EL “ESTAR” COMO GENERADOR DEL “NOSOTROS” “Una manzana cae porque se reintegra al suelo. Ha sido semilla, ha madurado y luego se ha desprendido del árbol, para reintegrarse al suelo…” R. Kusch, “América Profunda”. V ENCUENTRO NACIONAL DE DOCENTES UNIVERSITARIOS CATÓLICOS “HABITAR LA PATRIA. LOS CAMINOS DEL BICENTENARIO” LA PLATA, NOVIEMBRE 2010 AREA 1: PERSONA AUTOR: Lic. Carlos Constantino Fernández, Docente de Filosofía en las Carreas de la Facultad de Química e Ingeniería “Fray Rogelio Bacon” de la Universidad Católica Argentina de Rosario. Resumen Rodolfo Kusch, pensador nacido en Buenos Aires (1922 – 1975) se destacó como un verdadero arqueólogo de nuestro pensar argentino y americano. Habiendo querido llegar hasta lo más profundo del mismo, fue descubriendo aquello que a modo de magma interno soporta la corteza de lo que vemos y permite a ésta su manifestación, en una búsqueda por superar la dialéctica de una cultura mestiza, polarizada entre el mero “estar” americano como categoría opuesta al “ser” europeo. Es el principal iniciador del empleo filosófico de la diferencia entre “ser” y “estar”, característica de nuestra lengua, para designar algo propio, aunque no exclusivo, sino universal, de lo que él mismo llamó “América profunda” y que diera lugar a una de sus obras más emblemáticas y de la cual nos serviremos para presentar dicho tema. De esta manera intentó darle un alcance y explicación filosófica a lo qué él mismo descubrió en sus trabajos de campo antropológicos, tanto de las culturas indígenas (sobre todo las andinas), como en la cultura urbana popular latinoamericana. En la intervinculación de dichas dimensiones se puede comprender la existencia cultural de los pueblos y de los hombres como un “estar-siendo-así”. El Estar Para referirnos al “nosotros estamos” suponemos ya el nosotros como sujeto comunitario. Para ello es necesario caracterizar el “estamos” no solo como un verbo conjugado en primera persona plural del indicativo, sino que dicha conjugación es acompañada de un saber fenomenológico que nos lleva a considerar que ese nosotros supone el estar. 1 Es por eso necesario referirnos al “estar” en infinitivo en cuanto se distingue del “ser”. Fue R. Kusch el principal iniciador del empleo filosófico de la diferencia entre “ser” y “estar” característica de nuestra lengua. Que “el ser se diga de muchas maneras”, siempre ha dado que pensar en la filosofía, como también da que pensar que el correspondiente castellano de los verbos esse, être, to be, sea no solo el verbo ser sino también el estar. Éste deriva del verbo latino stare: estar de pie, en forma firme, dispuesto al movimiento. El infinitivo “ser” no se deriva en al castellano del verbo latino ese sino de “sedere”, indicando más bien permanencia, aunque las otras formas del verbo “ser”, sí se deriven en gran mayoría del esse. Tanto ser como estar en el infinitivo son indeterminados, y mientras que “ser” tiende a implicar lo definitivo o al menos lo permanente o habitual, apuntando más a lo esencial, “estar” en cambio, no expresa la naturaleza o esencia de las cosas, sino más bien un estado pasajero o circunstancial, algo precario y contingente, es decir, nada intrínseco. Sin embargo el estar no solo tiene una vinculación espacial, sino que también tiene una connotación temporal en cuanto a la duración, de ahí que Kusch para referirse al ser de los que están utilice el “estar-siendo”, dando a entender que la acción de ser emerge del trasfondo del estar como el “puro estar no más”. No obstante lo anterior, el estar al que hacemos referencia, tiene una dimensión más allá de lo lingüístico y es de tipo metafísico. Aunque es experimentado y nombrado por el lenguaje, el estar “se sustrae” ya que la primera nota que lo caracteriza es su índole de “pre“- o de siempre previo al ser de los entes, incluso a su verdad y bondad con una dimensión “preontológica” y “ante-predicativa”. De estas características del estar (su indeterminación intrínseca, su situacionalidad) se deriva una particularidad de los entes que están siendo: su pobreza e invalidez ontológica. Es en relación con esto último lo que lleva a Kusch a hablar de la búsqueda o del itinerario sapiencial del hombre para hallar, partiendo desde el mero estar y utilizando la mediación de lo simbólico, el centro fundante del ser, muy de manifiesto en la sabiduría popular que se sitúa al pensar desde la instancia del “estar” y desde su experiencia de precariedad y contingencia. Una metáfora que puede ayudarnos a comprender mejor dicho planteo es el del “arraigo”. En este sentido, el estar aparece como el “desde donde” del arraigo, completado por su “en donde” y “el adonde” de la acogida que implica el estar-arraigado. El “desde donde” que da raíces al nosotros y a lo simbólico, se sustrae porque guarda algo de previo y originario al pensar y querer mismo. El adonde de la 2 acogida como la otra cara del arraigo se expresa en símbolos como el de la madre tierra o el del hogar, de ahí que en Latinoamérica el sentido de pertenencia a la tierra y la confianza en la vida preceden para esta forma de pensar al mismo pensamiento crítico y dista de éste como la distancia desarraigante del éxodo mismo. Esa pertenencia y confianza, ya veremos en lo que Kusch nos muestra como resultados de su trabajo de campo, no quitan a la tierra y a la vida su dimensión religiosa y trascendente. Así Kusch tratará de mostrarnos el estar desde el carácter religioso que el estar mismo tiene y por lo cual ella misma no permitiría una interpretación a-tea. Así nos mostrará como el símbolo de la Pacha Mama alude a dicha sacralidad, raíz del momento ctónico tanto de la religión como del “nosotros” ético cultural. Nuestro “estar- siendo” Americano Un punto de partida importante será analizar desde el pensar de R. Kusch la temática en torno a la HISTORIA planteada en el libro II de su obra “América Profunda” donde desde el pensar crítico destaca la diferencia qué él mismo introduce entre gran historia y pequeña historia. Ésta última mira la dimensión humana como formada meramente por individuos, mientras que la otra mira dicha dimensión desde la formación de “comunidades”. La pequeña historia se relaciona con el ser alguien y esto inexorablemente para Kusch desemboca en el patio de los objetos cuya expresión más acabada se da en las grandes concentraciones urbanas es decir en las ciudades. Es la historia que gira en torno a la élite. La gran historia, en cambio comprende más el episodio total del hombre en cuanto a su ser, “como especie biológica, que se debate en la tierra sin encontrar mayor significado en su quehacer diario que la simple supervivencia, en el plano elemental del estar aquí. Podemos decir con razón que como resultado de dicha diferenciación en la visión histórica humana tenemos que lo que alguna vez se llamó la ira de dios, en un contexto de conexión profunda del hombre con la naturaleza y la vida, buscando las verdades estables de la comunidad; se termina reemplazando por la ira del hombre, con las verdades inestables de la sociedad civil, alejada de toda fuente de seguridad. El reemplazo de dios por el hombre, nos ha llevado a una dinámica sin contenido. En realidad se ha perdido de vista al hombre, por eso se han creado sucedáneos para reemplazar los hechos profundos e inconfesables de la propia vida. Creemos que la reaparición de éste se puede dar si retomáramos el ángulo de la gran historia, profundamente vinculada a la de la especie y que aún no ha resuelto algunos problemas tan profundos como el de superar el mero beneficio de algunos pocos que coinciden socialmente con los que hicieron la pequeña historia. Es en este sentido que Kusch no tiene miedo de llamar “residuo” al hombre que ha quedado afuera y al que también llama proletario, indio, oriental o polinesio ( en nuestro actual estar aquí argentino son los villeros, cartoneros, 3 pueblos originarios, excluidos en general….) Según nuestro autor estos hombres son los que están al margen “pero aún así, elaboran el viejo tema de ser hombres sin sucedáneos. Es por eso que la búsqueda por ser alguien, que coincide con la pequeña historia y que desemboca en el patio de los objetos, nos deja, casi inexorablemente, a la mano y a merced de la ciudad y termina por transformarse en la ira del hombre, deviniendo un ser humano con sucedáneos y totalmente carente de “vitalidad espiritual”. En contra partida, dicha vitalidad llega desde abajo, desde el mero estar, que es generadora de la gran historia y que prefiere pararse frente a la ira de dios. Kusch entiende el “sucedáneo” (a modo de narcóticos: el cine, la novela policial, la patria, la libertad, la democracia) como “una forma de llenar el vacío que queda al otro margen del ciudadano: el de la inconducta, creando un olvido de la verdadera finalidad de ser hombre”. Sin dudas que estos sucedáneos aparecen porque “la vida urbana actual ha despertado instintos primarios que antiguamente en la prehistoria se solucionaban con la religión…Así estamos ante un mundo que necesita compensaciones para poder vivir”. Es indudable por ejemplo que una de las grandes compensaciones que hoy podemos constatar y en la cual nos vemos inmersos es la que intenta reemplazar a la religión por la tecnocracia, casi como deviniendo una especie de mitología colectiva. Al buscar solo el mundo del hombre, éste indefectiblemente, necesita compensar su debilidad mediante la creación de objetos que vienen a ser sucedáneos del mundo divino, reemplazando la ira de aquél por la de éste. Sobre todo se constata esta actitud en nuestra clase media la cual, casi naturalmente, acapara, según el pensar de Kusch, la labor divina de sustituir a dios, dejando afuera al miserable, es decir a aquel que está por debajo de la mismísima clase media. Así claramente podemos ver que en última instancia, no es otra cosa más que la ira de la clase media que aniquila y descarga su iracundia sobre el resto de la especie, que no tiene lugar en la ciudad, que no tiene acceso ninguno a sus sucedáneos (patios de los objetos) y que debe habitar en los contornos de nuestras ciudades, llamados académicamente “suburbios”, pero que en realidad son nuestras “villas miseria”, quizás el producto más acabado y desbastador de la ira del hombre. En mi poca o mucha experiencia como ciudadano, turista y hasta misionero y habiendo, gracias a esta última vivencia, podido compartir en algunas oportunidades en las provincia de Formosa (Tres Lagunas, Cachaza, Quitilipi) y sobre todo, durante un período más prolongado con comunidades Coyas establecidos en la zona de Humahuaca (Abra-pampa, Cusi-cusi, Minas Pirquitas, Lagunillas del Farallón y los alrededores de dichas localidades), sumando a esto un trabajo de asistencia social y espiritual en dos villas de la zona oeste de la ciudad de Rosario, se me ha permitido constatar que la ira de dios puede presentar como alternativa la carencia y sobre todo la pobreza, pero que la ira del hombre es la única que genera miseria, una forma más agravada 4 y desnaturalizada de lo anterior, herencia directa de aquellos que para Kusch son los “profetas del miedo” (Colón, Pizarro, Los Puritanos y tantos otros que les sucedieron hasta la actualidad) en nuestro acontecer Americano, generando sucedáneos o meras simulaciones para esconder la miseria de nuestro mero estar. El miedo sigue instalado entre nosotros y nos torna cada vez más agresivos e iracundos, manifiesta en diferentes formas de violencias, en distintos ámbitos y lugares, casi como una realidad que cada vez más nos va pareciendo como natural, propio de este mundo regido por la ira del hombre. Tenemos fundamentalmente “miedo del otro” y es el miedo lo que hoy aparece casi como primera experiencia constitucional y relacional hacia el otro. Esta negatividad primigenia desemboca inexorablemente en un profundo vacio que nos deja a la puerta de lo que el mismo Kusch entiende por fagocitación, y que se manifiesta (incluso ya desde nuestra propia historia argentina) en una lucha dialéctica entre el ser alguien y el mero estar. Destaco la referencia que Kusch hace al Martín Fierro de José Hernández, como registro plástico - literario, y en donde, según él, se pone de manifiesto “el fracaso del país como unidad orgánica y la frustración, aunque aparente, de su fondo original”. Aquella lucha de opuestos entre ser y estar se da en el plano de la vida y también de la historia, una hará de tesis y la otra de antítesis, de tal modo que la resultante en forma de síntesis, surgirá de la incorporación de la antítesis de tal modo que se produzca una superación dentro del proceso general. Si bien podemos decir que desde nuestro origen americano el estar prevalecía sobre el ser, la fuerte tendencia euro céntrica ha llevado paulatinamente a una “fagocitación del ser por el estar”, en una búsqueda desenfrenada por el ser alguien, fagocitado por un estar aquí. Comparto con Kusch la pregunta que centra al mero estar como ese magma vital primario de donde todo puede salir de nuevo en forma de naciones, personajes, cultura etc. y como superación misma de la fagocitación ya que ésta se produce en un terreno que podríamos llamar casi invisible, por debajo del umbral de la conciencia histórica, ahí donde se disuelve la historia consciente, la pequeña historia y donde puede reaparecer la gran historia, casi en el plano mismo del instinto. Esta se opera, según Kusch en la inconsciencia social, al margen de lo que se piensa oficialmente de la cultura y de la civilización. Más aún debemos tener en cuenta que el ser es fagocitable, como lo es todo aquello que tiende a una actitud absoluta y no tiene sus raíces en la vida, sin olvidarnos que el ser no puede darse sin el estar porque en éste último se da la vida en mayor proporción que en aquél. El estar brinda al ser los elementos para su dinámica y el ser por su parte se pone en marcha a modo de súbita tensión, generando esta última (tensión) la conciencia del ser. Es la tensión que da el mucho dinero, que a su vez tiene mucha eficacia, cuando se dan muchas ciudades con muchos mercaderes y que nada tiene que ver con la humilde espera de la cosecha anual o del sueldo mensual. Podemos así ver como esto último ya pertenece al estar y carece de tensión Es en este ámbito donde también puede 5 manifestarse la ira divina que puede hacer perder la cosecha o el empleo. No obstante esto, para nuestro autor, esta diferenciación de planos es falsa, ya que el ser necesita de la tensión y le urge la necesidad de crear la ciudad como casi un mundo superpuesto al mundo original del trueno y el granizo. Así concluye en la debilidad misma del ser para quién es una pura construcción. El mero estar enseña que el ser es una simple transición pero no un estado durable. La terrible experiencia que vivió la humanidad en la Segunda Guerra Mundial, patentiza aún más hasta dónde puede llegar la ira del hombre. Fue una guerra entre ciudades (Berlín-Roma-Tokio versus Moscú-Londres-N. York) Una verdadera guerra de mercaderes que buscan ser de manera Absoluta y entre Absolutos y “lo peor no fue la destrucción en sí, sino la pérdida de una vida simple, sin ciudad y sin mercancías”. No obstante y después de esto, se ha intentado un retorno al mero estar, teniendo en cuenta dos categorías que están fuertemente presente en el pensar originario de nuestra América Profunda: el sexo y la comunidad. Ambos planteos manifiestan una verdad primaria que se ha ido perdiendo: la del retorno al fruto. Vivir es estar firmemente aquí y eso se da, según Kusch, al margen del objeto: en el terreno de la comunidad, el fruto y la presencia de la ira. Así nuestro autor nos advierte que el verdadero secreto de la fagocitación está en nosotros mismos, en la trampa de nuestra intimidad y en tanto somos los anónimos, es decir, buscando más bien estar siempre por debajo del ciclo del mercader, en ese punto donde se retoma el antiguo ritmo biológico y prehistórico. Nuestro mero estar aquí se manifiesta en el ciclo del pan que se da tanto en la campiña como en las grandes ciudades con el anonimato que impone propiamente cada una de dichas realidades, capaces de sacrificar todo con tal de tener nuestro pan diario, nuestro amor y nuestra paz. No obstante seguimos sintiendo miedo ya que percibimos y sufrimos la contradicción entre el pequeño ciclo del pan y el ciclo grande del mercader que devora distancias y dioses, haciendo que podamos perder el empleo y el pan, como se teme perder la cosechan por la sequía o el granizo, en definitiva seguimos con el miedo por la ira del hombre o por la ira de dios. Creamos sucedáneos y nos encontramos como cautivos en esa vivencia primitiva de estar aquí, pidiendo el sueldo para tener pan o el prostíbulo para tener amor o la policía para tener paz. Así continua la tensión entre el hedor y la pulcritud que genera el estar por un lado y el ser por otro. Pero la gravedad de esto reside en la enfermedad que radica en la tensión entre ser pulcros, tener una ciudad y ser requeridos por el ciclo del mercader, cuando en verdad asoma por todos lados el hedor, ya sea porque descubrimos que usamos sucedáneos o porque advirtamos que aun no somos ciudadanos perfectos. Kusch concluye que esto se remedia por medio de la salvación que viene de la ira de dios, aunque solo sea para mostrar lo hedientos que somos. “Dios no se fija en el hedor”. Lo que ocurre es que para hacernos dignos de un 6 dios, precisamos de una verdadera sabiduría. ¿Y cuál sería ésta? “Aquella que busca un sentido a la distancia que media entre nosotros y todo aquello que sentimos tan lejos”. Inmediatamente Kusch se pone a analizar dos términos que van a jugar un papel preponderante en la configuración de un pensar sapiencial distinto, a saber: la objetividad y la subjetividad. Ambos términos se correlacionan con otros binomios ya introducidos como son el ser y el estar, la ira del hombre y la ira de dios, occidente y América. Brevemente relaciona el término objetividad con “culto a los objetos”, al mundo exterior, como quién se dedica a pasear para distraerse de su intimidad. Así la ciencia termina siendo un culto al objeto, lleva al hombre a un cierto mecanicismo en su relación con la naturaleza y sus leyes, ahogando su propia subjetividad. Así dicha pretendida objetividad nos hace creer que es sinónimo de ver las cosas tal como son, cuando en realidad la única manera en que vemos es desde nuestra subjetividad. Es en este sentido que alcanza tanta claridad y fuerza la sentencia dicha por Kusch y que reza de la siguiente manera: “Somos en ese sentido turistas espirituales” una manera muy cómoda de aislar nuestra calidad de sujetos frente a eso que se da afuera en el patio de los objetos. De esta forma la objetividad se traduce por: falta de compromiso, sujetos observadores frente a una realidad que es aparentemente “objetiva y lejana”. Cuánta razón tiene el análisis de Kusch, ( incluso dicho hace tiempo y a la distancia), con respecto a nuestro ser argentino, al afirmar que hemos colgado nuestra responsabilidad de los objetos en vez de llevar, dicha responsabilidad, adentro y que se plasma en ese rotundo “qué me importa”, permitiéndonos huir, pero dejando muy en alto la objetividad. Siempre andamos escuchando y diciendo que “no tenemos que ver con nada” y de esta forma, muy sutilmente empezamos a dar culto a lo exterior a costa de lo interior. En definitiva no es otra cosa que el afán de ver siempre delante una realidad lejana y objetiva. La alternativa de superación, para nuestro autor, estaría en intentar volver a escribir desde el punto de vista de la “vida” y no tanto de la “razón”, aquello que se logra desde la problemática del mero estar y que no es otra cosa que comprender la pura vida de un sujeto. Y es probable que ese retorno a la pura vida del sujeto tenga caracteres de hediondez y desnudez vergonzante, frente a la pretendida y declamada pulcritud de la objetividad. Y eso ocurre porque las “viejas raíces vitales siempre hieden”. Así se nos invita a realizar una filosofía de la vida nacida en el quehacer diario del pueblo, como la que viven los pueblos originarios que encontramos en los diferentes lugares de nuestra patria, o la del chacarero de nuestros campos, o más aún, la del paria que habita al amparo de nuestra gran ciudad, olvidado de todos y con el miedo atroz de que lo lleven preso injustamente, o pierda su sueldo, o lo asesinen por nada. Es esta antigua y siempre nueva savia la que nos está haciendo falta incorporar. 7 El mero estar para el fruto Desde Newton y su explicación de la caída de la manzana en clave mecanicista hemos tratado de interpretar y conjugar la realidad desde el criterio de la causa y el efecto. Casi podemos decir que este es un legado que nos viene desde lejos, desde los Balcanes, desde aquél llamado paso del mito al logos y que adquiere su máxima expresión en el mecanicismo sostenido primero por Descartes y su res extensa y rubricada con la física newtoniana. Me atrevo a decir que ese proceso largo y lento del logos nos fue llevando paulatinamente al momento y tiempo en el cual “La Pacha dejó de ser Mama, para pasar a ser Máquina.” Así hemos perdido el carácter bilógico que alguna vez supimos tener alejándonos del sentido más profundo que hace al vivir y a nuestro vivir de hombres en particular. Comparto abiertamente la afirmación de Kusch cuando nos señala que debemos utilizar otro criterio, vinculado más con la gestación orgánica en lugar de aquél (causa-efecto) que nos deja de frente a una fría máquina. Así “una idea, un sueldo, una casa, un libro, una plataforma política, todo se engendra, madura y muere igual que la manzana”. Cuando se piensa desde la vida misma, recién allí aparece la posibilidad de conciliar opuestos, en la cual “todo es semilla y debe convertirse en fruto”. Es en la vida donde se reconcilian superándose los contrarios. Es esta la misión del fruto. Incluso aquello que el hombre produce por medio de la técnica tiene la apariencia del fruto: son pseupodios, logros mecánicos que no se pudren, pero que tampoco viven. Algo parecido acontece con el individuo inmerso en la gran cultura de la ciudad, una especie de abstracción devenida partícula de un gran organismo monstruoso. Es la comunidad que supera la mera individualidad la que se hace responsable del sostén y amparo de su vida. Así para Kusch, cuando las relaciones ciudadanas no intervienen, se restablece la comunidad. Esta responde por una justicia vital que restituye no solo los derechos, sino y sobre todo la “vitalidad” de cada hombre. Así podemos constatar que subyace en nuestra cultura popular esa responsabilidad asumida desde un ámbito más importante: el orgánico y el comunitario. “La comunidad nos torna mucho más responsables y no ocurre lo mismo con la justicia ejercida en abstracto. Que parezca lo contrario lo dado oficialmente, con cierto perfil mecánico, previamente clasificado y preestablecido, no deja de ser tan solo una manera práctica de encarar el problema exigido por el exceso de acción propio de la gran ciudad. Se necesita concebir una realidad que carezca de imponderables, porque solo así se puede mantener una acción práctica y eficiente, exigido quizás, por el mismo exceso de población. Todo en definitiva, según el pensar de Kusch, responde a la comodidad de resolver los problemas con el menor esfuerzo. De esta forma, concluye, que lo anterior expuesto, contradice una lección muy sabia y es la de entender que todo es orgánico y debe crecer y nada debe ser sustituido mecánicamente, porque de lo contrario terminamos en un mundo de sucedáneos que carece por completo de humanidad. Vamos sembrando 8 paredes entre nosotros y el prójimo porque nos espanta su presencia viviente, “su afán de perseguir el fruto igual que nosotros”. No queremos ver al prójimo porque no queremos nivelarnos a la altura del fruto. Así, dice Kusch, nunca nos referimos al prójimo en lo que tiene de esencial, sino a su simple condición de semilla vital que se da aquí y ahora para dar su fruto y luego morir. De ahí el valor que les damos a las apariencias, siendo lo más importante el saber que somos pura semilla. Este pensar, desde esta sabiduría, quizás tenga algo de herejía filosófica, ya que el accidente es tomado como sustancia, porque así lo exige la forma sabia de ver al prójimo. Quizás lo sustancial se reduzca simplemente a “ver” al prójimo o las cosas y dar por concluido lo que podamos registrar al respecto: el mero darse para el fruto que es la manera de justificar la vida misma. Quizás por eso, piensa Kusch, sea tan falso entre nosotros decir a gritos nuestra esencialidad que creemos llevar adentro, el de que estamos escribiendo o somos jefes o tenemos un título. Así como no podemos manejar tan libremente nuestra apariencia, nos sentimos atrapados por ella y debemos esgrimirla para darnos con los otros, los prójimos, que también esgrimen sus apariencias. Así necesitamos de la obtención del fruto, ya sea en forma de simple alimento, ya sea bajo la forma de un hijo, o un libro para poder vivir. La apariencia lo es todo y la esencia es un mito porque el hecho de vivir no apunta solo a lo que se es, sino al fruto. El fruto es la razón misma del hecho de vivir, le da significado y sentido. Como bien dice nuestro autor: “Robemos la posibilidad de obtener el fruto a un sujeto y morirá en vida”. Pues bien, el fruto se da solo si se dan el macho y la hembra a modo de raíz de opuestos y generadores de frutos. Así también el fruto puede surgir desde la posibilidad y la imposibilidad de algo, tratándose quizás del equilibrio general entre fuerzas opuestas. Todo se escurre entre los opuestos, dependiendo totalmente del equilibrio de éstos para que el fruto pueda darse. No obstante esto, también es cierto que muchas veces esos opuestos se unen por azar y pensar de esta manera puede llevar al pesimismo, pero no cabe alarmarse, ya que el pesimismo es propio de aquellos que infringieron en el mero darse, olvidándose que lo opuesto puede seguir su juego independientemente de nosotros o nuestras consideraciones, cálculos o predicciones. En otras palabras se tratará de ver como equilibramos los opuestos que dividen al mundo, y así cómo resolvemos el antagonismo entre orden y caos, vida y muerte, riqueza y pobreza a fin de que la vida no sea tan solo una víctima exclusiva del mundo. El “nosotros” como experiencia de Pueblo Lo primero que diremos al respecto es que esto es fruto de la experiencia histórico-cultural (religiosa, ético-política, poética…) de los pueblos latinoamericanos, y en especial, en los rioplatenses dicha experiencia se condensó en el concepto de “pueblo”. Tal comprensión del “pueblo” es herencia, tanto de la historia ibérica, como del sentido comunitario indígena y sobre todo de la tradición popular criolla. El “nosotros” al que hacemos 9 referencia no es el resultado de la universalización del “yo”, ni el sujeto trascendental de la relación sujeto-objeto, sino que además del yo implica el “tu” y los “el” (y supone el “El”) que no son reductibles al “yo” ni siquiera en su comprensión trascendental. El filosofar que ya hemos caracterizado no parte de la relación hombre-naturaleza. No es esa la experiencia primera, sino la ético religiosa del “nosotros estamos”, en la cual se dan simultáneamente, en unidad y distinción, la relación hombre-hombre (el nosotros como yo, tú, él) y la relación hombre-Dios (el nos-Otros que implica el absolutamente Otro). Así el “nosotros-pueblo” está en relación con la tierra, en la que está, tratándose esta no de una mera relación económica (aunque también lo sea) sino de una relación primeramente religante (religiosa) y ético comunitaria (cultural) e implicando al mismo tiempo realidad (“de suyo”) y simbolicidad. Nos podemos dar cuenta que la “Tierra” no es por tanto, desde estos confines, reducible a la idea griega de “physis” ni a la moderna de naturaleza (en relación al binomio sujeto-objeto). La tierra es símbolo de lo numinoso, sagrado, ctónico, materno de la religiosidad, sin negar su trascendencia, sino como reafirmándola desde otro ángulo: como centro del “nosotros”, al que trasciende por dentro, y como raíz misteriosa de su estar. El simbolismo indoamericano de la Pacha Mama apunta a ese aspecto del Absoluto que se manifiesta también en la dimensión religiosa cristiana de la Encarnación, los sacramentos y la piedad mariana que tanto dicen a la religión popular latinoamericana. Por ende el “nosotros estamos” no implica una ciencia absoluta, aunque si una sabiduría del Absoluto. Bibliografía. Kusch, Rodolfo, Obras Completas, “América Profunda”, Tomo II, Editorial Fundación Ross, Rosario, 2000. Kusch, Rodolfo, Obras Completas, “Geocultura del Hombre Americano”, Tomo III, Editorial Fundación Ross, Rosario, 2000. Kusch, Rodolfo, Obras Completas, “Esbozo de una Antropología Filosófica Americana”, Tomo III, Editorial Fundación Ross, Rosario, 2000. Autores Varios, Centro de Estudios Latinoamericanos, “Kusch y el pensar desde América”, Editorial Fundación Ross, Rosario, 2009. Scannone, Juan Carlos, “Nuevo Punto de Partida de la Filosofía Latinoamericana”, Editorial Guadalupe, Buenos Aires, 1990. 10