Alicia empezaba ya a cansarse de estar sentada con

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ALICIA EN EL PAIS DE LAS MARAVILLAS
Alicia empezaba ya a cansarse de estar sentada con
su hermana a la orilla del río, sin tener nada que
hacer: había echado un par de ojeadas al libro que
su hermana estaba leyendo, pero no tenía dibujos
ni diálogos. «¿Y de qué sirve un libro sin dibujos
ni diálogos?», se preguntaba Alicia.
Así pues, estaba pensando (y pensar le costaba
cierto esfuerzo, porque el calor del día la había
dejado soñolienta y atontada) si el placer de tejer
una guirnalda de margaritas la compensaría del
trabajo de levantarse y coger las margaritas,
cuando de pronto saltó cerca de ella un Conejo Blanco de ojos rosados.
No había nada muy extraordinario en esto, ni tampoco le pareció a Alicia muy extraño
oír que el conejo se decía a sí mismo: «¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Voy a llegar tarde!»
(Cuando pensó en ello después, decidió que, desde luego, hubiera debido sorprenderla
mucho, pero en aquel momento le pareció lo más natural del mundo). Pero cuando el
conejo se sacó un reloj de bolsillo del chaleco, lo miró y echó a correr, Alicia se levantó
de un salto, porque comprendió de golpe que ella nunca había visto un conejo con
chaleco, ni con reloj que sacarse de él, y, ardiendo de curiosidad, se puso a correr tras el
conejo por la pradera, y llegó justo a tiempo para ver cómo se precipitaba en una
madriguera que se abría al pie del seto.
Un momento más tarde, Alicia se metía también en la madriguera, sin pararse a
considerar cómo se las arreglaría después para salir. Al principio, la madriguera del
conejo se extendía en línea recta como un túnel, y después torció bruscamente hacia
abajo, tan bruscamente que Alicia no tuvo siquiera tiempo de pensar en detenerse y se
encontró cayendo por lo que parecía un pozo muy profundo.
O el pozo era en verdad profundo, o ella caía muy despacio, porque Alicia, mientras
descendía, tuvo tiempo sobrado para mirar a su alrededor y para preguntarse qué iba a
suceder después.
Charles Lutwidge Dodgson -Lewis Carroll- (Daresbury, Cheshire, 27 de enero de
1832 – Guildford, Surrey, 14 de enero de 1898), además del gran escritor que fue, era
matemático, dibujante, se lo considera uno de los mejores fotógrafos de su tiempo y un
poeta genial.
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