Sobre transformación de la sociedad y de la sexualidad. Irma Palma Universidad de Chile 1. Sociedad y cambio Las sociedades se transforman constantemente. Sin embargo, en las últimas décadas se ha instalado la percepción más o menos generalizada de que los cambios suceden de manera más acelerada y que modifican cada vez más profunda y drásticamente la vida personal y social. Puede señalarse algunos rasgos principales del cambio actual. En primer lugar, se trata de un cambio que se realiza en nombre de lo moderno y la modernidad1 (Gianni Vattimo, 1994), pero que encierra la paradoja de la pérdida de la fe en el progreso; esto es, el cambio hacia la modernidad carece del componente de progreso que hasta ahora ha caracterizado a la primera. En segundo lugar, se trata de una modernización capitalista en que la racionalidad fundante se desplaza radicalmente desde la producción al consumo. En tercer lugar, se trata de una modernización que se arma desde una articulación entre Estado y mercado (príncipe y mercader) y que incorpora al ciudadano en tanto agente que consume bienes y servicios colectivos y no en tanto los produce. En cuarto lugar, se trata de una modernización que, en lugar de homogeneizar y homologar, produce una profunda fragmentación en la sociedad; en este sentido, la modernización tardía se confunde con la post modernidad. Finalmente, se trataría de procesos de modernización que se realizan en un contexto de globalización, es decir, de apertura radical de las nociones de espacio y tiempo en que se realizan los intercambios, las interacciones y las comunicaciones entre individuos y entre agrupamientos de éstos. En el ámbito de la sexualidad, el desarrollo de tecnologías reproductivas ha permitido la separación más o menos radical del erotismo respecto de la reproducción (Giddens, 1995). Del mismo modo, se observa el surgimiento de identidades sociales sexuadas, a través de la configuración de sujetos sexuales específicos y de minorías y comunidades sexuales (Parker, 1996), así como también una tendencia hacia la iniciación más temprana en la sexualidad activa y una extensión mayor en el ciclo vital (Lagrange, 1997; Bozón, 1998) y una ampliación de los repertorios de prácticas sexuales hacia prácticas que antes eran condenadas severamente, episódicas y más propiamente asociadas a relaciones y formas sexuales proscritas. De manera más general, se hace manifiesta una creciente tematización de la sexualidad y la constitución de la sexualidad en un ámbito de construcción de derechos; entre otros. 2. 1 Textos, discursos, percepciones Marshall Berman (1981) formula la experiencia de la modernidad en los siguientes términos: “Ser modernos es encontrarnos en un entorno que nos promete aventuras, poder, alegría, crecimiento, transformación de nosotros y del mundo y que, al mismo tiempo, amenaza con destruir todo lo que tenemos, todo lo que sabemos, todo lo que somos. Los entornos y experiencias modernos atraviesan todas las fronteras de la geografía y la etnia, de la clase y la nacionalidad, de la religión y la ideología: se puede decir que en este cambio la modernidad une a toda la humanidad. Pero es una unidad paradójica, la unidad de la desunión: nos arroja a todos a una vorágine de perpetua desintegración y renovación, de lucha y contradicción, de ambigüedad y angustia. Ser modernos es formar parte de un universo en que, como dijo Marx, ‘todo lo sólido se desvanece en el aire’” No obstante, el cambio en la sexualidad –al igual que el cambio en el conjunto de la sociedad– se presenta contradictorio. Uno de los ámbitos en que ello se manifiesta es el de los discursos públicos. Por un lado, muchos de éstos se oponen, niegan o intentan controlar el cambio; por otro lado, algunos de tales discursos -como la publicidad comercial- operan como incitación o exacerbación de la sexualidad. Ello aparece como una paradoja. Mientras la sociedad asume la publicidad erótica como dispositivo legítimo del funcionamiento de la economía, tiende a restringir o a reprimir la traducción de dichos mensajes publicitarios en conductas o comportamientos sexuales activos. De este modo, el cambio en la economía –del la producción al consumo– no se traduce en cambio en la cultura, es decir, la apertura de la economía se realiza en un contexto de cierre de la cultura; más específicamente, como cierre de las instituciones que tienen capacidad para modelar la cultura. La economía incita, las instituciones reprimen. De fondo, lo que se está modificando es la textura misma de la sociedad. Ibáñez (1986, 1991) sugiere que con el surgimiento de los tiempos modernos las sociedades se organizan a partir de un texto ideológico cuyo núcleo central está constituido por la noción de razón, de ley, de juridicidad, la cual se traduce a todos los ámbitos de la vida social (leyes de la naturaleza, de la ciencia, de la historia, de la sociedad, contrato social, etc.). La verdad es equivalente a una ley inscrita en algún lugar y que es necesario descubrir y observar. Este texto corresponde al estado de capitalismo de producción. El texto que le antecede es el texto teológico (el orden se ordena a partir de una verdad revelada). El texto que le sucede es el texto publicitario y corresponde plenamente al capitalismo de consumo. La verdad no existe o está asociada o supeditada al deseo y, por tanto, a la subjetividad humana. De manera general, la tecnología ha resuelto el problema de la producción y el problema de las grandes unidades productivas es realizar su producción, es decir, garantizar su consumo. En esta transformación se juegan también modificaciones radicales en las relaciones sociales, en los valores –incluyendo el valor del trabajo– en las comunicaciones y, sobre todo, en los modos en que se generan los agrupamientos, las pertenencias grupales y las identidades individuales y colectivas. Un ejemplo de ello está dado por la noción de clase social y la fuerza identitaria y la capacidad de acción colectiva que solía activar en el estado de capitalismo de producción. De manera muy resumida, algunos de los efectos mayores de estas modificaciones en lo social y lo cultural se refiere al consumo de bienes y servicios, de afectos y de mensajes. En este campo se ha producido una reorganización radical del consumo a partir de los mensajes. Si los intercambios asociados al consumo tradicionalmente se organizaban en la secuencia de economía política (bienes y servicios), economía libidinal (afectos) y economía simbólica (mensajes)2, progresivamente esa secuencia tiende a invertirse, de modo que los mensajes modelan a los afectos y estos modelan a los bienes y servicios (Ibañez, 1991). Un ejemplo inmediato de esta inversión se expresa en las actuales tendencias hacia la constitución de identidades sociales que tienden a construirse a partir de la identificación en el consumo de ciertos bienes, marcados como signos de pertenencia a algún grupo social particular. Asociado a ello, progresivamente se generaliza una percepción de la realidad social en tanto un espectáculo, producido, seleccionado e interpretado por los medios de comunicación social. Las experiencias cotidianas sólo resultan verosímiles en la medida en que sean susceptibles de verificar en relación a la noticia o el acontecimiento social en tanto espectáculo. Con ello, los 2 Claude Levy-Strauss, 1968, sugiere que los intercambios humanos se realizan en el plano de los bienes y servicios, de mujeres y de mensajes. significados de las experiencias humanas, biográficas e históricas, individuales y colectivas, resultan crecientemente modelados por los discursos publicitarios, al mismo tiempo que las personas y los grupos humanos se constituyen cada vez más en audiencias pasivas y perplejas, disponibles para el consumo colectivo pero inhibidas en su capacidad de acción colectiva. 3. La metáfora de la tribu: la socialización de las generaciones jóvenes La modernidad suponía una consistencia normativa estructurada y guiada hacia un telos. Lo social, así entendido, responde a un orden político que demanda y provee, a la vez, la asociación racional y contractual de los individuos. Maffesoli (1990) sostiene que estaríamos ahora ante la visibilidad de otras formas de agregación de lo social a cuya expresión llama socialidad. Ésta estaría definida por una lógica estética y una ética sensible, animadas por el peso de lo afectivo, el carácter borroso de la comunidad, los movimientos de vaivén, la dispersión y la índole transitoria de la existencia. Ello implica una redefinición de materias centrales derivadas de la racionalidad moderna, a saber, otra forma de aproximarse al espacio y al tiempo, en tanto dimensiones capitales y rectoras del espíritu moderno, así como la noción de poder por la de potencia, entendida esta última como la capacidad desplazamiento de la ad infinitum de actualizar el vivir en común. La metáfora ‘tribu’ –nebulosa de pequeñas entidades locales– hace posible pensar en la desindividuación y el agotamiento de la solidaridad mecánica. Se pasa, de este modo, de una existencia atomizada y desprovista de afinidades afectivas al auxilio de un paradigma estético donde la multiplicidad del yo y el ambiente colectivo que induce, prevalece en el sentido de experiencia y sentir común. En muchos sentidos, lo que está en juego es la potencia versus el poder, haciendo visible la fractura de las instituciones unificantes y su imposibilidad de “reducir la polisemia de la vida social” (Maffesoli, 1990). La socialidad adopta múltiples y cambiantes formas; en el decir de Maffesoli (1990, p. 187), “podemos observar, con la ayuda de la microinformática, estas formas de asociación en vías de extensión que son las redes (el neotribalismo contemporáneo) descansan en la integración y en el rechazo afectivo. Esta paradoja, signo patente de la vitalidad, es en cualquier caso una de las claves más útiles para una aproximación comprensiva.” (1990, p. 187). Por ello, es necesario complejizar la realidad social y dejarla ser tan esquiva y confusa como se presente; lo inabarcable es el mundo y lo huidizo son las relaciones y vida en común aunque se insista en verterlos en límites precisos de donde, antes o después bajo una forma u otra, escapan irremisiblemente. Por ello, se trata de una forma nueva y distinta de socialidad. La experiencia del otro funda comunidad, aún cuando esta comunidad se conflictiva. En este sentido, la socialidad se presenta más como una potencia que como una estructura que funda un cuerpo social. Barrera Tyszka (2001) lo expresa en los siguientes términos: “La tranquilidad y la paz siempre se nos aparecen como dignas enemigas de la pasión y del deseo... Las dos primeras, consecuencias dilectas del ordenamiento taxonómico del mundo; las dos últimas, asunciones irrevocables en los “modos de vida” afines al signo de la proxemia”. Los términos en que se juega esta especie de enemistad debe entenderse menos como un enfrentamiento directo que como “un escándalo que atenta contra la esencia” (Barthes, 1999, p. 248). La estabilidad inducida por el orden social clásico abre paso a la fluidez, las convocatorias puntuales y la dispersión del neo tribalismo. La internet se ubica como uno de los puntales, uno de los paradigmas y uno de los cursos de esta socialidad neo tribal. 4. Sexualidades y transformación de la sociedad En el curso del siglo XX la sexualidad se desvincula de su relación ancestral con la reproducción y comienza a abrirse al placer y el erotismo. En la actualidad, la concepción puede ser artificialmente producida e inhibida. Los desarrollos tecnológicos en este campo posibilitaron el surgimiento de lo que Giddens (1995) ha denominado “sexualidad plástica” y una incipiente sustitución de la perversión por la diversidad sexual. La sexualidad adquiere un carácter abierto, se incorpora como propiedad potencial de los individuos y se la sujeta a los estilos de vida; se hace maleable, abierta a una configuración de diversas formas y a una “propiedad” potencial del individuo. La sexualidad ha llegado a ser un punto de primera conexión entre el cuerpo, la autoidentidad y las normas sociales. La autoidentidad sexual adquiere un carácter abierto 3. Tambièn el cuerpo se encontrarìa sometido a un alto grado de reflexividad, fuertemente conectado a la consecución de la identidad, abierto a un conjunto de posibilidades de desarrollo y apariencia y sujeto a la responsabilidad de su poseedor, crecientemente integrado en las decisiones sobre estilos de vida. De forma general, la identidad se hace muy problemática en la vida social moderna, especialmente, en la época reciente. Giddens sostiene que el “yo” es en la actualidad un “proyecto reflexivo: una interrogación más o menos continua de pasado, presente y futuro. Es un proyecto llevado adelante en medio de una profusión de recursos reflexivos: terapia y manuales de auto-ayuda de todos tipos, programas de televisión y artículos de revista”. Tales recursos conceptuales proporcionan elementos para que los sujetos creen una narrativa reflexivamente ordenada de la identidad personal. Ciertamente, tanto en relación con la sexualidad, como la identidad o el cuerpo, las teorías, términos e ideas destinadas a su comprensión, han permeado la vida social y han contribuido a reorganizarla. Este fenómeno propio de las sociedades modernas ha sido denominado por Giddens como “reflexividad institucional”, porque introduce los términos para describir la vida social, entrar en su rutina y transformarla, no como un proceso mecánico ni necesariamente de forma controlada, sino porque forma parte de los marcos de acción que adoptan los individuos y los grupos. Weeks, Parker, Gagnon, entre otros -a diferencia de Giddens, que observa dichas transformaciones como expresivas de una naturaleza y dinamismos propios de la modernidad que, quiéraselo o no, nos conduce hacia un “mundo desbocado”-, asignan gran importancia a la emergencia de los movimientos sociales denominados de “minorías”4 -gay/lésbicos, feministas, negros, pobres- y al surgimiento de culturas de resistencia5, como expresión de un dinamismo social que presenta fuerzas sociales, actores, luchas y resistencias. El origen de tales movimientos conecta con contextos de crisis y procesos políticos y culturales marcados por una fuerte orientación al cambio social y cultural, y en vinculación con el surgimiento de movimientos sociales, fundamentalmente en las sociedades europeas y norteamericanas, que desarrollaron estrategias políticas y formas organizativas -en particular la del movimiento homosexual- que contribuyeron a modificar la agenda científica, y que han tenido efectos posteriormente probablemente a fines del siglo xx- en proporcionar herramientas a otros grupos eróticos 3 En la actualidad, homosexual es alguien que puede llegar a ser o algo que puede descubrirse. Sobre la categoría de minoría, véase: Joan Kelly, (1983). “The Social Relation of the Sexes: Methodological Implications for Womens History” E. Elizabeth Abal (comp.), The Signs readers: women, gender and scholarship (Chicago: University of Chicago Press); y Guajardo, G. (2001) “Lo Minoritario sexual: una interpretación crítica” Revista Nomadías. Centro de Estudios de Género y Cultura en América Latina. Facultad de Filosofía y Humanidades. Universidad de Chile. Santiago. 5 Sobre la categoría de culturas de resistencia, véase: Jeffrey Weeks, (1998) “La Sexualidad”. Universidad Nacional Autónoma de México- Programa universitario de Estudios de Género. Editorial Paidós. México. 4 particulares: travestíes, transexuales, pedófilos, sadomasoquistas, bisexuales, trabajadores sexuales pugnando por el derecho a la expresión y a la legitimidad en la vida social. Puede afirmarse que la expansión de la diversidad ha conectado fundamentalmente con un descentramiento de la heterosexualidad en relación a la constitución de la homosexualidad en una sexualidad humana posible; sin embargo, tal descentramiento resulta precaria respecto de apertura más amplia o radical del fenómeno de la identidad y del género, menos aún a la cuestión de la sexualidad intergeneracional.6 El sexo se ha visto convencionalmente como la más irreductible de las energías naturales, rebelde frente a los esfuerzos de la represión, resistente a las modificaciones del clima y la cultura, por ello, natural e inevitable. Sin embargo, como afirma Weeks, sobre todo, justamente por concebirlo de ese particular modo, “el sexo ha sido, desde hace mucho tiempo, una correa de transmisión para ansiedades sociales más amplias, así como un foco de luchas en torno al poder, uno de los principales lugares de la verdad donde se define y se expresa la dominación y la subordinación”7. La historia de la sexualidad, enfatiza Weeks, puede comprenderse como una historia de nuestras preocupaciones acerca de cómo deberíamos vivir, cómo disfrutar o negar nuestro cuerpo. Los primeros científicos sociales veían en la sexualidad un sitio privilegiado para especular sobre los orígenes de la sociedad humana. En la actualidad, la sexualidad se ha acercado más que nunca al centro del debate público. El sexo ha sido objeto de objeto de ansiedad, placer, dolor, esperanza y discusiones desde el siglo XVIII, tomado como objeto de exploraciones científicas y actividades políticas. Para este autor, la sexualidad es hoy una zona conflictiva: se ha convertido en un campo de batalla moral y político. Tanto los sentidos, lenguajes definiciones, las normas e instituciones se encuentran tensionados. Todo ello sucede sobre ámbitos y fenómenos en constante expansión: la mercantilización de los placeres sexuales, la expansión en espiral de los deseos potenciales, la proliferación de los miedos a enfermedades relacionadas con el sexo; simultáneamente con el surgimiento de nuevos movimientos sociales y de subjetividades sexuadas, en busca de sus propios espacios de expresión, de libertad Estas constituyen, en parte, las coordenadas en las cuales se desarrollan los enfoques en la campo científico. Allí han sido sometidas a crítica las perspectivas teóricas y metodológicas predominantes en las ciencias biomédicas -la epidemiología, la salud pública, la psiquiatría- y en las ciencias sociales. 8 Bejín (1987) sostiene que desde el siglo XIX se fue constituyendo progresivamente –aun cuando con aportes, intereses y énfasis diversos- una ciencia de la sexualidad –la sexología-, la cual, en una primera etapa, se centra en producir una nosografía de la patología sexual, al mismo tiempo que fue constituyendo un modelo normativo de sexualidad y, posteriormente, desplaza su preocupación hacia la función de la sexualidad y el orgasmo adquiere carácter de criterio 6 La expansión de la diversidad conlleva, como sostienen Weeks y otros investigadores críticos, un conjunto de preguntas complejas, radicales. Entre ellas, la pregunta por la pedofilia es una pregunta por uno de los tabúes prevalentes: ¿El sexo intergeneracional puede ser concebido siempre y sólo como abuso sexual, o podría constituir un cuestionamiento radical de las divisiones arbitrarias de edad? 7 íd. Puede afirmarse que las disciplinas que estudian la sexualidad son ellas mismas productos culturales e históricos que contribuyen a modificar los contextos culturales de la sexualidad y hacer que se configuren los fenómenos que describen. De ese modo, la investigación estudia el comportamiento sexual que ella contribuye a fijar o a redefinir. 8 normativo. Sexología pretende descubrir la verdadera naturaleza de la sexualidad. Weeks critica la tradición sexual en cuanto esfuerzos que buscan “la verdad” del sexo en la naturaleza. Reconoce al psicoanálisis el surgimiento de un concepto de la sexualidad y de la diferencia sexual que tiene en cuenta el cuerpo, que es consciente de la relaciones sociales y sensible a las actividades mentales. Más ampliamente, en el campo de la filosofía contemporánea, como sostiene Alicia Puleo (2001), la sexualidad asume el carácter de fundamento ontológico, inscrito en la moderna búsqueda de un sentido de trascendencia. Refiriéndose a la mujer, sostiene que, sin embargo, ello no necesariamente conlleva una ruptura profunda con la reflexión teológica tradicional que establecía una identificación directa entre mujer y mal. Más bien, se trata de una tensión que persiste y se proyecta en el corazón de la modernidad, reformulándose una y otra vez. La antigua perversidad de la mujer radica ahora en una sexualidad femenina amenazante. 9 Podría sugerirse que la reflexión filosófica contribuye al tránsito desde el discurso religioso al discurso científico, en una sociedad crecientemente secularizada y, con ello, al surgimiento de lo que más tarde sería una ciencia sexual, la sexología tal como es concebida en la actualidad. 10 Parker y Gagnon (1995), por su parte, caracterizan dicha perspectiva por una concepción de la sexualidad como una fuerza natural que existe en oposición a la cultura, radicada en el individuo, constituyente de modelos de sexualidad propios de cada sexo, y por una concepción de la sexología como una ciencia de carácter a-histórico, por una ausencia de consideración de contextos sociales e históricos en los cuales los individuos realizan sus prácticas. En décadas recientes, los movimientos feministas y de minorías homosexuales contribuyeron a modificar la agenda científica de investigación en sexualidad, introduciendo los conceptos de diversidad, poder y elección (Weeks, 1985; Parker y Gagnon, 1995; Parker, 1996). No obstante, la crisis de la investigación en este campo fue parte de una crisis mayor en los estudios en los estudios críticos en las humanidades. Más recientemente, la expansión de la epidemia del VIH/SIDA puso en evidencia los límites conceptuales y metodológicos de la investigación relacionada con el comportamiento sexual humano en los diversos campos de la investigación científica11. Demandó una revisión crítica de la tradición teórica y metodológica e implicó nuevos debates, desarrollos teóricos – deconstrucción de las categorías y clasificaciones, entre otros- ampliaciones de los enfoques metodológicos hacia las aproximaciones cualitativas y etnográficas (Parker, Herdt y Carballo, 1995; Parker, 1996).12 9 Esta misma tensión se presenta de manera distinta en la reflexión filosófica. Schopenhauer, por ejemplo, ve en la mujer a la continuadora de la vida y, por tanto, del mal y del dolor humano; la salida ética es, luego, el ascetismo. Por su parte, Marcuse ve a la mujer como sujeto revolucionario, como posibilidad de regreso a la naturaleza y la armonía; sin embargo, para ello debe asumir que es vulnerable al mal latente en la sociedad (“el colectivo femenino debe mantenerse deliberadamente alejado del poder”). (Puleo, op. cit.) 10 Al mismo tiempo, introduce a la discusión sobre las conexiones entre filosofía, ciencia y nuevas tecnologías publicitarias y sentidos comunes en la re-configuración y control patriarcal del cuerpo y la sexualidad de las mujeres en la actualidad. 11 La investigación realizada durante la década pasada en el campo del sida ha mostrado la importancia de factores socioculturales en la determinación del comportamiento sexual, incluso en sus aspectos más básicos. La comprensión de los patrones de transmisión del Vih o la persistencia de patrones de violencia sexual requieren de conocimientos que den cuenta de lo que se ha denominado cultura sexual, es decir, los sistemas de significados, de conocimientos, de creencias y de prácticas que estructuran la sexualidad en diferentes contextos sexuales. Implica asimismo, una relación entre la sexualidad y los diversos otros sistemas socioculturales, políticos, económicos religiosos. 12 Debe añadirse a lo anterior el hecho previo de la contribución crítica de los movimientos feministas y de minorías homosexuales a modificar la agenda científica de investigación en sexualidad, introduciendo los conceptos de diversidad, poder y elección (Weeks, 1985; Parker y Gagnon, 1995; Parker, 1996). No obstante, la crisis de la investigación en este campo fue parte de una crisis mayor en los estudios en los estudios críticos en las humanidades. La experiencia subjetiva de la vida sexual es un producto de los significados y símbolos intersubjetivos, asociados con la sexualidad en diferentes situaciones sociales y culturales. Por ello, "la "sexualidad" es una experiencia histórica y personal, a la vez." (Weeks, p. 21) Por tanto, tiene sentido poner atención preferentemente a la naturaleza intersubjetiva de los significados sexuales, sus cualidades colectivas y compartidas, no como propiedad de los individuos aislados, sino como sujetos integrados dentro del contexto de distintas y diversas culturas sexuales, mediados por relaciones de poder. La sexualidad humana puede ser comprendida como una construcción social que implica simultáneamente a la biología y a la cultura (Weeks, 1998). Como señala Weeks (1985, p.21), "Las posibilidades eróticas del animal humano, su capacidad de ternura, intimidad y placer nunca pueden ser expresadas ‘espontáneamente’, sin transformaciones muy complejas: se organizan en una intrincada red de creencias, conceptos y actividades sociales, en una historia compleja y cambiante". Desde este punto de vista, la sociedad opera como el principio indispensable de producción de conductas sexuales, y de las significaciones que les están ligadas, y la sexualidad no constituiría el producto de un conflicto inevitable entre pulsión sexual y sociedad, que funcionaría como ley y como principio represivo, canalizando el instinto bajo una forma socialmente aceptable (Gagnon y Simon, 1986). 5. Consideraciones finales Las reflexiones precedentes nos permiten afirmar la ocurrencia de cambios en la sociedad y cambios en la sexualidad. Estos mismos cambios resultan también evidentes en la sociedad chilena. La investigación desarrollada en décadas recientes en la sociedad chilena sugiere la existencia de transformaciones profundas en el ámbito de la sexualidad 13, tanto en el plano de las prácticas (formas más tempranas y más prolongadas de iniciación en la sexualidad activa, ampliación de repertorios de prácticas sexuales hacia formas no vaginales, extensión del número de parejas sexuales en la población femenina, creciente uso de medios destinados a la anticoncepción, entre otras.), en el plano de las orientaciones culturales (p. e. en materia de publicidad, censura, legislaciones sobre filiación, violencia sexual, o en materia de tolerancia y discriminación hacia minorías homosexuales, entre otras), como en el plano de las representaciones sociales y significados atribuidos a la sexualidad (modificación de la representación social de la virginidad femenina, instalación de la intimidad como orden emocional de las relaciones, entre otras). 13. Las siguientes son algunas de las investigaciones realizadas en la sociedad chilena: Comisión Nacional del Sida. (2000). Encuesta Nacional de Comportamiento Sexual. Santiago, Chile. Corporación Chilena de Prevención del SIDA. (1997) De Amores y Sombras: Poblaciones y Culturas Homo y Bisexuales de Hombres en Santiago. Santiago, Chile. Fundación Futuro. (Mayo 2000). Encuesta de Opinión Pública "La Vida Sexual de los Chilenos". Santiago, Chile. Gysling, Jacqueline. (1995). La Investigación Social en Salud Reproductiva en Chile: Panorama al inicio de los Noventa; FLACSO/PIEG, Santiago, Chile. Grupo Iniciativa. (1999). “Encuesta Nacional Opinión y Actitudes de las Mujeres Chilenas sobre las Condiciones de Género”, Santiago, Chile. Instituto Nacional de la Juventud. (1999). Cuadernillo Temático Nº 4. “Familia y Vida Privada de los Jóvenes”. Segunda Encuesta Nacional de Juventud. Santiago, Chile. Olavarría, José; Benavente, Cristina; Mellado, Patricio. (1998). Masculinidades Populares. Varones adultos jóvenes de Santiago. Santiago, Chile. Palma, Irma, Quilodrán, Cecilia, Palma, Samuel y Villela, Hugo. (1993). "Discursos sobre sexualidad y salud reproductiva en adultos jóvenes: factores facilitadores e inhibitorios en la prevención de riesgos”. Investigación cualitativa. Special Programme of Research, Development Research Training in Human Reproduction, de la Organización Mundial de la Salud. SERNAM. Análisis de las Conductas Sexuales de las y los adolescentes, Santiago, 1997. Sharim, Dariela., Silva, Uca.,Rodó, Andrea., Rivera, Diana. Los Discursos Contradictorios de la Sexualidad. Colección Estudios Sociales. Ediciones Sur. Santiago, 1996. Valdés, Teresa. (199)). “El poder en la pareja, la sexualidad y la reproducción", FLACSO. Santiago, Chile. Del mismo modo, los debates públicos evidencian que hay una conflictividad asociada a tales transformaciones. ¿Cómo entender tales transformaciones? Por cierto, se trata de cambios cuya interpretación se ubica enteramente en el campo de lo debatible. La posibilidad de debate constituye, precisamente, una condición de posibilidad para hacer sentido o para dotar de sentido a la experiencia de cambios. Como hemos señalado precedentemente, resulta difícil, si no imposible, reducir el cambio, y su interpretación, a un solo y único texto (teológico, jurídico o publicitario). En realidad, cada uno de estos tipos de textos continúa o pervive en los otros, de modo de configurarse de nuevo una y otra vez. ¿Es posible afirmar que el texto publicitario representa en sí mismo la aspiración progresista de la humanidad? ¿Cómo se define lo progresista, y sus opuestos, en la actualidad? ¿Necesariamente los textos teológicos y jurídicos deben traducirse en instituciones compulsivamente normativas y restauradoras (de un orden pretérito)? Estas y otras interrogantes requieren de una búsqueda, una reflexión y un debate riguroso y sistemático. 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