ARTICULO 4 Agua de la Roca – capítulo 4 y última parte El cuarto capítulo habla de la misión del apóstol marista. Y el texto que encabeza el capítulo compuesto de dos partes es un texto clásico sobre la misión: “El espíritu del Señor está sobre mí. Él me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres. Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las gentes. (Lc 4, 18; cf Is 61, 1). Es clarísimo: la Espiritualidad marista es una espiritualidad apostólica. Y en su actividad apostólica, el apóstol marista “está llamado a estar atento a los más pobres”. Además del texto de Lucas, citando a Isaías sobre la misión, otras referencias bíblicas ponen en evidencia esta dimensión del apostolado. Referencia a Jn 10, 10 invitándonos a ofrecer la vida a los demás, según el ejemplo de Jesús. Referencia al Salmo 126, el salmo preferido de P. Champagnat mostrando que todo el esfuerzo apostólico debe estar cimentado en Dios: sin ele no podemos nada; esta certeza que pide una confianza absoluta en Dios es otro trazo característico de la Espiritualidad de Champagnat dejada a sus discípulos. Referencia a la Visitación diciéndonos la espontaneidad y la rapidez de la atención a los otros cuando se trata de anunciarles, proclamarles y llevarles Cristo e o su misterio (Cf. Lc 1, 39-45). Referencia a Jn 4, 7-27: es el conocido episodio de la Samaritana. En el fondo, “Jesús vive su misión tanto por la palabra como con el testimonio, superando en sus relaciones los límites de la religión y la cultura. En sus encuentros, Jesús valora, alienta y desafía”. (nº 136). Referencia a Mt 28, 18 afirmando el imperativo divino de la misión: ésta no depende de una opción humana, se impone por mandato divino y como consecuencia de nuestro bautismo; somos llamados a hacer discípulos de todas las naciones bautizándoles en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. El bautizado proclama a los demás el bautismo propuesto por el Señor como camino de Salvación para sus discípulos. Y por fin, referencia a Jn 2, 5: es el “mandato” de María invitándonos a hacer todo lo que su Hijo nos diga. Este mandato no fue solamente válido para los sirvientes de Cana; es válido para el apóstol de todos los tiempos, no solo en relación al bautismo, sino en relación a todo apostolado que debe dar vida, y vida en abundancia, a los hijos e hijas de Dios. La última parte es un camino abierto al futuro. De ahí la palabra del profeta Joel, recogida en los Hechos de los Apóstoles que encabeza los últimos números: “Soñamos nuevos sueños, tenemos nuevas visiones” (Cf. Jl 3, 1 y Hch. 2, 17). Por otro lado, esta parte presenta también una referencia a la estatua de Champagnat en el exterior de la Basílica de San Pedro en Roma. Esa estatua representa al P. Champagnat cargando a un niño en hombros. De ahí la referencia bíblica que encontramos en Lc 15, 5: se trata del texto del Buen Pastor que carga la oveja perdida en sus hombros. El apóstol no puede perder de vista esa dimensión que pide compasión, valor y empeño en la búsqueda de aquellos a quienes somos enviados, aunque tengamos que ir a buscarlos lejos, en ambientes inexplorados, en regiones que talvez no estaban en nuestros sueños primeros (Cf. nº 149). Los “nuevos sueños” a que somos invitados son una llamada a la misión. Es éste el significado de la Misión AD GENTES (Cf. n 150) que atraviesa actualmente todo el Instituto y que es parte fundamental de la espiritualidad “marceliniana”. Aun cuando el documento no lo afirma explícitamente, nuestra espiritualidad es misionera. El nº 138 nos recuerda una de las frases preferidas de Champagnat: “Todos los diócesis del mundo entran en nuestras vistas”. Y el nº 155 nos da justamente esta dimensión de una espiritualidad que tiene sus raíces en Champagnat. Como san Marcelino, atento a los pobres Montagne de su tiempo (joven moribundo que el P. Champagnat bendice momentos antes de su muerte), abrimos nuevos caminos para los jóvenes de hoy; como Champagnat, caminando de aldea en aldea en los montes del Pilat (monte situado en la zona donde el P. Champagnat vivió) asumimos sin dudar el don de la educación en los lugares más olvidados de hoy; con Champagnat, humildemente anclado en el amor incondicional de Dios, nos comprometemos en la apertura de nuevos espacios de diálogo intercultural e interreligioso. Por otro lado, nosotros los maristas de hoy, Hermanos y Laicos, estamos llevados a hombros de una vigorosa tradición espiritual apuntando para un futuro prometedor lleno de esperanza. A hombros de todos aquellos que nos han precedido viviendo la misma espiritualidad que nosotros, somos capaces ahora de mirar más lejos y de llevar esta espiritualidad a las generaciones del mañana teniendo en cuenta su historia y sus circunstancias. Y esta parte final termina, casi como una consecuencia lógica de la dimensión mariana de la espiritualidad marista, con una referencia al Magnificat de María: “Mi alma glorifica al Señor” (Lc 1, 46). Es verdad: así como María alaba al Señor por las maravillas que Él ha hecho en ella, todos los maristas de hoy pueden alabar al Señor por el don de la espiritualidad marista de Champagnat a la Iglesia y al mundo (Cf. nº 156).