Programa de Capacitación para el Desempeño de la Función Pública “Rol de gestión y nuevos escenarios del siglo XXI para las responsabilidades y el desempeño de los Agentes Públicos” Reflexión final En estas líneas desarrollaré humildemente algunos de los temas críticos abordados en la cursada. Entonces, la idea básica de los párrafos siguientes es plantear una serie de puntos clave de la actualidad socioeconómica, interrelacionarlos e integrarlos para lograr analizar la realidad desde una perspectiva holística, capturándola en toda su toda su complejidad, pues abordar cada problema por separado, aunque práctico, es inútil para la consecución de soluciones verdaderas útiles al común de la sociedad. Es menester aclarar que la presente reflexión buscará comprender principalmente las cuestiones alimentarias debido a la orientación académica de quien escribe. Nuestro país, aún considerado por muchas personas, el “granero del mundo” a partir de su rol agroexportador desde los principios del siglo pasado, es lo que podría llamarse una “joya” en cuanto a la riqueza en recursos naturales que posee, más aún hoy en el contexto de una contaminación ambiental creciente y de un próximo agotamiento de los recursos no renovables. Sumemos a lo anterior, por un lado, el hecho de alguna manera escalofriante, de un aumento de la población mundial (con lo que aumenta la necesidad de alimentos) y, por otro lado, el crecimiento de China como consumidor de alimentos y otros bienes. En definitiva Argentina, en los albores del siglo XXI, se encuentra muy bien posicionada, en su esencia de productora de alimentos, para hacer frente a las demandas externas y salir beneficiada. Ahora bien, ¿cómo aprovechar la situación? ¿qué problemas surgen al respecto? Veamos que la realidad no es tan simple y son muchos los factores que intervienen. Entre ellos pueden mencionarse por ej. la falta de planificación y de generación de políticas públicas a largo plazo respecto al sector agropecuario; la presencia cada vez mayor de empresas como Monsanto, Syngenta, Cargill, etc. a lo largo de toda la cadena de producción de alimentos; la desarticulación de los distintos eslabones de esta cadena; el Biopoder; los OGM y el patentamiento de la vida; las monoculturas; los grupos de poder y presión, etcétera. Otro fenómeno intrincadamente asociado a esto es la “sojización”: hoy, quiérase o no, el país de las vacas es el país de la soja. En la década de los 90’s, la gestión de Don Carlos Saúl Menem, a mi humilde criterio nefasta, con su “prometedora” postura neoliberal permitió el ingreso al país, entre otras cosas, de la soja RR de Monsanto, la cual se liberó al mercado luego de un sumiso control. Con los precios internacionales de la soja en alza, la oleaginosa ganó territorio desplazando a otras producciones, entre ellas, la ganadera. Así, esta última quedó confinada a una intensificación abrupta (y malograda) para intentar mantener el stock a toda costa: surgen los feed lot como “una solución elegante” que genera más problemas: primero, requiere la extracción de nutrientes del suelo para la producción de granos para el engorde y, segundo, implica de alguna manera la transformación de la vaca en cerdo disminuyendo la calidad de la carne. El stock de ganado vacuno en el país sigue reduciéndose (58 millones de cabezas en 2007 frente a 48,5 millones en 2010), aumenta su precio en las góndolas, disminuye consecuentemente el consumo per cápita (66,1 Kg. en 2000 frente a 57,9 Kg. en 2010) mientras crece el de carnes alternativas como el pollo. En línea con esto, es moneda corriente oír en los medios “cierre de las exportaciones” (de carnes, actualmente de trigo, etc.) y al tiempo “reapertura de las exportaciones”, lo que refleja explícitamente la falta de planificación en materia agroalimentaria. Obviamente esto solo puede crear conflicto y tensión social, con productores en las calles manifestando su desaprobación, como acaeció hace algunos días en el túnel subfluvial que une Paraná y Santa Fe. Puede decirse que el gobierno se dedica a tapar pozos, a salir del paso. Por supuesto, la no planificación más que inaptitud parece ser una estrategia política: quien no planifica no posee objetivos a mediano y largo plazo, por lo tanto no fracasa. En concreto, nuestro país tiene un esquema de alimentos industrializados “baratos”, similar al estadounidense, sostenido por una agricultura convencional a escala industrial. Vale decir que el bajo precio surge de no pagar las externalidades negativas que este sistema genera: monocultivo (implica una mayor exposición a shock, lo que supone una fragilidad de difícil cuantificación), impacto demográfico propio de la agricultura sin agricultores, etcétera. Producto inexorable de la promoción de alimentos “baratos” y, a la vez, de baja calidad nutricional es la prevalencia creciente de obesidad en todos los grupos etáreos y en todos los sectores socioeconómicos. Al momento que el Ministerio de Salud plantea esta problemática el Ministerio de Acción Social reparte bolsones alimentarios que tienen por objetivo combatir el hambre. ¿Cómo pueden estar tan desarticulados? Siguiendo con esto parece necesario aclarar que nuestro país, como otros de América Latina, atraviesa tres transiciones simultáneamente: una demográfica, una nutricional y una epidemiológica. La primera caracterizada por el aumento de la esperanza de vida, la disminución de la mortalidad (por lo tanto aumento de la población) y por el desplazamiento de la población rural al área urbana, producto de la agricultura sin agricultores antes mencionada. Esto provoca la sobresaturación de las ciudades y su colapso debido a la incapacidad para albergar a más personas y lleva a la conformación de cinturones marginales que circundan la periferia de las urbes. La segunda es resultado de la instauración de la “dieta occidental” basada en alimentos industrializados de alta densidad energética ricos en carbohidratos refinados, grasas saturadas y sodio, y pobre en micronutrientes. Una de las causas de esta situación es la triste pérdida de la comensalidad, la comida en familia y “la mesa”. La tercera habla del paso de una alta prevalencia de enfermedades infecciosas en décadas (y siglos) precedentes a una alta prevalencia de enfermedades crónicas no transmisibles como la obesidad, la diabetes, el cáncer y las enfermedades cardiovasculares. En definitiva cada vez somos más y nos estamos volviendo más viejos y gordos (eso sí, con desnutrición oculta). Tal realidad implica un mayor costo en salud pública para el país. Solo basta con ver el verdadero dolor de cabeza que tiene EUA respecto a esto: destinan el 5,5% al 7% del presupuesto nacional al sector salud solo para atender esta problemática. Desafortunadamente nuestro país sigue la misma senda que recorre el país del norte. ¡Qué irónico resulta oír que sean llamados un país desarrollado! Allí, ocurren ciertamente las mismas cosas que aquí: • pésima distribución del ingreso, cada vez con mayor concentración del mismo: “ricos cada vez más ricos y pobres cada vez más pobres”; • sistemas productivos sin sustentabilidad; • monopolios de gigantes grupos empresarios; • población cada vez más enferma; • etcétera. Es ilícito pensar el desarrollo como mero crecimiento económico. El concepto de desarrollo comprende equidad, sustentabilidad e integración. No existe si no se considera a toda la población, los derechos de cada individuo y al ambiente. Como se dijo más atrás, la realidad es compleja y son muchas las temáticas que han quedado sin abordarse. No obstante, quiero traer a colación dos cuestiones de las que no he hablado. Por un lado la crisis en el sistema educativo cristalizada, por ejemplo, en la falta de autoridad de la escuela debido a su cuestionada legitimidad. Antes las instituciones (escuela, fábricas, hospital, etc.) daban identidad y generaban una “ética del trabajo” que definía lo correcto de lo incorrecto. Hoy, vivimos gobernados por la “estética del consumo” donde no pueden instalarse los valores básicos necesarios para vivir en sociedad, donde las normas flexibles, cada vez son más discutibles y sujetas a consenso. Entonces el rol de las instituciones debe redefinirse, debe reeditarse la relación de las mismas con la sociedad pero capturando la nueva realidad. Esto es necesario si se desea volver a ser una nación, donde todos recorramos un mismo camino y observemos un mismo horizonte. Vale decir que solo así resolveremos los problemas antes mencionados. Desafortunadamente el diario de hoy nos encuentra como “un conjunto de subculturas completamente inadmisibles los unos con los otros”…y solo nos ponemos la misma camiseta cuando se trata de fútbol. Triste. Por otro lado, a pesar de no haber sido desarrollado en el curso, otro tema que no admite omisión es el de los biocombustibles, una verdadera caja de Pandora. Frente al inminente agotamiento de las reservas de petróleo a nivel mundial, los biocombustibles, principalmente biodiesel y etanol, comienzan a considerarse los salvadores de la humanidad tal como la conocemos. Lo cierto es que el esquema productivo no parece cambiar y las “soluciones” son ficticias en tanto y en cuanto no se luche directamente con uno de los grandes problemas: el derroche. Además el norte no tiene la cantidad de superficie agrícola suficiente para abastecer su exorbitante consumo, por tanto se ven obligados a importar. 1 ¿Oportunidad para América Latina? Nuestros gobiernos piensan que sí , yo me permito dudar. Destinar tierras a la producción de combustibles para que otros sigan derrochando, con la “conciencia limpia” por cargar en su vehículo biodiesel al 5, 10 o 15% significa varios problemas: • dejar de emplear tierras para la producción de alimentos poniendo en riesgo la seguridad alimentaria; • ampliar la frontera agrícola arrasando aún más sobre montes, bosques nativos, selvas, etc. Paradójico resulta que uno de los justificativos de los biocombustibles sea salvaguardar el medio y disminuir las emisiones de los gases productores del “efecto invernadero” y que para su producción se requiera reducir los “pulmones verdes” del planeta; • favorecer aún más el monocultivo de vegetales-combustible como soja, maíz, caña de azúcar, palma, etc. • abrir paso a nuevas generaciones de OGM con mejor capacidad para fermentar: con α-amilasa, con más almidón, etc. Aquí surgen nuevos problemas además de los ya conocidos, los genes incorporados a las plantas codifican proteínas a las que nuestro cuerpo jamás ha sido expuesto, por lo tanto son posibles alergenos. Entonces ¿cómo prevenir la contaminación genética entre las plantas-combustible y aquellas destinadas al consumo como alimento? Planteado de esta manera creo que el esquema actual es inviable desde una mirada que tenga en consideración el principio precautorio. La realidad es que mientras pensamos que sembrar soja y exportar es lo mejor para el país, las multinacionales petroleras (Shell, Total, BP), biotecnológicas (DuPont, Monsanto, Cargill) y automotrices (Toyota, Ford, Peugeot, Renault, Citroën) se alían para sacar provecho de la situación. Dudo bastante que los mejor para el país sea a la vez lo que le permita enriquecerse a estas empresas. Para ir cerrando esta tenue “puesta al día” es fundamental decir que no todo está perdido y que aún hay esperanza sine qua non estas líneas carecerían de sentido. La ruta a recorrer de aquí hacia adelante es sinuosa y complicada, carece de atajos que permitan acceder al ansiado desarrollo. Solo queda por decir que la única manera de avanzar es juntos, como nación, y con algunas pautas muy claras: • el modelo productivo debe ser de imitación de la naturaleza no de dominación; • desarrollar un esquema de alimentos “caros” (donde los productos industrializados de baja calidad nutricional valgan igual o más que los alimentos “orgánicos”); • favorecer la diversificación de la producción agropecuaria mediante políticas planificadas que apunten al mediano y largo plazo; • desterrar la agricultura convencional y volver a una agricultura con agricultores favoreciendo a los pequeños y medianos productores; • plantear políticas de salud cuyo objetivo sea prevenir; • descentralizar el poder político y económico; 1 En 2006 se aprobó la Ley 26.093 que establece un régimen de regulación y promoción de los biocombustibles en Argentina y apunta a la producción de biodiesel y alcohol para reducir el uso de combustibles fósiles. • • • • • pensar un modelo de país sin excluidos donde las minorías y los sectores marginados tengan voz y voto; reconstruir el sistema educativo y fortalecer las instituciones; regular la explotación de los recursos naturales con la mirada puesta en la equidad intergeneracional (sustentabilidad); rescatar la cultura alimentaria: enseñar a producir, cocinar y comer. Recuperar la “comensalidad”; volver a confiar en la política e involucrarnos. “Ante este grave panorama, deberemos seguir trabajando por una sociedad que promueva y respete la soberanía alimentaria y energética de todos los pueblos” (Elizabeth Bravo) Duarte, Germán Darío