II DOMINGO DE CUARESMA, 16/3/2014 Génesis 12, 1-4a; Salmo 32; Timoteo 1, 8b-10; Mateo 17, 1-9. Ya ha pasado una semana de Cuaresma, desde las tentaciones, y, en este domingo se nos ofrece a meditar el relato de la Transfiguración: un momento de gloria, de triunfo, en un camino que conduce hacia la Pasión y Muerte. Antes del relato de la Transfiguración, la Liturgia de la Palabra nos recuerda que la Cuaresma es camino, camino hacia Dios, o lo que es lo mismo, hacia la tierra prometida, hacia el cumplimiento de la promesa de Dios. Pero para llegar a esa meta, a ese cumplimiento, hemos de recorrer el camino, hemos de salir, salir de nosotros mismos, salir del yo, de la tentación del yo, para confiar plenamente en Dios, es lo que tuvo que hacer Abrán, salir de su tierra, de la casa de su padre, para poder llegar a donde Dios le decía. Esto es palabras de Pablo a Timoteo, es un “duro trabajo”, implica esfuerzo, perder comodidad, pero es algo que podemos lograr, no porque seamos mejores o porque hagamos bien las cosas, sino porque contamos con la ayuda de Dios, con su gracia, con su misericordia, es decir, con su amor frente a nuestra miseria. Ese amor de Dios es similar al que tuvo hacia Santiago, Juan y Pedro, un amor que lo llevó a llamarlos para que le acompañaran al Tabor, más adelante también los llamará a ellos para que le acompañen al huerto de los olivos. Santiago, Pedro y Juan no eran mejores que el resto de los apóstoles, pero fueron llamados, elegidos por Jesús para ser sus testigos, como nosotros hoy: no somos mejores que los demás, que los que no vienen a misa, ni siquiera somos menos pecadores que ellos, pero estamos aquí elegidos por Él para ser sus testigos, para dar testimonio, de que en Jesús se cumple la Ley (representada por Moisés) y las profecías (representadas por Elías). Ser testigos implica superar la tentación de querer quedarnos con lo bueno de la experiencia de Dios, es decir, lo que Pedro indica cuando sugiere quedarse allí y hacer tres tiendas. Para ser testigos hay que volver al lugar de origen, entre los hombres y mujeres de los que procedemos, y a ellos contarles lo que hemos visto, vivir en medio de ellos según lo que hemos experimentado. Esto es lo que debemos hacer. Así, hoy, Jesús nos invita a meditar sobre su gloria, sobre su Triunfo en la Transfiguración, pero lo hace no para que nos quedemos nosotros con esa experiencia para nosotros mismos, sino para que la llevemos a los demás, a todos, y la llevemos con nuestras vidas. Que él nos ayude a ser sus testigos.