En una cálida tarde de verano, tan calurosa que ni una sola hoja agitaba el aire, Alicia y su hermana mayor fueron a la orilla del río a remojar los pies en el agua fresca y merendar sobre un mantelito de cuadros bajo la sombra de los alisos. De la cesta de la merienda, la hermana de Alicia sacó un libro muy gordo. La verdad es que la hermana de Alicia podía meter la nariz en una de sus novelas sin sacarla en toda la tarde. Pero a la pequeña Alicia no le gustaban aquellos libros que eran todo letra… ¡sin tan siquiera un dibujo! Y por más que espiaba por encima del hombro de su hermana, no comprendía cuál podía ser el interés de un libro solo de letras. Así que se puso a recoger flores para hacer un ramito. En esto estaba cuando vio pasar un conejo blanco, vestido con una chaqueta y un chaleco, que corría casi sin aliento. rde aaa —¡Madre mía, qué tarde llego! ¡¡Qué ta llego!! ¡¡Tarde tardísimo!! –iba diciendo el Conejo, al tiempo que miraba un reloj de bolsillo que llevaba atado con una cadenita. «¿Dónde se ha visto a un conejo ir tan apurado?», pensó Alicia. Y sin dudarlo ni un solo minuto, salió veloz detrás de él para ver dónde se dirigía. Ni siquiera se despidió de su hermana, que quedaba en la orilla enfrascada en la lectura. Después de mucho correr, el Conejo se metió en una madriguera que había bajo unos arbustos. Y allí se metió también la niña.