Encuentro con Marías MARÍA DEL CARMEN PAREDES MARTÍN * L a atención a los filósofos españoles en el contexto de nuestra formación cultural —no me refiero exclusivamente a la formación filosófica, sino a la intelectual, en sentido amplio— ha solido ser desigual y frecuentemente menos intensa de lo conveniente. Y sin embargo, bien pueden considerarse como una fuente de formación intelectual y de educación estética y lingüística, ya que la lectura filosófica de textos redactados en español se enriquece tanto por el tono como por el estilo original de la lengua, de los recursos verbales, los juegos semánticos y sonoros. En mis primeras indagaciones sobre la filosofía española contemporánea me pareció reconocer la existencia de un lenguaje dentro del lenguaje, que transcurría por los vericuetos de los razonamientos y noticias, o se detenía, a veces, en los meandros de las semblanzas de otros autores. Me acerqué a la llamada “Escuela de Madrid” de la mano de Julián Marías, tratando de averiguar cómo era ese contorno de la filosofía española, que se cualificaba con un índice geográfico tan preciso y cercano. Pronto advertí que la unidad geográfica designaba en primer lugar el centro de irradiación de un movimiento de renovación del pensamiento y de la cultura en la España de la primera mitad del siglo XX. Luego, el centro dejaba de tener un sentido de autorreferencia única y se llenaba del significado de aquella irradiación, tan necesaria para la existencia y la actividad de sus diversos componentes, representantes todos de la mencionada Escuela. La unidad geográfica dejaba paso a una cierta unidad de pensamiento que se ofrecía como mejor explicación de su denominación. Ese pensamiento que se me aparecía como unitario reunía una diversidad de temas, que no estaban relacionados de una manera directa con problemas filosóficos, puesto que se referían más bien a problemas de circunstancias, a hechos y situaciones concretos de la realidad española. Así pasaban a ser los * Universidad de Salamanca.. sucesos y las situaciones dependientes de ellos objeto de reflexión y productores de una corriente de pensamiento, a la vez que el movimiento que dio lugar al nombre de “Escuela” se concretaba en un pensamiento originado por los hechos y problemas que constituían el objeto inmanente de reflexión. Pero no se trataba únicamente de eso. Así como la denominación geográfica no acotaba en exclusividad el lugar que servía de base al desarrollo de esa corriente de pensamiento, así también la problematicidad más cercana no agotaba los temas de interés. Muy frecuentemente, la discusión de algún problema de la historia reciente cedía terreno para dejar constancia o para desarrollar —de otra manera— alguna tesis filosófica expresa, por ejemplo, positivista o fenomenológica en sentido amplio, que unas veces era compartida, otras rechazada y por lo general reinterpretada en un nuevo marco de referencia. De este modo, la reflexión sobre problemas internos adquiría una fisonomía capaz de ser reconocida desde una perspectiva distinta, la cual entroncaba directamente con el pensamiento europeo. Por otra parte, la construcción filosófica se articulaba en una diversidad de formas escritas, de géneros y estilos. La belleza de la prosa era un resultado nuevo y como inesperado, un plus que no provenía del fondo de los asuntos y tampoco era estrictamente necesario para entender mejor el alcance de los mismos. Se diría que la ocupación con los hechos y problemas de carácter más próximo requería la configuración de un lenguaje que no era ya el tradicional de los ensayos filosóficos, aunque tampoco se separaba por completo de ellos. La convergencia entre el carácter específico de los acontecimientos tratados y la originalidad del lenguaje que los hacía existir para la prosa confería a ese pensamiento en lengua española un significado y una forma propios. Para el lector se trataba y se trata, también, de la experiencia de un lenguaje dentro del lenguaje escrito, que se abre paso en éste unificando su contenido expresivo y dotándole de identidad. Y como la filosofía, en sus diversas formas y corrientes, cuando es auténticamente filosofía se da a sí misma un modelo de razón, ese lenguaje interno a la prosa filosófica española no era sino expresión de la razón que lo impulsaba, “razón vital” según la conocida denominación de Ortega. Este modelo de razón ha quedado adscrito a la época y a la obra de pensamiento que le dio consistencia, sin que haya sido, por lo demás, explícitamente sustituido por otro modelo de razón acuñado por el pensamiento español. Marías, en su obra sobre la Escuela de Madrid, apunta a la necesidad de restituir a la circunstancia, como uno de los lemas identificatorios del pensamiento que él nos da a conocer y del que desde luego forma parte. Restituir a la circunstancia su validez en el contexto de una situación histórica y recuperar su significado para la vida individual y colectiva podía definir, o al menos así yo lo recuerdo de mi primera lectura de aquel texto, una de las tareas de la razón en su orientación hacia la vida. El pensamiento y la historia se dan cita en el vértice de la situación sobre la que inciden y en torno a la cual constituyen —y restituyen— la unidad de que son parte y expresión los géneros, estilos y temas que le dan contenido. Era la unidad de este pensamiento una unidad mayor consigo mismo que la que alcanzaron otras manifestaciones culturales, tal como se ha puesto de manifiesto en su desarrollo hasta el presente.