El Pórtico de Saint-Nizier: ¿mito o realidad? ***** A pesar de las investigaciones efectuadas desde hace unos veinte años y de los numerosos descubrimientos a los que han conducido, todavía quedan muchas zonas de sombra en la vida del padre Coindre. Su actividad febril, su preocupación constante por la misión, apenas le dejaban tiempo libre para efectuar un balance regular de su actividad y, menos aún, para conservar cuidadosamente datos de ella. Cuando el historiador trata de seguir o de reconstruir su trayectoria, se apoya en el testimonio de sus coetáneos y busca en los archivos, bien sea la confirmación de hechos conocidos, o bien nuevas pistas. Un testigo ocular que se preocupó por consignar sus recuerdos constituye para él una fuente de primer orden. Así, para la fundación del Piadoso Socorro, la primera página de las Memorias del hermano Xavier nos informa de manera tan sobria como precisa sobre los comienzos de la obra: En 1817, el Padre André Coindre, al ver cómo se llenaban de muchachos los hospitales y las cárceles de Lyon, decidió crear un establecimiento para acogerlos y apartarlos del peligro. Comenzó por reunir a cinco o seis en una celda de los antiguos Cartujos cerca de la entrada secundaria de la iglesia; los dejó al cuidado de un joven, llamado Genthon, al que puso de contramaestre. Éste ocupaba a los muchachos en el devanado de la seda y les daba algunas nociones escolares. El grupo creció rápidamente. Entonces pensaron en darles una ocupación más lucrativa que pudiera convertirse en el futuro en un medio de vida para los pobres chicos; a dicho efecto se montaron dos telares para el tejido de la seda. Pero la celda se había quedado ya demasiado pequeña; había por entonces unos quince niños (op. cit., Roma, 1996, p. 5). Esta breve información nos permite medir la distancia que separa tal redacción de las narraciones posteriores en las que el talento del narrador tiende a imponerse sobre el hecho en sí mismo. Nos gustaría disponer de un testimonio parecido para los inicios de la Providencia de San Bruno, destinada a las chicas: tanto la fecha como las circunstancias exactas de su fundación no se conocen bien, y esta imprecisión da pie a interpretaciones singulares que parecen ir magnificándose con el paso del tiempo. En diversas ocasiones, con ocasión de nuestras reuniones en Roma, en los archivos, para la preparación de la serie de Escritos y documentos del padre Andrés Coindre, la Madre María Antonia Bonet, me había comunicado sus dudas respecto al episodio del pórtico de Saint-Nizier según el cual el vicario de San Bruno había encontrado, en una tarde de invierno, a dos niñas abandonadas en el pórtico de la iglesia; ella ponía en tela de juicio el carácter histórico de este acontecimiento y deseaba hacer partícipes de sus dudas a los hermanos. El presente escrito quisiera responder a ese deseo en cuatro tiempos: - exponer, para empezar, las objeciones de la archivera de las Religiosas de Jesús María, - confrontarlas con la tradición de los Hermanos del Sagrado Corazón en cuanto se refiere al episodio en cuestión, - proceder a continuación a un análisis metódico de la narración de la Madre Gabriela María Montesinos, autora de un relato muy detallado de dicho episodio, - con el fin de determinar el género literario que usó. 1. Las animadversiones de la Madre María Antonia Bonet En el marco de un trabajo de investigación efectuado, hace ya más de diez años, en el Departamento de Teología de la Educación del Instituto de Ciencias Religiosas y Catequéticas San Pío X, dependiente de la Universidad Pontificia de Salamanca, algunos hermanos de la provincia de España eligieron como tema de su estudio los orígenes y el primer siglo del Instituto. Las tesinas de licenciatura que defendieron, centradas en los tres momentos más significativos de la historia de los Hermanos del Sagrado Corazón en Francia en el siglo XIX, proponían una interpretación del contexto histórico y de la respuesta institucional que dichos hermanos aportaron; este trayecto histórico se divide en tres etapas: 1. Fundación (1821-1830), 2. Consolidación (1830-1870), 3. Crisis (1870-1903). La originalidad de la iniciativa y la excelencia del análisis provocaron el deseo de que esta última parte, presentada primero, fuese publicada para todo el Instituto: cf. Carlos Almaraz, La institución SC ante el signo de la secularización, Anuario del Instituto de los Hermanos del Sagrado Corazón, nº 90, Roma, 1996, pp. 465-506; y el n° 91, Roma, 1997, pp. 431-472, para la traducción al francés. En junio de 2001, los hermanos Marcelino Madrid García y Antonio López García-Nieto presentaban a su vez su tesina de licenciatura con el título «Los Hermanos del Sagrado Corazón en los extremos de la modernidad, Andrés Coindre ayer y hoy», en un volumen de 370 páginas y XVII páginas más de bibliografía. Se envió un ejemplar de este trabajo a la Madre María Antonia Bonet, archivera de las Religiosas de Jesús María en Roma, que acusó recibo en una larga carta fechada el 6 de junio; una copia de ella fue enviada como información a los archivos generales del Instituto; este documento, insertado en el correspondiente volumen, se conserva con la signatura VPED.009. El interés del estudio y la calidad de la tesina son objeto de elogios fundados y bien justificados, lo que hace aún más pertinente la radical puesta en tela de juicio del episodio del pórtico de Saint-Nizier, según la versión escrita que ella (la Madre María Antonia) se tomó la molestia de redactar y que contiene lo esencial de nuestros intercambios sobre el asunto: En la página 79 copian ustedes un amplio extracto del libro de la Madre Gabriela María [Aquella noche en Pierres Plantées] y, lógicamente, recogen lo que ella dice sobre el tema del encuentro del Padre Coindre con las dos niñas [bajo el pórtico de Saint-Nizier, en invierno]. No estoy de acuerdo en ese punto [la fecha de 1815]. La única fuente que poseemos a propósito de ese encuentro es la «Notice historique sur la Providence paroissiale de Saint-Bruno» («Reseña histórica sobre la Providencia parroquial de San Bruno») redactada por el párroco Bissardon hacia 1859, reproducida parcialmente en la Positio [de Claudine Thévenet] en las páginas 33 a 38, y en la página 168; allí se dice claramente que dicha Providencia comenzó en 1816, y se presenta al Padre Coindre como director espiritual de Claudine. Ahora bien, él apenas acababa de llegar [a Lyon] y aún no conocía a la señorita Thévenet en esa época. Bissardon afirma que el Padre Coindre confió las niñas a las Hermanas de San José; pero, en la biografía de la fundadora, «Mère Saint-Jean Fontbonne: Simple et grande» («Madre San Juan Fontbonne: Sencilla y grande»), se cuenta de manera precisa, basándose en documentos, que las Hermanas no llegaron a Lyon antes del verano de 1816. El 1 de junio de este mismo año habían comprado el castillo Yon pero, al no poder ocuparlo a causa de las importantes reparaciones que había que hacer, no se instalaron en él hasta 1823. Como deseaban establecerse rápidamente en Lyon, alquilaron, en las proximidades del castillo Yon, el 13 de julio de 1815, una celda de los Cartujos en la que se instalaron provisionalmente algunas hermanas; allí abrieron rápidamente un taller para las chicas pero, por falta de espacio, no podían garantizar el internado. En la «Vie de la Mère Saint-Jean» se cuenta, del mismo modo, que el Padre Coindre les confió las niñas porque él no podía hacerse cargo de su custodia. El Padre Bissardon relata igualmente que el Padre Coindre confió las niñas a las hermanas provisionalmente y que después informó de la situación al párroco [Gagneur] y a la señorita Thévenet y que la señorita Chirat (que pertenecía a la Asociación del Sagrado Corazón a pesar de su ya avanzada edad) fue quien, visto el espacio de que disponía, cedió uno de los pisos de su celda de los Cartujos. De todo esto se deduce que sería en verano cuando el Padre Coindre encontró a las niñas. Aun sin disponer de otras informaciones, recuerdo haber dicho a la Madre Gabriela María, poco después de mi llegada a Roma, que no me parecía posible que el hallazgo de las niñas hubiese tenido lugar en 1815, sino más bien en 1816 o en 1817, ya que las actas de la Asociación del Sagrado Corazón precisan claramente (cf. Positio de Claudine Thévenet, pp. 115 y 123) que la fundación de la Providencia de San Bruno tuvo lugar en 1817. De la respuesta de la Madre deduje que ella no estaba segura de que tuviera lugar el hallazgo en 1815. Lo que nunca he podido establecer con certeza, es que se encontrase a las niñas bajo el pórtico de Saint-Nizier. Otro punto que me preocupa desde hace no poco tiempo, es la importancia que concedemos a esas dos niñas, siendo así que nuestras primeras religiosas, como más antiguas, jamás han hablado de ello y que en ninguna parte se hace mención ni de las niñas ni de su hallazgo. De todo esto no se dice nada en ninguno de nuestros primeros escritos históricos, ni siquiera en la primera biografía manuscrita de la Madre fundadora, ni tampoco en la primera «Histoire de la Congrégation», publicada en 1896, basada sin embargo en el testimonio de contemporáneos entrevistados por los autores. Tampoco he hallado rastros en la primera biografía impresa del Padre Coindre. La primera mención de estos hechos, la encontré en una breve biografía de la Madre Saint-Ignace publicada en 1926, después de introducir la causa de su beatificación, y fue escrita por el capellán de nuestra casa de Fourvière, padre Laramas, de acuerdo a los apuntes de la Madre Eufemia Mandri, primera postuladora de la causa y que fue también, creo, la primera entre nosotras que consultó la «Notice historique de la Providence de Saint-Bruno», en los archivos de los Cartujos. A pesar de su perspicacia y diligencia, esta religiosa no tenía formación de historiadora y, sin querer, alteró algunos hechos. 2. La tradición de los Hermanos del Sagrado Corazón Antes de proseguir en detalle con las diferentes objeciones formuladas por la Madre María Antonia, puede ser interesante pasar rápidamente revista a las diversas versiones del hecho, anteriores al libro de la Madre Gabriela María, entre los Hermanos del Sagrado Corazón. En el siglo XIX no se halla rastro de ese episodio en nuestros textos de Instituto; el hermano Xavier no hace ninguna alusión a él en sus Memorias, lo que no sorprende ya que limita sus recuerdos a los primeros años de la congregación; en la «Vie du Père André Coindre», el hermano Eugène parece conceder a la Providencia para chicos anterioridad sobre la destinada para las chicas: «Después de haber organizado la Institución cuyo origen acabamos de relatar [el Piadoso Socorro], el padre Coindre quiso ocuparse también de la suerte de las chicas pobres y abandonadas», op. cit. p. 64. El autor parece ignorar, incluso, la existencia de la Providencia de San Bruno, pues sólo tiene en cuenta la establecida en Pierres-Plantées, en 1818. Podríamos esperar del hermano Basilien, muy amigo de las anécdotas, un desarrollo a la altura de su talento de narrador para presentarnos un cuadro vivo y pintoresco del encuentro de Saint-Nizier: ahora bien, ni la breve biografía del fundador aparecida al principio del Anuario n° 4, ni «Un siècle de vie religieuse et d’éducation chrétienne» redactado con ocasión del Centenario, en 1921, dedican una sola línea al eventual hallazgo del padre Coindre ante la iglesia donde fue bautizado. El autor se atiene a la narración del hermano Eugène y no parece conocer ni la existencia ni el contenido de la «Notice sur la providence paroissiale de Saint-Bruno», siendo así que, por otra parte, tiene en cuenta los relatos de la muerte del padre Coindre, salidos de los mismos archivos. En 1956, en su «Historique de l’Institut», el hermano Stanislas se atiene a lo esencial en cuanto a la fundación de esa providencia: «A partir de 1816, [el padre Coindre] reunió algunas niñas en una antigua celda de los Cartujos, cerca de la iglesia de San Bruno y se las confió a las señoritas de una asociación que él mismo había fundado, la Piadosa Unión». Después establece distancias con sus predecesores, hermanos Eugène y Basilien, devolviendo a la providencia para chicas la anterioridad sobre el Pío Socorro: «Lo mismo que hizo para las chicas, el padre Coindre lo repite, en 1817, para los chicos. Reúne cinco o seis en otra celda de los Cartujos» (op. cit., p. 5). Dieciséis años más tarde, en «Supérieurs Généraux 1821-1859», sólo aporta unas ligeras modificaciones a la primera redacción: «En 1817, recoge algunas huérfanas en una antigua “celda” de los Cartujos, en San Bruno», sin precisar más sobre las circunstancias de esta fundación. En la «Chronologie et iconographie», editada en 1987, el hermano Jean Roure sitúa el evento en 1816, sin dar la fecha; toma su información de la «Notice sur la providence paroissiale de Saint-Bruno», atribuyéndosela por error al padre Pousset. La obra de la Madre Gabriela María Montesinos, «En cette nuit-là aux Pierres Plantées», aparecida en 1973 en ediciones France Empire, encuentra enseguida oídos más indulgentes entre nosotros. Con ocasión de la celebración del bicentenario del nacimiento del padre Coindre, en Lyon, en 1987, el hermano René Sanctorum evoca «Une grande figure de l’Eglise de Lyon: André Coindre, 1787-1826»; evita hacer trabajo de historiador, cita sus fuentes y, para este episodio, se ciñe punto por punto a la versión de Gabriela María. Es verdad que este texto, reproducido en «Monsieur Coindre, cahier de travail n° 5», Roma, 1986, en las páginas 100-101, acababa de ser difundido ampliamente en el Instituto, otorgándole en cierto modo un reconocimiento oficial. 3. La versión de Gabriela María Montesinos Pocos días después de instalarse en la Cartuja, en una tarde de invierno, al pasar el Padre Coindre ante la fachada de la iglesia de Saint-Nizier, vio a dos niñas cubiertas de harapos, muertas de hambre y de frío, acurrucadas en la puerta. La mayor podría tener cuatro años, la pequeña apenas tres. El sacerdote se detuvo, habló con las niñas; por sus respuestas, adivinó la triste historia de su corta existencia y el abandono total en que se hallaban. Tomó a la mayor de la mano, a la menor en sus brazos y subió así la Grande-Côte. Continuó su camino hacia la Cartuja pensando cómo resolver los problemas que esas dos niñas le planteaban. Antes de entrar en su casa, dejó de momento a las niñas en la “celda” de la esquina este del claustro de la Cartuja, rogando que les diesen de comer. Las hermanas de San José, que empezaban a organizarse, habían instalado un pequeño taller de costura. El padre Coindre fue a contar su aventura al párroco Simon Gagneur y le pidió consejo. El párroco, que ya conocía bien su parroquia, no dudó un instante; le dijo que fuese al n° 6 de la calle Masson, y que expusiera el caso a la señorita Thévenet, persona económicamente acomodada, que tenía un corazón maternal y apoyaba las buenas obras de la parroquia. El joven misionero no perdió tiempo. Glady [sobrenombre cariñoso de la señorita Thévenet] conmovida hasta las lágrimas a la vista de esas dos pobres criaturas, se hizo cargo de ellas inmediatamente. Su extrema indigencia le recordaba la de Cristo en el establo de Belén. Pasó la tarde cuidándolas. Al leer esto, uno queda seducido tanto por la agilidad de la narración como por la precisión de las diversas indicaciones; pero la profusión misma de estos recursos no tarda mucho en hacer sospechosa su abundancia. Se percibe, en particular, que muchos datos temporales son propios de la Madre Montesinos; no se conoce ninguna mención anterior y jamás remite la autora a fuente alguna de manera precisa. El «pocos días después de instalarse en la Cartuja» aparece como una afirmación totalmente gratuita, provocada por la estación del año elegida para este encuentro; ¿qué documento permite afirmar que la escena se desarrolla «en una tarde de invierno»? Aunque ofrece el interés de una inserción en lugares familiares, la localización del sitio seleccionado («la fachada de la iglesia de Saint-Nizier»), no posee mayor fundamento histórico ni se apoya en ningún testimonio conocido. Ampliamente desarrollada, la redacción de Gabriela María se desmarca netamente de la única fuente conocida de este episodio, cercano, por su sobriedad, a los recuerdos del hermano Xavier: «Un día, el Padre Coindre trajo de Lyon dos niñas, sin padres, sin cobijo, recogidas literalmente en la calle» se limita a contar la «Notice sur la providence paroissiale de Saint-Bruno» redactada por el padre Bissardon cuarenta años después de los hechos, con vistas a fijar los derechos de la parroquia sobre la obra. La dramatización del suceso se acompaña con un cúmulo de detalles destinados a conmover, con la reminiscencia, en un segundo plano, de un episodio de la vida de san Vicente de Paúl: «dos niñas cubiertas de harapos, muertas de hambre y de frío, acurrucadas en la puerta»; de propina, la autora añade incluso esa suplementaria precisión de la edad, salida a saber de dónde: «La mayor podría tener cuatro años, la pequeña apenas tres». Para hacer más viva la escena y suplir la falta de información, se pone el acento en el aspecto visual: «Tomó a la mayor de la mano, a la menor en sus brazos y subió así la Grande-Côte»; igualmente en el texto, un poco más adelante, la autora no dudará en imaginarse a Claudine vistiendo a las niñas con vestidos de sus propias sobrinas. El análisis psicológico detecta el mismo método, llegando incluso a proponer los sentimientos atribuidos al padre Coindre: «El sacerdote se detuvo, habló con las niñas; por sus respuestas, adivinó la triste historia de su corta existencia y el abandono total en que se hallaban», «Continuó su camino hacia la Cartuja pensando cómo resolver los problemas que esas dos niñas le planteaban». Se deja el estilo de la narración objetiva en favor del dominio de la verosimilitud. Imbricada en esta reconstrucción, la integración de elementos históricos probados concede al relato la indispensable nota de realismo: «Antes de entrar en su casa, dejó de momento a las niñas en la “celda” de la esquina este del claustro de la Cartuja, rogando que les diesen de comer. Las hermanas de San José, que empezaban a organizarse, habían instalado un pequeño taller de costura». La mezcla de lo real con lo imaginario es parte de la misma amalgama: «la señorita Thévenet, persona económicamente acomodada, que tenía un corazón maternal y apoyaba las buenas obras de la parroquia»; entre dos anotaciones objetivas, el desahogo económico y el compromiso apostólico de Claudine, tanto el «corazón maternal» como las lágrimas por la emoción nos remiten a los tópicos de la literatura edificante. El carácter afectivo del relato, subrayando la compasión de la señorita Thévenet, va acompañado de un loable interés por la edificación; pero la comparación «(de la) extrema indigencia» de las niñas con el Niño Jesús de Belén, así como la fórmula «Pasó la tarde cuidándolas», nos conducen hacia la hagiografía y la Leyenda dorada… 4. Una narración novelada Resulta evidente, al analizar esa página, que la Madre Gabriela María se aparta del encuadre estrictamente histórico. Nos lleva a una biografía novelada, género literario que tuvo sus días de gloria en Francia durante los años 1950, siendo uno de sus mayores éxitos «Le mendiant de Grenade» del padre Guillaume Hunermann, publicado en 1954 en ediciones Salvador, en Mulhouse. Esta evocación de la vida de san Juan de Dios se caracteriza por una composición dinámica, hábilmente presentada por el encanto del estilo, la soltura de la narración y el color de sus cuadros; este conjunto de cualidades hacían de ella una obra que se prestaba fácilmente a una lectura pública, en resumen, que se devoraba «como una novela», sin preocuparse, por consiguiente, de una exactitud rigurosa. Por otra parte, el título elegido por la Madre Gabriela María, «En cette nuit-là aux Pierres Plantées», pone el acento sobre un acontecimiento considerado como fundador, a expensas de una visión más sintética; bastaría, si aún hiciese falta, para catalogar la obra dentro de esa categoría que privilegia la imaginación, la emoción y la escenificación, relegando a un segundo plano la veracidad histórica; nos encontramos aquí ante una reconstrucción novelada que no ofrece garantías a la mirada histórica y que se aproximaría más bien a lo maravilloso o a los evangelios apócrifos. Gracias al talento literario de la autora, las dos líneas de la «Notice sur la providence paroissiale de SaintBruno» se amplían y alcanzan, bajo su pluma y sin el aporte de ninguna nueva fuente, la extensión de una página. Desde hace más de medio siglo, el resurgimiento de los estudios bíblicos nos ha hecho tomar conciencia de la importancia de los géneros literarios: ya no se lee el Génesis como los evangelios y a nadie se le ocurriría esperar de los Proverbios una enseñanza comparable a la de las epístolas de san Pablo. Así mismo, ningún historiador basaría un relato de la partida de Domrémy en los admirables «Adieux» que Charles Péguy atribuye a su «Jeanne d’Arc» en el momento de su «partance»; poesía e historia tienen funciones radicalmente diferentes. En vez de las biografías noveladas que conocieron sus días de gloria hace ya bastantes lustros, hoy se prefieren relatos históricos más sobrios y rigurosos; el género no carecía, sin embargo, de interés: él contribuyó a hacer conocer mejor la figura y a difundir el pensamiento de personajes entrañables. Sin aspirar a la verdad, se basaba más en la verosimilitud que en la exactitud de los hechos referidos. Es así como debe ser comprendido y utilizado, y se incurre en un contrasentido cuando se le concede la misma credibilidad que a los documentos auténticos. *** Por su aspecto emblemático, el episodio de Saint-Nizier ha marcado fuertemente, desde hace varios decenios, nuestro imaginario colectivo; el paralelismo que sugiere con el ejemplo de san Vicente de Paúl bastará sin duda, y por muchos años todavía, para perpetuarse entre los que quieren privilegiar, contra viento y marea, esta dimensión simbólica y tener por verídica la versión novelada de Gabriela María. Ciertamente, se pueden considerar esas precisiones históricas como secundarias, pero el «regreso a las fuentes» deseado por el Concilio Vaticano II no concuerda con tales aproximaciones: la figura de nuestro fundador no gana nada rodeándola de un entorno legendario. Muy al contrario, aficionarse a detalles ficticios, por muy conmovedores y pintorescos que sean, acarrea el peligro de enmascarar lo esencial del mensaje. Despojado de toda escenificación superflua, el gesto profético del padre Coindre adquiere toda su fuerza en la lección que nos deja: estar atentos a las miserias de todo tipo que nos rodean, compadecerse de quienes son víctimas del desamparo y tratar de ayudarlas. Las numerosas iniciativas tomadas recientemente en los diversos campos de acción del Instituto nos muestran que su carisma sigue muy vivo y que actualmente verdaderos «hijos de André Coindre», sensibles a las miserias contemporáneas, perpetúan su obra en diversos continentes, siguiendo el ejemplo de sus predecesores que, desde hace cerca de dos siglos, se han implicado en el vasto dominio de la educación cristiana de la juventud. Hermano Jean-Pierre Ribaut, S.C.