Por un desarrollo integral y solidario 40 años de la Populorum progressio Felipe Zegarra R. El 26 de marzo, se han cumplido 40 años de la encíclica de S.S. Pablo VI sobre el desarrollo de los pueblos, Populorum progressio. Y a fines de año, estaremos recordando la Sollicitudo rei socialis, con la cual S.S. Juan Pablo II celebró el vigésimo aniversario de la previa. En esta ocasión vuelvo sobre estos documentos, sobre todo el primero, para profundizar en aspectos antes expuestos1, con la convicción de que muchos de los puntos entonces planteados tienen todavía hoy una gran importancia, precisamente para nuestro país y otros que gentilmente llamamos “países en vías de desarrollo”. Como en la anterior oportunidad, voy a insistir en los aspectos ético-teológicos del documento. Tal insistencia no significa ignorar que, si bien el Perú ha mejorado en lo que se refiere a la cantidad de dólares americanos de la renta por cabeza, las distancias con los países efectivamente desarrollados son hoy mayores y con clara tendencia a seguir creciendo. Por lo demás, más importante es que la expectativa de vida en nuestro país ha aumentado significativamente, pero por causas que poco tienen que ver con ese aparente incremento de la renta personal. Lo que interesa en estas líneas es enfatizar que Paulo VI entendió el desarrollo como una realidad humana, “desarrollo integral y solidario”. En este punto, me resulta inevitable volver sobre un anterior señalamiento, que consiste en advertir los múltiples puntos de contacto –no ciertamente identidad de enfoque– que la concepción de la encíclica de 1967 tiene con la noción de “desarrollo humano” planteada por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en sus informes anuales desde 1990, y más aún con las propuestas del premio Nóbel de economía, Amartya Sen, sobre todo en su libro Desarrollo y libertad2. Resumo algunas ideas básicas de este autor, que tienen su correspondiente en la carta de Paulo VI: la atención a los fines del desarrollo (p. 19), la expansión de la libertad como “fin primordial del desarrollo” así como medio principal del mismo (pp. 16 y 55), el acento puesto en la expansión de las capacidades (pp. 34 y 99s.) así como la correlativa visión de la pobreza como privación de capacidades básicas (p. 114), la preocupación por la vida (p. P. 30) y la “calidad de vida” (p. 42), el concepto de “agencia” (pp. 20, 28, 35) o protagonismo de los pobres, etc. 1. DENUNCIAS GLOBALES Y SOLEMNES En las dos encíclicas que conmemoramos, y ya en un documento conciliar anterior, la constitución pastoral sobre la Iglesia en el Mundo Moderno, el aspecto humano del problema tiene vinculación con algunas constataciones graves sobre la realidad mundial. Veamos los párrafos más saltantes: 1965: La Constitución pastoral Se denuncian las serias contradicciones de la situación económica global: “Mientras muchedumbres inmensas están privadas de lo estrictamente necesario, algunos, aún en los países menos desarrollados, viven en la opulencia o malgastan sin consideración. El lujo pulula junto a la miseria, y mientras un pequeño número de hombres dispone de altísimo poder de decisión, otros están privados de toda iniciativa y de toda responsabilidad, frecuentemente en condiciones de vida y de trabajo indignas de la persona humana” (GS 63 # 3). 1 2 Ver “Apuntes sobre ética y El desarrollo de los pueblos”, en Páginas 152, agosto 1998, pp. 68-79. Edit. Planeta, Buenos Aires, 2000. Las páginas citadas a continuación corresponden a esta edición. 1967: La encíclica Populorum progressio Se confirman las observaciones anteriores: “Los pueblos hambrientos interpelan hoy, con acento dramático, a los pueblos opulentos” (PP 3). Pero se trata asimismo de ir a las raíces del problema: “Dejada a sí misma [la economía moderna], su mecanismo conduce al mundo hacia una agravación, y no una atenuación, en la disparidad de los niveles de vida: los pueblos ricos gozan de un rápido crecimiento, mientras que los pobres se desarrollan lentamente. El desequilibrio crece…” (PP. 8). Este señalamiento se ha verificado posteriormente. La anotación de índole económica se acompaña de una indicación social: “A esto se añade el escándalo de las disparidades hirientes, no solamente en el goce de los bienes, sino todavía más en el ejercicio del poder. Mientras que en algunas regiones una oligarquía goza de una civilización refinada, el resto de la población, pobre y dispersa, está ‘privada de casi todas las posibilidades de iniciativa personal y de responsabilidad, y aún muchas veces incluso viviendo en condiciones de vida y de trabajo, indignas de la persona humana’” (PP 9, que cita GS 63). 1987: La encíclica Sollicitudo rei socialis Veinte años después, la situación no se ve mejor: “El primer aspecto a destacar es que la esperanza del desarrollo, entonces tan viva3, aparece en la actualidad muy lejana de la realidad” (SRS12). “La primera constatación negativa que se debe hacer es la persistencia y a veces el alargamiento del abismo entre las áreas del llamado Norte desarrollado y la del Sur en vías de desarrollo… En el camino de los países desarrollados y en vías de desarrollo se ha verificado a lo largo de estos años una velocidad diversa de aceleración, que impulsa a aumentar las distancias. Así los países en vías de desarrollo, especialmente los más pobres, se encuentran en una situación de gravísimo retraso… [Hay] una percepción difundida de que la unidad del mundo, en otras palabras, la unidad del género humano, está seriamente comprometida” (SRS 14). El análisis causal es en esta carta más complejo y preciso: “La responsabilidad de este empeoramiento tiene causas diversas. Hay que indicar las indudables omisiones por parte de las mismas naciones en vías de desarrollo, y especialmente por parte de los que detentan su poder económico y político. Pero tampoco podemos soslayar la responsabilidad de las naciones desarrolladas, que no siempre, al menos en la debida medida, han sentido el deber de ayudar a aquellos países que se separan cada vez más del mundo del bienestar al que pertenecen. No obstante, es necesario denunciar la existencia de unos mecanismos económicos, financieros y sociales, los cuales, aunque manejados por la voluntad de los hombres, funcionan de modo casi automático, haciendo más rígida(s) las situaciones de riqueza de los unos y de pobreza de los otros” (SRS 16). De acuerdo a su visión teológica, Juan Pablo II considera que eso se debe a estructuras de pecado (SRS 36), como el afán de ganancia exclusiva y la sed de poder (SRS 37). 2. ANTECEDENTES DE UNA VISIÓN HUMANA: LA GAUDIUM ET SPES En realidad, ya el Vaticano II había comenzado a mostrar el carácter radicalmente humano del problema: “También en la vida económica y social la dignidad de la persona humana y su vocación integral, lo mismo que el bien de la sociedad entera, se ha de honrar y promover, ya que el hombre, autor de toda la vida económica y social, es su centro y su fin” (GS 63 # 1). Los numerales siguientes insisten en esta perspectiva, tanto desde el punto de vista de los fines de la actividad y de la ciencia económicas, como desde aquél del protagonismo humano: “La finalidad fundamental de esta producción [agrícola e industrial] no es el mero incremento de los productos, ni el lucro en el poder, sino el servicio del hombre: del hombre integral, teniendo en cuenta el orden de sus necesidades materiales y de sus exigencias intelectuales, morales, espirituales y religiosas: del hombre, decimos, cualquiera que sea, como de cualquier grupo de hombres, sin distinción de raza o continente. Así, pues, la actividad económica se ha de ejercer según su método y sus leyes propias, dentro de los límites del orden moral, de modo que se realice el designio de Dios sobre el hombre” (GS 64). 3 La ONU debió dedicar dos décadas, entre 1960 y 1979, al problema del desarrollo. Se precisa que “el desarrollo económico debe quedar bajo el control del hombre, y no sólo al arbitrio de unos pocos hombres o grupos dotados de excesivo poder económico, ni se ha de dejar en manos de la sola comunidad política, ni de algunas grandes potencias. Es preciso, por el contrario, que, en todo nivel, el mayor número de los hombres, y todas las naciones en el plano internacional, puedan tomar parte activa en su dirección…” (GS 65 # 1). 3. LA POPULORUM PROGRESSIO (EN LA FIESTA DE PASCUA, 1967) La encíclica de la resurrección (…así la llamó un comentarista) 3.1 Un anticipo desde la fe del “desarrollo humano” Desde 1990, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), en sus informes anuales, ha preferido usar la expresión “desarrollo humano”, en vez de limitarse al mero crecimiento económico, y ha elaborado tres indicadores, el Índice de Desarrollo Humano (IDH) y los Índices de Pobreza Humana (IPH-1 e IPH-2). Sin pretensiones adánicas, planteo que la encíclica de Paulo VI es, en su conjunto, y desde el punto de vista específico de la Iglesia –el de la fe en el evangelio de Jesucristo–, un anticipo de esa noción, cada vez más aceptada mundialmente, pero que en el Perú choca no sé si con oposición o desconocimiento. Veamos algunas afirmaciones de la carta: El Papa afirma que la Iglesia está atenta a la problemática del desarrollo pleno, y no principalmente a un enfoque de aumento de la renta: “El desarrollo de los pueblos y muy especialmente el de aquellos que se esfuerzan por escapar del hambre, de la miseria, de las enfermedades endémicas, de la ignorancia; que buscan una más amplia participación en los frutos de la civilización, una valoración más activa de sus cualidades humanas; que se orientan con decisión hacia el pleno desarrollo; es observado por la Iglesia con atención” (PP 1). Desde casi el principio de la encíclica, el Papa caracteriza su visión: “Por esto hoy dirigimos este solemne llamamiento para una acción concreta a favor del desarrollo integral del hombre y del desarrollo solidario de la humanidad” (PP 5). De hecho, eso corresponde a las dos partes del cuerpo del documento: I. Por un desarrollo integral del hombre (ns. 6-42). II. Hacia el desarrollo solidario de la humanidad (ns. 43-80). Después, se propone la finalidad de la actividad y de la disciplina económica: “La economía está al servicio del hombre” (PP 26; Paulo VI cita a Colin Clark4). Coherentemente, señala que en esa perspectiva se dan los sueños y anhelos de vastos sectores de la humanidad: “Verse libres de la miseria, hallar con más seguridad la propia subsistencia, la salud, una ocupación estable; participar todavía más en las responsabilidades, fuera de toda opresión y al abrigo de situaciones que ofendan su dignidad de hombres; ser más instruidos; en una palabra, hacer, conocer y tener más para ser más: tal es la aspiración de los hombres de hoy, mientras que un gran número de ellos se ven condenados a vivir en condiciones que hacen ilusorio este legítimo deseo” (PP 6). La múltiple actividad humana, el actuar y el conocer, así como el genuino deseo de poseer, se han de orientar a la realización de las personas, como a su fin. En efecto, todo parece indicar, hoy como hace 40 años, que “el tener más, lo mismo para los pueblos que para las personas, no es el fin último” (PP 19). Así pues, en el pensamiento de Paulo VI, “el desarrollo no se reduce al simple crecimiento económico. Para ser auténtico, debe ser integral, es decir, promover a todos los hombres y a todo el hombre” (n. 14; cita a Louis-Joseph Lebret)5. Como tantas veces se ha recalcado en años más recientes, la concepción del desarrollo integral y solidario se basa en una visión de la humanidad: “Tomando parte en las mejores aspiraciones de los hombres y sufriendo al no verlas satisfechas, [la Iglesia] desea ayudarles a conseguir su pleno 4 Hasta donde recuerdo, es la primera encíclica papal que cita a autores contemporáneos no especializados en teología o espiritualidad. 5 Doce años después (1979), Juan Pablo II, en su primera encíclica, se hace eco de esta concepción, cuando afirma: “Se trata del desarrollo de las personas y no solamente de la multiplicación de las cosas, de las que los hombres pueden servirse. Se trata –como ha dicho un filósofo contemporáneo y como ha afirmado el Concilio– no tanto de ‘tener más’ cuanto de ‘ser más’” (RH 16). desarrollo y esto precisamente porque ella les propone lo que ella posee como propio: una visión global del hombre y de la humanidad” (PP 13). Es el gran argumento, reiterado una y otra vez, durante los pontificados de Juan Pablo II y de Benedicto XVI. Se trata de una aseveración central de la antropología bíblica y teológica. El Papa agrega una precisión, importante, relativa a la apertura a la trascendencia, como pronto veremos: “Es un humanismo pleno el que hay que promover. ¿Qué quiere decir esto sino el desarrollo integral de todo el hombre y de todos los hombres?… Lejos de ser la norma última de los valores, el hombre no se realiza a sí mismo si no es superándose. Según la acertada expresión de Pascal: ‘el hombre supera infinitamente al hombre’” (PP 42; además, se cita por segunda vez a Jacques Maritain –ver abajo–, así como a Henri de Lubac). 3.2 La visión teológica subyacente Cada ser humano ha recibido un llamado de Dios, “es” una vocación: “En los designios de Dios, cada hombre está llamado a desarrollarse, porque toda vida es una vocación. Desde su nacimiento, ha sido dado a todos, como en germen, un conjunto de aptitudes y de cualidades para hacerlas fructificar: su floración, fruto de la educación recibida en el propio ambiente y del esfuerzo personal, permitirá a cada uno orientarse hacia el destino, que le ha sido propuesto por el Creador. Dotado de inteligencia y de libertad, el hombre es responsable de su crecimiento, lo mismo que de su salvación. Ayudado, y a veces estorbado, por los que lo educan y lo rodean, cada uno permanece siempre, sean los que sean los influjos que sobre él se ejercen, el artífice principal de su éxito o de su fracaso; por solo el esfuerzo de su inteligencia y de su voluntad, cada hombre puede crecer en humanidad, valer más, ser más” (PP 15). Y es que, “por su inserción en el Cristo vivo, el hombre tiene el camino abierto hacia un progreso nuevo, hacia un humanismo trascendental, que le da su mayor plenitud; tal es la finalidad suprema del desarrollo personal” (PP 16). Por eso, el problema no puede limitarse a los aspectos técnicos, sino que demanda consideraciones más amplias y profundas: “Si para llevar a cabo el desarrollo se necesitan técnicos, cada vez en mayor número, para este mismo desarrollo se exige más todavía pensadores de reflexión profunda que busquen un humanismo nuevo, el cual permita al hombre moderno hallarse a sí mismo, asumiendo los valores superiores del amor, de la amistad, de la oración y de la contemplación. Así podrá realizar, en toda su plenitud, el verdadero desarrollo, que es el paso, para cada uno y para todos, de condiciones de vida menos humanas, a condiciones más humanas” (PP 20; cita de J. Maritain). Esta especie de definición conceptual del desarrollo pleno se especifica a continuación, en un numeral cuya lectura y comprensión demandan mucha atención de todos los lectores de la encíclica, por la complejidad de sus aspectos y por el dinamismo de todo el proceso del desarrollo: Menos humanas: “Las carencias materiales de los que están privados del mínimum vital y las carencias morales de los que están mutilados por el egoísmo. Menos humanas: las estructuras opresoras, que provienen del abuso del tener o del abuso del poder, de la explotación de los trabajadores o de la injusticia de las transacciones. Más humanas: el remontarse de la miseria a la posesión de lo necesario, la victoria sobre las calamidades sociales, la ampliación de los conocimientos, la adquisición de la cultura. Más humanas también: el aumento en la consideración de la dignidad de los demás, la orientación hacia el espíritu de pobreza, la cooperación en el bien común, la voluntad de paz. Más humanas todavía: el reconocimiento, por parte del hombre, de los valores supremos, y de Dios, que de ellos es la fuente y el fin. Más humanas, por fin y especialmente: la fe, don de Dios acogido por la buena voluntad de los hombres, y la unidad en la caridad de Cristo, que nos llama a todos a participar, como hijos, en la vida del Dios vivo, Padre de todos los hombres” (PP 21). Hago notar la mención expresa de las carencias morales, pocas veces tenidas en cuenta cuando se tratan estos temas. A lo anterior se agrega una precisión que propone el protagonismo de cada ser humano: “El hombre no es verdaderamente hombre más que en la medida en que, dueño de sus acciones y juez de su valor, se hace él mismo autor de su progreso, según la naturaleza que le ha sido dada por su creador y de la cual asume libremente las posibilidades y exigencias” (PP 34). 3.3 La dimensión solidaria Lo hasta aquí dicho no sería suficiente si no se tomara en cuenta la sociabilidad humana o, más exactamente, la dimensión relacional o solidaria de cada persona: “Pero cada uno de los hombres es miembro de la sociedad, pertenece a la humanidad entera. Y no es solamente este o aquel hombre, sino que todos los hombres están llamados a este desarrollo pleno… Estamos obligados para con todos y no podemos desinteresarnos de los que vendrán a aumentar todavía más el círculo de la familia humana. La solidaridad universal, que es un hecho y un beneficio para todos, es también un deber” (PP 17). Y, consecuentemente, se afirma de modo tajante: El desarrollo integral del hombre no puede darse sin el desarrollo solidario de la humanidad (PP 43). El Papa aprecia el problema en perspectiva claramente universalista: “No se trata sólo de vencer el hambre, ni siquiera de hacer retroceder a la pobreza. El combate contra la miseria, urgente y necesario, es insuficiente. Se trata de construir un mundo donde todo hombre, sin excepción de raza, religión o nacionalidad, pueda vivir una vida plenamente humana, emancipado de las servidumbres que le vienen de parte de los hombres y de una naturaleza insuficientemente dominada; un mundo donde la libertad no sea una palabra vana y donde el pobre Lázaro pueda sentarse a la misma mesa que el rico” (PP 47). Después habla de un aspecto complementario, que ya he mencionado: “Esa es la meta a la que hay que llegar. La solidaridad mundial, cada día más eficiente, debe permitir a todos los pueblos el llegar a ser por sí mismos artífices de su destino” (PP 65). Es lo que Amartya Sen denomina “agencia”6 y yo he llamado “protagonismo”. Esta percepción reaparece algo más tarde: “Constructores de su propio desarrollo, los pueblos son los primeros responsables de él. Pero no lo realizarán en el aislamiento. Los acuerdos regionales entre los pueblos débiles a fin de sostenerse mútuamente, los acuerdos más amplios para venir en su ayuda, las convenciones más ambiciosas entre unos y otros para establecer programas concertados, son los jalones de este camino del desarrollo que conduce a la paz” (PP 77). En torno a este punto, la encíclica Sollicitudo rei socialis vincula nuestro asunto a la temática de los derechos humanos7, enriqueciendo aún más la perspectiva: “No sería verdaderamente digno del hombre un tipo de desarrollo que no respetara y promoviera los derechos humanos, personales y sociales, económicos y políticos, incluidos los derechos de las naciones y de los pueblos… Cuando los individuos y las comunidades no ven rigurosamente respetadas las exigencias morales, culturales y espirituales fundadas sobre la dignidad de la persona y sobre la identidad propia de cada comunidad, comenzando por la familia y las sociedades religiosas, todo lo demás –disponibilidad de bienes, abundancia de recursos técnicos aplicados a la vida diaria, un cierto nivel de bienestar material– resultará insatisfactorio y a la larga despreciable… En el orden internacional, o sea, en las relaciones entre los Estados… es necesario el pleno respeto de la identidad de cada pueblo, con sus características históricas y culturales… Para ser tal, el desarrollo debe realizarse en el marco de la solidaridad y de la libertad, sin sacrificar nunca la una a la otra bajo ningún pretexto” (SRS 33; cf. también los ns. 26 y 32). 3.4 Aspectos operativos La problemática planteada en 1967 es de tal magnitud que requiere una muy vasta cooperación: “La presente situación del mundo exige una acción de conjunto, que tenga como punto de partida una clara visión de todos los aspectos económicos, sociales, culturales y espirituales” (PP 13). No se trata, por otra parte, de acciones superficiales y constantemente postergables: “El desarrollo exige transformaciones audaces, profundamente innovadoras. Hay que emprender, sin esperar más, reformas urgentes. Cada uno debe aceptar generosamente su papel, sobre todo los que por su educación, su situación y su poder tienen grandes posibilidades de acción” (PP 32; cita a Mons. Ver, por ejemplo, Desarrollo y libertad, pp. 20, 28 y sobre todo 35, donde Sen considera “agente” a “la persona que actúa y provoca cambios y cuyos logros pueden juzgarse en función de sus propios valores y objetivos”. Cabe recordar aquí un texto clave de Juan Pablo II, que entiende a la persona como “ser subjetivo capaz de obrar de manera programada y racional, capaz de decidir acerca de sí y que tiende a realizarse a sí mismo” (encíclica sobre el trabajo humano, Laborem Exercens, n. 6). 7 Juan Pablo II ofrece una visión teológica del concepto del desarrollo. Entre otros puntos, trata de la conversión y la interdependencia fáctica y la solidaridad, como correspondiente compromiso ético (SRS 38). Considera dimensiones de la solidaridad la gratuidad, el perdón y la reconciliación (SRS 40). Mención aparte le merece la creciente conciencia de solidaridad de los pobres entre sí (SRS 39). 6 Manuel Larraín, fallecido un año antes siendo obispo de Talca en Chile y presidente del CELAM, cuando preparaba la Conferencia de Medellín). Estas acciones deben ser materia de cuidadosa planificación: “La situación exige programas concertados. En efecto, un programa es más y es mejor que una ayuda ocasional dejada a la buena voluntad de cada uno. Supone… estudios profundos, fijar los objetivos, determinar los medios, aunar los esfuerzos, a fin de responder a las necesidades presentes y a las exigencias previsibles” (PP 50). Por supuesto, la acción orientada al desarrollo integral y solidario debe ser cuidadosamente respetuosa de las culturas: “Rico o pobre, cada país posee una civilización, recibida de sus mayores: instituciones exigidas por la vida terrena y manifestaciones superiores –artísticas, intelectuales y religiosas– de la vida del espíritu. Mientras estas contengan verdaderos valores humanos, sería un grave error sacrificarlas…” (PP 40). “Esperamos… que las organizaciones multilaterales e internacionales encontrarán, por medio de una reorganización necesaria, los caminos que permitirán a los pueblos todavía subdesarrollados salir de los atolladeros en que parecen estar encerrados y descubrir por sí mismos, dentro de la fidelidad a su peculiar modo de ser, los medios para su progreso social y humano” (PP 64). Se trata de una actuación que compromete a todas las personas y a todos los pueblos: “Hay que decirlo una vez más: lo superfluo de los países ricos debe servir a los países pobres. La regla que antiguamente valía a favor de los más cercanos debe aplicarse hoy a la totalidad de las necesidades del mundo. Los ricos, por otra parte, serán los primeros beneficiados de ello” (PP 49). Hemos visto ya que “el desarrollo integral del hombre no puede darse sin el desarrollo solidario de la humanidad” (PP 43). A renglón seguido se afirma: “Este deber concierne en primer lugar a los más favorecidos. Sus obligaciones tienen sus raíces en la fraternidad humana y sobrenatural y se presentan bajo un triple aspecto: deber de solidaridad en la ayuda que las naciones ricas deben aportar a los países en vías de desarrollo; deber de justicia social, enderezando las relaciones comerciales defectuosas entre los pueblos fuertes y débiles; deber de caridad universal, por la promoción de un mundo más humano para todos, en donde todos tengan que dar y recibir, sin que el progreso de los unos sea un obstáculo para el desarrollo de los otros. La cuestión es grave, ya que el porvenir de la civilización mundial depende de ello” (PP 44). 4. ALGUNOS PUNTOS A TENER EN CUENTA Agrego para concluir dos reflexiones que creo importantes: 4.1 Al actuar, hay que dar prioridad a la inversión humana –no sólo económica– en la expansión de capacidades, lo que llamamos habitualmente “formación integral”. Para ello, hay que tener en cuenta los diferentes aspectos: los conocimientos (que el Informe de la UNESCO de 19968, Informe Délors, denominó “aprender a conocer”), las prácticas (“aprender a hacer”) y valores o actitudes (“aprender a ser” y “aprender a convivir”)9. 4.2 Sobre el aprendizaje de la libertad, debe tenerse en cuenta que el mensaje cristiano no postula una concepción individualista10, sino que la presenta como un encuentro de voluntades en plena apertura a la trascendencia: “Porque, hermanos, ustedes han sido llamados a la libertad; sólo que no tomen de esa libertad pretexto para el egoísmo; por el contrario, sírvanse mutuamente por amor”11 (san Pablo a los Gálatas 5,13-14). El cristianismo es una vocación a la plena libertad, que es libertad “para amar”. 8 Jacques Delors, La educación encierra un tesoro. Ediciones UNESCO. Ver Malcolm Malca V., “Una experiencia de comunicación por el teatro en un barrio,” en Páginas 203, febrero 2007, pp.74-79 10 A. Sen, op. cit., dice: “Hemos de concebir la libertad individual como compromiso social” (p. 16), y por eso la presenta también como “un producto social” (ver los matices en la p. 49). 11 Heidegger diría que no basta el “ser allí” (Dasein), ni siquiera el “ser con otros” (Mitsein), sino que es preciso para los seres humanos el “ser para otros” (Fürsein). 9