sentido de que exista un movimiento articulado y organizado capaz de proseguir el impulso de mayo y junio de 2011, sino en el sentido de que existen una infinitud de campañas, iniciativas y colectivos que se reconocen como parte de un mismo movimiento, comparten una cierta identidad, trayectoria y referencias político-culturales y vitales, y tienen en el 15M su lucha y acontecimiento fundacional (real o simbólico). El movimiento del 15M tal y como lo conocimos en mayo y junio de 2011 dio paso a “una galaxia 15M” en la que orbitan diversas iniciativas y proyectos propios, con dinámicas específicas, pero interrelacionadas y que se reconocen mutuamente. El ascenso de las luchas sociales tras el 2011 la marea indignada no ha alcanzado todavía consistencia suficiente para provocar un cambio de rumbo ni para frenar los ataques sociales cada vez más intensos, pero sí ha supuesto un desafío sin precedentes a un neoliberalismo de muy maltrecha legitimidad y a los intentos de socializar el coste de la crisis, que hasta el 15M parecían incontestables. La oleada de luchas en curso ha supuesto una “modificación brutal de la relación entre lo posible y lo imposible” en palabras de Alain Badiou (2011b), aunque en un contexto donde el movimiento se desarrolla en unas condiciones adversas y bajo una degradación muy fuerte de la correlación global de fuerzas y en las que tiene serias dificultades para conseguir victorias. Una de les debilidades del arranque del nuevo ciclo, que continua una dinámica ya presente en las resistencias a la mercantilización del planeta desde los 90, es la poca traducción organizativa de las luchas. No hay un crecimiento significativo a gran escala de organizaciones políticas, sindicales o sociales alternativas existentes ni la emergencia de nuevas formas estables de participación a gran escala como resultado de la radicalización en curso, más allá de las asambleas de barrio. La lógica del ciclo actual es defensiva, supone una reacción colectiva a un ataque generalizado con un determinado modelo social. Muchas de las luchas, incluso, tienen un carácter defensivo extremo, casi a la desesperada, con intentos físicos para impedir que Parlamentos, consejos de gobierno de Universidades, plenos municipales... aprueben recortes y ajustes. Pero esta dinámica defensiva de fondo contiene en su seno elementos ofensivos en el sentido de ser disruptivos y de tener capacidad de desestabilización del funcionamiento rutinario de la instituciones. No ha conseguido hasta ahora una dinámica significativa de victorias que permitan una acumulación de fuerzas ascendente y pasar de la resistencia al contraataque. Victorias las ha habido, pero parciales, muy defensivas, como es el caso de los deshaucios parados, y dentro de un marco global de avance de las políticas de ajuste. En la Unión Europea, la “ofensiva total” contra derechos sociales y libertades, la voracidad del ajuste y de la represión puede desencadenar dos escenarios alternativos que en realidad van a entremezclarse durante mucho tiempo hasta decantarse uno u otro definitivamente. El primero es que avance de forma imparable el bulldozer del ajuste, triturando las resistencias a su paso y consiga consolidar un sistema político cada vez más oligárquico y plutocrático y un modelo de sociedad donde el capital reine sin límites, en el que sindicatos y movimientos sociales ocupen un lugar marginal. El segundo es que, a riesgo de tensar demasiado la cuerda, la magnitud de la tragedia provoque un boomerang social del que sólo hayamos visto los prolegómenos y se siga acentuando la crisis de legitimidad de instituciones políticas y económicas abriéndose la puerta a un cambio de paradigma y de modelo. Todas las grandes crisis de la historia del capitalismo se han saldado con una reorganización de las relaciones sociales y entre clases. El sentido de la misma permanece abierto. Bibliografia Ali, T. (2011). “El 1848 árabe: los déspotas se tambalean y caen”, Sin Permiso, 06/02/11. Anderson, P. (2002). “Internationalism: a breviary”, New Left Review, 14, pp.5-25. Badiou, A. (2011). “Tunisie, Egypte:quand un vent d'est balaie l'arrogance de l'Occident”, Le Monde, 18/02/11 Badiou, A (2011b). “Una modificación brutal de la relación entre lo posible y lo imposible”, Rebelión, 26/06/2011 Bensaïd, D. (2011). La sonrisa del espectro. Madrid: Sequitur. Bensaïd, D. (2003). Le nouvel internationalisme. Paris: Textuel. Bensaïd, D. (2008). Elogio de la política profana. Madrid: Península. Harvey, D. (2003). Espacios de esperanza. Madrid: Akal. La Botz, D. (2009). “The global crisis and the wolrld labor movement”, New Politics, 47. La Botz, D. (2012). 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