EXISTE ALGO MÁS Por Alejandra Acevedo Maciel

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EXISTE ALGO MÁS
Por
Alejandra Acevedo Maciel
Ha muerto el Faraón. Todo el pueblo está de luto ante una pérdida tan
grande. Los sacerdotes se preparan para la consagración de su alma y la
preparación de su cuerpo para la eternidad, pues confiamos en que los dioses
guardarán su alma y lo librarán de cualquier peligro en su camino a la eternidad. El
Faraón Amenofis III reinó Egipto durante 39 años, durante su periodo vivimos un
estado de tranquilidad y prosperidad, pues reinó después de las gloriosas campañas
asiáticas de Thutmose III y de Amenhotep II, en las que mi padre combatió liderando
al ejército.
El pueblo se encuentra triste, pero confiado ya que el Faraón concibió un hijo
con la reina Tiy: Akenatón. Aunque de edad corta, se tenían grandes expectativas
de él. Sin embargo, con el tiempo el pueblo se desilusionó de él. Quizá todo el
pueblo se haya llevado un gran chasco, pero hay algo que me inquieta en cuanto a
sus reformas.
Akenatón decidió erradicar el culto a todos los dioses en los que creíamos, y
solamente concentrarnos en el dios Atón, a quien lo consideramos el espíritu que
alienta la vida en la Tierra. ¿Y qué pasaría con Anubis, Kep, Hut-Hor y los demás
dioses? ¿Con las grandes estatuas y templos construidos para adorar? Pero a fin
de cuentas, él es el Faraón y puede hacer lo que él quiera.Así que suspendió todo
tipo de adoración que no fuera a Atón.
Pero yo soy Habibah, mi nombre significa "amada". Tengo 13 años, y al igual
que las demás egipcias de esa edad, de poco me casaré con un guerrero, como mi
padre. Aunque en mi país la voz y opiniones de la mujer son válidas y se toman en
cuenta, el hombre es quien decide sobre los asuntos políticos y religiosos, por lo
que mejor me reservo cualquier tipo de expresión sobre este tema. Solamente las
mujeres ricas y de familias acomodadas y reales tienen derecho a participar en
estos asuntos.
En mi descaro, me fui a dar una vuelta al templo de Luxor, que ahora lucía
asolado y deteriorado. Sigue siendo impresionante con sus grandes estatuas de
Amón, pinturas casi perfectas y muros que parecieran permanecerán eternamente.
Allí es el lugar donde nos reuníamos a adorar. ¿Por qué el Faraón tomó esta
repentina decisión? ¿Qué lo impulsó a armarse de valor y erradicar costumbres que
por siglos sus ancestros guardaban? Quizá sea por intereses, convicciones o
creencias personales, pero de lo que estoy segura es que esta decisión cambió mi
perspectiva de ver al mundo.
Dentro de mí existe una inquietud, una sensación que no puedo explicar, pero
que puedo sentir. Pero, es algo que no puedo decir a cualquiera, de lo contrario, mi
vida corre peligro. Lo he descubierto poco a poco y cada vez me convenzo que
estoy en lo correcto.
Cierta noche, en una de las tantas veces que mi padre salió con el ejército,
me escapé de casa. Quería salir de las cuatro paredes que me rodeaban. Sentía la
necesidad de buscar algo que nunca había visto, ni sentido, algo de lo que nadie
me había hablado jamás. Llegué hasta la orilla del río Nilo, ese río que
supuestamente era propiedad de Anuket, diosa del agua. Pero al llegar no vi a
ninguna diosa, sólo pude ver mi rostro iluminado por la luz de la luna, reflejado en
el agua. Después, vi a unos pequeños peces de muchos colores; corté una flor de
loto y la observé antes de colocarla en mi cabello, tan simétrica, perfecta y
perfumada. ¿Quién la perfumó de ese olor tan agradable? ¿Qué pintor la tiñó de
ese morado azulado?
Sentí un roce en mi pierna y era mi gatito que me había seguido hasta el río,
la tomé en mis brazos y pude sentir su respiración y los latidos de su corazón. ¿Qué
hace que tenga vida? ¿Quién se dio a la tarea de formar sus grandes ojos verdes,
sus filosas garras y su pelaje negro tan brilloso? Dudo mucho que Keb, dios de la
creación, haya tenido la capacidad de diseñarlo. En los templos lo veía rígido, sin
vida, ni expresiones, incapaz si quiera de ofrecer una palabra.
Me acosté sobre la hierba y mojé mis pies con el agua fresca del río. Nunca
había visto un cielo tan claro, donde las estrellas brillaban como las joyas preciosas
de las vestiduras reales. Los cometas atravesaban el cielo y lo iluminaban de varios
colores. Cuando los vi por primera vez, mi madre me explicó que eran creación del
dios Hor, quien controla lo que sucede en el cielo, así como sus astros. Pero ahora
no estoy muy convencida que esa fría e inmóvil estatua sea la causante de tan
maravilloso mapa celeste.
Corté más flores de loto para llevarle a mi madre, y regresé a casa, con una
nueva ilusión y aparentemente sin haber encontrado nada nuevo, pero con una
tranquilidad que no puedo explicar.
En Egipto muchas personas mueren por esquistosomiasis, que es una
enfermedad parasitaria crónica causada por gusanos, muy común entre nosotros
por consumir alimentos y líquidos contaminados. Yo siempre he sido una persona
sana, pero comencé a sentirme mal de salud y no sabía por qué. “Quizá sea un
pequeño malestar, hija. No te alarmes” decía mi madre para tranquilizarme. Pero yo
sabía que algo sucedía conmigo. Mi abdomen comenzó a hincharse y en mi piel
brotaron algunas ronchas. Un día no logré soportar y mi padre me encontró sobre
el suelo gritando de dolor. Me tomó en sus brazos y me llevó inmediatamente con
el sacerdote y el médico. En nuestra ciudad los médicos se encontraban en un
pequeño cuarto al lado de los templos, donde posteriormente el sacerdote atendía
al enfermo y lo consagraba a los dioses.
“Su hija no tiene remedio” dijo el sacerdote a mis padres. Ellos soltaron en
llanto y yo solo les pedí que quería regresar a casa. Llegó la noche y nuevamente
huí a aquel lugar que había descubierto algún tiempo atrás, donde sentí tanta paz.
Allí reflexioné en lo inútiles que eran aquellos dioses en los que por siglos habíamos
creído. ¿En qué debo creer? No lo sé, yo sólo estoy segura que hay algo que he
ignorado toda mi vida, algo que desconocemos y que no hemos dado la oportunidad
de revelarse. “Sea quien seas, sea lo que seas, necesito que me sanes” exclamé.
A la mañana siguiente, las molestias habían desaparecido, y mis padres me
llevaron nuevamente con el sacerdote. Él, junto con el médico, afirmó que ya había
sanado, y que era un milagro que le atribuyeron al dios de los enfermos, Jonsu,
quien por su voluntad me regresó la salud. Mis labios no pronunciaron palabra
alguna, sólo reflejé una sonrisa y medité en aquel Dios que no sé cómo se llama,
había conocido sin conocer, que sin tocarlo, sin verlo, sin rostro de gato, pelícano o
cuerpo de reptil, sanó mi cuerpo y alma.
Fuentes de referencias:
Recuperado el 15 de marzo del 2016, de:
https://es.wikipedia.org/wiki/Anexo:Dioses_egipcios
http://www.losviajeros.com/Tips.php?p=1714
https://www.nlm.nih.gov/medlineplus/spanish/ency/article/001321.htm:
http://arquehistoria.com/el-templo-de-luxor-19648
http://mihistoriauniversal.com/edad-antigua/cultura-egipcia-antiguo-egipto/
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