"Poco me importa saber lo que gusta o no gusta al Papa. Es un hombre como los otros. Escucho al Papa como Papa, es decir cuando habla en los cánones y cuando delibera con el Concilio, y no cuando habla de su propio jefe." "A menos que se me convenza por testimonios bíblicos o por una razón de evidencia (porque no creo ni en el Papa ni en los Concilios solos: es constante que han errado demasiado a menudo y que se han contradicho) estoy ligado por los textos que he aportado; mi conciencia está cautiva en las palabras de Dios. Revocar cualquier cosa, ni lo puedo ni lo quiero. Porque actuar contra la propia conciencia, es ni seguro ni honrado. Que Dios me ayude. Amén. En Lucien Fevbre: "Martin Lutero" extracto. p. 169. “…Efectivamente, cuando no podemos justificarnos por nosotros mismos y nos llegamos a El para que El nos haga justos al reconocer que no somos capaces de sobreponernos al pecado. Esto lo hace cuando creemos en sus palabras; mediante tal acto de fe nos justifica, es decir, nos tiene por justos. Por esto se las llama justicia de la fe y justicia de Dios efectivas. M. Lutero: Comentario a la Epístola de los Romanos (1515-16). “Cuando Lutero fue desterrado del Imperio (Edicto de Worms), Lutero escribió sus obras principales: En "El papado de Roma" (junio de 1520) definió lo que llegaría a ser la base del protestantismo: "el reino de Dios está dentro de nosotros mismos", y la verdadera Iglesia es "la cristiandad espiritual, interior". La iglesia visible es, por lo tanto, una institución puramente humana. No puede, pues, identificarse con cuerpo místico (espiritual) de Cristo. En la "Llamada a la nobleza cristiana de la nación alemana (agosto de 1520) atacó a los "tres muros de la Romanidad": la pretendida superioridad del poder pontificio sobre el poder civil (la Iglesia sólo debería tener autoridad espiritual); el derecho que se arroga el Papa de interpretar él solo la Sagrada Escritura; la superioridad del Papa sobre los concilios. Así Lutero llamaba a los príncipes y nobles (al ser miembros influyentes del pueblo cristiano) a luchar contra la tiranía de Roma y a laborar por la reforma de la vida cristiana. Insistía principalmente en la teoría del sacerdocio universal”. DELUMEAU, Jean. La Reforma. Editorial Labor. España. 1977. p.35. “La Doctrina de los Sacramentos”. “De donde resulta que, si queremos expresarnos con rigor, no hay más que dos sacramentos en la Iglesia de Dios: el Bautismo y el Pan, pues sólo en estos dos descubrimos el signo instituido por Dios y la promesa de la remisión de los pecados”. “El Bautismo que yo asigno a toda la vida, bastará en verdad por todos los sacramentos que hayamos de usar en ella. El Pan, por el contrario, es en verdad el sacramento de los moribundos y de los que salen de esta vida, ya que en él conmemoramos el tránsito de Cristo de este mundo, para poderle imitar en ello. Y hemos de distribuir estos dos sacramentos de forma que el Bautismo se asigne al arranque y desarrollo de toda la vida, y el Pan por su parte a su conclusión y muerte. Y el cristiano debe ejercitarse en uno y otro dentro de este pobre cuerpo, hasta que plenamente bautizado y confirmado, pase de este mundo naciendo a una vida nueva, eterna, para celebrar el banquete con Cristo en el Reino de su Padre, como prometio en la última cena cuando dijo: En verdad os digo, desde ahora no beberéis de este zumo de la vid hasta que se cumpla en el Reino de Dios. De forma que resulta bien claro que instituyó el sacramento del Pan para recibir la vida futura. Entonces, en efecto, realizada la esencia de ambos sacramentos, dejarán de existir el Bautismo y el Pan”. “Lutero hizo volver a los hombres a las fuentes originales que aceptaban los mandamientos y los consejos como válidos y verdaderos para todos, pero les ayudó a ver la diferencia vital de que un hombre debía obedecer en el estado o en la profesión a que Dios le hubiese llamado y no en otro. No era cierto que hubiese una ética “más elevada” válida para frailes, sacerdotes, monjas y religiosos, y una ética “inferior” para la gente casada y aquellos cuyas vocaciones se hallaban en el mundo seglar. El carácter del oficio no era lo operante, sino el carácter de la relación con Dios en cualquier oficio en que El hubiese puesto a un hombre, campesino o príncipe, alfarero o sacerdote. El príncipe realizaba una función distinta a la del campesino, el alfarero otra distinta a la del sacerdote, pero el mismo Dios sobre todos había salvado a todos de la misma manera y por el mismo evangelio. En la esfera a la que había sido llamado (a menudo simplemente colocado por su nacimiento), un hombre sabía lo que era obedecer a Dios y servir a aquellos con los que Dios le había relacionado. Únicamente en esta esfera, y no en alguna acción supuestamente santa, inútil tanto para Dios como para el hombre, era donde el hombre era invitado a obedecer los mandamientos y consejos”ATKINSON, James. Lutero y el nacimiento del protestantismo. Alianza. Fuente Primaria: “Las 95 tesis (1517)”. 6. El Papa no puede perdonar pecado alguno si no es declarado ni confirmado que ha sido perdonado por Dios. 21. Yerran por consiguiente aquellos predicadores de indulgencias que dicen que por las indulgencias papales el hombre queda libre de toda pena u se salva. 23. De poderse otorgar a alguien la remisión de todas sus penas, es seguro que esto se concede solo a los que muy perfectos, es decir, a muy pocos. 24. Por esto tiene que engañarse la mayor parte del pueblo, por aquella indiscriminada y magnifica promesa de la remisión de la pena (pecado). 36. Cualquier cristiano verdaderamente arrepentido obtiene la remisión plenaria de pena y culpa que, aun sin cartas de gracia (de la indulgencia), se le debe. 40. Una contricción sincera busca y ama las penas; la largueza de las indulgencias, por el contrario, las desvirtúa, e impele a su repulsa. 43. Se ha de enseñar a los cristianos que hacen mejor dando al pobre o prestando al necesitado, que tratando de redimir mediante indulgencias. 84. De igual manera: ¡Qué nuevo género de piedad en Dios y en el Papa es la que concede al impío y enemigo de Dios u en el Papa es la que concede al impío (pecador) y enemigo de Dios redimir por dinero su alma y volverla amiga de Dios y no, en cambio, por caridad gratuita, a la vista de la necesidad de la misma alma piadosa y amada? 94. Hay que exhortar a los cristianos a que traten de seguir a su cabeza Cristo, por la pena, la muerte y el infierno. 95. Y así confíen en entrar en el reino de los cielos, más por muchas tribulaciones que por la seguridad de la paz. M. Lutero: Disputatio pro declaratione virtutis indulgentiarum (1517). “La superstición dominante tenía un efecto aún más nefasto sobre la práctica de la misa. La verdadera doctrina católica de la misa, que exige una experiencia espiritual real y una educación teológica auténtica en el laico, se había convertido en un acto que daba derecho al hombre a un puesto en el cielo. En aquellas misas quedaba muy poco del encuentro de Dios con Su criatura en gracia y de la re-creación del creyente, y había demasiado de cumplimiento de un ritual establecido. El dinero que cobrara el sacerdote por decir misas con algún fin determinado situaba la misa no en el contexto de la obra divina de salvación del hombre, sino en el contexto de las obras humanas. Con esto, se desarrolló el gran escándalo de las indulgencias y de su asociación con las reliquias. Todo ello eran deformaciones paganas de una teología cristiana, o quizá debiéramos decir, desviaciones de una religión teocéntrica a una religión antropocéntrica”. “Estos castigos se llamaban temporales en cuanto que tenían un fin; tenían que ser afrontados aquí en la tierra, pero si fuese preciso toda la deuda de castigo temporal (conocida sólo por Dios) tenía que ser sufrida en las penas del purgatorio. El castigo eterno se reservaba sólo para el hombre condenado a la perdición. El purgatorio era muy real y terrorífico par el hombre medieval, y la Iglesia le mantenía advertido de su pecado y sus consecuencias, cualitativamente con unos espacios de tiempo tan enormes que convertían al tiempo en una eternidad. Todos los medios de acortar estos sufrimientos se agarraban como un hombre que se está ahogando se agarra a una cuerda”. ATKINSON, James. Lutero y el nacimiento del protestantismo. Alianza. Madrid. España. 1971. S/p.