El aviador

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El aviador
Por: Luis Ramón Carazo
Howard Hughes es una referencia obligada cuando se escribe y habla de los hombres y
mujeres de negocio más importantes de la historia. Tan importante, que hace poco se filmó su
vida, en una cinta protagonizada por Leonardo DiCaprio.
El aviador –y no me refiero al que cobra sin chambear–, es el título de la magnífica crónica
biográfica dirigida por Martin Scorsese sobre un apasionado pionero con la idea clara de
perfeccionar el vuelo y acumular fortuna económica durante su vida, por cierto, la más grande
en su tiempo.
Howard nació en Houston, Texas, en 1905. Su papá fue fundador de Hughes Tool Company y
murió en 1924, heredándole su fortuna a su hijo, entonces de 18 años y sin estudios
profesionales. Más aún, el joven nunca terminó la preparatoria.
El tío de Howard, Ruperto (llamado como el hermano de Borola Tacuche, esposa del
legendario Regino Burrón), supervisó los intereses de su sobrino hasta que éste cumplió 21, la
mayoría de edad.
Howard y su esposa, Ella, se fueron a Hollywood en 1924 para complacer inquietudes fílmicas.
Cuando falló en el intento, contrató a Noah Dietrich como el director de la productora –
subsidiaria de la empresa de herramientas– y a Lewis Mileston como director cinematográfico.
Este equipo funcionó muy bien: en 1928 conquistó el Oscar por la cinta Dos caballeros árabes
(Two Arabian Knights).
Su siguiente filme, Ángeles del Infierno –dirigida y escrita por Hughes y actuada por Jean
Harlow–, tardó mucho en ser terminada. Fue la película más costosa de la época (1930), se
invirtieron 3.8 millones de dólares y trataba el tema de los aviadores de la Primera Guerra
Mundial. Perdió casi el 50% de su inversión.
Sin embargo, la cinta despertó el interés de Hughes por la aviación y consiguió su licencia de
piloto incluso antes de que terminara la filmación.
Entre 1932 y 1943 retó a la moral de ambas épocas con la película Scarface (censurada hasta
que ganó una batalla legal), y luego con Outlaw (1943), primera cinta de la actriz Jane Russell
y donde mostró parte de su esplendoroso busto. Para exhibir esta película tuvo que librar otra
batalla legal. Por cierto, Jane fue su inspiración para diseñar el medio porta-bustos.
Hughes fundó la División de Aviones de Hughes Tool, empresa pionera en muchas de las
innovaciones tecnológicas de vuelo. En un principio, su objetivo era financiar la costosa
conversión de aviones militares en carrera y comerciales.
Gracias a sus relaciones gubernamentales (hoy llamadas cabildeo), logró que en 1933 el
Departamento de Comercio de los Estados Unidos le asignara la licencia de piloto 80, en lugar
de la 4223 que originalmente poseía, 21 puestos por debajo del famoso Lindbergh.
Ese año consiguió empleo por única vez en su vida como empleado de American Airways con
un nombre falso, pero cuando lo descubrieron lo despidieron y ahí terminó esta aventura.
En 1935 construyó y voló el avión más rápido del mundo, el H1, y batió récords en vuelos
transcontinentales. Redujo a la mitad el tiempo récord de Lindbergh de Nueva York a París. Por
sus logros en la aviación, que por poco le cuestan la vida, le valieron que el Aeropuerto de
Houston lleve su apellido.
Al empezar la Segunda Guerra Mundial, se enfocó a la producción de aviones militares; sin
embargo, su indisciplina para el protocolo de seguridad militar le evitaron lograr contratos,
excepto por el que consiguió con Henry J. Kaiser, constructor de barcos, por 18 millones de
dólares en tres meses y tuvo un sonado fracaso, del cual al final salió bien librado.
En 1950 Hughes manufacturó satélites espías y se alió con la CIA, metiéndose en situaciones
políticas muy intrincadas que involucraron a personajes como Richard Nixon y hechos como los
de Watergate, que culminaron en la salida de la presidencia de Estados Unidos de este último.
En 1957 corrió a Noah Dietrich y en 1966 vendió a TWA por 546 millones de dólares, ese año
se mudó a las Vegas.
Su salud comenzó a deteriorarse, así como su prestigio, y en 1972 vendió las acciones de
Hughes Tool. En 1974 le fueron robados documentos hasta ese tiempo secretos, en esa época
vivió en varias ciudades del mundo, en especial Acapulco, cambiando drásticamente su
apariencia. Murió en 1976.
A falta de hijos, su fortuna, estimada en 2 millones de dólares, pasó a manos de sus 22 primos.
La división de aviones acabó en manos del Instituto Médico Hughes, fundado por él (sin fines
de lucro en 1953). Sus propiedades en Nevada pasaron a ser propiedad de Summa, de la cual
fue socio.
Mientras muchos solamente soñamos con el futuro, Hughes fue capaz de alcanzarlo gracias a
su tenacidad e ingenio. Quiso ser multimillonario, hacer películas y volar como nadie en su
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época lo había hecho. A pesar de los obstáculos y sus enfermedades, logró todas las metas
que se propuso.
Curiosamente, Howard nunca tuvo un plan sobre quién tomaría su lugar cuando él faltara, ni
hubo un proceso controlado y vigilado para encontrar al líder adecuado para cuidar y
desarrollar sus negocios. Su fortuna se diluyó entre parientes a quienes casi nunca vio y tal vez
a los que no pretendía heredar.
La última reflexión, la más negativa, es que mezcló mafia y política, terminando su vida de
manera solitaria por su propia decisión y deteriorada salud mental. Triste para una mente tan
brillante y de la cual en estos tiempos pocos conocen. No es casual, pues, que su biografía
resulte incómoda en Estados Unidos, pero ahora que salió a la luz, es bueno recordarlo como
uno de los motores empresariales del siglo XX.
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