Tres de cada diez alumnos inmigrantes sufren fracaso escolar El 32,6 por ciento de los jóvenes extranjeros de entre 16 y 18 años está escolarizado frente al 83,6 de los españoles. Sólo uno de cada cincuenta accede al Bachillerato R. BARROSO/ MADRID. La integración de los inmigrantes en el sistema educativo es uno de los grandes retos a los que, desde hace tiempo, se vienen enfrentando los países europeos. Y con medio millón de extranjeros matriculados, España no iba a ser menos. Hoy día, la realidad dista mucho de la que se vivía hace una década en las escuelas españolas que acogían a unos 50.000 alumnos extranjeros. Poco a poco se fue registrando un crecimiento anual de entre un 6 y un 15 por ciento, que se aceleró hasta el 28 y que ahora supera el 45 por ciento en algunos cursos, según los últimos datos del informe «España 2005», elaborado por la Fundación Encuentro. No obstante, y a pesar de los esfuerzos por lograr su integración, lo cierto es que el 30 por ciento de los alumnos inmigrantes fracasa y no concluye los estudios básicos. Amén del alto grado de absentismo que también se registra entre estos estudiantes. Pero para más inri, el informe señala que el fracaso de la integración no sólo se produce en el espacio escolar. Así, estos jóvenes arrastran situaciones familiares y sociales que obstaculizan los procesos educativos, «al menos en el funcionamiento actual de la escuela». Su marginación comienza en lo espacial, ya que viven en barrios marginados, sus familias carecen de trabajo fijo o tienen empleos precarios, los servicios sociales y educativos son deficientes y sus oportunidades, por tanto, están limitadas. Ayuda insuficiente La diversidad de la escuela española resulta evidente: cerca de medio millón de alumnos extranjeros de 160 nacionalidades. La pregunta que cabe hacerse es cuáles son los instrumentos que debe conservar la escuela y cuáles han de poner en marcha para evitar el abandono prematuro de los estudios. El objetivo: que estos jóvenes no acaben aceptando trabajos no cualificados y reproduzcan la precaria situación laboral de sus padres. En lo que respecta al profesorado, si hay una opinión unánime es la «insuficiente» ayuda que reciben por parte de la Administración. Además, la mitad de los docentes considera que es necesaria una preparación específica para facilitar la integración de estos alumnos, así como una reducción de los grupos. Los docentes aseguran que valoran por igual a todos los alumnos, sin importar la procedencia, pero existe un significativo 26,2 por ciento que piensa que se valora mejor al estudiante autóctono. No obstante, las opiniones y actitudes difieren en función del porcentaje del alumnado inmigrante escolarizado. Así, cuanto más alto resulta -a partir del 30 por ciento- son más los profesores que se quejan y aseguran que la presencia de estos alumnos es negativa para el centro, que influye sobre el rendimiento académico del grupo o que afecta al prestigio del centro y a la demanda de alumnos. Visión de las familias inmigrantes Los expertos señalan que muchas familias inmigrantes consideran que existe «permisividad moral», comparada con sus países de origen, la falta de respeto de los alumnos autóctonos a la autoridad de los profesores y, por ende, a los padres, y el rechazo racista o xenófobo por parte de otros compañeros y de algunos profesores. Las familias se sienten «débiles», una cuestión que, según el informe, explica parte de la tendencia a recurrir al servicio educativo público porque les mitiga la inseguridad socioeconómica en que viven. En general se muestran bastante contentos con el sistema educativo si lo comparan con el de sus países. Sin embargo, el desconocimiento del currículo escolar, de su contenido, ciclos... es importante, de manera que los padres inmigrantes suelen ignorar en qué ciclo su hijo debe saber leer y escribir. La integración de sus hijos en la escuela la valoran conforme a tres factores: que no tengan problemas de conducta, que tengan amigos y que se lleven bien con los profesores. Para los padres, la meta ideal es el acceso a los estudios universitarios para poder conseguir un empleo digno y una posición social. Sin embargo, la realidad es que se preocupan de lograr la formación académica indispensable para una salida profesional y laboral más rápida. Unas expectativas que, por otra parte, quedan en muchas ocasiones cercenadas por el fracaso escolar y las dificultades de integración de estos menores. Pero a pesar de las dificultades de integración a las que se está enfrentando nuestro sistema educativo lo cierto es que España se encuentra aún lejos de los porcentajes de alumnado extranjero de otros países. Los datos del último informe Eurydice revelan que el porcentaje de jóvenes extranjeros incluidos en la población en edad escolar es inferior al 6 por ciento. Una cifra que se eleva por encima del 10 por ciento en Alemania y Austria, mientras que se señala que es muy bajo en los países que se han visto afectados por la inmigración de forma más reciente. Así, es inferior al 3 por ciento en la República Checa, Grecia, España, Irlanda, Hungría, Eslovenia, Finlandia, Reino Unido e Islandia. Luxemburgo, donde más de un tercio de la población menor de 15 años es extranjera, es la excepción. Dominio de la lengua El dominio de la lengua del país de acogida es uno de los requisitos indispensables para una buena integración escolar de estos menores. Una cuestión determinante si se tiene en cuenta que en la gran mayoría de los países europeos un considerable porcentaje de inmigrantes habla lenguas distintas a las del país en el que reside. Por ello, las medidas de apoyo lingüístico son hoy día las más extendidas en toda Europa, con independencia de si se apuesta por la «inmersión» directa en las clases ordinarias o por mantener a los alumnos separados. Pero además, la mayoría de los sistemas educativos ofrece un apoyo paralelo para que se les enseñe su lengua materna y aprendan la cultura de su país de origen. El informe de la Fundación Encuentro hace también hincapié en la necesidad de un cambio en la forma de enseñar del profesorado y, sobre todo, en las actitudes de profesores, padres, alumnos y de la sociedad. En este sentido apuesta por poner en marcha una asignatura sobre la cual existe hoy un importante revuelo: «Educación para la ciudadanía democrática».